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Por Clara Morales

Una de esas chicas (LES Editorial, 2018) es la primera novela de Inma Miralles. Una road novel sobre el autodescubrimiento, la madurez y el erotismo, donde los cabos sueltos del pasado pueden llegar a ser cruciales para el presente.

Pregunta. Cuando se habla de una progresiva inclusión del movimiento LGTBI, ¿por qué sigue siendo necesaria la existencia de editoriales especializadas?

Respuesta. Pues se me ocurren varios motivos, pero tal vez el más importante sea que las editoriales generalistas siguen (aún hoy) promoviendo y publicando mayoritariamente historias protagonizadas por personajes normativos: muy en particular por hombres con masculinidades tradicionales, que encarnan siempre el rol central. Pueden ser detectives, asesinos, científicos, héroes… y los demás sujetos de la sociedad (es decir, mujeres, personas LGTBI, personas racializadas), si aparecen, lo hacen siempre en roles secundarios o instrumentalizados, al servicio del personaje principal masculino: el amigo gay, la mujer objeto sexual, o cosas por el estilo. Las historias protagonizadas por estos personajes, por sujetos no normativos por así decirlo, siguen siendo muy pocas en las editoriales generalistas. Por eso son necesarios proyectos como el de LES Editorial: porque las personas LGTBI necesitamos vernos representadas positivamente en roles centrales, no instrumentalizados. Y porque dicha búsqueda de referentes hace necesaria una masivización de estas historias, para no tener que estar esperándolas con cuentagotas.

P. ¿Qué tipo de historias crees que la literatura considerada generalista no acepta, pero que las editoriales LGTBI sí?

R. No sé si se trata tanto de historias que la literatura generalista no acepta por su contenido, como de un problema de acceso a la autoría y a una representación digna o empoderada, por así decirlo. Explico esto: al nivel del contenido de las historias estamos un poco de vuelta de todo, ya nada escandaliza. El problema es que, igual que el protagonista favorito de la literatura generalista es el hombre normativo, también lo es en lo relativo a la autoría. Una historia de amor lésbico, por ejemplo, tiene más posibilidades de ser bien acogida en la literatura generalista si la ha escrito un autor heterosexual que si la ha escrito una autora lesbiana. Es de locos, pero es así. Y esto sucede fundamentalmente por dos motivos: primero, porque en una sociedad patriarcal como la nuestra, las experiencias masculinas se consideran automáticamente universales. Lo que un hombre tenga que decir sobre algo (incluso sobre algo que supone una experiencia ajena a su realidad, como es el amor lésbico), automáticamente se asume como de interés universal, a todo el mundo le puede interesar. En cambio, y esto resuena mucho, lo que escriben las mujeres solo puede interesar a las mujeres. ¡Y si hablamos de mujeres lesbianas, para qué más! Esto es un efecto del machismo en la cultura.

El segundo motivo es que, precisamente, lo que un hombre heterosexual pueda escribir sobre una relación lésbica tiene muchas posibilidades de estar pasado por un filtro de normatividad: un filtro que hará la historia mucho más “cómoda” para el público general, con el peligro que esto conlleva de cargar a los personajes con una lectura negativa: patologizarlos, caricaturizarlos, o volver a convertirlos, aunque sea veladamente, en personajes secundarios. Muy lejos de la representación digna, empoderada, que produciría una historia lésbica contada por alguien que conoce esa experiencia de primera mano.

P. ¿Por qué crees que el género romántico sigue siendo demandado por buena parte de la comunidad lésbica?

R. Por esta necesidad de representación positiva. La ficción generalista hace lo que quiere con las parejas de lesbianas: desde convertirnos en psicópatas hasta asesinarnos de las formas más variopintas, posibles e imposibles. Necesitamos vernos reflejadas en la vida de mujeres corrientes (o no), que sencillamente se quieren y aspiran a compartir su vida.

P. Las protagonistas de la historia son ya mujeres adultas que sin embargo llevan buena parte de su vida ocultándose a sí mismas parte de su identidad. ¿Qué crees que aporta a la construcción de los personajes y a la historia el hecho de que hayan dejado atrás la adolescencia, que es el momento de autodescubrimiento por antonomasia?

R. Es cierto que el imaginario colectivo asocia la adolescencia a una etapa vital de autodescubrimiento, pero yo la percibo de un modo un poco más ambiguo. La adolescencia me parece, más bien, el momento de nuestra vida en que empezamos a estar más pendientes de qué partes de nuestro carácter son mejor acogidas en los entornos que valoramos. Y, por tanto, también empezamos a ocultar o disimular aquellas partes que percibimos que no son tan celebradas en dichos entornos, que pueden ser desde el hogar familiar, el grupo de amigas del parque, o cualquier otro. El resultado de esta modulación, por así decirlo, no tiene por qué estar basado en la verdad sobre nosotras mismas: de hecho, yo creo que tiene más posibilidades de estar erigido sobre mentiras más o menos notorias. Entonces el verdadero autodescubrimiento sucedería en la madurez, y siempre pasaría por tirar abajo alguno de estos muros levantados durante la adolescencia, tras los que encontrar los verdaderos indicios de nuestra identidad. Esto es lo que sucede en el libro.

P. El autodescubrimiento suele estar relacionado, en la literatura LGTBI, con la salida del armario. ¿Imaginas una literatura LGTBI donde este momento no tenga la presencia central que sigue teniendo hoy?

