El descanso del minotauro
9
El jueves amaneció radiante, como un día de esos que se las prometen muy dulces, en los que parece que una se va vistiendo con ayuda de los pájaros de la Cenicienta, pronto, pronto, Cenicienta, en que los semáforos se van poniendo en verde a tu paso y en los que todo son sonrisas afables y pasos de claqué.
Ro llegó al bar tras su día de libranza con la sonrisa dándole la vuelta a la cabeza, mucho más tranquila tras aquel impasse en su relación con Paula. Había tenido tiempo de pensar, de poner su relación, tan en pañales aún, en la perspectiva correcta gracias a la tarde con Sara y, sobre todo y más importante, había tenido la oportunidad de echarla de menos. A punto estuvo de escribirle ella misma cuando llegó a casa por la noche, furiosa y envalentonada por ese tercio último que le había sobrado.
Seguía sin creerse la pasividad de la escritora y se había sentido prácticamente ofendida al no recibir de ella ni un «¿qué tal llevas el día libre?». ¿Pero qué se había creído? No podía ir regalándole palabras bonitas para luego ignorarla por completo el día en el que más tiempo, si quisieran, podían compartir. Una voz en su cabeza le decía que se había esforzado en mandarle todas las señales posibles para hacerle entender que necesitaba un poco de espacio tras el beso y que, en lugar de alegrarse de no tener que pasar por el incómodo momento de rechazarla y la decepción interna de que alguien que te gusta, de la manera que sea, no cumpla con tus expectativas, se había enfurruñado como una cría pequeña que berrea por nada.
No habría sido capaz de acertar del todo hiciera lo que hiciese.
Pero eso había sido el día anterior, un pasado remoto para ella, que siempre miraba hacia adelante. Había llegado a la conclusión de que Sara tenía razón: solo se conocían desde hacía dos semanas y no tenía que preocuparse todavía por el tierno corazón de Paula, solo limitarse a disfrutar y hacer lo que le apeteciera en cada momento. Nada nuevo. Y como lo que le pedía el cuerpo era verla y volver a dejarse seducir por su cerebro iluminado por mil soles, iba con la cita que pensaba pedirle ya en la punta de la lengua.
No es que fuera con la intención precisa de besarla y tener una cita de ese tipo en concreto, solo tenía en mente una quedada para charlar y dejarse deslumbrar, aunque tampoco es que fuera ella, precisamente, de cerrarse puertas. Ro era así, una mujer decidida a abrazar lo que la vida quisiese otorgarle por el tiempo en el que tuviera la oportunidad de tenerlo en su órbita de gravedad sin hacerse demasiadas preguntas y con la única meta de estrujarlas y aprovecharlas hasta su última gota.
Y Paula no iba a ser diferente, al menos, hasta que la cosa se pusiera sentimental de verdad, si se diera el caso.
—Ya veo que a alguien le cundió su día libre, ¿eh? —le dijo Lola con intención nada más verla llegar, tan exultante.
—Pues no te creas, que no hice nada del otro mundo. Dormí hasta que ya no pude más y por la tarde quedé con una amiga.
—¿Una amiga escritora, quizá?
—Una amiga arquitecta. —Le guiñó un ojo y se fue a cambiar.
—Menuda golfa estás hecha.
Ro soltó una carcajada y se perdió por la puerta del diminuto vestuario. Al abrir la taquilla, se encontró con el libro de Paula, su primera novela publicada, y se recordó que tenía que llevárselo a casa para empezar a leerlo.
Volvió a su zona de control detrás de la barra, donde tenía una panorámica excelente de las inmediaciones y en cuyo campo de visión era imposible que no apareciera cierta escritora. Se puso, más animada que de costumbre, a trabajar, a preparar desayunos donde ensayaba los dibujos que quería perfeccionar en la crema del café y a echar miradas de soslayo a la puerta, que no dejó de abrirse en toda la mañana.
Llegó la hora a la que solía ir Paula a desayunar, llegó y pasó. Una hora más tarde, en un descanso breve que le había dado la clientela, miró el móvil por si tenía algún aviso de que no había podido acudir a su rutina diaria de cafés y miradas embelesadas. Pero allí no había nada.
