Por M.ª Concepción Regueiro Digón, autora de La dama triste, obra que hemos encuadrado dentro de la colección Policíaca | Suspense, que, con toques sobrenaturales, es un claro ejemplo de híbrido de géneros.
Voy a empezar por lo más frívolo: híbrido, hibridación… son palabras que me gustan como tales, en su sonoridad, escritura, en su elegante etimología con la doble raíz en el latín y el griego, o en su mismo significado. Si nos remitimos a la ciencia de la genética, donde adquieren su sentido más profundo, vemos que, además, vienen a evocarnos grandes avances en los campos de la agricultura o de la biología, sin contar con la de posibilidades temáticas que un asunto así abre para la ciencia ficción (y esto es barrer para casa, lo sé).
La cosa tiene en cambio sus más y sus menos cuando nos pasamos a los terrenos de la literatura, donde se habla de híbridos en relación a los formatos resultantes del uso de dos o más géneros. Hay casos donde estos son muy diferentes, como en la combinación de ficción y ensayo o de ficción y periodismo (me remito para ello a algunas obras de Vila-Matas, Binet, o Carrère como buenos ejemplos de esto), pero adonde quiero llegar es a ese paisaje típico sobre todo de las últimas décadas (podríamos decir incluso de la posmodernidad) de obras narrativas donde se mezclan distintos géneros literarios. Ejemplos hay a montones: desde el propio subgénero de la ciencia ficción del ciberpunk (ciencia ficción en su vertiente más tecnológica aderezada con la novela negra de toda la vida), hasta el ejemplo más concreto de la trilogía de Bas-Lag de China Mieville (La estación de la calle Perdido, La cicatriz y El consejo de hierro), unas historias y mundos fascinantes donde hay fantasía, hay ciencia ficción y hay incluso elementos de la propia Antropología Social que estudió el autor. El mestizaje vino a instalarse también en el mundo de las letras y hoy en día nadie se sorprende de comprar una novela donde se mezcla sin pudor el género negro con, por ejemplo, el género romántico; o la ciencia ficción con el terror. Sin que, por supuesto, esto quiera decir que hayan dejado de existir los géneros “puros” como tales, y es que, en efecto, seguimos encontrando historias regidas exclusivamente por sus convenciones particulares que siguen funcionando como entidades propias.
Si hablaba de los más y los menos en este campo es, precisamente, por lo que en términos más prosaicos solemos llamar “mezcolanza”, por cuanto la hibridación puede ser la solución fácil para salir del paso tomando los múltiples recursos específicos que esos géneros nos pueden ofrecer en cada momento y cuyo resultado decepcionante no deja de ser un deus ex machina, siempre tan irritante para el lector o lectora. Por supuesto, no se trata de ponernos aquí con el dedo acusador, pero sí que es interesante señalar esa problemática por cuanto los géneros híbridos nunca pueden ser la solución comodona de una autoría mediocre, sino que en sí mismos son una nueva forma literaria y, como tal, generadora de obras con sus propios elementos y estructuras narrativas.
El quid de la cuestión es, como en tantas otras cosas de la vida, el respeto. Respeto por esas convenciones de cada uno de los géneros que estamos combinando, usándolas con rigor y la plena conciencia de sus exigencias particulares: por ejemplo, si en algún momento vas a tirar de ciencia ficción, deberás cumplir escrupulosamente con la verosimilitud científica; si te decantas por el uso de elementos de la novela negra, ten presente que está muy feo sacarte de la manga al culpable que en dos patadas explica el crimen que insertaste en medio de una novela histórica, de terror o de lo que sea, y etcétera, etcétera. La hibridación no es ponerse el mundo por montera (otra expresión prosaica, pero muy precisa en este caso), sino, al contrario, guardar el debido respeto a las distintas claves para, a partir de ellas, construir una obra nueva. Las posibilidades son enormes, y día a día nos encontramos con multitud de resultados más que prometedores, por cuanto se nos pueden ofrecer narraciones ricas en detalles y giros argumentales gracias a ese buen número de elementos a disposición de quien escribe. En un mundo complejo como el actual, la hibridación de géneros no dejaría de ser otra de las muchas expresiones artísticas de esa complejidad que acaba por convertirse en fiel reflejo de la época.
Ya en este tramo final, me veo en la obligación de confesarlo: yo soy una feliz usuaria de la hibridación de géneros. Quizás el caso más evidente es el de La moderna Atenea, con reportaje periodístico, novela negra y unas cuantas cosas más, pero también se puede ver en Asunto NM, un fixup/novela en relatos que combina el terror con la novela histórica y, por supuesto, en la obra que me ha traído tan contenta a este blog, La dama triste, una historia donde un elemento propio del género del terror aparece imbricado en el suspense y la intriga de la narración. Dicho elemento cumple con sus reglas específicas, pero, en vez de profundizar en el miedo, objetivo fundamental de ese género concreto, viene a reforzar el propio suspense que envuelve toda la novela y a sus protagonistas para, en definitiva, ofrecer una narración en la que estamos obligadas a seguir hasta el final para descubrir qué ha pasado y qué está pasando realmente. Dos géneros dispares que vienen a resolver la clave de todo, como es la necesidad de contar y de leer historias.