El descanso del minotauro
11
Caminaban una junto a la otra por las calles bulliciosas de la ciudad. El aire de abril chocaba contra sus cuerpos, cálido y gustoso, envolviéndolas de una energía estática que no tensaba el espacio en torno a ellas, sino que lo suavizaba y le daba al momento forma de canción que no suena, pero que calma. Paula miraba a Ro de reojo, insegura y un poco asustada, aunque el mayor porcentaje de los nervios perteneciera, sin ninguna duda, a la camarera, que iba palideciendo a medida que se acercaba al lugar en el que había quedado con sus amigas, directa a una especie de oficialización de lo que fuera que tuviera con la escritora. No se sentía por ello agobiada, sino ansiosa y preocupada por la mujer que caminaba a su lado, e iba notando un burbujeo espeso hacerse con todo el espacio de su menudo cuerpo.
Paula se dejó llevar por su audacia, notando la vibración desquiciada que generaba la inquietud de Ro, y le pasó el brazo por los hombros, creyendo, sin saber por qué, que su contacto calmaría su espíritu como ella conseguía hacerlo con el suyo. Sorprendentemente, funcionó, y la camarera respiró profundo y dejó caer la cabeza sobre su hombro, como reconociendo que sí, que una chica como ella estaba más nerviosa de lo que quisiera admitir.
—Se supone que la acojonada debería ser yo —le susurró Paula contra el pelo.
—Y lo eres, no te creas que no veo que estás blanca como la cal.
—Lo que me sorprende es que tú también lo estés. ¿Vas a secuestrarme en realidad y te estás arrepintiendo?
—Sí, vamos de cabeza a una emboscada con sicarios. El rescate que pediré será la mansión.
—Eso sería lo único que no te daría, Ro —lo dijo con una intensidad tal que a la camarera se le olvidaron los nervios.
—¿Tienes una relación sentimental con una casa? —bromeó, y Paula se sintió satisfecha de haber conseguido sacar la cabeza de Ro del lugar inhóspito en el que se encontraba unos minutos atrás.
—Así es, he desarrollado sentimientos por ella. No me avergüenzo.
—Tengo ganas de ver esa casa. —Se detuvieron en un semáforo y Ro aprovechó para mirarla—. No solo por la piscina, que también. Tengo la sensación de que es un lugar muy especial para ti.
—Nena, es demasiado pronto como para que te lleve allí de esa manera.
—Bueno, que me ha llamado nena. Ya se ha venido arriba solo porque le he dicho que quiero ver su mansión. —Ro tiró de su cintura, donde se había quedado enganchada, para retomar el paseo hasta el bar.
—Cállate —murmuró, abochornada.
—Eres adorable, en serio. —La miró como quien mira lo que tiene ganas de besar, pero, en lugar de eso, se alejó del abrazo, pues era consciente de que estaban a punto de llegar.
—Ya lo sé. —Frunció el ceño Paula, con las mejillas de colores—. Es pronto para que te enseñe la casa de la manera en la que parece que tú la quieres ver. Pero para bañarnos en la piscina y conocer los jardines, podemos ir mañana mismo si quieres.
—Siempre me das una parte muy pequeña de lo que quiero de ti. —Se quejó, invadida de nuevo por esa terrible curiosidad que segregaba la estúpida escritora cuando le venía en gana.
—No quiero que se te haga bola, Ro. Solo eso. —Se encogió de hombros y la miró de lado, a tiempo de percibir ese brillo fascinado de sus ojos cuando se le imponía delante como el misterio que en realidad no era, pero que era capaz de parecer ser.
—Si no te me has hecho bola ya… —Negó con la cabeza y sonrió, sin terminar de creerse todavía que aquello no hubiera ocurrido—. Vamos, que las escucho reír desde aquí.
—Esas carcajadas, ¿son de tus amigas? —Detuvo sus pasos, repentinamente asustada.
—Sí, hija, sí. Son unas malditas ruidosas.
—No… —Lloriqueaba Paula, con más ganas de largarse que de compartir tiempo con Ro, y ya era mucho decir.
—Venga, escritorita, que tú eres una valiente, ellas no son para tanto y yo estaré a tu lado todo el tiempo.
—Esa es la parte buena. —Sonrió, a pesar de tener los ojos abiertos como platos de inseguridad.
—Son buena gente, pero les gusta meterse conmigo. Diría que les gusta mucho, ahora que lo pienso. —Se quedó con la mirada perdida unos segundos que Paula absorbió para sí—. Y tú hoy vienes con el pack, así que lo siento mucho.
—Intentaré darle la vuelta a la situación, aunque… bueno, sigo tremendamente nerviosa. —Le cerró con los dedos un hueco que se le había abierto en el flequillo.
