Cazar el caos
Capítulo 16 – El tejido deslavado de los recuerdos
El automóvil partía la tormenta con una hábil Casandra al volante. Le agradecí en silencio la suavidad con la que nos conducía a nuestro destino. Ya me encontraba lo bastante tensa como para añadir los acelerones del coche. Rebecca había entrelazado nuestras manos y no me di cuenta de lo fuerte que tomaba la suya hasta que con una sonrisa que camuflaba el dolor, retiró sus dedos y los estiró. —Lo siento —murmuré. —Ya sabes que estoy acostumbrada —dijo moviendo los dedos—. ¿Te encuentras bien? De nuevo me encontré mirando por una ventana, la actual era más gruesa de lo normal. Imaginé una bala intentando atravesarla y luego presté atención a la lluvia que difuminaba el paisaje boscoso. —Solo quiero que acabemos pronto —articulé y ni yo estaba segura de en qué sentido lo decía. Escuché que Emma intercambiaba palabras con Casandra. Hablaban en un rápido portugués que se les enredaba en la lengua y, sobre todo, en los oídos de quienes las escuchábamos. ¿Qué nos ocultaban a plena vista? Escuché que Rebecca decía: —Acabaremos pronto. *** Era un edificio moderno y estaba perdido entre los altos pinos de un bosque espeso. No habían sido demasiado creativos al nombrar el lugar como Los Altos Pinos. No tuvimos que escondernos bajo los enormes paraguas negros que Casandra había comprado, porque el complejo contaba con un estacionamiento subterráneo desde el cual accedimos a un vestíbulo que nada tenía que envidiarle al de un hotel de cinco estrellas. El arte en las paredes, los jarrones en las mesas y el piso de mármol daban buena cuenta de lo que costaba pasar un mes en ese lugar. —¿Cómo es posible que ese monstruo esté alojado aquí? —le murmuré a Emma—. ¿No debería estar en un psiquiátrico estatal? —El Estado se hace cargo si la familia no cuenta con los recursos —respondió Emma en el tono de quien le ha dado varias vueltas al asunto y no ha quedado conforme con la respuesta—, pero la abuela contaba con el dinero para mantenerlo aquí… Las palabras se le quedaron atoradas en la garganta cuando llegamos a la recepción. Un hombre, que vestía como enfermero, nos preguntó con excesiva amabilidad la razón de nuestra visita. Escuché que Emma recitaba la explicación que habíamos ensayado, pero la percibí lejana, como si en vez de hablar a un metro de mí lo hiciera a cien. Entonces comprendí lo mal que me encontraba, sentí el mareo, las ganas de vomitar, pero no alimentos, sino la sustancia viscosa que se adhería a mi pecho. En vez de sangre, sentía que mi corazón bombeada alquitrán. En una esquina delimitada por ventanales que iban del piso al techo, atisbé una isla de sofás y como un náufrago me acerqué a ella. Tomé asiento, rebusqué en mi bolso la libreta de notas —la que había comprado para la investigación— y comencé a escribir controlando mi pulso e intentando hacer lo mismo con el terror que amenazaba con vencerme. «La locura: cuando tienes dinero y cuando no». Escribí el encabezado a sabiendas de que lo cambiaría después. Tal vez si se lo enviaba a Victoria esa semana podría publicarlo. Rebecca se sentó a mi lado en comprensión muda. Me conocía lo suficiente para saber que, en mi estado, no existían palabras de alivio más allá de las que pudiera escribir yo misma. Al poco se acercó Casandra y murmuró: —Guarda esa libreta. —Es mi herramienta de trabajo —alegué. Emma acentuó las palabras de Casandra con un par de miradas furtivas, así que guardé la libreta e intenté controlar la ansiedad usando los ejercicios de respiración que, irónicamente, había aprendido en un sitio parecido a ese, trece años atrás. Al cabo de unos minutos, llegó un hombre barbudo con pinta de doctor y otro, más robusto, que vestía de enfermero. —Soy César Bahamonde, psiquiatra de su