El descanso del minotauro
3
Despertó con la misma sensación de desubicación que si acabara de aterrizar en el planeta Tierra. ¿Aterrizar en la Tierra se considera redundante? Ese fue su primer pensamiento de aquel martes, por lo que las expectativas eran altas: el día solo podía ir para arriba.
Se dio una ducha para quitarse los pájaros de la cabeza y se echó un vistazo en el reflejo distorsionado del espejo empañado, con una toalla alrededor de su melena y una cara de sueño de mucho cuidado. Su cerebro seguía en fase REM.
Estuvo quince minutos sentada en el borde de la cama sin animarse a coger algo de ropa y empezar el día. Se dio cuenta, mientras miraba a través de la ventana, con las bragas a medio poner, de que la vida había continuado sin ella y que ya empezaba a reclamar su presencia, tirando de su cuerpo con la fuerza centrífuga del mundo que no paraba de girar. Había dejado todo en suspenso desde la muerte de su nana, pero no podía alargar aquella pausa eternamente. Aquel despertar extraño era una buena prueba de ello.
Se subió al tren que pasó frente a su cuarto, se vistió como si fuera a hacer algo importante, cogió su portátil y se marchó a desayunar al bar que había al final de la calle. Llevaba prácticamente tres semanas sin aparecer por allí y ya lo extrañaba.
Era un lugar de poco tráfico de personas en las horas centrales del día, pero que por las noches se llenaba de oficinistas que salían del trabajo con ganas de tomar una cerveza, picar algo y desconectar. Sin embargo, cuando ella iba, aquello era un remanso de paz.
Tenía dos plantas y ella solía situarse en la de arriba, absolutamente vacía la mayor parte del tiempo. Sabía que era un incordio para las camareras tener que andar subiendo y bajando las escaleras por ella, pero realmente el altillo de ese bar tenía ese je ne sais quoi que conseguía desatascar su cerebro cuando tenía una novela en punto muerto. Iba allí a ver a la gente pasar por la calle desde el gran ventanal que ocupaba su sitio predilecto, a inventarles vidas y circunstancias con solo una ojeada a sus rostros, a que le inundara el olor a café de la barra de abajo, a dejar la mente en blanco e inspirarse.
Era un sitio de madera, de los de siempre, que había pasado de garito a la última en su inauguración a bar de viejos durante los duros comienzos de los años dos miles. En el presente, había sido rescatado del ostracismo por los nostálgicos de lo vintage y estaba recuperando el resplandor de sus años mejores gracias a ese aire rústico de las plantas colgando de las paredes y las sillas desparejadas. A Paula, sencillamente, le encantaba. Se sentía en casa.
Nada más entrar, fue prácticamente tirada de espaldas contra el suelo por la dueña del local en un abrazo que por poco le hace saltar los ojos, de tan fuerte.
—Ay, niña, lo siento muchísimo.
—Muchas gracias, Lola —correspondió, apretando el abrazo—. ¿Cómo te has enterado?
—Llevabas unos días sin venir y yo me preocupé. —Paula sacó la cara del cuello de la mujer y la miró, divertida—. Convencí a mi hija para que mirara en el internet si te había pasado algo y me dijo que con tus apellidos solo salía lo de tu abuela.
—Eres una stalker. —Soltó una risotada al ver la cara de incomprensión de Lola—. Significa que eres una cotilla de las redes. ¿Ha vuelto tu hija a España?
—Sí, hace dos semanas. Ya era hora, no me llegaba la camisa al cuerpo de pensar que estaba por ahí, perdida de la mano de Dios.
—Me alegro mucho. —Le apretó el hombro—. Ya tienes a tus dos niñas por aquí.
—Pues sí. Ahora te mando a la chica nueva para arriba, que tengo a Raúl de baja.
—¿Ya ha sido papá? —preguntó emocionada.
—Sí, mira. —Sacó su teléfono, se colocó las gafas que le colgaban del cuello y le enseñó una foto—. Es una ricura esta niña, hay que ver lo espabilada que está ya.
—Es preciosa —dijo sin apartar la mirada del bebé—. Cuando hables con él, dale la enhorabuena de mi parte.
—Pues claro. ¿La mesa de siempre y el desayuno de siempre?
—Sí, por favor.
—Ahora te lo llevamos.
Subió las escaleras, soltó la mochila junto a la pata de su mesa y sacó en primer lugar su libreta de ideas y un lápiz. Lanzó la mirada por el ventanal y un suspiro profundo: viendo a la gente ir y venir se daba cuenta de que sí, en efecto, la vida seguía, imparable.
Tan perdida estaba en sus pensamientos, que no advirtió la llegada de la camarera, que tuvo que carraspear para hacerse notar.
—Buenos días.
