L. Farinelli
Nació en Venezuela; a los once años se aficionó a la lectura gracias a Casas muertas, su libro favorito. Cuando comenzó a escribir Tus ojos míos, su primera novela, no tenía la intención de que viera luz, pero la autopublicó en el año 2016 y el buen recibimiento la animó a continuar escribiendo. Como aficionada al género de la novela negra, mezcla el romance con algunos toques de misterio e investigación que pretenden darle diversidad a la temática LGBT, en especial en la literatura latinoamericana. En la actualidad tiene un total de nueve títulos autopublicados.
Sinopsis
Kay Riske es una detective que cuatro años atrás, junto a su compañero, enfrentó a un asesino en serie apodado Escalpelo; Chris Sock es el hombre que las evidencias señalaron y por eso paga condena. De pronto, en la ciudad aparece el cuerpo de una mujer asesinada siguiendo el método de Escalpelo. La escena del crimen también es similar a la de años atrás. El desconcierto deja a los detectives sin saber por dónde comenzar.
«Escalpelo» obtuvo mención especial del jurado del I Premio Misteria.
CONTIENE VILOLENCIA EXPLÍCITA HACIA MUJERES
—¿Por qué creen que se trata de Escalpelo? —le preguntó Kay a Sam Broderick, su compañero, cuando lo alcanzó y se encaminaron hacia la casa que ahora, comenzando la noche, era iluminada por las luces rojas y azules de las patrullas del Departamento de Policía de Richmond. —La escena es exactamente igual —respondió él con un tono que denotaba tensión. Ambos se abrieron paso entre los curiosos que ya comenzaban a ser multitud, pero eran limitados por la cinta amarilla que demarcaba la escena de un crimen. Un patrullero levantó la cinta para que los detectives pasaran sin detenerse. —Gracias —le dijo la detective al pasar junto al patrullero—. ¿Murillo ya está aquí? —le preguntó de nuevo a su compañero. Subieron los tres escalones que daban acceso al portal de la casa. —Sí. La forense también; hace más de una hora que está en la escena — respondió justo cuando su compañera se detuvo antes de entrar a la casa. —Que tomen fotos de todos los que están alrededor de la casa. —Estamos en ello. Supuse que lo pedirías —dijo guiñándole un ojo, pero sin un atisbo de complicidad como solía ser cuando manejaban otros casos. Kay tampoco sonrió en esta ocasión ante su guiño; si ciertamente se trataba de Escalpelo, las cosas se pondrían feas, pues apenas cuatro meses atrás habían procesado y condenado a Chris Sock por el caso. Finalmente ambos entraron a la casa; ella tomó un par de guantes de látex de un mueble que estaba cerca de la puerta. Su compañero la imitó. Avanzaron observando la estancia de la sala mientras enfundaban sus manos en el látex. —¿Revisaste todas las entradas? —le preguntó ella una vez más. —Sí. Aunque sé que querrás hacerlo también —Kay no dijo nada, solo siguió avanzando mirando todo a su alrededor—. Hay cuatro puertas —le explicó—, la de la entrada, una posterior, una lateral que da acceso al sótano y una última que conecta a este con la casa. Cuatro ventanas también. La casa era la típica edificación americana construida en madera, con una amplia sala de estar que lucía una decoración también común con sofás de color beige y algunos muebles de caoba sobre los cuales había varias fotografías; a un lateral de la sala estaba la escalera que conducía al piso superior. Seguía una división que daba a la cocina a la que Kay solo le echó un rápido vistazo y siguió por un pasillo en el que había una puerta al fondo. Ella sacó una diminuta linterna del bolsillo interno de la chaqueta que llevaba puesta, la encendió y se inclinó para estudiar la cerradura unos segundos en busca de algún rasguño o marca que indicara que había sido forzada, pero no encontró nada. Solo vio rastros del polvo reactive que aplicó algún técnico forense en busca de huellas digitales u otro elemento que pudiera ser importante para la investigación. —Nada —murmuró a su compañero, que la seguía en silencio. Finalmente abrió la puerta que daba al patio de la casa y volvió a revisar la cerradura, pero por el lado de externo. Afuera estaba oscuro; Kay solo pudo alcanzar a ver las sombras de una arbolada al fondo del terreno. —La puerta del sótano está bajo la escalera —le informó Broderick. Kay cerró la puerta y acompañó a Broderick deshaciendo el camino recorrido por el pasillo. Él le señaló la puerta del sótano y ella siguió el mismo procedimiento de estudiar la cerradura. Después se adentró en el lugar bajando un pequeño tramo de escalones. Abajo estaba un poco oscuro; con la linterna pudo ver que en el lugar solo había unas cuantas latas de pintura acumuladas en un rincón y algunas herramientas colgadas en la pared. Siguió avanzando hacia la puerta que daba también fuera de la casa, por el lateral. Broderick vio a su compañera una vez más inspeccionar las cerraduras por dentro y por fuera con su minuciosidad de siempre. —¿Crees que la forense haya terminado ya? —le preguntó sin mirarlo cuando cerraba la puerta. Él estaba parado al pie de los escalones con los brazos detrás de la espalda como solía hacer cuando pensaba en algo. —Sabes que Sara se toma su tiempo —respondió escuetamente. —¿En qué piensas? —le preguntó clavando esta vez sus ojos azules en los marrones de Broderick. —En que si se trata de Escalpelo, estamos jodidos. —Tiene que ser un imitador. —O un hombre inocente está tras las rejas. La posibilidad retumbó en el interior de Kay Riske. No podía ser, habían utilizado todos los recursos a su alcance para demostrar sin lugar a dudas que Chris Sock fue el hombre que le arrebató la vida a ocho mujeres a lo largo de cuatro años. Todas las evidencias apuntaban a él, incluso la diminuta