—¿Ah, sí? —La miró con ojos suspicaces—. Se te está poniendo cara de guion.
—¿Cara de guion? —Se extrañó Paula.
—Sí, la cara que se te pone justo antes de soltar una de tus frases de película. ¡Mira, mira cómo sonríes! —Soltó una enorme carcajada y la señaló con un dedo acusador—. ¡Te conozco, bacalao, aunque vengas disfrazao!
—Bah, te acabas de cargar el momento. —Se hizo la indignada e intentó avanzar pasando por su lado, pero Ro colocó una mano en su pecho para que se detuviera.
—Va, suéltala —ronroneó, encantada del contraste que hacía su mano contra la piel tostada del pecho de la escritora que la camisa le dejaba ver.
—No tenía ninguna frase.
—Va, nena —impostó la voz para que se pareciera a la suya y acarició el colgante que descansaba bajo sus dedos—, si a mí me encantan.
—Entonces, ¿por qué te burlas?
—No me burlo, solo quería que vieras que te voy conociendo y que me fijo en lo que haces y lo que dices.
—Querías demostrar que me tienes calada.
—A lo mejor. —Se hizo la desentendida—. Va, di tu frase. Me estabas diciendo que estabas terriblemente nerviosa.
—Y te iba a decir que, quizá con un beso, se me pasaban un poco los nervios. —Ro, al escuchar esas palabras, deslizó las manos hasta su cuello como empujada por el canto de sirena de Paula.
—¿Tú crees?
—Sí, eso creía, pero la verdad es que con toda la tontería esa de mi cara de guion ya se me han pasado. ¡Muchas gracias! —Le dio un beso en la frente y empezó a caminar de nuevo tirándole de la mano, dejando a Ro con un palmo de narices.
—¡Oye! ¿Y mi beso?
—No era tuyo, Ro. —Le guiñó un ojo y, al girar la última esquina, se encontraron de frente con todas las amigas de la camarera.
Inmediatamente, intuyendo la manera de ser de Ro con respecto a las muestras afectivas en público, Paula soltó su mano y se la secó en el pantalón de lino, pues le había empezado a sudar. Un grupo de chicas se quedó mirándolas con las cejas levantadas, por lo que la escritora no tuvo dudas: ellas eran su pesadilla de esa noche.
Ro le colocó la mano en la espalda baja para empujarla hacia la mesa, en la que quedaban dos huecos juntos para ellas. Paula, al sentir su contacto cálido y cercano, se relajó un poco. La había tocado delante de sus amigas, eso era todo un hito.
—No, no, tú ponte en la otra silla —le iba susurrando a medida que se acercaban, cambiándose de lado en el trayecto—. Ya me pongo yo al lado de Elvira. Es la peor de todas.
—Tiene cara de estar divirtiéndose. —Una gota de sudor, literal y metafórica, corría sien abajo por su cara de estupor.
—Se divierte a nuestra costa, así que mantente alejada de ella, no quiero que te pongas a hiperventilar.
—Benditos los ojos que te ven, tía —saludó Elvira, levantándose en su sitio para saludar a las recién llegadas. La escritora le había parecido altísima, por lo que se vio en la necesidad de intentar igualar el asunto, sin conseguirlo—. Tía dos. —Le tendió la mano a Paula y esta se la estrechó con un tembleque infausto y un poco más de fuerza de la que pretendía.
—Encantada, amiga uno.
—Me está vacilando. Me gusta. —Sonrió Elvira en dirección a Ro, que asintió, complacida—. Me llamo Elvira y seré tu preferida.
—Ya lo eres. —Soltó una risa profunda y la miró con intensidad—. Encantada, Elvira, yo me llamo Paula.
—Sí, ya lo sé, estoy familiarizada con tu obra.
—No sé si eso es bueno o malo.
—Buenísimo, aunque no sé lo que te durará. —Con un gesto, señaló a su amiga, que reía histriónicamente con las otras dos.
—Ya, yo tampoco lo sé, pero aquí estamos. —Se mordisqueó los labios, sin saber muy bien dónde mirar.
—Déjala en paz. —Paula se vio sostenida por Ro, que volteó su cuerpo para que dejara de hablar con Elvira—. Y tú, no le hagas ni caso. Le gusta ver el mundo arder.
—Pues yo me prendo con facilidad. —Se inclinó hacia ella para hablarle al oído.
—Paula, por favor te lo pido, no es el momento. Y ponte recta, joder, que si te agachas más te voy a ver el útero y ya tengo suficiente con la camisa.
—Fuiste tú la que querías que la trajera.