pariente —se presentó y nos ofreció la mano en saludo, mientras recitábamos nuestros nombres falsos. Fuimos conducidas a través de puertas dobles que solo podían ser abiertas desde la recepción. Mientras subíamos a la segunda planta, el doctor comentó lo mucho que había lamentado la muerte de Olga Barozzi y añadió que fue una gran pérdida para el sistema educativo. —Y para nuestra familia —puntualizó Emma. —Por supuesto. —¿Mi madre venía a menudo? En la cima de las escaleras saludamos a una pareja que se disponía a bajar por ellas. Discutían a murmullos y nos regalaron sonrisas tensas antes de que los tacones de la mujer repicaran en los peldaños. Atravesamos una estancia y nos adentramos en un pasillo. Lo único que lo diferenciaba del de un hotel eran los nombres de los actuales residentes en las puertas. —Esta es el ala sur, reservada para los hombres —explicó el doctor con aires de guía turístico—. Las mujeres están instaladas en el ala norte… —¿Ha habido algún progreso en el estado de mi hermano? —le cortó Emma imprimiendo repugnancia en la última palabra. —En términos psiquiátricos le puedo asegurar que lo hay. Con la medicación adecuada es un paciente que puede vivir una existencia tranquila siempre que se encuentre bajo un ambiente vigilado. De lo contrario, es voluble ante ciertos estímulos y eso lo convierte en un hombre potencialmente peligroso. Aquí ocupa su tiempo en la música y la lectura. Es un ávido lector. La literatura que consume la controlamos, claro está. Sin embargo, no todos los libros que me gustaría que leyese se pueden conseguir en braille. —¿Por qué le sorprende? —repuso el psiquiatra. Había cometido un error, lo supe por la mirada que Emma me lanzó. —Quiero decir que hoy en día existen muchas alternativas —rectifiqué en el tono más casual que pude imprimir—. ¿Audiolibros tal vez? El médico asintió. —Le he presentado esa alternativa, pero prefiere leer a la antigua y con ello se refiere a sus dedos. Como lector es testarudo. Y entonces se detuvo frente a una puerta e indicó: —Esta es la habitación. Sus temores no eran infundados, pues al ver las letras doradas que refulgían como si algo las iluminase desde adentro, un aluvión de escenas fugaces me inundó la memoria. Marcus Barozzi, el monstruo. Marcus Barozzi, el ciego. Marcus Barozzi, mi padre. Mientras el enfermero digitaba la clave en el teclado numérico de la cerradura, me volteé sintiendo arcadas. Rebecca me rodeó los hombros y me pasó el botellín de agua que siempre traía consigo. Le di un trajo y respiré profundo. Sudaba frío, temblaba, y sentía que me iba a desplomar en cualquier momento. —¿Se encuentra bien? —preguntó el doctor Bahamonde. —Es la altura —me excusé—. Las montañas me ponen mal. —¿Vive cerca de la costa? —Así es. —Es normal. Mal de altura. —Rebuscó en sus bolsillos y extrajo un blíster de pastillas—. Aquí tiene, son aspirinas. Le ayudarán un poco. Se lo agradecí, me tragué dos y entré la última, usando a los demás como escudo. —Hola, Marcus —saludó el doctor. —César —respondió el hombre sin girarse y con una voz delgada que no reconocí, la voz de un niño. Luego entendí que era imposible que la recordase pues habían pasado veinticuatro años desde la última vez que la escuché. —Tus visitas están aquí. —¿Estás seguro? No las he visto llegar. Bahamonde profirió una carcajada que juzgué muy fuera de lugar. —Tiene sentido del humor —nos dijo, como si tuviera que puntualizarlo—. Te dejo con tus parientes, Marcus. Estoy seguro de que serás un buen anfitrión. —Quedan al cuidado de Jorge —añadió el psiquiatra señalando al robusto enfermero—. Si tienen alguna duda, él se encargará de llevarlas a mi oficina cuando terminen la visita. Se lo agradecimos y con fingida inocencia esperamos a que saliera. No teníamos intención de