El descanso del minotauro
12
Ro se despertó enredada en el cuerpo de Paula y no necesitó abrir los ojos para darse cuenta de que la estaba mirando. Sintió que estaba siendo observada con cautela, una mirada de puntillas, de las que no quieren ser notadas para no romper ese momento íntimo que la persona que mira está teniendo consigo misma. La camarera dejó que hiciera con su rostro lo que quisiera. Que lo memorizara si era lo que deseaba. Que lo desplazara a base de intensidad de esa zona del cerebro reservada para los recuerdos a corto plazo hasta llevarlos al lugar donde reside la memoria que dura para siempre. Que se empapara de él hasta dejar una marca de agua en sus retinas que estuviera presente en todo momento, mirara donde mirara.
Sintió los dedos de Paula recorriéndole la cara de lado a lado, como pasitos de hormiga que le cosquilleaban en la piel y que le hicieron sacar una sonrisa involuntaria que podía confundirse con la de quien aún está dormida. Prefirió dejarla en ese lugar seguro y secreto en el que no se sabía descubierta, y se arrepintió de ello solo un minuto después.
—Te quiero.
Ro abrió los ojos de par en par y Paula, en lugar de asustarse por su repentino despertar, que no era tal, pero lo cual ella ignoraba, acercó la cara a la suya y recorrió su mejilla con la punta de la nariz.
—Te quiero… —ronroneó, pegada a su cuello.
—Paula, ¿pero qué dices? —Se separó de ella para poder mirarla a los ojos.
—Que te quiero. —Parpadeó seguido, sin terminar de creerse que Ro hubiera roto el clima de un momento que ella llevaba esperando toda su vida.
—¿PERO CÓMO ME VAS A QUERER? —Se incorporó en la cama, quedándose sentada contra el cabecero, con una mano en la frente y la otra sosteniendo la sábana para ocultar su desnudez.
—Pues queriéndote, Ro. —Sus ojos temblorosos y la mueca desconcertada de su cara casi consiguen ablandar el corazón de la camarera, pero no se lo permitió.
—Eso… eso es imposible. Tú no puedes quererme, Paula, nos acabamos de conocer.
—No necesito más para saber lo que siento por ti. —Se situó a su lado y le colocó un mechón de pelo tras la oreja—. Es una magia inexplicable y, además, tu nombre… Es increíble cómo funciona el amor, ¿verdad? Cómo todo, de repente, encaja.
—¿Qué le pasa a mi nombre? —La miró, confundida.
—En mi familia, las rosas han sido siempre el hilo conductor del amor. Las historias de mi abuela, los rosales del jardín… Y tú te llamas Rosa. —La miró con fuegos artificiales en los ojos y el labio entre los dientes—. No puede ser casualidad.
—¡Pero de dónde te has sacado que yo me llamo Rosa!
—Bueno, te haces llamar Ro, y todo esto que me pasa contigo… Era lo que más sentido tenía para mí.
—¡Pero no para mi DNI! —Soltó una carcajada de estupefacción—. Me llamo Rocío, Pau.
—¿Qué? —Se le quedó la boca abierta y la cara desencajada —. Pero si ayer te regalé una rosa, hice alusión a tu nombre y tú…
—No lo pillé, pensé que solo te referías al principio, a Ro.
—Ah.
Se quedó con la mirada perdida en la habitación, aguantando la decepción de que la fantasía que había formado en su cabeza hiciera agua. Pero ella era inasequible al desaliento y no iba a dejarse amedrentar por un detalle que, aunque hermoso de ser cierto, solo era eso, una minucia.
—Bueno, no pasa nada, tampoco es una cosa muy relevante. Sigo queriéndote igual.
—Pero Paula, mírame. —Tomó su rostro entre los dedos y la obligó a obedecerla—. Es que eso no es real, no puede serlo.
—¿Por qué? —Se separó de su agarre de malos modos, con la frente fruncida—. ¿Tú qué sabrás del amor?