—Qué feo está recordarle a una sus errores. —Negó con disgusto y se volteó hacia otra de sus amigas—. Esta es Sara, mi amiga más antigua.
—Y la más guapa. —Estiró la mano y Paula se la estrechó—. Encantada.
—Igualmente. Yo soy Paula.
—Lo sabemos.
—Y esta es Clara. Clara, Paula.
—Ya, si sé cómo se llama —dijo la rubia también.
—Vale, chicas, ya habéis dejado claro que os he hablado de ella, podéis descansar, soldadas.
—Qué risa —iba Paula diciendo entre dientes mientras se sentaba.
—Disfruta mientras puedas porque, cuando te cojan un poco de confianza, todas estas gracias van a ir dirigidas a ti. Lidia con eso.
—Pues presta atención, no sea que te lo pierdas.
Pidieron una ronda y se incorporaron a la conversación sobre decoración de interiores que estaba teniendo lugar antes de que llegaran. Paula, en principio callada, no pudo evitar intervenir alguna que otra vez, pues era un tema que realmente le apasionaba, y el hecho de haber ayudado a su abuela en numerosas ocasiones a cambiar el aire de muchas de las habitaciones y salones de la mansión le había dado una experiencia que le estaba viniendo muy bien para integrarse.
—Bueno, escritora, cuéntanos —comenzó Sara con el tema que todas estaban deseando sacar—, ¿cómo conociste a Ro?
—Ya lo sabéis —interrumpió la aludida.
—Chist —la silenció Elvira—. Ya sabemos tu versión, ahora queremos conocer la suya.
—Yo también quiero saber cómo dice ella que me conoció.
Las cuatro se miraron entre risas, negando con la cabeza, y Paula se sintió diminuta de repente. Ya se imaginaba cómo había sido esa conversación, y ella, que nunca se avergonzaba de su manera soñadora de ser, se recompuso como pudo y se preparó para lo que tuviera que escuchar.
—Bueno, obviando la parte de que soy la loca del hacha. Esa parte me la repite muy a menudo.
Ese último comentario de Paula hizo que toda la mesa estallara en carcajadas que llevaban un rato intentando evitar. Se dieron aire con la mano y la miraron con cariño. No con compasión, y eso le gustó.
—Pues, más o menos, ese es un buen resumen.
—Quiero los detalles sórdidos.
—Pau. —Llamó su atención Ro, dándole un apretón en la pierna.
—No va a ser nada que no me hayan dicho antes —le dijo en privado.
—Ay —suspiró y asintió, dando vía libre a sus amigas a que desplegaran todo su arsenal.
—A mí lo primero que me dijo fue que no sabía si ponerte una orden de alejamiento o de acercamiento —rompió el hielo Sara, llevándose la copa de vino a la boca para ocultar la sonrisa.
—¡Pero qué mentirosa! Pau, ni caso, solo le dije lo de la orden de alejamiento.
—Vaya, eso me deja mucho más tranquila.
—A ver, siendo técnicas no me dijo exactamente eso, pero fue la conclusión que saqué de su lenguaje no verbal.
—Me gustan tus amigas. —Sonrió Paula más calmada, inclinándose sobre la mesa para prestarles toda su atención y dejar de pensar en la mano que Ro había dejado como si nada sobre su muslo.
—Tú, de momento, vas bien —dio el visto bueno Clara, levantando la copa en su dirección, gesto que ella imitó.
—¿Y qué más… qué más dijo sobre mí? —Tuvo que aclararse la voz a mitad de frase para deshacer el gallo terrible que le acababa de traicionar.
—Que eres rara adorable.
—Radorable —concluyó Paula, consiguiendo que todas se echaran a reír de nuevo. Miró a Ro con lucecitas en los ojos, orgullosa de su propia desenvoltura.
—¡Y sigue haciendo puntos la escritora! —Elvira le chocó los cinco y, tras ese gesto de hermanamiento, volvió a ponerse seria—. Pero también le has dicho que lo que sientes por ella es real. ¿Qué tienes que decir sobre eso?
—¿Qué parte es la que no entiendes?
—Que os conocéis desde hace dos semanas.
—Hay cosas que, simplemente, se saben —dijo con tanta convicción que las cuatro, incluida Ro, se la quedaron mirando, embobadas.
—Pero estamos en el siglo XXI.
—¿Y qué? A veces sientes una conexión brutal hacia alguien, que no tiene ningún tipo de lógica, y no por eso desaparece. Solo que la mayoría de la gente no se atreve a decirlo en voz alta, y mucho menos a la otra persona, porque es de loca del hacha.
Un silencio a plomo y miradas de reojo. ¿Qué le contestas a una persona que te habla con una seguridad tal que casi es capaz de convencerte de su punto?