interrogar a Marcus en presencia del enfermero, pero no podíamos deshacernos de él de buenas a primeras. —¿Vienes a sentarte, Marcus? —le apremió Emma, ocupando un lugar frente a la mesa redonda de plástico que estaba atornillada al suelo. —¿Quién ha dicho eso? —respondió el aludido con su voz aguda. —Soy yo, Liliam —dijo Emma. Jorge dio un paso al frente, como si temiese que Marcus saltara sobre Emma a pesar de su ceguera y evidente fragilidad, no obstante, la amenaza no se movió de su sitio. —¿Qué te contiene? —preguntó Emma y noté el esfuerzo que hacía por mantener la serenidad. —¿Sabes que nuestra madre ha muerto? —Lo sé. —¿Y que te has quedado a mi cargo? —¿Por eso has venido? —En parte. —¿A quiénes traes contigo? —Familiares. Nuestra madre dejó una cláusula en el testamento que liga a estas personas con tu parte de la herencia. —¿Mi parte? —preguntó Marcus y fue entonces cuando volteó. En su rostro, sin embargo, no había nada que yo recordarse. Estaba ajado por los años, surcado de arrugas, macilento; sobre las cejas le caían mechones de pelo grisáceo que casi le tapaban los párpados cerrados con fuerza, como si por voluntad se negasen a ver la luz. —Nuestra madre no te iba a dejar en la calle. Siempre fuiste su preferido —comentó Emma imprimiendo resentimiento en la voz—. Si no resolvemos este asunto, las consecuencias serán graves y peligra no solo tu parte de la herencia, sino la mía. —Fue entonces que se giró hacia el enfermero y le dirigió las siguientes palabras en tono suave, como quien pide un favor desesperado—: Jorge, ¿podrías darnos un poco de privacidad? Los asuntos que tengo que tratar con mi hermano son asuntos legales que solo corresponden a la familia. Tal vez podrías ir a tomarte un café en alguna parte. Seguro que aquí el café es gratuito, pero por si no lo es, aquí tienes… Y le puso en frente un fajo de billetes que seguro eran más de lo que aquel hombre ganaba en un año. —Si se trata de asuntos legales supongo que estoy obligado a retirarme —dijo con severidad, tomó el dinero y se marchó. Entonces nos quedamos a solas con el monstruo. —¿De qué herencia hablas? —preguntó. La codicia impregnaba su voz mientras sus manos nudosas se deslizaban por el alféizar. Dio tres pasos sosteniéndose de él y luego caminó en línea recta hasta que dio con la silla de plástico frente a la mesa. Estaba empotrada al suelo. La tanteó y se sentó—. Habla claro, hermana, que si has venido a verme debe de ser por algo importante. Marcus bufó. —No trates de engañarme —dijo—. Sé lo que nuestra madre estipuló en el testamento. Tienes que pagar el costo de este lugar. —Así es, pero nunca dijo hasta cuándo. En el testamento no consta una fecha de permanencia. No estoy obligada a mantenerte aquí. Puedo sacarte cuando yo quiera y, a decir verdad, hace mucho que quiero que te pudras como la basura que eres en un sitio más acorde a tu condición. —No puedes… No puedes hacerlo… Nuestra madre… —Pareces un niño. ¿Te escondes en las faldas de una muerta? —No puedes. No puedes hacerlo. Tengo que estar aquí. Tengo… —Puedo y lo haré. —Puta, zorra, lesbiana de mierda… Vi como Emma se llevaba la palma a la mejilla. Asustada y sin pensarlo, le retiré la mano del rostro. Tenía un corte que sangraba. Parecía profundo. —¿Cómo…? —mascullé y frente a mí apareció un pedazo de plástico afilado. Casandra lo sostenía. —Estaba entre sus dedos —explicó. —Déjala —soltó Emma. —Y tú… ¿Te parece prudente amenazar a alguien así de trastornado? Nunca hablamos de interrogarlo de esta manera. ¡Pudo cortarte el cuello! —Estamos juntas en esto, ¿lo olvidas? —Discutiendo no van a conseguir nada a estas alturas —intervino Rebecca y me tomó del brazo—. Hagamos lo que vinimos a hacer y vámonos ya. Tengo un mal presentimiento. Me mordí la lengua y vi