Transcurrió la mañana como una barcaza pesada y a cuentagotas. Pasó de mirar el teléfono una vez, a dejarlo debajo de la barra para poder verlo en cuanto se iluminara. Casi se muere cuando vio una notificación, pero había sido la estúpida de Elvira mandándole un meme gracioso.
—Oye, Lola, ¿vino Paula ayer? —le preguntó en una de las ocasiones en las que entró a la cocina a por alguna comanda.
—Pues ahora que lo dices, no, ¿por qué?
—No, por curiosidad…
¿Así se iba a quedar todo el asunto? ¿En una chica interesante y un poco mal de la azotea que había conseguido sorprenderla y que había desaparecido sin más? ¿En serio?
Ni de coña, vamos.
Cogió el teléfono para escribirle, pero justo en ese momento unos clientes la llamaron para pedirle unas cervezas y, entre idas y venidas, no pudo volver a tocar el móvil hasta que terminó su turno. No esperó ni a llegar a casa.
RO
Te he puesto falta hoy
Y según me ha dicho Lola, también ayer
No hubo respuesta inmediata, como estaba acostumbrada, y, en lugar de guardarse el teléfono en el bolsillo, lo llevó en la mano a la espera de la contestación deseada. Sacó a su perro a pasear cuando llegó a su piso, se dio una ducha y se entretuvo viendo un documental en la tele hasta que una vibración hizo que pegara un bote en el sofá y se le pusiera el corazón a galopar mientras lo desbloqueaba y comprobaba que, efectivamente, era Paula quien se dignaba a dar señales de vida.
PAULA
Buenas tardes, Ro
He estado en la casa de mi abuela desde el martes
Tenía que ocuparme de unos asuntos
RO
¿Asuntos resueltos?
PAULA
Sí, ya está todo solucionado
A la escritora le temblaban las manos de puros nervios. Sabía que Ro no tendría ningún reparo en pedirle explicaciones si así lo consideraba oportuno y, en cierta manera, entraba dentro de las posibilidades que le hiciera algún comentario sobre su ausencia, aunque el hecho de que preguntara por ella a Lola sí que no se lo hubiera esperado jamás.
Al no acudir a su cita implícita, no buscaba una reacción, no lo había hecho como castigo ni como correctivo ante su actitud contradictoria del sí, pero no. Solo quería darle espacio y dárselo a sí misma. Era consciente de que para ella el haberse besado había tenido una relevancia suprema, y la indiferencia de Ro le había dolido más de lo que estaba dispuesta a reconocer. Paula era, como sabemos, una loca del amor, iba sin frenos y a toda velocidad, aunque supiera que iba a estamparse de frente contra un muro, pero este nuevo tipo de dolor, menos seco y más sangrante, la había puesto en guardia ante el resquebrajamiento inminente de una grieta en su corazón.
Era la primera vez que se sentía así, en verdadero peligro de sufrimiento, y eso le alegraba y asustaba a partes iguales. Por un lado, si dolía era porque era importante, pero importante de verdad, más de lo que hubiera imaginado, a pesar de que su inventiva iba siempre diez pasos por delante de la realidad. Por otro, esa bestia interna que deseaba sentir el romance con toda su fuerza, pero solo sus caras y no sus cruces, había vuelto a aparecer para atemorizarla ante lo que pudiera venir.
Cuando una piensa en el amor, solo se acuerda de lo bello, de la parte que narran los libros, pero apenas nadie le dedica tiempo a considerar la parte menos amable: la de la inseguridad de lo inasible, la de la duda a plomo de lo que no se conoce, la de los ratos tristes que una pasa cuando cree que se está inventando una historia de amor que solo está ocurriendo en su cabeza.
Y este último era el caso de Paula. Quería quererla, y quizá eso estaba poniéndole a su relación con la camarera un matiz irreal fruto de sus ganas. Esta idea la estaba llevando por la calle de la amargura, pues lo apostado en esta ocasión parecía superar con creces a todo lo que alguna vez había dejado puesto frente a una mujer en una bandeja de plata. No terminaba de entender aquella diferenciación que había hecho su corazón con respecto a Ro, pues ella era, de todas, la más peligrosa debido a la imposibilidad de compatibilizar sus maneras de ver la vida.
Pero así le habían explicado que era el amor, y ella iba a dejar de hacerse preguntas y que fuera lo que tuviera que ser.