—Turbio —fue Elvira la que partió aquel mutismo.
—¿A cuántas chicas, o chicos, has dejado escapar por no atreverte a decirles que te atraían de una manera sobrenatural? —Paula olió sangre al ver la duda en los ojos de la chica y se lanzó como un tiburón hambriento.
—Chicas, por favor, no me ofendas. Y… bueno, no estábamos hablando de eso.
—¿A cuántas?
—Pues… No sé, dos o tres.
—¿Te acuerdas de sus nombres?
—Sí, claro. —Se marchó su mente hacia sus recuerdos de esas mujeres.
—Porque fue una espinita que se te quedó clavada. Yo no tengo de eso —finalizó con simpleza y un encogimiento de hombros.
—Porque no tienes miedo al ridículo, pero los seres humanos normales y corrientes, sí.
—Bueno, al menos yo duermo tranquila por las noches pensando que, por mi parte, no me he quedado con la duda.
Faltó que pasara bajo la mesa un matojo rodante. Ro había detenido el ir y venir de su mano sobre el pantalón de Paula, impactada por su férrea defensa hacia lo que con tanto ahínco creía. Fue de su equipo, durante los escasos segundos de silencio que continuaron a su exposición, fue una más de su equipo.
—Mamarrachadas. —Negó con la cabeza, volviendo a su estado ácido habitual—. Tú le dices eso a una pobre camarera que acabas de conocer y sale corriendo.
—Pero aquí estoy, conociendo a sus amigas. —Paladeó, con esas palabras, el dulce sabor de la victoria.
—¡BOOOOOOOOM! —Jaleó Elvira, haciendo aspavientos con las manos—. La escritora excéntrica te ha noqueado, amiga. No te preocupes, no pasa nada, nos ha dejado con el culo al aire a todas. —Le pasó un brazo por los hombros y volvió a dirigirse a Paula—. Sigues siendo un bicho raro y todavía no sé qué pensar de ti, pero hablas muy bien. Serías capaz de convencerme de mi heterosexualidad si te lo propusieras.
—Uy, eso sí que no. —Se carcajeó Sara, llevando la conversación por otros lares.
Ro se quedó mirando a Paula como si fuera la primera vez que la veía, como si, de golpe, todas sus intensidades y rarezas tuvieran un punto de coherencia. No quedarse con la duda de las cosas… Ella era la primera defensora de esa manera de vivir, pero jamás había trasladado esa filosofía al ámbito romántico, pues jamás había tenido la necesidad de hacerlo en un tema que nunca le había golpeado de lleno. No conocía el amor, ese tipo de amor, ni creía que estuviera hecho para ella, pero, de estarlo, tenía claro que su manera de afrontarlo sería la misma que la de su escritora.
Paula no tardó en mimetizarse con el grupo, participando tímidamente de las mofas conjuntas hacia Ro. Aprendió mucho de ella esa noche, como que jamás le había durado una relación más de un mes, que tenía alergia al compromiso y que le gustaba el helado de menta. Quizá, a priori, no se pareciera demasiado a la chica de sus sueños, pero sus caricias por debajo de la mesa y las sonrisas de complicidad la envolvían en una neblina en la que, fácilmente, podría confundirla con ella.
—Te voy notando ya más relajadita, ¿no? —le dijo bajito, aprovechando que sus amigas se habían enfrascado en una conversación paralela.
—Es el vino. Y tu mano en mi pierna. Me vas a hacer un surco en el pantalón.
—¿Te molesta?
—No, pero me pongo nerviosa cuando se te va la pinza y subes más de lo que deberías.
—No quiero desgastar solo la parte de la rodilla, Pau. Me gusta repartir mis atenciones equitativamente.
—Eres una comunista de caricias.
—Así soy. —Le guiñó un ojo y se mordió el labio por dentro para retener su sonrisa.
—Te encanta verme cómoda con tus amigas, ¿verdad?
—No me imaginaba que me fuera a gustar tanto. Pensaba que iban a espantarte cuando empezaran a meterse contigo, pero te las has metido en el bolsillo con cuatro frases intensas de las que vienen en los azucarillos.
—En los azucarillos que te debo, ¿no?
—Los mismos. —Apoyó el codo en la mesa y la cara en su mano, aproximándose más a la chica que parecía tener un imán nuclear que solo le afectaba a ella.
—Vaya, me he metido a todo el mundo en el bolsillo menos a la chica que más me interesaba.
—¿Quién te dice que no lo hayas conseguido?
—¿Te convence mi discurso, acaso?
—Para nada. —Se le escapó una sonrisa socarrona.
