Alba M. Hernández
Nació en Almería y está graduada en Historia. Empezó su andadura en la escritura debido a una lesión y al fandom Clexa. Compartió sus historias online, bajo el seudónimo «Natura7», y el recibimiento de la gente la empujó a continuar y a descubrir su gran pasión. Recibió una mención de honor en Herstoria I (LES Editorial) y forma parte de la primera convocatoria de relatos eróticos de humor, organizada también por la misma editorial.
Sinopsis
La vida de Elizabeth Sherwood está vacía, lo tiene todo y nada. Vive una rutina diaria tremendamente agotadora y sus encuentros con una de las ladronas más buscadas de 1832 son la única escapatoria posible de su prisión particular.
Abro el ventanal del balcón y tomo una gran bocanada de aire, reteniéndolo unos segundos y expulsándolo con lentitud, como si esa simple acción fuera a ayudarme, como si recargar mis pulmones de aire fresco me hiciera más fuerte en este encierro personal en el que se basa mi vida. No es fácil ser Elizabeth Sherwood y tampoco lo es ser la única hija de uno de los banqueros más ricos de la ciudad. Bueno, sí que lo es. Es extremadamente fácil, pero también agotador y frustrante. Y lo es porque mi rutina diaria es la mayor de las torturas para una mente inquieta y con tantas ganas de aventuras como la mía. Solamente puedo recrearme en hechos pasados, en historias que me cuentan y en los libros. No hay complicaciones en mi vida y cuento con una gran estabilidad, pero me siento vacía y cada día pesa un poco más. Lo tengo todo y no tengo nada. Es el sonido de la naturaleza lo que hace que me aleje unos segundos de mis propios pensamientos. Se me escapa una pequeña sonrisa al escuchar cómo las crías de pájaro le exigen a su madre alimento. Ella revolotea entre las ramas, buscando el mejor ángulo para posarse, y me resulta imposible no pensar en lo fácil que sería todo teniendo un par de alas. Porque, aunque es algo que no he comprobado, puedo imaginar perfectamente lo maravilloso que sería sentir el aire cortándose a mi paso y observar, desde el cielo, lo insignificante que es el mundo a mis pies. Aparto la mirada unos segundos de la escena, ya que el sonido de otra ave llama mi atención, y es cuando algo rompe por completo con mi momento de contemplación. Fuerzo un poco la vista para comprobar si lo que mis ojos están viendo es real. Y cuando compruebo que sí lo es, que no es fruto de mi imaginación, se me escapa una muy amplia sonrisa que soy incapaz de controlar. Es increíble cómo un lazo verde, colgado en una de las ramas del árbol, que da directamente a mi balcón, puede lograr ese efecto en mí. Completamente increíble. Pero es que la alegría por volver a verla, después de más de diez meses es casi incontrolable. El lazo verde en el árbol es la señal que tiene Kate para informarme de que esta misma noche pasará por mi habitación. No tiene invitación para entrar en casa, pero ella se las ingenia para lograrlo sin que nadie más se entere. Agradezco enormemente que sea tan silenciosa y cuidadosa, ya que no sabría qué explicación dar si descubrieran a una de las ladronas más buscadas desde 1832 en mi habitación. Lleva ocho años burlándose de la ley y, a pesar de contar con tan solo veinticuatro años, dos años más que yo, a mí me fascina cada historia que me cuenta y me hace sentir como una niña pequeña ante cada palabra que pronuncia. Nos conocimos cinco años atrás en el ferrocarril, el medio de transporte más demandado en los últimos años, posiblemente ante su aún reciente inauguración. Su primera línea, Liverpool-Manchester, parecía haberme bendecido, ya que unía mi hogar con el de unos parientes y aquello me permitió disfrutar de un poco de libertad durante los viajes. Fue en uno de esos trayectos cuando la vi por primera vez. Captó mi completa atención en tan solo un segundo. Vestía un sencillo vestido negro, que