Tenía a Ro desconcertada al otro lado del teléfono y lo sabía. No buscaba, como ya he dicho, hacerse de rogar y buscar la atención que, en realidad, le estaba faltando de ella, pero que la buscara le había provocado una sonrisa estúpida y una espantada ilógica de sus dudas. Cómo somos las personas, a veces, que nos decidimos a dejar algo marchar y una sola palabra cambia por completo el rumbo de nuestras decisiones, que pasamos de un extremo al otro con media sonrisa y un toque inocente en el brazo.
PAULA
Y tú, ¿qué tal?
RO
Pues aquí, siendo ignorada por una escritora de tres al cuarto
Pero que se aguante, que puedo tenerla si quiero
<Foto>
El regazo de Ro y, en él, el libro secuestrado que había cogido de la estantería del bar. Si hubiéramos podido ver los ojos de Paula en ese instante, habríamos necesitado, al menos, unas gafas de soldar para soportar tanta luminosidad.
PAULA
¿Y quieres?
RO
Pues claro
PAULA
No lo tenía yo tan claro
RO
¿Sabes lo que es la «jornada de reflexión»?
PAULA
Me suena, sí
RO
Pues eso
PAULA
¿Sabes qué pasa?
Que después de tu jornada de reflexión, venía la mía
RO
Pensaba que una valía para las dos
PAULA
Yo también lo pensaba
RO
Entonces te dejo, y espero verte mañana
PAULA
Has roto la incomunicación, ya no sirve
Se me ha ido el modo reflexivo
RO
Cuanto más te digo que dejes de pensar, más lo haces
Me tienes harta
PAULA
Tú lo que quieres es que haga lo que quieres cuando tú quieres
RO
Anda, pues claro, como todo el mundo
Solo que nadie lo reconoce
Ayer quería estar sola y que tú quisieras verme
Solo obtuve una de las dos cosas
Contenta, pero no mucho
PAULA
Yo ayer quería verte
RO
Lo sé, es lo de estar sola lo que no conseguí
Quedé con una amiga
PAULA
AUCH
RO
JAJAJAJAJAJAJAJA
Eres TAN tonta…
¿De verdad querías verme?
PAULA
Yo quiero verte todo el tiempo, Ro
No beso a mujeres a las que no quiero volver a ver
Pero no sabía qué tipo de besadora eras tú
RO
Una excelente, por supuesto
PAULA
Bueno…
RO
¡Me dirás que no!
PAULA
Ya no me acuerdo
RO
Soy del tipo de besadora impulsiva
PAULA
Lo que me temía
RO
Pero eso no quita que…
¿Sabes? No me gusta hablar de esto por mensajes
¿Cuándo vuelves de tu mansión?
PAULA
Por lo visto, cuando a ti te dé la gana
Pero termina la frase, que luego en persona se te va a olvidar
RO
No, no se me va a olvidar
Pues en una hora te quiero en la cafetería de siempre
¿Te da tiempo? Te da y, si no, pues te espero
PAULA
Haces lo que quieres cuando tú quieres
RO
Me alegro de que te hayas dado cuenta tan pronto, Pau
Hasta ahora
Paula negó con la cabeza, impactada por la sinvergonzonería de la camarera, que tenía la desfachatez de reconocer que era una caprichosa sin ningún reparo, y a ella, tonta ilusionada, le encantaba esa frescura de carácter que no estaba acostumbrada a ver por ahí. Se despidió del jardinero, que llevaba un par de días aguantando sus preguntas y su nula capacidad para tratar con las plantas, se lavó las manos y se montó en el coche con toda su ilusión. Apenas cabían las dos.
Ro se fue a cambiar de ropa. No pensaba tolerar que la escritorita jugara con su mente a base de silencios. Ella, que normalmente tenía que poner distancia con la intensidad de algunas de las muchas personas a las que había conocido en su vida, no estaba acostumbrada a que le aplicaran a ella esa misma medicina, aunque no fuera por intensidad, sino por falta de ella. Entendía el punto de Paula, esas dudas ante su actitud más bien fría después de un beso tonto. Había sido exagerada, se daba cuenta. No era para tanto, tal y como le dijo Sara el día anterior, pero sentía una cierta responsabilidad por el bienestar de aquella mujer que parecía dispuesta a saltar a ciegas sin pararse a comprobar que llevara puesto el paracaídas. Ella había sido, contra todo pronóstico y al contrario de como era su carácter, la voz de la razón.