—Lo que yo decía. —Descendió la mano para posarla sobre la de Ro, que se había quedado detenida al tener toda su atención puesta en los puntales de su mirada, y la invitó a que siguiera con sus recorridos aleatorios.
—Aunque tengo que reconocer que, por un momento, te he comprendido.
—¿Y qué has comprendido?
—Por qué me atraes tanto. No nos parecemos en nada, pero eres justo como yo sería en la única cosa en la que no soy de ninguna manera porque nunca me he interesado por la tontería esa del amor.
—Tenemos una unidad de coincidencia. Celebremos. —Alzó su copa y Ro la chocó con su tercio—. Aunque puede que tengamos alguna más.
—Ilumíname.
—A las dos nos gusta mi camisa.
—Ya te he dicho que no es tu camisa lo que me gusta.
—A mí tampoco. Es la manera en la que me miras cuando la llevo puesta.
—¿Crees que te gustará mi manera de mirarte cuando la vea en el suelo de mi habitación?
—Creo que me encantará.
Ro tragó saliva. Paula sabía utilizar las palabras, los tonos y las pausas. Eso había quedado más que demostrado. Pero haberla llevado al terreno húmedo y resbaladizo de lo que sucede por debajo del ombligo le había hecho crecer aún más su curiosidad. ¿Cómo sería Paula en horizontal? ¿Qué cosas le diría? ¿De qué manera la miraría? ¿Cómo utilizaría esos labios repletos al sur de su barbilla?
Por el rabillo del ojo, vio cómo sus amigas se levantaban y le decían algo que ella no entendió, pero a lo que asintió mecánicamente. Todo sucedía a su alrededor a cámara lenta. Paula la tomó de la mano para seguir al grupo, que se movía acera adelante y, cuando fue a soltarla, Ro se lo impidió. No como un gesto romántico, ni mucho menos, sino por una necesidad acuciante de ser dirigida, pues sus sentidos parecían haberse quedado atrapados en un momento que ni siquiera había sucedido todavía.
Cuando quiso darse cuenta, estaba rodeada de luces y flashes que la tenían totalmente deslumbrada. ¿O era Paula la que brillaba? La música taponaba cualquier otro sonido y, por suerte, sus acalorados pensamientos.
Estaban en un garito de ambiente y las chicas se movían a su alrededor al ritmo de la música. Como una autómata, Ro siguió al grupo hasta la barra para pedir unas copas, como casi cada sábado, solo que esta vez iba también acompañada de su escritora desconcertante. Nunca se la hubiera imaginado bailando, pero lo cierto era que manejaba su estructura imponente con mucha soltura.
—¿Desde cuándo bailas así? —le preguntó, aún perpleja por todos los acontecimientos de la noche.
—Desde siempre. No soy una pija estirada, Ro. Me has prejuzgado.
—Dime la verdad, hacías ballet de pequeña, ¿verdad?
—¿Qué? —Se hizo la sueca, elevando la voz—. ¡No te oigo! ¡La música está muy alta!
—¡Que si hacías ballet!
—¡Uy, nada, imposible escucharte! —Frunció la cara como molesta por el ruido, y puede que Ro no se las supiera todas, pero sí la mayoría, por lo que se aproximó a ella, le tiró del cuello de la camisa y acercó la boca a su oreja.
—Te preguntaba si habías ido a clases de ballet alguna vez.
—Eh… Sí… Sí, de niña —dijo como pudo, incapaz de sustraerse al roce innecesario de sus labios.
—Estaba claro.
La soltó y se dispuso a hacer su parte, pues, aunque ella nunca había podido permitirse ir a clases de prácticamente nada, era una mujer que tenía más noches que el camión de la basura y se movía como pez en el agua a través de los ritmos urbanos que sonaban en todos los bares del planeta.
Le dio la espalda a Paula, esperando que aceptara su invitación implícita, pero esta, respetuosa hasta el límite del absurdo, más aún teniendo en cuenta el juego que se habían traído toda la noche por debajo de la mesa con sus manos y por encima de ella con sus palabras, mantuvo la distancia de seguridad. Ro no se acobardó y dio los dos pasos que la separaban de la escritora, incrustándose en su cuerpo como si hubiera estado allí siempre esperando por ella.
Contoneó las caderas contra Paula, que deslizó la mano que no sostenía la copa por su cintura para acompasarse a sus movimientos. Ro giró la cara, sorprendida por su atrevimiento, y no se esperó tener su rostro tan pegado al suyo. La llamó su boca como tantas veces, tan rebosada de carne, tan rosada de ganas, tan repleta de confianza. Se sabía en su ambiente la escritora, en ese juego previo de lo que no se dice, pero está sobre la mesa. Ro elevó una mano y la pasó por su nuca, tanteando el límite en el que sabía que ella tenía las de ganar. Y así fue.