—Yo no sé nada, ¡pero es que está claro que tú tampoco!
—Quizá no sé nada de… de la cría de osos panda, ni de meteorología, ni de física cuántica, pero del amor… Del amor lo sé todo. Lo he visto con mis propios ojos, lo he leído, lo he estudiado, así que no te atrevas a decirme que no tengo ni idea del amor.
—Paula…
—No, Paula no. Entiendo que tú no sientas lo mismo por mí, lo acepto, aunque no termine de creérmelo, pero no me digas que es mentira lo que siento, Ro. Eso sí que no.
La camarera se le quedó mirando sin dar crédito al momento que estaba viviendo. Paula hablaba con pasión, con verdadero convencimiento, el mismo que había hecho que siempre le hubiera dado el beneficio de la duda, que obviara todas las diferencias que las separaban y que se quedara con esa especie de química que la empujaba sin remedio hacia ella. Pero eso era ir demasiado lejos.
—Es que no me puedo creer que estemos teniendo esta conversación.
—Lo que yo no me puedo creer es que ignores todo lo que te pasa conmigo. Te conozco y…
—No, Paula, ¡no me conoces en absoluto! —Se llevó las manos a la cara mientras negaba, incrédula—. Solo te has hecho una idea de mí y de nosotras que no se corresponde con la realidad.
—¿Y qué realidad es esa? —Se inclinó hacia ella para poder observarla mejor y ver en sus ojos, como siempre, aquella luz que caldeaba su esperanza.
—La realidad es que nos conocemos desde hace dos semanas y que yo no soy lo que buscas. Tú lo sabes, yo lo sé, hasta Elvira lo sabe.
—¿Y qué se supone que sabemos?
—Que no estamos hechas la una para la otra. —Paula negó como una niña pequeña, cruzándose de brazos, incapaz de reconocer ante ella lo que ya llevaba un tiempo viendo venir—. Que yo quiera continuar con esta locura tiene sentido, porque, aunque tú parezcas una loca, la verdad es que la más loca de las dos soy yo. Me matas de curiosidad y quiero saber por qué me atraes en lugar de repelerme, que sería lo normal. Lo que no tiene sentido es que tú, siendo una creyente del amor, sigas perdiendo el tiempo conmigo cuando nuestras aspiraciones son tan distintas.
—Es que yo también quiero saber por qué me atraes tanto en lugar de repelerme.
—Entonces, te das cuenta de que no tenemos nada que ver.
—No soy estúpida —escupió con esas palabras el amargor que se le había quedado en el paladar—, pero si eso es así, ¿por qué siento lo que siento? ¡Tiene que tener alguna explicación!
—Seguro que la tiene, pero la explicación no puede ser el amor, Paula. Por favor —gimoteó en tono suplicante. Lo último que quería era herir a su escritora bella y, una parte escondida de ella, se negaba a perderla de aquella manera tan absurda.
—Es la única que le encuentro. Estoy loca por ti. —Le tembló el labio inferior y Ro se sintió morir por no poder corresponder todo aquello que le estaba poniendo delante.
—Tú estás loca por el amor, Pau, no por mí. —Dejó posada una mano en su mejilla y elevó su rostro entristecido por si aquella era la última vez que tenía la oportunidad de mirarlo—. Y tienes razón, yo no sé nada del amor, pero es que esto que dices sentir no se sostiene por ninguna parte…
—No.
Intentó apartarse, pero Ro se colocó sobre ella, sentada en sus piernas, para que dejara de huirla. Las manos de la escritora volaron sin su permiso hasta su cintura, y Ro, sin esperarlo, empezó a echar de menos aquella intimidad.
—Vamos a usar la cabeza, ¿vale?
—La cabeza y el amor no son compatibles.
—Da igual, vamos a utilizarla por un momento. El amor no es un flechazo, una epifanía romántica que te cae encima y que no se puede negar.
—El amor es justo eso, Ro.