muestra de piel que se encontró en su última víctima tenía una coincidencia del 80%, fue la prueba más contundente contra él. Sam Broderick vio a su compañera perderse en sus pensamientos mientras consideraba la posibilidad. Para quienes conocían por primera vez a Kay les era difícil imaginarse que fuera detective, pues en realidad parecía una modelo. Si bien no era tan alta, media tan solo 1,69 m, lo que la hacía destacar era su figura estilizada y rasgos delicados. Su rostro estaba enmarcado por un cabello completamente rubio con leves ondas que no permitía considerarlo del todo liso; en ese momento lo llevaba corto hasta los hombros. Las finas cejas eran el marco perfecto para sus oscuros ojos azules. Su nariz, con una línea suave y recta hasta la punta donde se redondeaba ligeramente, terminaba en una delicada curva hacia afuera, lo que le daba un aire de irreverencia. Sus labios eran delgados y el mentón puntiagudo. —Teníamos evidencias contra él, no olvides el ADN. —No había marcadores suficientes en el ADN para una certeza del 100% —le recordó Broderick. —Pero los marcadores correspondían a él, la probabilidad estaba a nuestro favor. Tampoco pasó la prueba del polígrafo. ¿Por qué estás cuestionando el caso? —No lo hago, solo considero el nuevo escenario que tenemos. —¿Verificaste que Sock continúe en su celda? —El mismo director de la prisión fue a su celda. Kay lo miró. Él estaba impasible, como siempre, frente a ella mientras ponía en duda la culpabilidad de Escalpelo y eso comenzaba a alterarla, por lo que antes de perder la paciencia prefirió irse. —Veamos qué tiene Sara —dijo poniéndose en marcha. Salieron del sótano en silencio cerrando la puerta tras de sí y continuaron subiendo las escaleras que conducían al piso superior de la casa. —La segunda puerta de la izquierda —le informó Broderick un paso antes de llegar al rellano. El corazón de Kay se aceleró al anticipar la escena que vería. En su mente se agolparon imágenes de las ocho escenas anteriores. La sangre, el horror, le provocó un escalofrío que le erizó la piel. Trató de controlar lo mejor que pudo su respiración. En cuanto giró a la izquierda pudo ver la alta figura del capitán Murillo bloqueando la puerta de la habitación que supuso que era la escena del crimen. Llevaba puesta toda la indumentaria estéril que se necesitaba para analizar una escena para no contaminarla, aun cuando él solo era un observador. El capitán se giró cuando escuchó pasos acercarse y sus ojos se encontraron con los de Kay. El rostro del hombre estaba tenso y perlado de sudor. Se adelantó a alcanzar a sus detectives. —Detectives —fue su saludo. —Capitán. El pasillo era un poco angosto, por lo que Broderick se quedó detrás de su compañera. —Todo parece indicar que se trata de Escalpelo —les informó con un tono de voz neutro. Kay contuvo el aliento y cerró los puños automáticamente. —Eso no puede ser, capitán —dijo la detective con los dientes apretados. —Se pueden visualizar dieciocho incisiones con escalpelos, ataque sexual, postura del cuerpo y las fibras de algodón de color amarillo en las fosas nasales —describió. Kay no supo cuánto tiempo pasó desde que su capitán habló hasta que la forense salió de la habitación, solo pudo ser consiente del silencio que siguió a las palabras de Murillo y de las horrendas imágenes llenas de sangre que pasaron frente a ella. —Detectives, ya pueden pasar —les indicó la forense. —¿Pudiste determinar la hora de la muerte? —le preguntó Kay de inmediato. Los ansiosos ojos azules de la detective se encontraron con los negros de la forense. —Si bien el último corte que les hace es en la yugular, la pérdida masiva de sangre juega un papel importante. Por la temperatura del cuerpo, fue asesinada entre las siete y las diez de la mañana. —Lo dices como si supieras quién cometió el asesinato —acotó Kay. La mirada de Sara se hizo intensa, pero Kay se la sostuvo con decisión. —Todos los indicios señalan que fue Escalpelo —respondió manteniéndose firme. —Escalpelo está en prisión —le rebatió. —Lo siento, detective, pero solo me guío por lo que vi en la escena. —Decir que se trata de Escalpelo es algo que no puedes asegurar y, por lo tanto, repetir. —Yo no… —Aquí todos somos profesionales —interrumpió Murillo a la forense cuando intentó defenderse—, así que nadie dice o hace nada hasta analizar las evidencias. Hubo unos segundos en los que reinó el silencio en el pasillo. —No suelo repetir lo que encuentro o concluyo de una escena —insistió en aclarar la forense mirando con los ojos encendidos por la rabia a Kay—. En cuanto terminen aquí infórmenme para retirar el cuerpo —pidió dirigiéndose al capitán y se puso en marcha de inmediato hacia las escaleras. —Sabes lo profesional que es Sara, no debiste decir eso —le dijo Broderick a su compañera con un tono precavido en cuanto la forense desapareció de su vista. —No puede asegurar que fue Escalpelo. —Ella solo se deja llevar por lo que le dicen las evidencias. Kay iba a hablar, pero de nuevo Murillo los interrumpió. —Dejemos de perder el tiempo, es hora de ponernos en marcha —dijo con autoridad. Los detectives asintieron con una expresión de tensión en sus rostros. En silencio siguieron a su capitán hacia la habitación de donde momentos antes había salido la forense. Kay respiró hondo y contuvo el aliento. La habitación era como cualquier otra; en ella había una cama amplia, a cada lado una mesa de noche y, sobre ellas, una lámpara. Lo diferente de esa habitación a la mayoría era que sobre la cama yacía el cuerpo desnudo de una mujer, cuya pálida piel gritaba que no quedaba vida en ella. Las sábanas habían dejado de ser blancas hacía mucho; tal vez se inició con