El descanso del minotauro
Especial Navidad
El mercadillo estaba abarrotado de gente que caminaba distraídamente de tenderete en tenderete, mirando lo expuesto y comprando algunos de los adornos y dulces de Navidad que allí se vendían. Las luces sobre sus cabezas, de lado a lado de la plaza, le daban al lugar un aire festivo y alegre, y las conversaciones y las miradas ilusionadas de los niños, agarrados a las manos o sobre los hombros de sus padres, tenían algo de mágico.
―Asco de Navidad, me cago en mi sombra ―iba relatando entre dientes una morena menuda con un gorro de lana que apenas dejaba ver sus ojos.
Iba tan abrigada que si hubiera tropezado y caído, lo más probable era que hubiera rodado como una croqueta por el pavimento hasta que alguien hubiese tenido el detalle de detenerla con un pie. Parecía una bola decorativa del árbol de Navidad, solo que en lugar de estar pintada con colores brillantes, iba de negro, negro como su alma en esas fechas. Las manos enguantadas y metidas en los bolsillos, una bufanda grande como una manta y un abrigo más viejo que la tos, pues hacía mucho que no lo había necesitado. En los sitios donde había vivido los últimos años, se podía pasar el invierno con poco más que una chaqueta vaquera.
No estaba de humor. Quizá había elegido la peor época del año para volver a la ciudad, pero la proximidad de su detestada Navidad, a pesar de ser firme defensora de la estupidez que era para ella una festividad como esa, había provocado una falta pesada en sus tripas, un frío que nada tenía que ver con el atmosférico, una soledad más solitaria que a la que estaba acostumbrada. En ese momento, esquivando críos ruidosos y llevándose algún que otro golpe con carritos de bebé, pensó que se había dejado llevar, precipitadamente, por el mismo espíritu navideño que ella rechazaba.
―¡Tía! ―un grito a lo lejos hizo que levantara la mirada de la marabunta que tenía delante y que, por fin, una sonrisa se dibujara en su rostro.
―¡Tía! ―contestó ella también, satisfecha, de repente, de haber tomado la decisión de volver. Ya notaba el calorcito que solo su mejor amiga podía proporcionarle. Echó a correr hacia ella.
Cuando se encontraron, en medio de la plaza, la más bajita de las dos cogió a su amiga en volandas, haciendo alarde de su sorprendente fuerza, y dio vueltas sobre sí misma, abrazándola y llenándole la cara de besos.
―Jodida mujer forzuda. Bájame, que me levantas el vestido y se me ven las bragas.
―No sé cómo eres capaz de ir en medias, joder, con el frío que hace.
―Perdóname, muñequita de Michelin, por querer estar divina siempre. ―La cogió de los mofletes y le dio un par de besos que resonaron como disparos.
―Ay, Sara, qué ganas tenía de verte, maldita. ―Hizo un puchero y arrugó el ceño, dejándose besar por su amiga, que la miraba realmente contenta de tenerla delante.
―Has decidido volver, ¡y en Navidad! ¿Quién eres tú y qué has hecho con mi amiga Ro?
―Me la he dejado en la Palma, en un bosque de tilos ―suspiró.
Aquel viaje había conseguido calmar su implacable búsqueda de experiencias, de emociones. El silencio de los paseos al aire libre, el contacto directo con la naturaleza, las excursiones en barco habían sosegado un poco su cerebro, siempre en ebullición, siempre en marcha para no pensar demasiado. Ahora, después de mucha reflexión interna y muchas heridas lamidas, solo quería estar en casa, sentir el calor de un hogar que aún no lo era, pero que estaba dispuesta a construir. Un lugar al que volver que sintiera como suyo.
―Te noto más sabia, canija. ―Sara le pasó el brazo por los hombros y empezaron a caminar.
―Es que he conocido a alguien especial allí.
―¿A quién?
―A mí.