Paula levantó la vista y el suelo tembló bajo sus pies al chocar contra los ojos de la morena que esperaba de pie a su lado para dejar las cosas sobre la mesa. Se le puso el estómago en la garganta y la garganta en el desierto. Sintió su alma escapársele del cuerpo y se sorprendió al verla girar alrededor de la chica como el humo se arremolina por encima de una hoguera, como si su centro de gravedad se hubiera independizado de la Tierra para ir a posarse sobre esa menuda figura que la miraba con extrañeza. Percibió los colores más intensos al compartir espacio con sus ojos negros y se calló el trasiego de la calle solo para aguardar que ese momento terminara en paz, sin interrupciones mundanas.
Abrió los labios para decir alguna cosa, pero nada se le ocurrió que mejorara el silencio a plomo que presionaba sus oídos, solo roto por el acelerado bumbúm de su corazón.
Un espadazo partió su pecho a la mitad y bajó la mirada, aprovechando el tiempo detenido en aquel bar, para ver brotar de la herida una rosa.
—¿No es lo que habías pedido? —preguntó la muchacha, afectada ya por el peso de la bandeja.
—Sí, sí —tuvo que toser para deshacer el nudo de su voz—, perdona.
—Menos mal —suspiró, colocando la taza tintineante sobre el plato enfrente de ella—, no quiero liarla más en mi segunda semana.
—No, es… es perfecto —murmuró sin apartar su intensa mirada de las facciones marcadas de su rostro.
—¿Te encuentras bien? —preguntó, incorporándose tras colocar las tostadas en la mesa, abrazando la bandeja.
—Mejor que nunca.
—Eh… Estupendo, que aproveche.
La chica frunció el ceño y negó con la cabeza mientras volvía al piso de abajo. Qué tía más rara.
Paula se acercó con sigilo a la barandilla de madera, que funcionaba como balconada del piso alto, para observarla el mayor tiempo posible, sin pensar en su aversión al café frío y a las tostadas resecas. Apoyó los brazos en la madera y el mentón sobre ellos, observando cómo se perdía tras la barra y bromeaba con Lola. Acogió en sus pulmones todo el aire del local y lo fue soltando lentamente en un suspiro que parecía que no fuera a terminar nunca. Recuperó la vertical cuando cayó en la cuenta de que podían descubrirla, dio la espalda a las mejores vistas de su vida, se guardó la flor entre la ropa, cerró un botón más de su camisa para que nadie pudiera ver el destrozo que había hecho en su carne, y volvió a su mesa dispuesta a deshacerse de todas sus ideas previas para la nueva novela: ya no las iba a necesitar.
—Súbele esto a la chica de arriba —dijo Lola, sirviendo una copa de vino blanco y un platito de almendras.
—Pero si no ha pedido nada —se extrañó.
—Tú hazme caso.
—¿Siempre tiene la misma rutina o qué?
—Sí. Es escritora —dijo en voz baja, como si eso lo explicara todo.
—Ah, claro, y las escritoras beben una copa de vino a media mañana —se burló.
—Cosas de artistas. Anda, tira.
Miró hacia arriba antes de coger la bandeja y la vio escribiendo totalmente ensimismada en su ordenador. Arrugó la frente y reanudó su tarea.
Tuvo que volver a carraspear para sacarla de su mundo e, inmediatamente, antes siquiera de alzar la vista, la observó cerrar el ordenador de un golpe y, después sí, dejarse engullir por su mirada. Parecía que quisiera darse ese gusto sin distracciones.
—La jefa me ha pedido que te suba esto —dijo en tono de disculpa.
—Sí, muchas gracias. Vengo mucho por aquí, me conoce bien. —Sonrió con ilusión. Ni pestañeaba: no quería perderse ni un segundo de su presencia.
—Me ha comentado que eres escritora. Dejó la copa y el plato sobre la mesa, con cuidado de no manchar su caro ordenador.
—Sí. De libros. Quiero decir, que podría ser escritora en un periódico, o escritora de esquelas… Bueno, hay muchas cosas sobre las que ser escritora… Joder —detuvo su verborrea con las mejillas encendidas—. Libros, escribo libros.
—¿De texto, para el cole? —se atrevió a bromear con ella al ver su reacción tan vergonzosa.
—¡No! —dijo en voz demasiado alta—. Perdón. No, son libros para leer, ya sabes.
—Todos los libros son para leer. —Se mordió los labios para no sonreír.
—Novelas, son novelas, para leer con una copa de vino —entró en su juego para dejar de parecer una desquiciada.
—¿Vino blanco? —Entornó los ojos, satisfecha por el cambio en su actitud.
—Hay partes a las que les va mejor un tinto.
—¿Debería pedirte un autógrafo?
—Es evidente que no. —Soltó una risita y se rascó la nuca.