una pequeña mancha cuando su asesino hizo la primera incisión. Pero el horror de aquella escena no era la sangre, ni la palidez de la piel de la mujer; mucho menos el miedo que quedó congelado en la expresión de la víctima. El horror de aquella escena era que el asesino, después de atarla a la cama, se había tomado todo el tiempo que quiso para llevar a cabo su crimen. El horror era la tortura que debió de padecer aquella mujer antes de que su vida le fuera arrancada antes de tiempo. —¿Qué piensan? —preguntó de pronto Murillo. En la habitación había reinado el silencio hasta ese momento. Broderick caminó hasta pararse a un costado de la cama. Se removió incómodo y arriesgó un vistazo a su compañera antes de hablar. —Parece una escena de Escalpelo —dijo con un tono de voz contenido. Kay lo miró, pero no dijo nada. —¿Y qué pasa con el hombre que está en prisión? —preguntó de nuevo el capitán. —Tiene que ser un imitador —alegó finalmente Kay, también moviéndose por la habitación, pero sin dejar de mirar el cuerpo. —Si es así, entonces solo debe de haber en su cuerpo los escalpelos que están a la vista. Solo dieciocho de ellos. —Escalpelo solía dejar veinte —acotó Broderick. —Precisamente. Esa información nunca se publicó en la prensa; nunca salió de la oficina del forense. Dónde dejaba los otros dos escalpelos solo lo sabemos cinco personas. Sara —enumeró Murillo con los dedos—, nosotros tres y el asesino. Esas palabras retumbaron en la mente de Kay. Esas palabras sentenciaban todo el caso. Si solo había dieciocho escalpelos, podrían centrarse en buscar a un imitador, pero si la forense hallaba veinte, entonces tendrían que considerar todo el caso de nuevo. Chris Sock siempre alegó que era inocente. ¿Sería posible?, se preguntó Kay. *** Eran casi las cuatro de la madrugada cuando Kay detuvo el coche en su lugar del estacionamiento del edificio donde vivía; a esa hora el lugar estaba desierto, parecía la ambientación para una película de suspenso en la que sucedería algo poco agradable en cualquier momento. Descendió del coche y se encaminó hacia el ascensor; estaba cansada. Había pasado la noche revisando en detalle la escena del crimen, averiguando todo sobre la víctima e interrogando a algunos vecinos que, a pesar de ser tarde, curioseaban alrededor de la casa. Kay se recostó en la pared del fondo del ascensor en cuanto las puertas comenzaron a cerrarse para llevarla a su piso. Se sentía agotada físicamente, pero mentalmente estaba exhausta. La sola idea de que aún Escalpelo estuviera libre la llevaba al borde de la paranoia. Era una locura. El leve timbre que anunciaba que había llegado a su piso la sacó de sus pensamientos. Con pesadez salió del ascensor, buscó las llaves del departamento en el bolsillo de sus jeans y abrió la puerta. La detective se sorprendió al encontrar a Sara en la cocina. Sus miradas se encontraron y Kay de inmediato buscó la tensión que podría haber por cuestionar su profesionalidad, pero Sara apartó su mirada para darse la vuelta y dejar el vaso donde tomaba agua en el fregadero. Kay cerró la puerta tras de sí y se adentró en el departamento mientras se quitaba la chaqueta y la dejaba sobre el sofá. —Hola —saludó a Sara. El apartamento era pequeño, con los muebles necesarios para que dos personas estuvieran cómodas. Había un sofá de tres puestos en un espacio que hacía de sala de estar, separada de la cocina por una barra. —Hola —respondió Sara. Kay caminó hasta la barra mientras Sara se mantuvo recostada en el fregadero ahora mirándola de frente. —¿No puedes dormir? —Acabo de llegar. Kay lo sabía, notó de inmediato que sus cabellos estaban húmedos; Sara solía ducharse en cuanto llegaba del trabajo. —Hasta ahora no hemos terminado de revisar la escena —explicó. —Lo supuse. Los ojos de Sara parecían oscurecerse más cuando había un poco de incomodidad entre ellas; y, aun así, Kay adoraba sus ojos. Solo Sara la miraba con una ternura que le confortaba el alma; solo por eso amaba a la mujer que tenía frente a sí. —Sara… —Estoy cansada —la interrumpió la morena abandonando finalmente su postura para dirigirse a la habitación—. Además, es tarde. Pero Kay la retuvo cuando pasó a su lado abrazándola por detrás. Sara se quedó muy quieta. —Sara, lo siento —le murmuró al oído. —No vamos a hablar de eso aquí. Tenemos una regla. —Lo sé, no debemos hablar de problemas del trabajo aquí, pero… Sara estaba tensa entre sus brazos, lo cual le demostraba a Kay lo que le había molestado su comentario en la escena del crimen. —Hablaremos en la oficina, ¿de acuerdo? —dijo Sara y se relajó levemente. Kay la retuvo unos segundos más y luego la soltó lentamente. Sara se giró y, aunque en su mirada aún no había comprensión, le sonrió. —Ve a ducharte, lo necesitas —le dijo. Kay sonrió y asintió—. Y debes descansar un poco. Sara la tomó de la mano y la condujo a la habitación, la llevó hasta el baño. De nuevo frente a Kay comenzó a desabotonarle la camisa bajo su atenta mirada. —Te amo —le susurró la detective. Sara apartó la vista de la camisa para mirarla. —Y yo a ti —respondió guiñándole un ojo y luego retomó su tarea de desvestirla. *** A las ocho de la mañana Kay estacionó frente al edificio de la Oficina Forense de Richmond. La detective de inmediato vio a su compañero Sam Broderick esperándola en la entrada y hacia allá se dirigió después de descender del coche. Él tomaba café de un vaso desechable y tenía un segundo en la otra mano. —¿Quieres envenenarme? —le preguntó cuando Sam le ofreció el vaso. Ella lo ignoró. —¡Oye!, no me dejes solo en este lento suicidio —le pidió yendo tras ella. —No voy a tomar eso después de probar el café de Sara, ya te lo he dicho. Cruzaron