La arquitecta la observó de lado, asimilando, poco a poco, ese brillo de inteligencia que siempre había tenido su expresión, pero que ahora parecía bañado en una luz más serena, más sedimentada, más madura. Su mejor amiga se había convertido en una mujer, y ella se había perdido el proceso. Sonrió, pues a pesar de notar los distintos matices que ahora conformaban el aire que la envolvía, le satisfacía que hubiera vuelto para mostrárselos, ya integrados.
Ro se iba y ella la esperaba, esa había sido siempre la dinámica de su relación, pero tuvo la extraña sensación de que no tendría que llevarla al aeropuerto tan pronto como acostumbraba a escapársele de entre los dedos.
―Tus ojos brillan con estas luces como si fueran cometas… ¡Hostia, perdón! ―dijo una muchacha castaña que acababa de chocarse estrepitosamente contra Ro. Una joven pelirroja, agarrada al brazo de la chica, se llevó una mano a la boca para tapar la risa.
―Menudo placaje, tía ―se quejó Ro, golpeándose la ropa, como si quisiera quitarse de encima el contacto con la extraña.
―Lo siento, lo siento. ―Juntó las manos delante de su rostro a modo de disculpa, sonrió con cara de no haber roto un plato en su vida y reanudó el paseo con su chica, dejando a las otras dos atrás―. Casi la tiro al suelo, qué vergüenza, Sandra.
―Ibas diciendo cursiladas sobre mis ojos y se te ha ido el santo al cielo.
―Como para no. ¿Te has visto? Seguro que la estación espacial internacional puede captar el resplandor de tu mirada.
―Me encanta cuando te pones romántica ―ronroneó la pelirroja, agarrándose a su brazo con ternura y dejando caer la cabeza contra su hombro.
Paula la miró de reojo y arrugó la frente. Demasiado fácil. Negó con la cabeza, alejando de su mente esos pensamientos. Quién sabe, esa chica podría ser la definitiva y, cuando pasaran los años, ya casadas y compartiendo una cena navideña en familia, su propia familia, el hecho de que hubiera sido tan sencillo conquistar su amor solo sería una anécdota que le daría aún más peso a la magia de haberse conocido y enamorado en tan poco tiempo. Sonrió y agitó la mano, queriendo deshacerse de ese insecto molesto del inconformismo que zumbaba en su oído.
―Y a mí me encantas tú. ¿Quieres un café? Me estoy muriendo de frío.
―Quiero lo que tú quieras, cariño.
Paula la condujo al primer bar que vio. Le gustaba ser la romántica empedernida, la detallista, la de la labia irresistible. No estaba acostumbrada a competir por el puesto de intensa, y esa chica a la que llevaba adorando durante la friolera de tres semanas se lo estaba poniendo difícil. Quería dejarse querer, pero a veces tenía la sensación de que si Sandra le quitaba contundencia a su vehemencia con la suya propia, no le quedaba mucho más por ofrecerle.
No empieces, que todo va muy bien por una vez en tu vida.
A unos kilómetros de allí, un minotauro, cubierto de escarcha en mitad de un laberinto vegetal a oscuras, reía entre dientes y se frotaba las manos.
―Un cortado para mi chica y un café con leche para mí ―pidió a la camarera, quien las miró con dulzura, alejándose hacia la barra―. ¿Tienes frío? Toma, mi chaqueta. ―Se la quitó con prisas y la puso sobre sus hombros. A pesar de estar dentro del local le gustaba tener ese tipo de gestos pasados de moda.
―Dime, Paula, ¿dónde has estado metida todo este tiempo? ―preguntó con voz melosa, obnubilada por la mujer que tenía enfrente.
―Esperándote.
―Pues qué suerte tengo, ¿no?
―Me gusta que lo veas así. ―Llegó la camarera y dejó las tazas sobre la mesa. Paula la detuvo un momento, tendiéndole el sobre de azúcar que descansaba en el platito de su café―. Toma, no lo voy a necesitar.
―Vale, gracias. ―La chica lo metió en el mandil donde llevaba la libreta y el boli, y se giró para atender otra mesa.
―¿Qué planes tienes para Navidad? ―preguntó Paula, deshaciendo la espuma de su taza y sonriendo con todo el cuerpo a su acompañante.