se ajustaba perfectamente a su esbelta figura, y el conjunto de sus facciones, marcadas y simétricas, su largo pelo castaño y sus ojos color miel, fue más que suficiente para ser incapaz de apartar la vista de ella. Me sonrió al darse cuenta de que la estaba mirando y decidió sentarse a mi lado. Una de mis virtudes es que capto rápidamente a la gente, conozco sus intenciones incluso antes de que puedan mostrarlas. Y así ocurrió. En apenas unos minutos me di cuenta de cómo, mientras conversaba conmigo sobre el agradable tiempo que hacía, sus ojos paseaban, con bastante discreción, por mis pendientes, pulseras y el anillo que llevaba siempre conmigo. Le pedí por favor que, si iba a robarme, que me dejase el anillo, ya que era un recuerdo de mi difunta madre. Y ella, en lugar de sorprenderse con mi petición, sonrió. Había descubierto sus intenciones, pero en ningún momento se alarmó. Es más, seguimos compartiendo palabras durante todo el viaje, provocando que mi interés hacia ella fuera creciendo minuto a minuto. Tanto fue así, que, antes de que el tren se detuviera, le hice prometer que nos volveríamos a ver al día siguiente. Y así sucedió. A partir de ahí nuestros encuentros fueron la única escapatoria posible a la prisión que era mi vida. Incluso llegué a convencerla para ayudarla en unos cuantos encargos menores. Le gusta usar esa palabra para nombrar de forma más sutil los robos que realiza. Escaparme en mitad de la noche para salir a su encuentro y cabalgar junto a ella con la adrenalina recorriendo mis venas era lo más excitante que podría haber descubierto. ─Señorita Sherwood. Beatrice, una de nuestras empleadas y a la que puedo incluso considerar amiga, logra sacarme de mis pensamientos, aunque soy plenamente consciente de que no le daré descanso alguno a mi mente debido a la anticipación de volver a verla. ─El señor Anderson está abajo. Me informa y mi gesto de disgusto le saca una sonrisa. Thomas Anderson es el heredero de uno de los mayores terratenientes del lugar. Y también el hombre más persistente de la faz de la tierra. Lleva más de dos años intentando llegar hasta mí, pero yo cada vez me alejo más, aunque por lo visto no es motivo suficiente como para que abandone su cometido. Me resigno porque no tengo otra opción y porque esta vez, después de pasar el mal trago de soportar su presencia, sé que Kate me espera. Una gran motivación, sin duda alguna. Pero la motivación pasa a convertirse en impaciencia y en nervios. Muchos nervios. Porque cada vez que Thomas habla e intenta conversar conmigo, mi pensamiento está en ella y a lo único que me dedico es a forzar una ligera sonrisa una y otra vez. Cuando creo que su visita ha terminado, y que por fin me libraré de él, mi padre decide invitarle a cenar, provocando que empiece a sentir desesperación. Si no estoy cuando Kate aparezca en mi habitación posiblemente piense que no quiero verla y la oportunidad por encontrarnos de nuevo se desliza entre mis manos. Agobio. Siento un agobio enorme y por eso, cuando por fin la visita se marcha, prácticamente corro escaleras arriba, provocando que mi actitud sorprenda incluso a mi padre y que tenga que disculparme diciéndole que no me encuentro muy bien y que necesito descansar. Entro en la habitación y mi desilusión es enorme al no encontrarla. ¿Volveré a verla? ¿Volverá a intentar contactar conmigo? ¿Qué habrá pensado? Ni siquiera sé si ha estado aquí. Igual he sido una completa ilusa por creer que volvería a verme reflejada en su mirada de nuevo. ─¿Busca algo, señorita Sherwood? Giro el rostro al escuchar su voz y la encuentro apoyada contra la pared, clavándome la mirada. ─Pensaba que te habías arrepentido ─digo casi en un susurro. Sonríe y antes de darme cuenta mis pies ya están moviéndose por sí solos hasta llegar a ella. Cojo su rostro entre mis manos y clavo la mirada en sus ojos antes