la puerta acristalada del edificio que se abrió para ellos. Sam lanzó el vaso ignorado en el primer bote de basura que encontró. Ambos se detuvieron a hacer la identificación necesaria para acceder a las oficinas. A continuación, siguieron hacia el ascensor. —¿Sara te adelantó algo? —preguntó Sam cuando las puertas del aparato se abrían y ellos entraron. —No. —De verdad no sé cómo lo hacen. —El trabajo lo dejamos en su lugar, así de simple. Sam solo gruñó en respuesta, lo que hizo sonreír a Kay. Al salir se dirigieron hacia la cámara frigorífica por los largos pasillos de blancas paredes y pisos relucientes del edificio. Al llegar a la puerta de la cámara, Sam tocó; tras unos segundos, se escuchó el sonido que indicaba que la puerta había sido abierta. El detective la empujó y permitió que Kay entrara primero. El frío del lugar los golpeó de inmediato. —Nunca voy a acostumbrarme a esto —murmuró Sam. Caminaron hacia el fondo donde se hallaba Sara frente a una cama portátil en la que yacía el cuerpo de Leslie Harrison, la nueva supuesta víctima de Escalpelo. —Bueno días, Sara —saludó Sam. —Hola, Sam. —Le dedicó una sonrisa—. Me mantuvieron trabajando casi toda la noche —se quejó. —Y Murillo a nosotros —comentó Sam torciendo la boca, lo que hizo sonreír a la forense. —Dinos qué hay —le pidió Kay con un tono suave, pero tenso. Sara la miró y luego retiró la sábana blanca que cubría el cuerpo. A Kay nunca dejaba de estremecerle la incisión en Y que era necesaria para realizarle la autopsia a una persona. —Recibió un corte a cada lado del cuello —comenzó a explicar, mientras señalaba cada corte. —¿Qué fue primero? —preguntó Sam. —La incisión en la tráquea, eso evitó que gritara. Estaba atada, hay marcas en las muñecas y tobillos, por eso no pudo luchar. A continuación, Sara fue explicándoles con frialdad la macabra secuencia de incisiones. Cuando terminó se hizo el silencio durante unos segundos. —¿Fue drogada? —No. Recibió un fuerte golpe en la cabeza, eso la hizo perder el sentido, así la controló en principio. —¿Cuántos escalpelos? —preguntó Sam. Algo en el interior de Kay se contrajo al escuchar la pregunta y rogó al cielo para que la respuesta fuera distinta a veinte. —Veinte —respondió Sara. Kay cerró los ojos y contuvo el aliento. Tanto la forense como su compañero la miraron. —¿Dónde están? —preguntó. Sara comenzó a señalar en el cuerpo mientras respondía. —Cuello, senos, abdomen, muslos, vagina y ano. Veinte escalpelos. Kay apartó la mirada de Sara para posarla en su compañero. —Quiero ver personalmente a Chris Sock —murmuró entre dientes con determinación. Sam asintió. —También hay evidencias de agresión sexual —la forense se movió para tomar una bolsa pequeña de recolección de evidencias de una mesa y la mostró a los detectives—. Y también hallé una diminuta fibra de algodón de color amarillo. Estaba en sus fosas nasales. Aquella diminuta evidencia era la pieza que completaba el rompecabezas que era un asesinato cometido por Escalpelo. El problema era que cuando se realizó la investigación tras los ocho crímenes cometidos por Chris Sock nunca se encontró con qué comparar la diminuta fibra. Siempre fue un misterio de dónde provenía, pero se halló en las fosas nasales de todas las víctimas. Tras hacer las comparaciones, los técnicos forenses determinaron que eran similares entre sí y, por tanto, tenían el mismo origen; en este caso, de algún tipo de ropa. Sin embargo, la fibra era demasiado común para guiar la investigación. —¿Es todo? —preguntó Kay. Sara se limitó a asentir con la cabeza. —Vayamos a ver a Sock —dijo Sam. —De acuerdo, pero dame un minuto —le pidió su compañera. El detective asintió. —Te espero afuera. Gracias, Sara, hasta la próxima. —Nos vemos. Kay observó a su compañero marcharse, se giró en cuanto la puerta se cerró. —Lamento lo que dije ayer. Sé bien lo discreta que eres como forense —habló Kay mirando a la forense. Sara se cruzó de brazos y respiró profundo antes de hablar. —Kay, sé bien lo que este caso te afecta. En especial cuando se supone que el asesino está en prisión, pero te voy a pedir que la próxima vez pienses bien lo que vas a decir. Sabes bien lo que cuesta mantener una buena reputación, aún más en nuestros trabajos. —Lo sé. Y lo haré —le aseguró. Sara asintió conforme. No necesitaba más de Kay que su palabra. Kay le sonrió. Los ojos de Sara volvían a estar en calma, y mágicamente la ternura apareció en ellos. Conforme con eso, la detective se dio la vuelta para dirigirse hacia la puerta. —Detective. Kay se detuvo y miró a la forense. —¿Sí? —Recuerda lo que te hizo este caso antes. Por favor, ten cuidado. Kay no dijo nada, solo le sonrió y le guiñó un ojo antes de abrir la puerta y salir del lugar. *** Kay estaba impaciente. El protocolo que había que seguir para ver a un prisionero era tan riguroso que tenía ganas de gritarle al director del lugar que se fuera al diablo y que solo necesitaba constatar que la escoria de Chris Sock no se hubiera escapado en sus propias narices. Cuando finalmente la primera puerta se abrió sentía que su presión sanguínea estaba en su nivel más alto, así que tuvo que concentrarse en respirar para calmarse. Los pasos de los detectives y del guardia que los conducía hacia la sala donde ya los aguardaba Sock resonaron por los pasillos iluminados de la prisión. A Kay le parecía eterno el recorrido, la apertura de cada reja era como una nueva capa de oscuridad para acceder a lo más profundo de la prisión donde asesinos como Escalpelo eran confinados para mantener al resto de las personas a salvo de su maldad. Finalmente entraron a un largo pasillo con puertas a cada lado; en ese momento, solo la lámpara sobre la