Con un movimiento maestro, Paula giró el cuerpo para tenerla frente a ella y escapar de lo que le provocaba la postura anterior. Dio un trago a su gin-tonic para aligerar la sequedad de su garganta y, una vez repuesta, volvió a aproximarse al cuerpo de Ro, que estaba llamándola a gritos.
—No hagas eso —le reprochó tras apartarle el pelo del hombro para alcanzar su oído.
—¿El qué?
—Provocarme.
—Es imposible provocarte, Pau, y mira que lo llevo intentando toda la noche.
—¿No se suponía que querías ir despacio porque estoy malita de la cabeza?
—Tu cabeza está malita, pero también es fascinante, y a mí me excitan más los cerebros que los culos.
—¿Y el mío te excita? —ronroneó, ondulándose a su alrededor, como una torturadora que sabe muy bien dónde y cómo apretar.
—Me excitan ambos. —El labio entre sus dientes y el autocontrol de Paula en el otro extremo del universo.
—Si no te gustan las muestras de afecto en público, te aconsejo que nos vayamos de aquí.
—¿Por qué? —le espetó con chulería, tensando la cuerda.
—Porque estoy a media frase insinuante más de comerte la boca delante de tus amigas.
—Eso sería terrible —dijo, con el pecho arriba y abajo por la respiración atragantada, más deseosa que asustada.
—Imperdonable.
—Deja de hablarme en ese tono —le pidió Ro, suplicante.
—¿Cómo? —Ya ni siquiera se movían, clavadas a la tierra para no perder el equilibrio.
—Como si me estuvieras follando con las palabras.
Paula se bebió lo que le quedaba de copa de un trago, le echó a Ro una mirada que no admitía réplica y se dirigió a sus amigas para despedirse.
—Bueno, chicas, nosotras nos vamos a marchar.
—¿Ya?
—Sí. La loca del hacha tiene que cavar un hoyo en el suelo para enterrar el cadáver de vuestra amiga.
—Ah, que ahora se llama así. —Se reía Elvira, bebiendo por la pajita de su copa.
—Me ha encantado conoceros. ¿Nos vemos pronto?
—Estás dentro de este grupo, escritorita. —Le guiñó un ojo Sara y le dio un apretón en el hombro.
—No me llames escritorita, que eso es cosa de Ro.
—Usted me perdone. El finde que viene habíamos pensado hacer una escapada al campo, si te apuntas…
—A ver qué opina la camarerita, no quiero invadir todos los aspectos de su vida.
—Sigues sumando puntos, tía. —Elvira hizo un asentimiento de respeto hacia ella—. Si no estuvieras tan loca del coño, se la robaba a la Ro.
—Repítelo muchas veces sin trabarte.
—Se la robaba a Ro, se la robaba a Ro, se la robaba a Ro…
—Bueno, ha entrado en bucle. —Sonrió Paula hacia las otras dos, con su elegancia habitual—. Nos vemos pronto, espero.
—Lo mismo digo. Eres una tía chachi.
—Vosotras también. ¡Hasta otra!
Les dio sendos besos a las tres chicas, se dio la vuelta, cambiando su sonrisa encantadora por el rostro de matar, tomó a Ro de la mano y salió con ella al aire fresco de la noche.
—No me esperaba esta rudeza en una chica tan bien educada.
—Una puede ser muchas personas a la vez.
—¿Ves? Me dices esas cosas y…
—¿Y qué?
—Que mi casa está más cerca.
Carraspeó y echó a caminar con aire molesto. No le gustaba, en realidad, aquel poder que Paula parecía tener sobre ella, esa manera suya de convertirse a su antojo en alguien irresistible para su pobre cuerpo. Tuvieron que detenerse en un paso de cebra y Paula, viendo su ceño fruncido, tiró de su barbilla para que la mirara.
—No tenemos que hacer nada que no quieras, Ro. Esta noche puede terminar con un beso en tu portal.
—O sin beso —refunfuñó con ironía, como si aquello no estuviera siquiera dentro de lo posible.
—O sin beso. —Asintió, sonriéndole para que quitara esa mueca enfurruñada—. ¿Por qué estás enfadada?
—No estoy enfadada, es que te detesto cuando no puedo resistirme a ti.
—¿Y por qué te ibas a resistir?
—Porque puedo. Pero no puedo, y eso no me gusta.
—Sí puedes. Yo paro un taxi y tú vuelves con tus amigas.
—Ni de coña.