—No, porque después de ese «enamoramiento», la relación tiene que mantenerse, ¿sabes? Y dos personas como tú y yo no podríamos ni aunque lo intentáramos. Tú tienes un concepto demasiado idealizado, y yo no creo en él ni un poquito. Las premisas ya son, por sí solas, catastróficas.
—Eso no importa. El amor puede con todo.
—Entonces jamás vas a encontrar un amor que te dure más de dos semanas, Paula.
Se separó de ella, apesadumbrada, y volvió a sentarse a su lado, sabiendo que no había en su mente ni un resquicio por el que entrar. Su tozudez la molestó, pues ponía su relación al borde de un precipicio en el que ella no quería estar. Le gustaba Paula, eso era innegable, y hubiera querido mantenerla en su vida, al menos, un poquito más.
—No vas a reconocerlo ahora, pero siempre me has dicho que eras consciente de que tú y yo no pegamos ni con cola. Pero te empeñas en estamparte contra un muro que no existe.
—Puede que me haya dado cuenta de que, en principio, somos incompatibles, pero aun así quiero saber por qué, a pesar de eso, siento lo que siento por ti.
—Pero tú no eres curiosa, Paula, joder, y eso es lo que no entiendo. Tú eres cuadriculada. Romántica, pero cuadriculada.
—Y no me gusta ser así —murmuró.
—¿Qué quieres decir?
—Nada. Creo que… creo que será mejor que me vaya.
—Paula… —La tomó de la mano para que no se levantara, pero esta, con mucha delicadeza, se deshizo de su agarre y dejó un beso en su frente.
—No pasa nada, Ro, de verdad. Quizá tengas razón y esté empeñada en un imposible, o puede que no la tengas y nunca sepamos qué hubiera pasado si no tuvieras tanto miedo a las cosas que no entiendes.
—No es que no las entienda, es que no me las puedo creer —dijo, sabiendo que aquella frase era verdad, pero también dinamita para la escritora.
—Y esa es la gran diferencia entre tú y yo.
Comenzó a vestirse y Ro fue absorbiendo cada tramo de piel que iba tapándose ante sus ojos, guardándose dentro esa calidez que nada tenía que ver con los treinta y seis grados y medio que tienen los humanos y que ella nunca había tenido la ocasión de disfrutar.
Supo que algo se había roto entre ellas esa mañana, que se había encargado de explotar aquella burbuja antes de que tocara el suelo, pues había dejado de flotar para caer por su propio peso. Se sintió mal sin motivo, pero ver la cara devastada de la escritora, que había visto sus ilusiones salir volando por la ventana, le estaba quemando en un lugar donde tenía más callo que sensibilidad.
Paula se abrochó los últimos botones de la camisa que las había llevado hasta ese momento y le sonrió con amargura. No quería ver en su camarera ese gesto entristecido de quien quiere, pero no puede, por lo que se acercó de nuevo al borde de la cama y ordenó su pelo con parsimonia.
—Necesito darme una ducha y pensar, Rocío.
—Ahora siento que te decepciona mi nombre. —Dejó caer la cara contra su mano, aspirando su olor.
—Es mucho más bonito que Rosa, la verdad.
—Supongo que no volveré a verte, ¿no?
—¿Por qué dices eso?
Susurraban ambas.
—Porque acabas de darte cuenta de que no soy lo que esperabas.
—Yo tampoco soy lo que esperabas tú.
—Esa sí que es la verdadera diferencia entre nosotras, Paula, que yo no esperaba nada.
—Yo no sé vivir así. Pero estoy cansada de vivir así.
—¿Por qué?
—Porque ahora me voy a casa, me ducho y vuelvo a estar sola. Siempre estoy sola. —Soltó un suspiro tal que se movieron las cortinas de la habitación de Ro. Se enderezó en su imponente altura y dejó una caricia en el rostro de su camarera—. Hasta luego, Ro.
—Hasta luego, Pau.
Se marchó de ese piso destartalado sin apenas muebles y saltó a la calle con una pena negra en el corazón. Se fue quitando las lágrimas furtivas a manotazos mientras intentaba parar un taxi en esa calle que creía que iba a sentir como suya, algún día.