sala cuatro estaba encendida. El guardia caminó hasta ella, la abrió y le permitió la entrada a los detectives y cerró inmediatamente dejándolos solos con el prisionero. En la habitación solo había una mesa con un par de sillas. En una de ellas estaba Chris Sock. La burlona sonrisa que tenía aquel cruel hombre dibujada en su rostro le revolvió el estómago a Kay. Él estaba sentado en una posición relajada, con los brazos colgando a cada lado de su cuerpo, mientras asentía una y otra vez sin apartar los ojos de Kay. —¡Detectives! —dijo con un tono burlón—. Bienvenidos. Broderick se movió por la habitación hasta colocarse al fondo, detrás del prisionero, mientras Kay se detuvo junto a una de las sillas para visitantes. —Queríamos asegurarnos de que estabas bien —dijo el detective. Sock soltó una risita y ladeó la cabeza para mirarlo por el rabillo del ojo. —Vaya, eso sí que es cortesía. Kay lo escudriñaba con atención. Sock se veía delgado, tenía los ojos hundidos, su pelo estaba más largo y parecía que no lo había peinado en días. También llevaba tiempo sin afeitarse; parecía que había envejecido más de diez años en los cuatro meses que llevaba en prisión. Pero en sus ojos aún brillaba la perversidad que siempre lo acompañaba. Volvió a sonreír ante la insistente mirada de la detective. —Te sienta bien estar encarcelado —dijo Kay rompiendo finalmente su silencio. Sock acentuó su sonrisa y asintió. Acomodó su posición en la silla y apoyó los brazos sobre la mesa. —Me halaga que lo consideres así. Tal vez quieras venir a visitarme, podríamos disfrutarlo. Broderick se acercó a él y con un fuerte agarre en su hombro derecho, hizo que se recostara de nuevo en la silla. —Deberías cuidar tus palabras —le dijo hundiendo con mayor fuerza los dedos en el hombro del prisionero. Sock apretó la mandíbula para contener el dolor; finalmente apartó los ojos de Kay y levantó la cabeza para mirar al hombre a su lado. —Detective, su compañera puede pensar que está celoso. Con un rápido movimiento Broderick movió su mano desde el hombro de Sock a la cabeza y la empujó contra la mesa. El prisionero gruñó de dolor cuando su frente chocó contra el metal. —Oh, amigo, no debes quedarte dormido de pronto. Puedes lastimarte —le dijo Broderick cuando Sock se incorporó. Para sorpresa de Kay, Sock no reaccionó con la furia que lo caracterizaba. Al contrario, cuando se incorporó sonreía a pesar de que el golpe había sido fuerte. Solo se apartó un poco el cabello que cayó sobre su frente. Ella se dio cuenta de que a su compañero también le resultó extraña su actitud cuando la miró frunciendo el entrecejo. —¿Qué les pasa, detectives, acaso tienen problemas allá afuera? —preguntó Sock y soltó una leve carcajada—. Les dije que yo no maté a esas mujeres. —¿Entonces por qué estás aquí? —murmuró con ironía Kay. —Porque ustedes son tan incompetentes que no son capaces de ver lo que tienen delante de sus narices. —¿Cómo explicas que te vieron con seis de las ocho mujeres que fueron asesinadas? Sock sonrió una vez más. —Eso es solo una mera casualidad. Yo no las maté —respondió arrellanándose en la silla. —Dices que no podemos ver lo que tenemos delante —dijo Kay y echó un vistazo a su compañero, que continuaba detrás de Sock—. Eso me hace pensar que, si no fuiste tú quien cometió los asesinatos, sabes quién lo hizo. Kay vio cómo los ojos de Sock brillaron, pero esta vez él no sonrió. ¿Había dado en el clavo? No. Él era Escalpelo, lo habían demostrado, por eso estaba allí, en la cárcel. —Es su trabajo investigarlo —dijo el prisionero apartando los ojos de la detective. Kay se movió buscando captar de nuevo su mirada. De pronto la actitud de Sock había cambiado, era la primera vez que estaba tan esquivo. Cuando los ojos del hombre volvieron a posarse en los de ella, la sonrisa del hombre apareció, pero esta vez no era tan confiada. —Si nos ayuda, tu sentencia será anulada —atacó Broderick. —Ahora resulta que Mulder y Scully necesitan ayuda —murmuró Sock. —¡No necesitamos ayuda! —se adelantó Kay acercándose a la mesa y enfrentándose a él—. Tú mataste a esas mujeres y sabes quién te está imitando —gruñó entre dientes. Sock se movió para apoyarse en la mesa hasta quedar a centímetros de Kay. Broderick se movió alerta por si intentaba algo. —Detective, mi alma es libre. Siempre obró de acuerdo a lo que le pedía su instinto y logró mantenerse entre las sombras —dijo como si recitara un poema—. Aún está libre y no hay nadie que le impida satisfacer su sed de sangre. Kay le sostuvo la mirada y escuchó cada una de sus palabras, tratando de interpretar lo que ocultaban, pero no les encontró ningún sentido. Para ella Sock solo era un arrogante que se burlaba de ellos y les estaba haciendo perder el tiempo. —Entonces voy a arrancarte el alma —murmuró ella entre dientes, aún manteniéndose a centímetros del prisionero—. Voy a ser yo quien tome su sangre. Dicho eso, Kay se dio la vuelta y se dispuso a salir de aquel lugar. Golpeó con fuerza la puerta. —Detective —la llamó Sock. Ella lo miró—, no podrás detenerlo. Ni siquiera podrás impedir que la sangre de la forense se derrame. Las palabras de Sock causaron un aterrador estallido en el interior de Kay. ¡Sara! Sintió que su corazón y el tiempo se detuvieron, e imágenes de Sara comenzaron a aparecer frente a ella. Su reacción tardó unos segundos, pero llegó. La detective llevó la mano derecha a la funda de su arma y cerró los dedos alrededor de la empuñadura. En cámara lenta vio cómo Broderick se abalanzó hacia ella justo cuando levantaba el arma. —¡No, Kay! —gritó Broderick apresándole las manos y levantándoselas. La empujó contra la pared para inmovilizarla. —¡Suéltame! —gruñó ella