de inclinarme y besarla de forma intensa, demostrándole así cuánto la he necesitado. Nuestros labios se recuerdan y en apenas unos segundos me siento la mujer más feliz del mundo. ─Te has cortado el pelo ─digo sonriente mientras acaricio los cortos mechones que descansan en su nuca. ─La situación lo requirió ─asegura─. Uno de los encargos se complicó y tuve que hacer todo lo posible para que no me reconocieran mientras escapaba ─aclara con una pequeña sonrisa. Me quedo por unos segundos completamente clavada en su gesto, pero cuando me doy cuenta de lo mucho que la he echado de menos mi interior reacciona con una creciente oleada de enfado y frustración. ─Han pasado más de diez meses ─suelto, fijándome en cómo su sonrisa desaparece. ─He estado todo este tiempo fuera ─se justifica─. Pero me he desviado de mi siguiente encargo para poder verte. ─¿Y tengo que agradecértelo? ─digo molesta. ─¿A qué te refieres? ─pregunta un tanto desconcertada. ─Hace tres encargos prometiste que me llevarías contigo ─digo separándome un poco de ella para así ordenar mis pensamientos y mis palabras─. Sí, lo recuerdo, pero veo que tú no ─suelto con algo de dureza. ─Es complicado ─dice a media voz. ─Lo sé, soy consciente ─aseguro sin dudar─. Pero me prometiste algo y no veo que lo estés cumpliendo. Ya ni siquiera sé si tus sentimientos hacia mí son sinceros. ─¿Cómo se te ocurre decir algo así? Ahora es ella la que cuestiona mis palabras y lo hace con enfado. Lo noto en el tono de su voz y en cómo sus ojos se clavan en los míos pidiéndome a gritos una explicación. ─Porque han pasado más de diez meses desde la última vez que te vi y más de cinco años desde que intentaste robarme en aquel tren ─le recuerdo. ─Mi vida no es fácil. ─¿Y crees que la mía sí lo es? Decide no contestar, aunque ambas sabemos la respuesta, ya que hemos hablado en numerosas ocasiones sobre nuestras situaciones y sabe lo infeliz que soy entre estas malditas paredes. Acaba apartándome la mirada y se dirige al escritorio mientras yo me siento sobre la cama. Sé que su mente está funcionando lo más rápido posible. Sé que se toma su tiempo y analiza la situación antes de responder. Esa es una de las muchas cosas que me gustan de ella. ─¿Nueva lectura? ─pregunta acariciando uno de los libros que hay sobre el escritorio─. Frankestein ─dice antes de volver a conectar nuestras miradas. ─Me lo regaló el señor Anderson. Debió de enterarse de mi gusto por la fantasía ─respondo e inmediatamente observo cómo aprieta la mandíbula y su ceño se frunce. Conoce perfectamente la historia que hay detrás de ese nombre y sé que nunca le ha hecho especialmente gracia sus acercamientos e intenciones. Y aunque siento que no es del todo correcto, una sensación agradable recorre mi pecho al ser consciente de que el tema en cuestión sigue afectándole. ─Igual debería aceptar y comprometerme finalmente con él. Entreabre los labios para decir algo en cuanto esas palabras salen de mi boca, pero se queda en un intento y se pasa la mano por el pelo algo nerviosa. No logro descifrar qué pasa por su mente e intento pensar en qué preguntarle para lograr algo de información, pero todo se desvanece en cuanto la observo caminar muy decidida hasta mí. ─No puedes hacerlo ─asegura mirándome directamente a los ojos, observando cómo los suyos están ligeramente humedecidos─. Me romperías el corazón ─confiesa, provocando que mi corazón tome un ritmo acelerado. Se deja caer de rodillas justo frente a mí y agarra mis manos para dejar un par de besos en ellas. La escucho suspirar a la vez que apoya el rostro sobre mis piernas y, mientras mantiene una de mis manos agarradas, con la que me queda libre acaricio su pelo. ─Déjame ir contigo ─le pido en un susurro, pero muy segura de lo que digo. Levanta el rostro y centra toda su atención en mí. Observo un atisbo de sonrisa, aunque en sus ojos aún es