Se abalanzó sobre su boca para dejar de luchar contra lo que se escapaba a su entendimiento y Paula la recogió entre sus brazos como si supiera que necesitaba más un anclaje al suelo que una liberación de sus instintos. Paula era sólida, la piedra última que queda en pie tras un desastre natural, que se mantenía firme, aunque ella misma también hubiera sufrido el oleaje y la erosión del viento. Y Ro lo sabía. No entendía por qué, pero lo sabía.
Trastabillaron entre besos y caricias superfluas hasta el portal de la camarera, que ciertamente estaba unas manzanas más allá de donde habían pasado el principio de la noche. Abrió como pudo, entre besos en la nuca de una escritora que de santa no tenía ni un pelo. Llamaron al ascensor a tientas, deseando para sí un par de extremidades más cada una para abarcar toda la carne que estaban desesperadas por tomar como suya.
Entraron en el apartamento a oscuras, pues la luz que entraba por el balcón creaba una penumbra perfecta para mantener el ambiente íntimo y un poco tímido de la primera vez en la que una le entrega a otra persona todo lo que se puede tocar y un poco de lo que no. Paula fue dirigida por el pasillo hacia la habitación de la camarera sin dejar que sus labios descansaran ni un momento en una batalla feroz en la que no había vencedores ni vencidos.
Se detuvieron a los pies de la cama y la escritora colocó los mechones despeinados de Ro tras sus orejas para contemplar, en la medida de lo posible, su rostro todo. Brillaban sus ojos acuosos en la oscuridad y una sonrisa temblaba de deseo y de temor. Paula quiso saber qué era exactamente lo que le daba miedo a una aventurera como Ro, pero, al no tener muy clara la respuesta, prefirió no saberlo. No tenía ella tanta seguridad como para que sirviera para las dos.
Se inclinó y dejó un beso en su mejilla al que la camarera respondió dejando caer la cabeza contra sus labios, dándose un respiro de la vida superficial que solía llevar y dejando que Paula la condujera por aquel páramo neblinoso en el que los animales mitológicos y la magia campaban a sus anchas.
Paula llevó las manos a su propia camisa y empezó a desabrochar botones sin apartar los ojos de los de ella, que no era capaz casi de respirar, embotado su cerebro por aquella gelatina que parecía estar envolviendo sus cuerpos. Temblaban sus manos más que las de la escritora, en un cambio de papeles que ninguna se hubiera imaginado. Paula se movía con ligereza en aquellos lodazales impregnados de una tensión que nada tiene que ver con la sexual, en la que todo cuenta, pero en lo que nada importa, solo lo que sucede dentro del perímetro de sus cuerpos.
Ro se pegó más a ella, dificultándole el trabajo de deshacerse de esa camisa que las había llevado justo hasta ese momento, como pobre excusa para llevar a cabo lo que ambas llevaban tiempo deseando. Necesitaba su contacto, un calmante para su piel, que estaba a punto de estallar con esa tensión insoportable que tiene el si antes de descansar en el do.
—¿Ves? Sabía que me gustaría tu manera de mirarme cuando esta camisa estuviera en el suelo de tu habitación —susurró Paula, un poco cohibida por su semidesnudez, dejando la prenda caer a sus pies.
—¿Y qué más sabías? —Le tembló su voz y las pupilas, llenas de Paula.
—Que eres suave. —Acarició con los labios su hombro al descubierto—. Y que ibas a arder. —Cambió los labios por la lengua al subir por la base de su cuello.
—Desnúdame.
Paula se incorporó de nuevo en su altura y le concedió ese deseo del mismo modo que pensaba concederle todos a lo largo de su vida, si ella se lo permitía. Le sacó el jersey fino por la cabeza, encontrándose un sujetador deportivo que le dejó claro que no tenía ningún tipo de intención de invitarla a su casa aquella noche, o quizá Ro no le prestaba atención a esas cosas, quién sabía. Se pegó a su torso para ver el contraste de su encaje con su licra, de su piel tostada por el jardín de las delicias de su mansión encantada con la blancura de la de la camarera.
Se deshizo de las prendas con parsimonia, sintiéndose observada por Ro, que había tomado una actitud más bien pasiva, obnubilada por los movimientos sensuales de sus manos y los besos de nada que iba dejando por la carne que iba quedando al descubierto.
Se agachó la escritora para deshacerse de sus vaqueros, repasando el contorno de sus potentes piernas con la yema de los dedos. Besó sus muslos con devoción, sin creerse aún estar viviendo aquello que tan lejano le parecía apenas una semana atrás. Ro enredó los dedos en su pelo y la vio, desde su altura, delinear con la humedad de su boca el tatuaje que allí tenía. Tiró de ella hacia arriba, ansiosa por zambullirse en la calma de su boca experta, que conseguía acelerarla y frenarla cuando le venía en gana. Y ella no estaba dispuesta más que a dejarse llevar.