Ro, asomada al balcón, la observó llorar con rabia, y ella misma tuvo que dejar escapar el llanto que tenía atenazado en la garganta desde el momento en el que escuchó la puerta de la calle cerrarse tras ella. Sintió lástima por la escritora, por su tierno corazón ansioso por entregar su cálida esencia, por su alma pura e ingenua que seguía creyendo en cuentos de princesas y dragones, por su cuerpo solitario, siempre solitario.
También sintió compasión por sí misma, por no poder creer en ese amor que todo lo puede y que Paula estaba dispuesta a entregarle sin preguntas, sin red de seguridad. Qué hermosa sería la vida si…
Paula, por su lado, entró en su piso minuciosamente decorado, deslizó los dedos por las plantas exuberantes que acumulaba en su comedor y se tiró en plancha sobre la cama para dejarse invadir por el terremoto que llevaba media hora intentando contener en un taxi. Lloró hasta quedarse dormida, por ella, por su estúpida fe en algo que se obstinaba en esquivarla sin disimulo, por sus pobres manos aún calientes de Ro, por su piel erizada todavía por una mujer que tampoco iba a ser suya. Pero, sobre todo, lloró por ser incapaz de aceptar aquello con la entereza de siempre, pues ya había tomado la decisión de que ese iba a ser su último intento de aspirar al amor en el que tanto y con tanta intensidad había creído siempre.
Sí, iba a dejar de buscar de aquella manera enfermiza algo para lo que, quizá, no estaba hecha. Puede que hubiera nacido en la época equivocada, o que su amor fuera tan inabarcable que no tuviera lugar en este mundo. Fuera como fuera, ya estaba, se había cansado de pasar la vida en la borda del barco de sus sueños, de pie ante las inclemencias del tiempo, ante las tormentas que su organismo aguantaba estoicamente, soportando la lluvia racheada, el viento demoledor, el sol hiriente, sin soltar, ni un momento, su catalejo de pirata.
Quería, simplemente, descansar.
Se marchó esa tarde a la mansión y, sin siquiera saludar a Manoli, se introdujo en el laberinto de su atribulado interior. Caminó por los pasillos callados, como si aquel lugar supiera que debía guardar silencio por el luto perenne de su corazón. No se detuvo a apreciar las motas de polvo suspendidas, ni los naranjas del atardecer que se colaba entre los altos arbustos. No quiso ni oír hablar de la magia, ni escuchó, en aquella ocasión, la risa ruidosa de su abuela danzante. Tenía, por primera vez, los pies sobre la tierra, y el laberinto se le mostró al fin como un entramado de ramas, hojas, arena y nada más.
Llegó al centro del mismo, donde el minotauro la miraba con una sonrisa triunfadora, sabiéndose a salvo. Se guardó la rabia, consciente de que las expectativas formadas en torno a una persona como Ro habían sido únicamente culpa suya y de nadie más. Aceptó la burla, su propia burla, y soltó una carcajada agotada.
Se dejó caer en el pedestal donde se erguía el monstruo terrible que iba devorándola de dentro hacia afuera, y que parecía haber alcanzado la carne más blanda que tenía dentro. Escocía y reía, sin terminar de creerse su propia ingenuidad.
—Nadie va a venir a por ti, ¿verdad?
Casi pudo ver asentir al animal, dándole la razón. Pero eso no podía ser. Solo era un pedazo de piedra tallada en el centro mismo de su Tierra, alrededor de la cual había estado todo girando siempre. No podía continuar así, soportando la decepción, la tristeza, la soledad, pues al final su locura, a la que tanto había temido desde su adolescencia, no vendría del amor, sino de la ausencia de él.
Tenía que poner orden a su lista de prioridades, detenerse en el camino que ella había trazado para sí misma y sentarse en el borde para ver pasar el carnaval, las estaciones, las mujeres que no eran, pero que se le parecían, la procesión de todo lo que estaba dejando de vivir por estar obsesionada con lo que no se puede agarrar y llevárselo a casa.