bastante palpable la emoción. ─Es demasiado peligroso ─me advierte mientras siento cómo aprieta ligeramente mi mano─. Podrían sentenciarte solamente por estar a mi lado. ─Y aun así el tiempo a tu lado habrá valido más que todo el que he gastado entre estas paredes ─aseguro. ─Elizabeth… Susurra antes de soltar aire y veo sus intenciones de levantarse, pero soy un poco más rápida que ella y agarro su rostro entre mis manos para que nuestras miradas sigan conectadas. Para que vea que mis palabras y mis intenciones son completamente sinceras. Y no dejo que diga nada más porque necesito que nuestra piel y nuestros sentidos se reencuentren cuanto antes. La beso con intensidad e inmediatamente sus labios se unen al ritmo que marcan los míos. Me levanto despacio, provocando que ella también lo haga y siento cómo sonríe durante el beso mientras mis manos desabotonan su chaqueta. Me deshago de ella rápidamente, al igual que de su camisa, y acaricio sus hombros con delicadeza hasta que algo llama mi atención. ─No es nada ─me tranquiliza cuando me aparto lo suficiente y veo la nueva cicatriz que hay cerca de su pecho. ─Deberías tener más cuidado. ─Y tú deberías llevar prendas más rápidas de quitar. Lo dice sonriente y me besa en los labios antes de hacerme girar para dejar un beso en mi cuello mientras siento cómo desabotona la parte posterior de mi vestido. Cada centímetro de mi piel reacciona ante su roce, recordando su toque y su calor. Y, cuando nuestra mirada vuelve a encontrarse, suelto un suspiro involuntario al que ella responde con una sonrisa justo antes de tumbarme en la cama ante la ligera presión de su cuerpo contra el mío. La beso más veces de las que pudiera recordar y dejamos que sean nuestros cuerpos los que tomen las riendas por completo. Cada vez que sus manos me acarician la necesidad de sentir más aumenta. Hasta el punto de ser insoportable. Y, tal y como ocurre siempre, y haciéndome sentir más cerca y unida a ella, volvemos a redescubrimos con calma, pero a la vez con prisa, con serenidad y caricias firmes y con miradas de devoción. ─Te deseo ─me dice con sus labios prácticamente pegados a los míos. ─Y yo a ti. Se lo confirmo y acaba sonriendo mientras la beso. Adoro ver todas y cada una de sus capas, pero mi favorita es esta en la que nada más importa y en la que su sonrisa me roza y me llega al alma. Nos desnudamos entre risas controladas y suaves caricias y mi piel se eriza por completo cuando se deja caer, completamente desnuda, sobre mi cuerpo. Es una sensación tan agradable y fascinante que ni siquiera tengo palabras para acercarme a una simple descripción. Me besa el cuello, el hombro y, cuando llega al pecho, soy incapaz de controlar un suspiro y la animo a que continúe enredando mis dedos entre su pelo. Logro mi cometido y continúa descendiendo con besos y algún leve mordisco que altera aún más mi temperatura. Llega hasta mis caderas y sus besos se vuelven más húmedos mientras mi cuerpo se eleva algo inquieto sin que yo pueda controlarlo. Detiene todo movimiento y eso provoca que mis ojos la busquen. La encuentro con una de esas sonrisas tan íntimas, que solo yo conozco, y se me seca un poco la garganta al ver cómo separa mis piernas para colocarse en medio. No consigo decir nada más que su nombre en un gemido ahogado en cuanto su lengua entra en contacto con mi centro de placer y me aferro fuerte a las sábanas mientras inclino el cuello contra la almohada. Sé que estoy a punto de romperme en mil pedazos y también sé que ella lo sabe. Y es por eso mismo por lo que gruño un poco molesta cuando se detiene y vuelve a echarse sobre mi cuerpo para besar mis labios. ─Aún no ─me susurra antes de dar un mordisco en mi oreja. Acaricia mi costado, pero puedo jurar que la siento en todos lados y se me escapa un gemido cuando sus dedos comienzan a tocarme con más firmeza mientras