intentando deshacerse del agarre. En el momento del forcejeó la puerta se abrió y entró el guardia, lo que aprovechó Broderick para sacar a Kay de allí. Fue en el pasillo cuando finalmente pudo quitarle el arma. —¡Kay, cálmate! —le gritó. De inmediato se vieron rodeados por algunos guardias que les apuntaron con sus armas. —¡No pasa nada! ¡No pasa nada! —se adelantó el detective a decir levantado las manos para que vieran que no representaban ningún peligro. Rápidamente un guardia se acercó a Broderick y le quitó tanto el arma que tenía en la mano como la que llevaba en su cinturón, pero Kay se movió para intentar entrar de nuevo en la sala y fue rápidamente interceptada. Broderick la sujetó por el brazo para evitar que los guardias la detuvieran. —¡¿Qué pasa aquí?! —exigió saber el guardia que había entrado a la sala para constatar que el prisionero estaba bien. —Tengo que entrar allí —gruñó Kay tratando de deshacerse del agarre de su compañero. —El prisionero amenazó a la detective —explicó Broderick rápidamente—. Tenemos que hablar de nuevo con él. El guardia miró a Kay, que parecía estar fuera de sí. —Usted —el guardia señaló a Broderick— puede entrar. Ella no. El codo de Kay terminó golpeado fuertemente el costado de su compañero que, tras perder el aire, aflojó el agarre. Entonces ella se acercó al guardia hasta quedar a su altura. —Escúchame bien —le gruñó entre dientes—, si una mujer más es asesinada, haré que tu vida sea un infierno. Así que hazte a un lado. El guardia tragó saliva y, tras unos segundos, se apartó para darle paso a la detective. Broderick fue tras ella inmediatamente. Los ojos de Sock se abrieron espantados cuando Kay volvió a entrar a la sala. Él se levantó y retrocedió buscando con la mirada al guardia, pero solo vio la puerta cerrarse. De pronto el prisionero chocó contra la pared y perdió el aire cuando la rodilla de Kay terminó hundida en su estómago. Perdió las fuerzas y cayó de rodillas al piso, pero solo estuvo allí unos segundos. Broderick lo tomó por la camisa y lo levantó como un muñeco de trapo y lo arrojó contra la mesa. Rodó sobre la superficie y cayó al suelo. —Hablemos de nuevo de tu alma —gruñó Kay acuclillándose a su lado. Sock se retorció. —Voy… a demandarlos —balbuceó. Kay se levantó y le puso un pie en el cuello y empujó. Sock intentó alejar el pie, pero no pudo. La respiración comenzó a faltarle. —¿Quién es tu alma? —preguntó Kay apretándole con fuerza el cuello. El rostro de Sock se enrojeció rápidamente. —Kay… —pronunció el nombre Broderick con un tono de advertencia. Ella aflojó un poco. —¿Quién es tu alma? —repitió. —Deberías estar salvando a la forense —gruñó Sock. A Kay se le cortó la respiración y sus ojos volaron a Broderick. Por unos segundos ellos se quedaron paralizados, en sus ojos apareció resplandeciente el miedo. —Vamos —murmuró Broderick sin esperar más y se apresuró a ir hacia la puerta. Sock podía estar burlándose de ellos, pero no se iban a arriesgar. Kay echó a correr por el pasillo seguida por su compañero. —¡Abran las puertas! —gritó—. ¡Abran las puertas! Kay sacó su teléfono mientras apresuraba cada paso, pero en lo profundo de aquel lugar no había señal. Maldijo por lo bajo. —¿De quién rayos habla? —preguntó Broderick en voz alta. Pero Kay no dijo nada, solo podía pensar en Sara. No podría pensar en nada más mientras no la escuchara y pudiera decirle que se mantuviera alerta. Tras unos interminables minutos los detectives llegaron a un área de la prisión donde llegaba la señal telefónica. Kay no esperó ni un segundo, buscó el contacto de Sara, tocó el botón verde en la pantalla mientras continuaba avanzando hacia la salida. Tras un repique, saltó la contestadora automática. —¡Maldita sea! —gruñó. Volvió a intentarlo, pero obtuvo el mismo resultado. —Intenta en la oficina —le dijo Broderick cuando cruzaban la última puerta de la prisión y se dirigieron al estacionamiento. Kay buscó el contacto y pulsó el botón. Uno, dos, tres, cuatro repiques. —¡Contesta, maldita sea! —gritó. Pero no hubo respuesta, así que lo intentó una vez más. Broderick, por su parte, también sacó su teléfono y marcó el número de la Oficina Forense. —Oficina Forense, ¿en qué puedo ayudarle? —le contestaron. Él miró a Kay. —Con la forense Sara Parker —se apresuró a pedir. —Un momento. Subieron a coche cada uno esperando contestación. Broderick encendió el motor y rápidamente puso el coche en marcha mientras los segundos de espera le parecían siglos. —Vamos, vamos —murmuró. —No está en la oficina —dijo Kay con un hilo de voz, tras rendirse. —¿Señor…? —hablaron al otro lado del teléfono. —Estoy aquí. —La forense Parker no se encuentra. Él negó con la cabeza a su compañera. Ella se apresuró a quitarle el teléfono de las manos. —¿Sabe dónde puedo encontrarla? —preguntó. La mujer dudó un poco al escuchar una voz femenina. —No puedo darle esa información. La desesperación de Kay llegó a su nivel más alto. —Escúchame, soy la detective Riske. Es una emergencia, ¿dónde está la forense Parker? —hubo un largo silencio en la línea, tanto que ella creyó que la llamada se había cortado. —No puedo darle esa información —repitió la mujer. —¡Maldición! —gruñó lanzando el teléfono a las piernas de su compañero. Broderick no dijo nada, se concentró en acelerar y saltear el tráfico. Kay apenas sentía que respiraba, una garra le tenía atenazada el pecho e impedía que el aire llegara a sus pulmones o tal vez estaba cayendo en un abismo donde el aire era tan espeso como la oscuridad que veía a su alrededor. Cerró los ojos para apartar la imagen de Sock riendo en su cara, para apartar sus palabras. «Su alma…». Y como una luz resplandeciente, llegó la