Una semana estuvo Paula allí sentada, dejándose cuidar por la bestia que, aunque temible, nunca la había abandonado. Ahí se quedó siete días y siete noches, empapándose de lluvia, de barro, de las últimas lágrimas que pensaba dedicarle a la idea que había construido del amor.
De pronto, un mensaje. Otro más, como los catorce anteriores. Uno de buenos días y uno de buenas noches por cada día que había permanecido al otro lado del mundo. Con la única diferencia de que, aquel, lo contestó.
RO
Te echo de menos
PAULA
Y yo a ti
RO
Mierda, pensaba que no contestarías
¿Estás bien?
Joder, he estado muy preocupada, estúpida escritora engreída
PAULA
Menudo vocabulario
RO
Y pedante, se me olvidaba
PAULA
Eres incorregible
RO
Pero así te gusto
PAULA
Y vanidosa
RO
¿Vienes mañana?
PAULA
Sí, creo que sí
RO
¿Crees?
PAULA
Sí, mañana te veo en tu bar
RO
Pero ¿estás bien?
PAULA
Necesito una ducha, pero sí, estoy bien
RO
Así terminó nuestra última conversación
Espero que esta no acabe igual
PAULA
La otra terminó con un hasta luego, y esta con un hasta mañana
RO
Tienes razón, mucho mejor así
Hasta mañana, Pau
PAULA
Hasta mañana, Ro
Se levantó y se quitó de la ropa las hojas secas, se desanudó las enredaderas que se habían enroscado en su cuerpo y se sacudió los restos de desesperanza. Entró en la casa a trompicones, muerta de hambre, de sed, de melancolía y se perdió en la bañera lo que quedaba de tarde, quitándose los terrones de tierra rojiza anidados en todos sus recovecos. Se peinó frente al espejo empañado y pudo reconocerse en aquel reflejo distorsionado: no era nadie, nadie a quien ella pudiera ponerle un nombre ni un rostro. Era todas y no era ninguna, y así era justo como se sentía.
Cuando, a la mañana siguiente, entró en el bar, sintió que estaba adentrándose en un terreno desconocido, y tuvo que parpadear un par de veces para habituar sus ojos a la falta de luz. Cuando se dio cuenta de que Ro no estaba tras la barra, comprendió la penumbra y se castigó mentalmente por seguir teniendo la cabeza en las nubes.
—Buenos días, niña, dichosos los ojos —saludó Lola nada más verla entrar.
—Buenos días, Lola. He estado liada, ya sabes. —Le dio sus dos besos de cuando pasaban tiempo sin verse y preguntó lo que se moría por saber—. ¿Dónde está Ro?
—Hoy libra, me pidió el día ayer.
—Ah. Bueno, voy para arriba.
—¿Lo de siempre?
—No, estoy esperando a alguien, ahora te digo.
Subió las escaleras con pisadas pesadas, como si sostuviera sobre sus hombros todo el peso del mundo, y se dejó caer sobre su silla de siempre, la que últimamente había abandonado por petición de su camarera.
Diez minutos después, escuchó unos pasos subir y se puso recta en el asiento, con las manos hechas un nudo sobre el regazo y los nervios en la boca del estómago. La vio llegar, y de nuevo su corazón idiota se puso a brillar intermitentemente, como la primera vez, descorchando la espuma que se había esforzado en aplacar los últimos días. De nada le había servido.
—¿Tú no librabas hoy? —preguntó con voz pequeña al darse cuenta de que llevaba la bandeja llena de cosas.
—Sí, pero tú eres la escritora y yo la camarera, no había que perder las buenas costumbres. —La miró con los ojos de par en par, sin terminar de creerse el hecho de tenerla delante. La vio más guapa que nunca—. ¿Y tu ordenador?