con impotencia como la herida de Emma sangraba sin que ella se preocupase por hacer algo. Marcus seguía insultándola mientras Casandra lo sostenía contra la mesa. —Lo sé. —Emma exhaló con gravedad y me miró de reojo—. En realidad, quiero respuestas. —¿Qué respuestas? —Tengo preguntas que hacerte y si me respondes con la verdad, consideraré dejarte en este hotel de lujo por un tiempo indefinido. —No voy a tragarme eso… —Trágatelo, es lo único que puedo ofrecerte. Siguió debatiéndose hasta que Casandra lo soltó a petición de Lerroux. Lo ayudó a sentarse, pero no le quitó las esposas. —¿Qué preguntas? —soltó el hombre. —Primero quiero que me digas dónde está Marcus. —Te refieres a Hugo —le corregí. *** —¿Cómo que un impostor? —Me pregunto lo mismo —dijo Emma y añadió en dirección al hombre—: Te pareces a él, sin duda. Me engañaste al principio. —Estás loca. Soy Marcus Barozzi. —No lo eres. —¿Estás segura? —repuso Rebecca—. Tú apenas lo conociste. Quiero decir que no creciste con él… —¿Señalarme? ¿La única testigo? —siseó el hombre—. Tú no eres Liliam Barozzi, eres Emma Lerroux. —Al parecer ambos somos impostores —dijo Emma. —¿Cómo sabes que no es él? —insistí. El hombre se echó a reír. —¿Crees que no lo saben? —murmuró—. Por supuesto que lo saben. Fueron cómplices del cambio. Se lo llevaron a él y me dejaron a mí. En este lugar es de lo más común. Cambian a unos locos por otros. O a unos cuerdos por unos locos. O a unos locos por unos cuerdos. Nos miramos entre nosotras. Yo había considerado que la corrupción de ese centro consistía en alojar a monstruos trastornados y ofrecerles una vida cómoda, inmerecida. No sospeché que la cochambre llegase a tantos niveles. —¿Quiénes se llevaron a Marcus? ¿Sabes dónde está? —inquirió Emma. —¿Me llevarás a un centro estatal? —repuso el hombre. —No. Si me das las respuestas que necesito, te dejaré aquí. Se lo pensó un momento y, al final, explicó: —¿Entonces te cegó, te trajo aquí y Olga no lo notó? —Por supuesto que lo notó, pero esa vieja era muy lista y actuó como si no se diera cuenta. Me siguió visitando, aunque no con tanta frecuencia. —¿Sabes dónde está Hugo ahora? —En Italia, ¿dónde más va a estar? —¿En dónde exactamente? —Nápoles, supongo. —¿En qué parte de la ciudad? Casandra se llevó dos dedos al cabello, a la altura del oído, y perdió la mirada en la puerta. —Debemos irnos —dijo—. Espero que aparte de ciego también seas mudo y no hables de lo que pasó aquí. —Ellos ya le habrán dicho a Hugo que vinieron a visitarme. Hay cámaras en todas partes. Las verán. Sabrán… —¿No me sacarás de aquí? —De momento sigue disfrutando de los lujos —soltó Emma. *** —La información se obtuvo y es lo que importa —repuso Emma con frialdad. Se estaba limpiando de la cara el maquillaje y la sangre. Se había quitado la peluca y soltado el cabello. Volvía a ser la Marquesa de Lerroux. —Sabemos que puede estar en Nápoles, es todo —sintetizó Rebecca—. No me agrada que te desvíes de lo planificado. Nos pones en peligro. —¡No soy una turista! —Hasta ahora pareces una. Y una muy quejumbrosa. Si tu actitud será esa, entonces quédate en Nueva York. No somos un equipo de basquetbol al que puedas controlar a tu antojo. —Creo que lo necesitamos —solté sin proponérmelo. —¿Qué? —masculló Rebe y me miró estupefacta. —Tú misma dijiste que discutiendo no llegamos a ningún sitio —le recordé. —Y tú que Lerroux se había desviado del plan… —Lo sé… Necesito hablar con ella a solas. Casandra, ¿podrías orillarte? —Se está cayendo el cielo —puntualizó. Casandra lo hizo. Aún no salíamos de la zona montañosa y los pinos hendían el cielo de nubes negras. Tomamos los paraguas y salimos. El otro coche, con el resto del equipo, paró detrás del nuestro. Me alejé y Emma me siguió. —¿También vas a quejarte de mis métodos? —me