respuesta. —Es su hermano —murmuró. —¿Qué? —preguntó Broderick sin aparar la vista de la carretera. —El alma de Sock es su hermano. Su gemelo. —Pero es un retrasado mental. —Eso no lo sabemos, él solo se mantiene en silencio… entre las sombras —repitió las palabras de Sock. Broderick consideró el razonamiento de su compañera. —¡Maldita sea! —gruñó y golpeó el volante. Finalmente el edificio forense apareció a su vista. —¿Crees que pudo ir a por ella? Kay formuló la pregunta cuya respuesta le congelaba el alma. Broderick no respondió, detuvo el coche junto en la entrada del edificio y ambos se apresuraron a entrar. Kay se dirigió rápidamente al puesto de información. —Soy la detective Riske —dijo mostrando su placa a la mujer que atendía a los visitantes—. ¿Dónde está la forense Sara Parker? La mujer miraba sorprendida a Kay y a Broderick. —Está en su oficina. En la mañana pidió no ser molestada —respondió la mujer. —Llamé allí, no contestó —murmuró a su compañero mientras se apartaba del puesto y se dirigía al ascensor. —Él no pudo entrar aquí. Las puertas del ascensor se cerraron y reinó el silencio. El corazón le martilleaba con fuerza en el pecho a Kay, tanto que las piernas amenazaban con perder sus fuerzas. Cerró los ojos mientras pedía al cielo que Sara estuviera bien. Las puertas se abrieron y los detectives salieron. Kay se apresuró a ir hacia la oficina de Sara. En cuanto llegó puso la mano en la cerradura y la giró. Estaba con seguro. —¡Sara! —la llamó y tocó fuertemente a la puerta. Nada. Sin darse cuenta, Kay retrocedió. Broderick la miró; en sus ojos no encontró más que miedo. Él respiró profundo, se movió y lanzó una patada justo al lado de la cerradura. La puerta fue lanzada hasta que chocó contra la pared. La visión que tuvo Kay la hizo retroceder como si la hubieran empujado hasta que chocó contra la pared. —¡Dios! Broderick sintió náuseas y la respiración se le cortó. Se tomó unos segundos para recomponerse, pero en ningún momento apartó la vista de la sangrienta escena. El cuerpo desnudo de Sara yacía sobre su escritorio. Estaba pálida. Pudo ver los extremos de los escalpelos sobresalir de su carne. La sangre ya espesa goteaba lentamente sobre el suelo donde un gran charco rojo le ponía color a las paredes y pisos blancos de la oficina. Broderick necesitó acercarse para constatar que aquello no era una ilusión, una mala broma que alguien les estaba gastando. Sara no podía estar muerta. No. Pero lo que veían sus ojos decían lo contrario. Él retrocedió lentamente. Al girarse vio a su compañera en el suelo, abrazándose las piernas. Con el rostro inundado de lágrimas y la mirada perdida. Necesitaba ir con ella, pero antes debía cumplir con su deber. Sacó su teléfono y marco el número de su capitán. —Murillo. —Capitán, tenemos una situación en el edificio forense. —¿Detective? —Sara Parker está muerta. —La línea se quedó en silencio, pero Broderick sabía que Murillo estaba allí—. Fue Escalpelo. —¿Dónde está Riske? —Está aquí. —Voy para allá. Broderick guardó su teléfono y se acercó a Kay. Ella levantó la cabeza y lo miró. Sus ojos estaban inundados de dolor, desconcierto y furia. Mucha furia. —Voy a matarlo —murmuró ella con los dientes apretados. —Kay… Ella se levantó. —Voy a matarlo… tan lentamente… —pronunciaba cada palabra como si muriera al pronunciarlas— que sabrá lo que es el infierno. —Kay… —Ella lo evadió y se acercó a la puerta de la oficina—. Kay, es mejor que no entres allí. Pero ella no escuchó el consejo de su compañero; entró a la oficina. Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no derrumbarse. La mujer a la que amaba… con la que compartía su vida desde que se conocieron en la universidad… con la que descubrió el amor… el amor de su vida, estaba muerta. Estaba muerta porque se habían equivocado de hombre. Estaba muerta porque el asesino supo ocultarse entre las sombras. Supo ocultar su siniestra naturaleza tras una máscara de inocencia. Estaba muerta porque Chris Sock había preferido pagar la condena de su hermano. Kay no podía contener las lágrimas y tampoco quería. Su dolor era tan despiadado que no tenía fuerzas para luchar contra él, así que lloraba. Necesitaba hacerlo para que el dolor fluyera y poder esclarecer sus pensamientos. Que ahora solo tenían un solo fin. Hacer pagar a los hermanos Sock a como diera lugar. Y no iba a hacerlo siguiendo la ley; lo haría a su manera. *** Ese mismo día se reabrió el caso Escalpelo y se dio la orden de búsqueda y arresto de Angel Sock, el hermano gemelo de Chris. El verdadero Escalpelo. Por meses los recursos del Departamento de Policía de Richmond se destinaron a la búsqueda de Sock, pero a pesar de los esfuerzos, no lograron encontrarlo. Broderick llegó a la conclusión de que ya no estaba en Richmond, por lo que extendieron la búsqueda a toda Virginia y después a los estados vecinos. Lo detectives suponían que no llegaría lejos, pues Sock no tenía cuentas bancarias y tampoco había trabajado en toda su vida, por lo que esperaban que pronto pudiera cometer un error. Entonces lo apresarían. En los meses que siguió al asesinato de Sara, la detective Riske abandonó el Departamento de Policía; solo se mantuvo en contacto con Broderick. Ambos pasaban horas analizando las evidencias, investigando, buscando una pista que los condujera al paradero de Angel Sock, pero todos los caminos los encontraron cerrados. Entonces, Kay cambió de táctica. Si Chris Sock fue capaz de pagar la condena que correspondía a su hermano, no iba a mantenerse alejado de él, ni siquiera estando en prisión. Después de todo, los hermanos solo se habían separado cuando él fue encarcelado. Así que de alguna manera ellos buscarían la