—No tenía muchas ganas de escribir hoy. —Se echó hacia atrás para que Ro fuera dejando las cosas en la mesa y no caer en la trampa de su olor. Carraspeó cuando, igualmente, la atravesó, pues le recordaba a sábanas y piel, y no era una imagen que le viniera bien en ese momento.
—¿Y qué pensabas hacer toda la mañana?
—Desayunar e irme a casa —soltó al tiempo que Ro dejaba el último café sobre la mesa.
—Si no tenías ganas de venir, no tenías por qué hacerlo, Pau. —Se mordió los labios, insegura, y la castaña le sonrió para tranquilizarla.
—Si no quisiera venir, no lo habría hecho. No te preocupes, me apetecía verte.
—Pues que se note, porque vaya cara de funeral me traes.
Se sentó, mucho más animada, frente a ella, e hicieron su ritual de azucarillos, teniendo buen cuidado Paula, en esta ocasión, de no rozarse los dedos. Desarmó con la cucharilla el dibujo cochambroso que Ro siempre intentaba hacerle en el café, sin atreverse a levantar los ojos de la taza.
—¿Cómo estás? —preguntó Paula, intentando deshacer el silencio, incómodo, que las estaba envolviendo.
—Pues bien, ya sabes, como siempre. ¿Y tú?
—Despertando.
—¿De un sueño?
—No, de una pesadilla.
—¿Me la cuentas? —pidió, sintiendo el picor en sus manos por no poder tocarla.
—Verás, yo… Yo solo quiero enamorarme, ¿sabes? —dijo a trompicones, sin saber muy bien por dónde empezar. Llenó de aire sus pulmones y lo soltó con lentitud, buscando en ese gesto algo de tranquilidad—. Es algo que he deseado desde que tengo memoria. Mi abuela me contaba historias de amor antes de dormir y yo soñaba con ser protagonista de una de ellas alguna vez.
—Eso es muy bonito, Pau. —Le sonrió con ternura, vertiendo el café en su vaso con hielos.
—Y peligroso, sobre todo cuando los anhelos que una tiene se convierten en una quimera que va devorándote por dentro. —No tenía hambre, pero dio un bocado a su tostada ante la atenta mirada de Ro, que se embelesaba con sus palabras, como en cada ocasión—. Te obsesionas, dejas de ver todo lo que te rodea y solo tienes ojos para un punto borroso en el horizonte al que no te aproximas por mucho que lo intentes. Es desesperante.
—Pues para, Paula, no puedes estar sufriendo así por algo tan… incierto.
—En eso ando. Pero no es fácil. Son muchos años, mucha responsabilidad a cuestas…
—¿Responsabilidad?
A la mente de Paula vinieron la caja de música que su abuela le entregó a sus dieciocho años y el minotauro escondido entre los pliegues de su pecho, pero le parecieron, quizá, explicaciones demasiado privadas como para ser contadas en un desayuno.
—Digamos que, en mi familia, nos tomamos muy en serio todo este loco asunto romántico. Y así nos va. —Esbozó su sonrisa de niña y Ro quiso, de verdad que deseó con todas sus fuerzas, acercarse a ella. Pero no lo hizo—. Yo sí creo en ese amor que te cae encima con toda su fuerza y que no se puede negar. Me he criado rodeada de historias así, lo he visto en mis abuelos, en mis padres, y solo quería vivirlo yo también. Por eso llevo más de media vida buscándolo como una desquiciada.
—Pero Paula, eso no es algo que una se tenga que esforzar en buscar. No soy una experta, ni mucho menos, pero el amor es algo que te encuentra a ti, y no al revés.
—Qué romántico viniendo de ti. —La miró con dulzura, rabiosa en su interior porque esa mujer de las mil caras se le hubiera escapado también entre los dedos.
—Soy una caja de sorpresas.
—Y de música.
—Canto fatal.
—Pero suenas muy bien. —Paladeó con deleite esas palabras y la miró con tanta intensidad que Ro sintió el desierto en su garganta.
—¿Hemos pasado del amor al sexo en veinte segundos?