―Pues ya sabes, pedir sushi y ver La jungla de cristal ―contestó Ro a esa misma pregunta que acababa de hacerle Sara.
―¿En serio?
―Es mi peli navideña favorita. ―Se encogió de hombros con una sonrisa socarrona y pidió un cucurucho de castañas.
―De eso nada, te vienes a mi casa con mis padres.
―Ni hablar.
―Ni que fuera la primera vez.
―Por eso mismo. Hay media docena de niños chillando sobreexcitados por los dulces. Y tu tío me mira raro.
―Ese año se acababa de divorciar y estaba un poco falto de cariño, tía ―intentó convencerla, cogiendo una castaña―. Va, que acabas de llegar.
―Lo pensaré.
―Te jodes, por haber vuelto en Navidad. Llevaba casi un año sin verte, ahora tenemos que recuperar el tiempo perdido.
―Pfff… ―refunfuñó, tirando las cáscaras en una papelera―. Bueno, vale, me pasaré a cenar, pero cuando quiera irme no intentarás detenerme.
―Trato hecho. ―Le tendió la mano y Ro la estrechó―. ¡Por cierto! He encontrado un gimnasio en el barrio para hacer escalada que es la hostia.
―Madre mía, qué ganas de recuperar las viejas costumbres. ―Sonrió sinceramente.
―Además, la de recepción… ―La miró con una mueca de travesura y Ro puso los ojos en blanco.
―¿Otra vez buscándome novia?
―Ah, no, esa chavala es igual de cínica que tú. A esta no la lías.
―Mira, Sara, no puedes plantearme un reto como ese y pretender que lo deje pasar.
―Te lo digo en serio, Ro, diría hasta que es peor que tú.
―Eso ya lo veremos. ―Levantó la barbilla con dignidad y se agarró a su cintura―. Tenía ganas de volver, churrita.
―Y yo de que volvieras. No me gusta tener una amiga por videollamada.
―La verdad es que a mí tampoco. Mola, porque te tengo en todas partes, pero cada vez hace más frío fuera de esta estúpida ciudad.
―Aquí está tu vida, Ro, aunque esta nunca te haya gustado demasiado.
―Me ahogaba, por eso me fui, pero ahora resulta que también la echo de menos. Me estoy convirtiendo en una vieja nostálgica. ―Rio con amargura.
―Has madurado, Ro. Creo que ya puedes dejar de huir. Por mucho que corras, siempre vuelves aquí. Acepta que te encanta, que es un poco tu casa.
―Es lo más parecido a una ―suspiró. Al fin y al cabo, en esas calles había dado su primer beso, había tenido su primera vez, había conocido algunos tipos de amor.
―Y ahora tienes un pisazo ―cambió de tema, sabiendo como sabía lo tristona y filosófica que ponía siempre a Ro la Navidad.
―Es demasiado grande y no tengo ni un duro. Parece un hospital robado.
―Y tú una okupa con esas pintas. ¿En qué momento pensaste que te quedaría bien el pelo cortado a motosierra?
―He pasado por una etapa de búsqueda, ¿vale? ―se defendió.
―Pues esa búsqueda por ahí no es. ―Rieron ambas―. Odio darte la razón, pero creo que se me están helando los ovarios con esta mierda de falda, y no quiero congelar mis óvulos todavía.
―Vamos a por un café, anda.
Paula se encontraba pagando en la barra y metiendo mano disimuladamente a la chica que se abrazaba a su cuerpo mientras esta le decía unas cuantas guarradas al oído. Estaba viviendo su mejor vida. La felicidad para llevar, gracias. Entre besos se dirigieron a la salida y, antes de llegar, la puerta se abrió, dando paso a Sara, seguida por Ro.