preguntó sobre el ruido de la lluvia. —No. Quería preguntarte una cosa. —¿Cuál? Emma guardó silencio. Un trueno hizo eco en la calle. —¿Tú no…? ¿Tú no recuerdas lo que sucedió? —Recuerdo algo… —¿Y qué es? Las gotas de lluvia se dejaban caer por el borde de su paraguas. Sangre nueva brotaba de la herida en su mejilla y contuve el impulso de secársela con la manga de mi suéter. Asimilé la información en silencio. El viento amenazaba con llevarse mi paraguas y me aferré a él. —¿Por qué Olga no nos dijo del impostor? —inquirí—. Pudo haberlo mencionado en la carta que te dejó. —No lo sé. Pero el testamento fue una pista. Mencionó el psiquiátrico y a Marcus. Tal vez pensó que yo me indignaría y acudiría a visitarlo. Aunque, a decir verdad, tenía miedo de venir… No quería enfrentarlo sola. —Lo enfrentaste mejor de lo que yo podría —repuse, intentando animarla—. Siempre te he admirado por hacerle frente a las cosas que más miedo te causan. Eres valiente… —El corte no es tan profundo como pensé —comenté a media voz, observándolo de cerca por primera vez. La lluvia comenzó a empaparnos. —Debemos regresar —articulé, pero mis pies no hicieron ni el amago de volver, ni mis ojos el de observar atrás. Estaba perdida en su forma de mirarme, esa manera suplicante de decirme sin palabras lo mucho que me necesitaba. —Lo he dispuesto todo —me informó, pestañeando, quitándose los mechones de cabello que se adherían a su piel como si se quitara también la vulnerabilidad de encima. Se irguió. Volvió a ser la Emma Lerroux seria, calculadora y fría. Sus ojos que habían sido plata líquida hace un instante, se convirtieron en hierro—. Partiremos en cuatro días.
Así te quería agarrar, puerca.
Jajajajajajaja
Emma: si vamos a hacer esto, lo haremos bien.
AJAJAJAJA
Que fuerte
Yza bebé no vayaaaas.
NO PUEDO ESPERAR AYUDA
Agarrenme porque me le voy encima. 😡😡😡
QUEEEE, mi cabeza no da para más.
Emma:(
El pasado no lo puedes modificar, pero si se puede aprender de él, e ir moldeando el futuro
Y tú que we.
Emma siempre dándole el paraguas a Yza. Lloro. 😭👍
Me uno a tu llanto 😭
Hijo de tu puta madre… tú y tu hijo chinguen a su madre cada vez que respiren.
Yza está inspeccionando las manos de la marquesa? 🤨 Sospechoso
Fuertes declaraciones.
Quedé impactada con este capítulo.
Tantos idiomas Yza y al fin decides hablar con el de la verdad
Celosa, Emma?
Si y si se puede dormir en la misma habitación y en la misma cama si no es mucho pedir
JAJAJAJJAJAJAJAJJAJAJAJAJJA PORFAVORR
¡Pues abrácense, mierda!
Yza ha madurado pero cuando está cerca de Emma vuelve a ser la misma niña de 15 años que lucha por no aceptar sus sentimientos hacia Emma
Que.
Puta madre, ¡¿Qué carajo está pasando?! ¡¿Y el hijueputa real?!
¡Mátenlo apenas lo vean!
Te amo rebeca
Coincido
Con cada dato nuevo de Ylari la admiro más
Ya abrácense, bésense y cásense 😭
Ahhhhh muero! 😁
Hola hijo de tu putizima madre 😃
Nuestros? Disculpa, ¿tú qué tienes que ver aquí?
QUEE?? stefy haces que mi cerebro explote otra vez
COMOOOO?
Hermoso…. y más de hermoso.😍
Con la marquesa delante se vuelven tercas manos, piernas, brazos… Todo 😈
Empezamos fuerte!
Rebeca la porra te saluda!
Disimula mija!
No sé por qué, pero me agrada Cas.
Fue literal! Bien Ylari!
Perro maldito!
Imaginé la escena… Cómo es posible que haya quienes lastimen así a los niños, malditos monstruos merecen ser cazados y desollados!
Ojala!
Emma mi amor!
Se preocupo mucho por Emma 🥺
Cada vez más simp de Emma.
Por otro lado, jajaja “pobre” Rebeca tendrá que estar en medio de Yza y Emma todo el tiempo 😂
Como dices que dijiste!?
Emma bebé 🥺
Es demasiado fuerte… Yza debería de aprender de ella
Emma Holmes!!
Todo se va a poner peligroso y emocionante! Me encanta!!
Y está que? Mucho ayuda el que poco estorba 😒
Las turistas metiches!
Si y si!