—A mí que me registren. —Elevó las manos con inocencia y soltó una risita nasal—. A lo que iba, que me despistas. Puede que tengas razón, que todo el mundo tenga razón y debería dejar de buscar. Estoy agotada y muy sola. Siempre predispuesta al amor, confundiendo a veces las ganas de sentirlo con sentimientos reales. Demasiadas mujeres que no han dejado en mí ninguna huella.
—¿Te enamoras de todas tus chicas? ¿Te enamoras de verdad? —Ro estaba decidida a desentrañar, al menos, uno de los miles de misterios que la escritora contenía en su cabeza.
—No lo sé, y esa es la peor parte de todas. —Tragó saliva, intentando acostumbrarse a la idea de haber vivido en una realidad inconsistente—. No te equivoques, no me enamoro de cada mujer que conozco, pero cuando siento una conexión apoteósica como la que siento contigo, creo que lo hago. Estoy convencida de que lo hago.
—¿Y qué pasa cuando… cuando te das cuenta de que no la vas a tener de la forma que quieres? ¿De que no es el amor que esperabas para ti? —Hizo la pregunta con cautela, sabiendo que la respuesta era la que iba a marcar el devenir de su relación desde ese instante.
—Busco otra. Y así hasta el infinito. Hasta hoy.
—¿Hasta hoy?
—En cualquier otro momento de mi vida, ahora te diría que ha sido un placer conocerte y que te deseo lo mejor. Seguramente no volveríamos a vernos y tú quedarías en mi memoria como lo que no pudo ser, otro corazón roto y una semana de luto hasta la próxima mujer de mi vida.
—Detén tu palabrería, zalamera. Me estás haciendo sentir tremendamente especial —le reprochó, fingiendo molestia.
—He dicho que siempre he sido así, hasta hoy —le recordó—. Hay algo que está mal en mi manera de hacer las cosas, ¿sabes? Y es algo que andaba pensando antes de conocerte.
—¿Y qué es lo que está mal?
—Que nunca descanso, que nunca me quedo a disfrutar de lo que no estoy buscando, pero que también me hace sentir bien. Voy dando tumbos sin detenerme nunca, y ya no puedo más.
Se le rompió la voz en aquella parte y Ro ya no pudo soportarlo. Se levantó de su silla y se sentó en la que estaba junto a ella. Le dio un abrazo de lado, la acunó, acariciándole la espalda, consolando el dolor inconsolable de una mujer que estaba sintiéndose perdida por primera vez en toda su vida. Le escocieron las ganas de llorar.
—¿Y qué vas a hacer ahora? —preguntó, con los labios pegados a su pelo.
—La verdad es que… No me quiero marchar. Se está muy a gusto aquí.
—Pero Paula, tú y yo no podemos tener más de lo que hemos tenido hasta ahora, yo no creo en el amor y tú…
—Yo solo quiero descansar. —Se arrebujó en su abrazo, dejándose cuidar, por una vez.
—Pues descansa, escritorita. —Suspiró, muerta de ternura.
—¿Me dejas quedarme aquí? ¿Aunque sienta lo que siento por ti?
—No voy a entrar otra vez en esa discusión. Sigue pareciéndome imposible, solo hace dos semanas que…
—Nos conocemos desde hace tres semanas, Ro —la interrumpió, separándose de ella para mirarla con sus ojos brillantes.
—Esta última no vale, ¿o es que crees que me conoces mejor que hace una semana?
—No, pero me conozco mejor a mí, y eso cuenta para las dos.
—Estás más intensa que de costumbre.
—Es por el desamor. —Le dedicó una sonrisa traviesa y Ro se mordió el labio, incapaz de comprender cómo esa locura de mujer podía gustarle tanto.
—Estás de la olla. Pero la verdad es que no quiero dejar de verte.
—¿Por qué?
—Porque yo también necesito descansar. Me calma estar contigo. Es como si todo importara más, y no importara nada a la vez.
—Luego la intensa soy yo.