Pero Ro no había llegado a este mundo infausto para caminar sobre él de puntillas por lo que pudiera pasar. Ella era de las que se metían en el fango hasta las rodillas, haciendo que, de los pedazos que le iba obsequiando otra gente, su personalidad fuera alimentándose de experiencias que la habían llevado a ser la persona que era.
Vio llegar a la escritora que, de no verla, parecía estar más guapa que de costumbre. Qué loca es la manera en la que echar en falta moldea lo habitual para volverlo extraordinario.
En cuanto la tuvo delante, con esa sonrisa suya tímida de quien no sabe muy bien qué esperar, se levantó en sus puntillas y depositó un beso de nada en sus labios, un pico escueto que dejó a la escritora con las mejillas arreboladas y una cara de ensoñación que bien había valido aquel arrebato de valentía.
—Soy del tipo de besadora impulsiva, pero no del tipo que los va regalando a cualquiera.
Paula no supo ni qué decir y la siguió hacia el interior de la cafetería. Aprovechando que se encontraba a su espalda, se acarició los labios con la yema de los dedos, como queriendo dejar ese beso ínfimo allí posado y que no se fuera volando de tan ligero que era. Se colocó a su lado en la barra, admirando su perfil sonriente mientras pedía por las dos. Se inclinó y dejó un beso en su mejilla. El beso más inocente del mundo fue dado y Ro no fue capaz de comprender cómo pudo aquel gesto infantil disparar su sangre hasta los extremos de su anatomía con tanta rotundidad.
—¿Y eso? —le preguntó Ro.
—Quería comprobar cómo era eso de ser besadora impulsiva.
—¿Con un beso en el moflete? Detente, Paula, estás desatada.
—Pues deja de sonreír como si hubiera sido el mejor beso de tu vida.
Ro se giró para mirarla con los ojos entornados. Se le escapaba la escritora por todos los recovecos, siendo aquella la primera vez que recordara en la que quisiera retener a alguien entre los dedos.
—No ha sido el mejor de mi vida. —Negó con la cabeza sin quitar los ojos de los suyos. La atrapaba, la dejaba fijada en el punto más caliente de la Tierra y podía el mundo desaparecer a su alrededor que ese metro cuadrado que pisaban se mantendría erguido ante el Armagedón.
—Dame tiempo.
—Yo no tengo de eso.
—Entonces tendré que darme prisa.
El camarero interrumpió aquel intercambio de segundas intenciones, de lo no dicho con palabras, pero sí con la mirada, como si estuvieran hablando en un idioma inventado que solo ellas conocían.
Se dirigieron a la mesa de la última vez y dejaron los cafés sobre la madera, sin atreverse aún a abrir fuego amigo contra la mujer que tenían delante. Paula le tendió su azucarillo, repitiendo la rutina incipiente de rozarse los dedos por el camino con toda la intención, a la que esta vez también se unió Ro. La observó con detenimiento mientras la escritora removía la espuma de su café hasta hacerla desaparecer. Se había dado cuenta de que le molestaba, pero eso no le iba a impedir lograr su objetivo de conseguir dibujar algo decente en alguno de sus múltiples desayunos.
Paula sacó su teléfono cuando la superficie de su taza quedó despejada y estuvo leyendo algo antes de volver a bloquearlo, guardarlo en el bolsillo y mirarla a bocajarro. Ro se preparó mentalmente: ahí venía la estimuladora de cerebros que la tenía siempre alerta.
—¿Eso no quita que…?
—Si no contextualizas, no me entero.
—Eres terrible. —Se detuvo para dar un sorbo a su café hirviendo—. Me has dicho que ser besadora impulsiva no quita que… Y ahí te has quedado.
—Que sea besadora impulsiva no quita que no tuviera muchas ganas de besarte. Te lo acabo de decir, Pau. No beso a gente aleatoria por ahí.
—Eso me complace. —Sonrió con satisfacción y volvió a beber. Dejó la taza en su platillo y se llevó una de las pastas de mantequilla a la boca.
—¿Sabes lo que no me complace a mí, maldita pedante? Que no te haya salido de las narices venir hoy al bar a desayunar.