descienden poco a poco hasta el lugar en el que más la necesito. Y sin llegar a dejar de besarnos imito su movimiento, porque descubrí hace tiempo que su placer es el mío y viceversa. Jadea contra mi boca en cuanto entro en contacto con su parte más caliente y yo abro los ojos, aunque el deseo me esté invadiendo de forma abrumadora por momentos, porque me encanta ver su rostro cuando el placer la inunda. Apoya su frente contra la mía antes de soltar un gemido al que no tardo en replicar, de una forma más ahogada, en apenas un segundo. Nuestras respiraciones están fuera de control y nuestros movimientos cada vez son más rápidos mientras demandamos más y más y acabamos dejándonos llevar por completo siendo totalmente arrasadas por la explosión de placer. Cae agotada sobre mí y esconde el rostro en el hueco de mi cuello mientras ambas intentamos recuperar nuestro estado normal de respiración, momento que aprovecho para acariciar su espalda. Sale de su escondite tras unos segundos y me mira directamente a los ojos con un brillo especial. Ese mismo que es capaz de decirme lo que siente sin tener que pronunciar palabra alguna. Pero yo necesito decírselo y rompo con el silencio con tan solo dos palabras. ─Te quiero. Sonríe inmediatamente y me da un corto beso en los labios mientras me aparta un mechón tras la oreja. ─Yo también te quiero. Su confesión es ahora la que me hace sonreír a mí e imito su corto beso antes de ejercer fuerza para apartarla de mí y que caiga a un lado para así yo subirme sobre ella y recordarle a su cuerpo todas y cada una de mis caricias. Intento mitigar con su cercanía la sensación de haberla echado tanto de menos y por eso ni soy consciente de que el tiempo sigue su curso. No hasta que una cierta claridad comienza a colarse por las ventanas. Señal que indica de forma muy directa que nuestro encuentro está por concluir. Y, sabiendo que su marcha está cerca, me abrazo más fuerte a su cuerpo mientras ella acaricia mi pelo con suma delicadeza y mi rostro descansa en su pecho. Algo tan simple como eso es lo que más felicidad me produce. Sentir su tacto, su olor y el latir de su corazón justo en mi oído. ─Debo irme. Lo dice en un susurro y, por el tono que utiliza, sé lo mucho que a ella también le cuesta despedirse. Alzo el rostro para mirarla directamente y la tristeza en sus ojos me golpea demasiado fuerte. Intenta sonreír, pero sé que no es real, que su sonrisa es forzada. ─Acaba con esto ─le pido y su ceño se frunce un poco─. Acaba con los robos ─aclaro. ─No sé hacer otra cosa. ─Aprenderemos. ─¿Aprenderemos? ─pregunta con una pequeña sonrisa y un brillo en los ojos. ─Podemos empezar una nueva vida lejos de este lugar ─respondo algo ilusionada. Mis palabras hacen que una sonrisa sincera y completa adorne sus labios y decido insistir. ─Un sitio en el que nadie nos conozca y en el que podamos ser solamente nosotras dos. ─No voy a arriesgarme a perderte ─dice con firmeza─. No quiero que por mi culpa tu vida caiga en desgracia. Aquí lo tienes todo ─aclara. Y lo dice con una seguridad pasmosa, como si yo no tuviese voz ante ella, como si no estuviera casi suplicándole que me llevase, como si mi mayor deseo no fuese salir de mi vida cuanto antes. Me aparto de encima de ella con rabia, con dolor, con un nudo en la garganta y siendo totalmente incapaz de controlar el hecho de que un par de lágrimas caigan de mis ojos. Ella imita mi postura y sin decir una sola palabra me acaricia el rostro y aparta las lágrimas con mucha delicadeza. ─Esta noche, junto al pozo ─llama mi atención e incluso me levanta el rostro con suavidad para que nuestros ojos vuelvan a conectar─. Pasaré por allí por si quieres que nos despidamos. Es lo último que dice antes de vestirse y salir de mi habitación, dejándome de nuevo totalmente vacía y con ganas de gritar. Es esa vieja sensación tan conocida la que decide