—También sabía que eras una mandona —ronroneó, jugando con su paciencia al acercarse y alejarse de su boca sin permitirle tomarla.
—Te lo estoy dejando todo a ti, para que te confíes.
—¿Sabes una cosa que no sabía? —Le besó la mandíbula y fue empujándola hacia la cama.
—¿El qué? —Apenas le salió un hilo de voz antes de dejarse caer de espaldas contra el colchón, con Paula trepando por su cuerpo como la pantera que nunca le había parecido que fuera.
—Que mi cerebro iba a ponerte así. —Introdujo una mano dentro de sus bragas y sus dedos resbalaron por todas las ganas que tenía Ro acumuladas.
—Joder…
Gimió sin remedio, con los ojos cerrados y los brazos abiertos, sosteniéndose a duras penas en las sábanas, en su pelo, colgándose de su cuello para tener la mayor cantidad de piel posible pegada a la de ella. Le mostró sus ojos con inocencia, con cierta ingenuidad, como si a través de ellos pudiera dejarle ver que era la primera vez que alguien tocaba su cuerpo, no como si fuera suyo por unos minutos, o unas horas, sino como si fuese un préstamo precioso de algo tan valioso que una no quiere arriesgarse a romper.
Paula la tocaba con precisión, pero con mimo, se bebía todos sus jadeos y la miraba como si fuera lo más hermoso que hubiera visto alguna vez. Ro se sintió la mujer más especial del planeta y creyó morir cuando su actitud cuidadosa se volvió más demandante al entrar sus dedos en ella.
Un halo de luz abrió su pecho de lado a lado con la primera estocada, elevando su espalda del colchón, sintiendo los dedos de Paula llevarla a un lugar lleno de estrellas y cometas de colores. Descendió de nuevo a la Tierra para quedarse sostenida en la mirada de Paula, que parecía tan emocionada que temió que se pusiera a llorar. Sin embargo, esta continuó con su bombeo implacable, con sus mordidas de hambre, con sus besos de agua.
—Más… más fuerte, Pau —le pidió, amarrados los brazos a su cuello y los ojos a los de ella.
—¿Así? —Aceleró, se mordió el labio por no comérsela y se separó apenas dos centímetros de su rostro para poder ver en primera fila el rugido del orgasmo que estaba por llegar.
—¡Sí!
Un silencio ensordecedor, el mismo que sucede en el ojo de un huracán antes de que este arrase con todo, una tensión terrible, una nota aguda que suena hasta el momento en el que, de repente, todo estalla. Y se rompe el cristal que vibraba histérico y brillan las esquirlas alrededor de dos nudos de carne unidos por algo más que los temblores provocados por uno y regalados por el otro.
Ro la miró como se miran las cosas que una cree imposibles, con menos sexo que emoción y un poso calmado en su alma en estado de ebullición. La miró como Paula siempre la miraba ella, y entendió de golpe aquella manera suya de observarla, pues no fue solo su rostro lo que reflejaban sus pupilas, sino algo que nunca había creído que se pudiera apreciar a simple vista.
Paula tragó saliva, terminando de asimilar lo que acababa de suceder. Su Teseo en casa y su casa donde ella estuviera.
Eh madre mia cristo bendito señor ten piedad.
Pd: AMO A PAULA
Yo tb me llamo Paula y me resulta súper difícil no verme como la protagonista. Ahora solo me falta encontrar una Ro en mi vida jajajaj
Me ha encantado el capítulo de hoy 🙂
😍😍 ahora como se espera al próximo capítulo?? Este par me encanta 💗
Uff que capitulito. Los intercambios que tienen son dignos de un chef kiss. Cada vez me atrapan más.
la conexión se palpa desde acá, lo que me preocupa es que Ro se llegue a asustar por la intensidad de sentimientos y lastime a Pau
Estoy enamorada de esta historia ❤️
Quiero mucho a Paula. Que capitulito, que ca-pi-tu-lo.
Qué capitulazo!! Me encanta
Auxílioooooo
Ayudaaaaaa
Heeeeeelp
Quiero decir que este capítulo me encanta bueno como todo lo que escribe Cris. Aún sigo siendo team Paula.
Uuuffff, qué manera de escribir por diorrtr
Capitulazo! me ha encantado.
Me encanta la historia. Me encanta cómo la cuentas.
Cristina me encanta como escribes, quiero más de esta historia.
Ay, maravillooosaaa!! NO puedo parar de leer!!