—Vivimos en un país libre, Ro, qué te puedo decir. —Se encogió de hombros y Ro frunció el ceño. Aquella actitud de sobrada le estaba gustando y disgustando a la vez. Tenía que decidirse.
—Me puedes decir el motivo, por ejemplo.
—¿El de verdad o el que me puedo inventar para no hacer incómoda la conversación?
—El de verdad. Siempre el de verdad.
—No tenía muy claras las ganas que pudieras tener de volver a verme por allí. Ayer libraste y no supe nada de ti en todo el día —le explicó, con todo el sentido del mundo, pero Ro no estaba para ponerle lógica al asunto.
—Tampoco me escribiste tú.
—Yo no fui la que puso un metacrilato entre las dos el último día que nos vimos.
—Metacrilato. —Rio entre dientes por las ocurrencias de la escritora—. Tienes razón, porque aquí vamos con la verdad por delante. Lo cierto es que no quería verte ayer.
—Joder, no sé si me convence esto de la sinceridad aplastante. —Se encogió en su sitio, dolida.
—No quería verte porque no tenía claro si iba a desear volver a besarte, ya sabes, por no hacer que la situación fuera violenta, pero me hubiera gustado saber que tú sí tenías ganas de verme.
—Siempre las tengo, te lo he dicho mil veces.
—Soy humana, me gusta que me alegren el oído —dijo como si fuera lo más obvio. Y lo era, por lo que Paula lanzó su ofensiva.
—A mí también me gusta, y por eso no te dije nada ayer.
—¿Ves? Sinceridad aplastante y dolorosa. Aunque también te he dicho en varias ocasiones que me gusta mucho pasar tiempo contigo. Empate técnico.
—Me dijiste que deberíamos dejar de besarnos. Solo te di el espacio que me estabas pidiendo a gritos.
—No mientas, Pau. —La miró con cierto reproche—. Tú querías darme una lección.
—¿Qué lección? —Se incorporó, haciendo aspavientos con las manos, indignada.
—La de que cuadra lo que digo con lo que quiero en realidad. Querías que me diera cuenta. —La señaló con un dedo, como si fuera un gesto definitivo de razón—. Vamos, Paula, que no nací ayer.
—Ese… ¡ese era el motivo más pequeño de todos! —Se trastabilló, sintiéndose absolutamente pillada y abochornada.
—Y, además, te ha salido bien. Por mucho que dijera el otro día que deberíamos dejar de besarnos, te he saludado con un pico porque en estos días me he dado cuenta de que sí, me apetece un montón. Y estoy deseando que nos vayamos de esta cafetería hípster, demos el paseo de rigor y vuelvas a besarme en mi portal.
Paula se quedó con la boca como un pez fuera del agua, incluso boqueaba un poco, entreabriendo los labios, buscando algo que decir mientras Ro bebía de su café con una tranquilidad pasmosa. Era la primera vez que perdía en un combate dialéctico con ella, y casi con cualquier persona. No daba crédito, y una sonrisa complacida sustituyó su mueca desconcertada en el momento en el que asimiló lo que la camarera le acababa de decir.
—No tengo por qué besarte en tu portal.
—¿Quieres de nuevo el metacrilato? —Levantó una ceja y apoyó el codo en el respaldo de su silla. Exudaba seguridad en sí misma.
—No.
—Pues, de momento, con besos en el portal es más que suficiente. Tú eres una bomba de relojería y yo una pirómana de manual.
—Hay fuegos que es mejor no apagar. —Se inclinó sobre la mesa y entrelazó sus largos dedos frente a su cara, paladeando las palabras como si fueran capaces de envolverlas en un ambiente mucho más húmedo y pesado.
—No tientes a la suerte, escritora.
—La suerte no me conoce.
—A mí tampoco. —Sonrió Ro con amargura.
—Pues no tenemos nada que temer, entonces.
—Pero tú tienes mucho que perder.
—¿Yo? Lo mismo que tú.
—No, hay peligros que no me pueden alcanzar.
—Seguro.