por mí y hace que tome yo misma la decisión, sin tener en cuenta nada más y sin que me importe las consecuencias. A fin de cuentas es mi vida y estoy cansada de gastar cada minuto de ella de una forma tan miserable y aburrida. Cuando se aproxima la hora decido ir al pozo, uno de esos lugares que son testigos de nuestros encuentros y, sobre todo, de despedidas. Tengo que esperar a que sea ella la que se deje ver, y cuando lo hace no puedo evitar sentirme más nerviosa que nunca. ─No sé cuándo volveré ─dice mientras duda en si coger mi mano o no, pero acaba haciéndolo y su contacto hace que me sienta más segura─. Pero intentaré que sea lo antes posible ─asegura mirándome directamente a los ojos y acariciando mi rostro. ─No voy a esperarte ─suelto e inmediatamente su mirada se vuelve confusa─. Voy a ir contigo ─digo con mucha seguridad─. Y me da igual lo que tengas que decirme ─corto antes de que diga una sola palabra y cojo su otra mano para mantener el mayor contacto posible─. Voy a irme contigo, así tenga que seguirte. Pero no voy a seguir llorando y sufriendo por ti en mi habitación. ─Esto es… ─Muy peligroso. Lo sé ─aseguro─. Pero es mi decisión y contamos con ayuda. ─Sonrío y ella me mira confusa. Saco una pequeña bolsita de tela y se la entrego. Le animo a abrirla y me fijo en su gesto para ver su reacción. Sigue igual de confusa al ver el contenido y ni mi sonrisa, cuando me mira de nuevo, logra resolverle las dudas. ─Son tuyas ─dice examinando las joyas que hay dentro. Asiento con el rostro y, antes de que pueda decir algo, cierra la bolsita y me la ofrece de vuelta, aunque no hago por cogerla. ─No voy a aceptar esto ─asegura tal y como ocurre siempre. Porque no es la primera vez que intento ayudarla y tampoco es la primera vez que se niega, pero ahora la situación es diferente. ─Es para empezar una vida juntas ─digo recalcando la última palabra y agarro su mano y hago que la cierre en torno a la bolsita─. Confío en ti ─aseguro con una sonrisa. ─Pero… ─Pero nada ─la corto posando un dedo en sus labios─. No las necesito y tampoco las quiero ─digo con sinceridad─. Esto es lo único que quiero conservar ─señalo alzando mi mano, mostrándole el anillo de mi madre. Un atisbo de sonrisa aparece en sus labios y eso hace que me relaje y que respire mucho más tranquila, pero desaparece en milésimas de segundos y temo que rechace mi propuesta. ─¿Qué ocurre? ─pregunto con cierto miedo. ─Viene alguien ─contesta muy seria y forzando la vista a algo detrás de mí─. No puede ser ─susurra inquieta. Y ni siquiera me da tiempo a preguntar nada más, ya que el sonido del galope de un caballo llega hasta mis oídos y al girarme contemplo que es un guardia. ─¿Se encuentra bien, señorita? ─me pregunta directamente. ─Sí, perfectamente ─aseguro, pero él duda y se baja del caballo. ─¿Y qué hace a estas horas aquí? ─pregunta mientras su mirada viaja hacia Kate con gesto de desconfianza─. ¿Qué tiene ahí? ─pregunta señalando la pequeña bolsita que le he entregado minutos atrás─. Entrégamelo ─le pide sin esperar a que conteste. Kate obedece antes de dedicarme una mirada, intentando decirme con ese simple gesto que todo está bien, pero no. No lo está. Acaban de pillarla con joyas de muchísimo valor y mis nervios crecen por momentos. ─Lleva usted aquí una buena suma ─asegura el guardia tras ver el contenido─. ¿De dónde lo ha sacado? ─pregunta mirándola de arriba abajo y sé que su aspecto, algo masculino, no le ayuda mucho. ─Herencia familiar ─contesta Kate con simpleza, pero yo sé que su mente está ideando algo. ─Herencia familiar ─repite el hombre con una sonrisa irónica─. De rodillas ─suelta con dureza─. Ya ─gruñe. Ella vuelve a obedecer y yo siento cómo los nervios empiezan a apoderarse de todo mi ser. Escucho cómo el guardia intenta sacarle información, pero incluso mis oídos parecen haberse bloqueado cuando escucho “lo has robado”. No había sido para nada mi intención, pero con mi acción he logrado meterla en un apuro y, cada segundo que pasa, siento que todo se complica más y más. Y es por eso por lo que mi cuerpo decide ponerse en funcionamiento, porque es consciente de que necesito hacer algo, que necesito sacarla de la situación en la que yo misma la he metido. Observo que alza la voz y que la agarra del cuello y el tiempo se detiene por completo. Obligo a mi cuerpo a que reaccione y agarro la primera piedra que localizo y golpeo la cabeza del guardia con fuerza, sorprendiéndome inmediatamente de lo que acabo de hacer. Miro a Kate y ella parece incluso más sorprendida que yo. ─¿Lo… lo he matado? ─pregunto con un nudo en la garganta. Se acerca a él y, mientras le toma el pulso en el cuello, aguanto la respiración. ─Está vivo ─asegura, provocando que yo suelte todo el aire contenido─. ¿Por qué has hecho eso? ─pregunta mientras se levanta y recupera la bolsita llena de joyas. ─Porque te había pillado ─respondo con rapidez. ─No me había pillado. He salido de situaciones peores, créeme ─asegura mirando hacia el cuerpo del guardia. ─Estaba asustada y actué ─confieso, captando su atención. Me mira muy atentamente y no sé qué está pasando por su mente, pero me inquieta. ─¿Aún quieres venir conmigo? ─pregunta recortando la distancia entre ambas y sin desconectar nuestras miradas ni un segundo─. Ahora es una buena oportunidad. Asiento con la cabeza y ella agarra mi rostro entre mis manos. ─Posiblemente no puedas volver. No después de que este pobre hombre despierte y diga lo que ha visto. Me asociarán rápidamente a las descripciones que ya hay ─asegura. ─¿Y para qué iba a querer volver? ─pregunto. Sonríe, besa mis labios brevemente y agarra mi mano para caminar juntas hacia el caballo. Me ayuda a subir, deja un cálido beso en mi mano y me aferro a su cuerpo antes de que le ordene al caballo que comience a trotar. Cada metro que me aleja de allí me acerca más a mi felicidad y ni siquiera soy capaz de dejar de sonreír mientras siento cómo el aire choca contra mi rostro e inmediatamente pienso en que así es cómo deben de sentirse las aves cuando cruzan el cielo. Tras unos minutos hace que la marcha del caballo se haga más lenta y se detiene en una vieja casa abandonada. Me hace entrar con ella, porque asegura que no quiere dejarme sola, y nada más poner un pie dentro comienza a desnudarse rápidamente mientras se dirige hacia una silla en la que tiene ropa ya preparada. Al parecer iba a pasar por ahí sí o sí. Se pone un vestido sencillo y con prisa, pero con seguridad me besa y me explica que debemos estar tranquilas y fingir que no ha pasado nada mientras atravesamos las calles que nos llevaran hacia el tren. Es la forma que ha escogido para salir del lugar lo antes posible y es ella misma la que se encarga de comprar los billetes, mostrando una serenidad abrumadora e incluso llegando a bromear con el personal. Me quedo aún más fascinada de ella comprobando una vez más la gran capacidad que tiene para resolver cualquier situación y desenvolverse sin problema. Sé que a su lado estaré a salvo, que seré querida, que obtendré esa libertad que tanto he llegado a ansiar y que alcanzaré la absoluta felicidad. ─Kate ─llamo su atención mientras vuelvo a leer las letras del billete─. Es el mismo en el que nos conocimos ─le digo sonriente al recordarlo─. Debe de ser una señal ─aseguro. Me mira sonriente y acaricia mi rostro con cariño. ─Tomemos esa señal. Agarra mi mano con firmeza mientras en sus ojos veo reflejado todo lo que siente por mí y deja un rápido beso en ella a escondidas de las miradas curiosas que pueden cuestionar la acción. Aunque en realidad a mí ya no me importa en absoluto lo que pase a mi alrededor, porque he llegado a comprender que mi libertad está en la mano que me sostiene. El lazo de la libertad