manera de estar en contacto. Y ella descubriría cómo. Mientras tanto, Broderick veía con preocupación cómo la vida de su amiga se iba consumiendo. En sus ojos azules ya no había brillo; su mirada se hizo dura y apenas sonreía. Él le hablaba, buscaba distraerla, pero comenzaba a pensar que Kay ya no estaba. Que su compañera era solo una sombra en busca de venganza. Y a pesar de su preocupación, Kay continuó inmersa en la investigación, cada día revisando las fotos de las sangrientas escenas que había dejado Escalpelo a su paso. Analizando, buscando. El café era su mejor compañero en las largas noches cuando lo recuerdos de la vida junto a Sara aparecían para abrir de nuevo la herida. Entonces gritaba y volvía a llorar. Volvía su odio a inundarle las entrañas. Entonces tiraba todo lo que encontraba a su paso. Fue en una de esas veces, tras la tormenta, ya en calma, cuando comenzó a recoger las fotos de las escenas y se fijó en una mujer entre los curiosos; en los casos donde los crímenes se repetían, como el de Escalpelo, ella solía pedir que tomaran fotografías, pues los asesinos, muchas veces, no podían evitar querer ver lo que provocaban sus actos. Necesitaban vivir la conmoción de las personas. Kay recogió la fotografía. Entre la gente había una mujer de cabellos rojos, alta, pero lo que le llamó la atención fue que se parecía a Chris Sock. Entonces terminó de recoger todo rápidamente y comenzó a ordenar las imágenes de cada escena. Las miró con atención. Aquella mujer estaba entre la gente, en todas, cada vez con un color de cabello diferente. —Maldito —murmuró entre dientes. Kay Riske se guardó el hallazgo, ni siquiera lo compartió con Broderick. Y esperó. Casi un mes después Escalpelo volvió a actuar. Kay sabía que lo haría, un asesino como él no podría controlar su sed de sangre. Recibió el llamado de Broderick. De inmediato estuvo lista y al salir de su departamento tomó un pequeño bolso que llevaba mucho preparado. Minutos después, Kay estacionó su coche a una calle de la nueva escena. Desde allí podía ver bien a las personas que ya comenzaban a merodear cerca de la casa. Y esperó. No pasó mucho tiempo cuando vio a la mujer de las fotografías cruzar la calle en dirección a la casa. Kay tomó algo del asiento del copiloto, lo metió en el bolsillo de su chaqueta y bajó del coche. Manteniendo la distancia, entre la sombras, pudo tener bajo su radar a la mujer. Esta vez llevaba el cabello rubio y se quedó en un solo sitio observando lo que sucedía en la casa. Solo se movió para irse después de que sacaran el cuerpo y lo metieran en el coche de la oficina del forense. Kay fue tras ella. Las calles estaban algo transitadas, así que caminó despreocupadamente en busca de su oportunidad. La mujer cruzaba en una esquina cuando Kay aprovechó unos arbustos para acercarse; sacó la pistola eléctrica y la hundió en la nuca de la mujer descargando toda la potencia. Ella apartó el arma y empujó a la mujer hacia los arbustos; echó un vistazo para cerciorarse de que nadie la había visto. Terminó de empujar el cuerpo para ocultarlo. Entonces le apartó el cabello de la cara y la peluca quedó en sus manos. Frente a ella estaba un hombre exactamente igual a Chris Sock. A continuación, sacó unas esposas del bolsillo del pantalón y le apresó las manos detrás de la espalda. Fue cuando se fijó en que Sock llevaba una muñequera de algodón, de color amarillo; de allí provenían las fibras que encontraban en las fosas nasales de las víctimas. Rápidamente salió de los arbustos y fue en busca de su coche; lo condujo hasta estacionarlo a un par de metros de donde había dejado a Angel Sock. El hombre era alto, pero delgado, por lo que no le fue difícil sacarlo de los arbustos y arrastrarlo hasta su coche. Abrió la cajuela y, como pudo, lo levantó y lo dejó caer. Miraba a todos lados cuando la cerró. La calle estaba solitaria. Subió al coche y lo puso en marcha. Ya lejos de aquellas calles, condujo con calma. Condujo muchos kilómetros, hacia una cabaña que un par de meses atrás compró con un solo fin. La acondicionó de acuerdo a sus planes y ahora había llegado el momento de habitarla. Cuando Angel Sock despertó, no sabía dónde estaba. Le costó darse cuenta de su condición. Su respiración se agitó cuando se percató de que sus manos estaban encadenadas y colgaba del techo de un lugar que no reconocía; los dedos de sus pies apenas rozaban la madera del suelo. Estaba desnudo y sentía mucho frío. —¿Estás cómodo? Escuchó la voz que provenía de detrás de él. Intentó mirar, pero apenas podía ver una figura. Estiró los pies lo más que pudo y logró girar un poco. Entonces se dio cuenta de quién lo acompañaba. Kay estaba sentada al lado de una mesa de madera donde había un centenar de relucientes escalpelos. Sock fijó la vista en la mesa y tragó saliva. —¿Sabes qué es lo que me gusta de ti? —dijo Kay mientras se levantaba y tomaba un escalpelo. Se acercó a Angel rodeándolo hasta quedar frente a él. Ella lo miraba, mientras que él no apartaba los ojos del instrumento que tenía en la mano—. Que siempre estás en silencio. Nunca dices nada. Él finalmente la miró; ella le sonrió y giró el escalpelo frente a él. —Yo te hubiera llevado a la cárcel. Simplemente eso… pero tuviste que ir a por Sara. No sé por qué lo hiciste, pero fue tu mayor error. Kay acercó el filoso objeto al cuello de Angel y, aunque él se movió para esquivarla, ella lo sujetó por la nuca y le hundió el escalpelo en la tráquea. Él aulló de dolor; ella se quedó contemplándolo. —Ese no te matará, solo te quitará el habla. Aunque tú no hablas. —Se quedó muy seria y en sus ojos brilló el odio—. Y este es apenas el primer día… del resto de tu vida.Escalpelo