—Pero sin rayadas de enamoramientos. Es lo único que voy a pedirte. Me niego a verte sufrir.
—Ya te he dicho que tengo que parar, pero me encanta la idea de quedarme a un lado del camino contigo, si tú quieres. Es más divertido.
—Vaya, he pasado de ser tu enamorada a tu objeto de entretenimiento.
—Supongo que eso te pondrá feliz.
Continuaron su desayuno sin el peso a cuestas de lo no hablado, con el fango ya reposado de lo que se ha puesto a la vista, con la certeza de que todo iría mejor a partir de ese momento. Sin esperanzas, sin deseos no cumplidos, simplemente con la compañía de otra persona que sabe de la vida lo mismo que tú: nada.
Puedes dejar de hacerme llorar? 😢. Ha sido precioso. Estoy deseando leer el siguiente.
Se me partió el corazón con Pau… pero me gusta mucho que decida descansar, espero que lo logre. Y de Rocío.. no tengo idea.
MEREZCO YO ESTAS LAGRIMAS DESPUES DE HABER ACABADO AYER BLYMANOR? No,
PERO QUE TRISTE QUE DURO Y QUE REAL.
Amo a Paula y amo su manera de ver la vida pero necesitaba que alguien le pusiese los pies en la tierra, aunque sea duro.
🥺🥺🥺💗💗💗💗
QUE SEA YA EL PROX VIERNES O ME DROGO
Joder Cris! Ufff vaya montaña rusa…cada capítulo mejor que el anterior!! Enamorada me tienen las dos!
Me encantan tanto estos personajes!!!
Qué bien que Paula se permita descansar, creo que le va a ir genial… A ella y a RoCÍO (momentazo).
Ufff uffff Cris que manera de llorar nena… Gracias por tanto. Un CAPITULAZO.
Me encanta la historia, gracias Cristina
Primero de todo, me he meado de risa con el momento Rocío.
Esta pausa en sus caminos me parece necesaria, pero me he quedado con ganas de abrazarlas a las dos. También me ha gustado ver lo diferente que son las casas de cada una, muy acorde a ellas.
he llorado 🙁
La desilucion de ilusionarse tanto es de los sentimientos más dolorosos que hay.
Que penita me ha dado Pau en este capítulo, me ha estrujado el corazón verla así pero era necesario que bajara de la nube y pusiera los pies en la tierra.
Me gusta la madurez con la que tratan ambas su relación.
Esto de tener que esperar una semana hasta el próximo capítulo es una tortura.
Las 21:22 en Brasil y me voy a dormir pq me duele la cabeza de la llorera con todo el capitulo.
Estoy en la mismísima mierda.
Obrigada, Juana!
Llevo tiempo queriendo expresar en palabras lo que me hacen sentir las tuyas. Pero la verdad es que es complicado si quiera intentar utilizar palabras bonitas, cuando te las has llevado tu todas para escribir las maravillas que escribes jajaja.
Voy a dejar aquí mi intento de darte las gracias por compartir tu arte con nosotras y, ya personalmente, por ayudarme a evadirme de mis problemas diarios, dejándome formar parte de la vida de tus personajes.
Gracias de corazón, Cris. Espero muy fuertemente poder tener algún día algo tuyo en físico, así la relecturas serán más fáciles.
Que te loveo? Pues igual un poco sí! 😉
Once again Cris, hermoso e intenso capitulo, es doblemente complicado , con jugar dos realidades opuestas, me gusta un termino medio… Creo que , él descanso !! De ellas en este momento , se convertirá ,quizá en él aprendizaje real del amor! Gracias por compartir esta historia con nosotras .🇦🇷🇦🇷👌👌🌻🌻🙋♀️🙋♀️
Muchas gracias por el capítulo. Me ha gustado mucho aunque haya sido un poco más triste / menos alegre que los anteriores.
Muy bien construidos los personajes y sus reacciones han sido consistentes y coherentes con lo anterior.
Con muchas ganas de leer que pasar en este descanso 😁😊