Paula esperó a que entraran echándose a un lado, sin prestar mucha atención al entorno, pues las manos descaradas de Sandra la tenían bastante entretenida. Al adelantarse un paso para evitar que la puerta se cerrara tras la morena, se rozaron las telas de sus abrigos sin querer. El aire del local se solidificó de pronto y detuvo entre sus paredes el tiempo un segundo, y un ligero olor a rosas penetró en sus fosas nasales. Desconcertada, dejó de reír, quitó la mirada de Sandra y buscó de dónde venía aquel aroma que se le hacía tan familiar. Sin embargo, no lo encontró y, recuperada del extraño momento que acababa de vivir, salió sin darle mayor importancia.
Ro iba quitándose la bufanda, despreocupadamente y ajena a cualquier suceso metafísico, mientras se dirigía hacia una mesa libre.
―No, no te quites el gorro ―se mofó Sara, tomando asiento.
―Eres una desgraciada, pero creo que voy a hacerte caso. Un café solo con hielo y una leche manchada, por favor ―pidió a la camarera, frotándose las manos para entrar en calor.
―Reconoces que te queda como a un santo dos pistolas, ¿no?
―Parece que me ha cortado el flequillo una vaca a mordiscos, Sara. Pero no pasa nada, de los errores se aprende. ―Se acarició la cortísima melena que asomaba por detrás y sonrió.
―Nada, en un añito lo tendrás ya por los hombros ―le quitó importancia.
―¡¿Un año?!
―Mínimo.
―A saber dónde estaré yo dentro de un año.
―Pues aquí, conmigo.
La camarera llegó con los cafés, y Ro, antes de que se marchara, le pidió otro azucarillo más.
―Perdona, se me ha olvidado pedírtelo antes ―se excusó, sintiéndose culpable por tener que hacer a la chica darse otro paseo hasta la barra.
―No te preocupes, tengo uno aquí. ―Metió la mano en el mandil, recordando el que le había devuelto la clienta a la que había atendido un rato antes.
―Muchas gracias ―contestó la morena―. Bueno, como te decía…
Ro echó el nuevo sobre en su taza y lo removió distraídamente mientras charlaba de naderías con su mejor amiga, volviendo a establecerse en la cotidianidad que nunca se iba del todo, a pesar de la distancia.
Paula volvía hacia su piso, acompañada por la que podría ser, sin ningún género de dudas, la mujer de su vida. Se besaban en cada farola y se miraban como si pudieran ver el mundo en los ojos de la otra.
Dos mujeres a las que aún les quedaba un año y pico para conocerse, pero que ya se habían situado a sí mismas en el tablero, una a cada lado, iniciando una partida que no comenzó en el primer café que Paula le pidió a Ro, sino con aquel que tomaron por separado y en el que intercambiaron su primer sobre de azúcar, a pesar de no saberlo.
No se enterarían nunca, jamás sabrían que aquella vez fue la primera, que esa tarde iban a ponerse una chincheta cada una en una esquina del mapa, un mapa que de tanto arrugarlo había terminado por unirlas a ambas en el centro de una bola de papel.
No recordarían sus caras, ni sus olores, cuando se pusieron frente a frente. Solo nosotras sabremos que eso pasó, que ya venían caminando una hacia la otra desde mucho tiempo atrás, esperando, como si lo supieran, el momento indicado para salir de su escondite y dejarse ver.
Ya sabéis, la magia de la Navidad.
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Feliz Navidad 🎄 y gracias por este especial 😍😍😍
Es que todo lo que escribes es maravilloso, estoy blandita 🥺
increíble y hermoso, no me canso de decirlo, te hace pensar si paso lo mismo con alguien de nuestro entorno. feliz navidad
Gracias por este especial de navidad Cris 🎄cada día admiro mas tu forma de escribir, no quiero ser pesada pero esta historia en físico seria el mejor regalo.
RT / Comparto lo guay que sería tener esta o alguna de tus historias en físico 😊😊
Que bonito este capítulo especial, muchas gracias y felices fiestas.
Precioso capítulo especial de Navidad! Gracias.
El hilo rojo del destino si es. Gracias Cris 🖤
Hola, no puedo abrirlo me da error.
Sabes si pasa algo?
Gracias
Capítulo muy interesante y te hace pensar si ya nos habremos cruzado con una persona que será importante en nuestra vida pero aún no lo sabemos