Asintió con ironía y se terminó el café de un trago. Se levantó, pagó la cuenta y salió de la cafetería con una confianza abrumadora, imaginando que Ro había salido tras ella, atraída por su aura irresistible. Sin embargo, al dar unos pasos en la acera y no escuchar sus pisadas apresuradas tras ella, se dio la vuelta, confusa, y, al verse sola, fue ella la que correteó de vuelta al local, donde abrió la puerta y se la encontró sentada tranquilamente, apurando su café con hielo y viéndola por su perímetro visual sin girarse hacia ella, con una sonrisa soberbia que quiso morder. Se apoyó contra el marco de la puerta y se cruzó de brazos, esperando que dejara de hacer el numerito de ver quién la tenía más larga y se levantara de su asiento de una vez.
Con la boca fruncida en un gesto de victoria, Ro pasó por su lado, decidida a salir sin siquiera mirarla, pero Paula la enganchó por la cintura en cuanto puso un pie en la calle, le dio la vuelta, se la colocó enfrente, la miró con la cabeza ladeada, fascinada por aquella mujer que había sido capaz de dejar a una escritora sin palabras, acunó su mejilla con la mano que se había dejado libre, levantó su mentón haciendo presión con el pulgar hacia arriba y le dio un beso tranquilo de labios.
El primero no, pero el segundo sí que me ha quedado de película.
Ro pasó las manos por su cuello, manteniendo su boca pegada a la suya un poco más, sabedora como era de que Paula estaba a punto de escapársele de nuevo entre las manos. Era increíble cómo la mujer que se le ponía delante envuelta en papel de regalo para que hiciera con ella lo que deseara era la que más difícil le ponía aquello, que se suponía que debía dar por hecho, de mantenerse cerca de ella el tiempo suficiente como para dejarla satisfecha.
Seguro que lo hace adrede para mantener el interés. Más lista que los ratones coloraos, la Paulita.
Se separaron después de un minuto, o de cien, nadie lo podría decir a ciencia cierta. Paula taladró de nuevo su cráneo con su mirada de diamante y sonrió como si fuera la guardiana de un gran secreto.
—Estamos enfrente del mismo precipicio, Ro. Lo único que nos diferencia es que yo sé que lo estoy.
—¿Y yo no? —preguntó, mordiéndose el labio que aún sabía al café sin azúcar de la escritora.
—Es evidente que no. Pero a mí me da igual, porque no vas a caer.
—No me dan miedo las alturas, Paula.
—A mí sí —reconoció a media voz, con los ojos oscilando entre los suyos y su boca.
Aún seguían abrazadas en mitad de la calle, sin música de violines, sin tiempo detenido, sin un viento de origen desconocido removiendo su cabello, pero sí con el corazón en la boca y la boca hambrienta de la que acababa de besar.
—Nadie diría que tienes miedo. —Acarició el pelo ondulado de su nuca, embelesada con esa mirada llena de sueños imposibles de cumplir, pero que, vistos en el fondo de sus ojos, parecían estar al alcance de la mano.
—Para eso has llegado tú, Ro. Para quitármelos.
La camarera no entendió a qué se refería, y no quiso darse tanta importancia ni cargarse con esa responsabilidad, pero conociendo a la escritora seguramente sería una de sus intensidades de todos los días.
Podría acostumbrarme a esto.
Se me hacen muy cortos 😭
Uuffff que se vayan a la cama yaaaa jeje.
La referencia a Cenicienta del inicio, mortal jajajaja
Amo a Paula.. ojalá ser un poco como ella. A Ro tb la quiero, pero creo que aún no sabemos como es en verdad.. que se besen siempre jajaja
Es hermosa la relación que tienen entre ellas, llena de verdad y pureza. Espero, que si llegan a sufrir, no sufran mucho, por lo menos Paula. Que bonito capítulo.
😍😍😍😍😍
Que bonito este capítulo, esto va marchando muy bien.
Deseando leer mas.
Que se acostumbre a eso, sí
Me encanta… Siento que cada semana lis personajes aumentan en intensidad , además, pensé que Paula esrab siendo fría de mente para dar o.no él siguiente paso, pero ella es 100 romántica aunque la vida le saque él fuego de la chimenea y los violines… , con ganas de mas… Creo que no sera llano él camino .
Guau me ha gustado mucho este capítulo.
Siendo la primera parte más reflexiva, siempre me fascinará lo bien que describes los pensamientos y reflexiones internas.
Y la segunda parte con salseo. La relación que están construyendo Paula y Ro me gusta mucho y sus su conversaciones son muy guays i divertidas.
Ahora a esperar una semana para poder leer el siguiente capítulo.
😍😍😍