R. Sí, me lo imagino. De hecho ya está sucediendo, pero es verdad que la salida del armario sigue acaparando muchos focos del relato LGTBI contemporáneo. Esto puede deberse a que existe una especie de desfase entre el momento social que estamos viviendo respecto a la homosexualidad y el momento cultural: hoy en día la homosexualidad está bastante normalizada, bastante asumida (al menos en ámbitos progresistas, aunque es verdad que siempre quedan cosas residuales por ahí) en la sociedad; pero en la cultura, en lo relativo a la representación LGTBI, creo que todavía estamos un poco en pañales. Aún estamos muy necesitadas de modelos positivos, de referentes constructivos que nos acompañen en las etapas de descubrimiento de nuestra identidad no normativa. Luego nos sucederá como a la historia del mundo, y pasaremos de escribir sobre la revolución que es salir del armario al aburguesamiento máximo: escribiremos sobre casarnos, tener hijos, comprar casas y coches… Es broma, espero que seamos un poco más creativas que eso.

P. Las relaciones sexuales entre mujeres han sido utilizadas con frecuencia por autores masculinos, como cebo para el lector. ¿Qué ocurre cuando es una autora, y una autora feminista, quien escribe? ¿Qué tipo de literatura erótica crees que se produce y en qué se diferencia?

R. Se produce una literatura erótica completamente distinta. Más que nada porque, a diferencia de algunas posturas que se defienden por ahí, a mi me parece absolutamente positivo y enriquecedor escribir desde una perspectiva política. Hay quien se rasga las vestiduras proclamando a los cuatro vientos que mezclar política y arte es poco menos que un sacrilegio, pero a mí me parece una perogrullada: escribir desde la neutralidad es absolutamente imposible. La imaginación no tiene lugar en el vacío, como dice Laura Freixas. Escribir desde esa presunta neutralidad también esconde una postura política, solo que, en lugar de ser consciente, será la que traemos de fábrica: la dominante, patriarcal, naturalizadora de toda clase de desigualdades, etc. En lo relativo a literatura erótica, un autor masculino que escriba sobre una relación lésbica desde la “neutralidad”, seguramente lo hará desde un filtro de normatividad: pondrá mucho énfasis en los roles de género, en quién es la parte masculina o femenina de la pareja, en lo dominante y lo sumiso, etc; o reproducirá parámetros de la belleza normativa. Por ejemplo, cuando salió la película de “La vida de Adele”, una crítica de entre muchas fue que las dos chicas iban depiladísimas. Entonces yo, lo que hago al escribir desde una perspectiva feminista, es intentar no caer en este tipo de cosas (aunque a veces no sea fácil, porque he sido educada en la misma cultura). Sobre todo me fijo mucho en lo de los roles de género, siempre intento matizarlos, desdibujarlos, para que no se pueda atribuir a ellos los desequilibrios de la pareja, si es que los hay.

P. El cliché del “bollodrama” (las relaciones tormentosas, desdichadas) está muy presente en la cultura sáfica. ¿Por qué?

R. Este es un fenómeno interesante. Como todo en general, imagino que será resultado de muchos factores. A mí, quizá por esto de tener presente una perspectiva feminista, me parece que puede deberse a que las mujeres transgresoras, además de estar oprimidas y/o perseguidas históricamente por el sistema patriarcal, también han estado totalmente desprotegidas por el sistema económico. Por poner el ejemplo más obvio: los hombres homosexuales también han sido oprimidos por el sistema, pero al disponer de libertad de movilidad, y sobre todo de acceso al mercado laboral, quizá han podido permitirse espacios donde preservar su identidad sexual, aunque fueran clandestinos. Poder asegurar la propia subsistencia económica abre algunas puertas, desde luego no todas. Pero las mujeres, hasta hace apenas 60 o 70 años, tenían vetado el acceso al mercado laboral: su única vía de supervivencia literal era el matrimonio con un hombre. Una transgresión como ser lesbiana podía suponer fácilmente una condena, como mínimo, a la indigencia y al ostracismo. O sea, que cualquier relación lésbica estaba destinada a acabarse, y no por motivos metafísicos: estamos hablando de tener un techo, comida caliente. No creo que sea casualidad que los pocos referentes lésbicos que tenemos del siglo XIX, o del XVIII si me apuras, sean de clase alta. Así que es posible que este imaginario de fatalidad romántica del lesbianismo beba un poco de todo esto: de esta doble opresión, cultural y económica.

P. La relación que tienen las protagonistas está marcada por un deseo que se presenta como una fuerza liberadora, pero también destructora. ¿Por qué?

R. Creo que tiene que ver precisamente con esto. Aunque su historia se desarrolla en el mundo contemporáneo, y ellas han tenido acceso a una educación y al mercado laboral, salvada la barrera material/económica todavía persisten muchas otras. Barreras del orden simbólico, psicológico, moral. Por desgracia todavía queda mucho de todo esto, sobre todo en los entornos de los que proceden ellas, que dentro de que son contemporáneos siguen siendo conservadores. Así que este deseo es liberador, en el sentido de que les proporciona un espacio donde expresar su identidad reprimida; pero también es destructivo, porque siguen percibiendo el peligro, o la incomodidad, que conlleva transgredir una norma todavía muy vigente como es el mandato de heterosexualidad.

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