—Disfruta del vino, entonces.
Le dedicó una sonrisa sin dientes y volvió a bajar. Antes de entrar a la cocina, se volteó y la descubrió de pie junto a su mesa, mirándola con una sonrisa de lado y un brillo tal en los ojos que le deslumbraba desde allí arriba.
Definitivamente, es una tía muy rara.
Paula, sobre la hora de comer, sabiendo el aumento considerable que habría en la clientela, decidió marcharse a casa y cocinar algo por su cuenta. Bajó las escaleras con parsimonia, sujetándose al pasamanos para no perder el equilibrio, pues la vista no la tenía en los escalones, sino en la misteriosa camarera que había entrado en su pecho como un elefante en una cacharrería. Sonrió como una estúpida cuando la chica elevó la mirada del fregadero, y se acercó a ella con más miedo que vergüenza, sin saber muy bien cómo despedirse de esa mujer que le había robado el ritmo calmo de su frecuencia cardíaca. Decidió salir sin más, dudosa de la potencia de su voz y de la paz de su alma, por lo que le dijo adiós con un gesto de cabeza y se dispuso a salir a la calle.
—¡Espera! —la llamó cuando estaba ya fuera del local.
Paula se dio la vuelta muy lentamente, con el tiempo pausado de nuevo a su alrededor y una música que no había escuchado jamás sonando por todas partes. El viento azotó su pelo al tiempo que se terminaba de girar a cámara lenta. Los ojos muy abiertos de anticipación, una sonrisa trémula que no se atrevía a ser del todo en sus labios y una esperanza sin nombre calentando su corazón. La chica sonreía, con el flequillo alborotado por la carrera que se había dado, apoyando las manos en sus rodillas para tomar aire antes de, al fin, hablar.
Paula tragó saliva. Tenía la misma sensación que había imaginado que tendría el día que conociera a su alma gemela. Estaba sucediendo justo delante de sus ojos.
—Te has olvidado de pagar la cuenta.
O no.
—¿La… la cuenta? —Su cerebro buscó una y mil posibilidades en las que aquello fuera un juego de palabras romántico, pero ni siquiera su mente predispuesta a la magia fue capaz de encontrar algo donde rascar.
—Claro. El desayuno, las tostadas, el vino… —Le tendió la nota con amabilidad.
Paula miró el papel, la miró a ella, volvió los ojos al papel, le dio la vuelta esperando su número de teléfono en el dorso, un corazón pintado con lápiz, su nombre con dos puntos y un paréntesis sonriente. Algo. Pero nada encontró allí. Es imposible que no haya notado lo que acaba de pasar.
—Lola y yo… esto… tenemos un trato. Ella lo va apuntando y yo le pago a final de semana. Tiene mucho lío a la hora de comer y decidimos hacerlo así para no molestarla a ella y no tener que esperar yo —le explicó con la mayor mueca de desconcierto que hubiera puesto su cara jamás. Aquello no podía ser cierto.
—Ah, pues entonces perdona. Madre mía, qué cagada. —Miró a los lados, consciente por primera vez de la situación—. Te he perseguido como si fueras a hacerme un simpa. —Se mordió el labio de abajo, muerta de vergüenza, y se pasó la mano por la frente con timidez.
—Tranquila, yo te guardo el secreto con Lola —le contestó, totalmente hipnotizada por la imagen adorable que estaba teniendo lugar delante de ella.
—Gracias.
—¡Ro, que tenemos jaleo, niña! —la llamó la jefa desde la puerta.
—¡Ya voy! —Volvió a mirar a Paula—. Perdona por el numerito. Me tengo que ir.
Paula no pudo ni vocalizar una palabra, simplemente sonrió medio alelada, observando su cuerpito de nada caminar por la acera y perderse dentro de su bar favorito en el mundo. Se quedó unos segundos más allí parada, con la cuenta en la mano y el alma hecha de espuma de mar. Agitó la cabeza para salir de su trance y fue entonces cuando el ritmo de la calle retomó su velocidad habitual, reiniciando su marcha como si nada hubiera pasado en ese pedazo de tierra en el que Paula todavía se encontraba.
Le parecía increíble cómo la noche anterior se fue a casa tras el encuentro con Laura con el corazón ligero como una pluma, con el peso diminuto de lo que se ha puesto en la perspectiva correcta y, en menos de veinticuatro horas, todo había vuelto a recuperar su peso y su tamaño real. Al final iban a tener razón todas las mujeres de su vida y, justo cuando decidió dejar de buscar, PUM, la había encontrado.
Y se llamaba Ro… Eso era una señal, tenía que serlo. Que su chica se llamara Rosa sería como un puñetazo en la mesa del destino, que había puesto a la mujer que iba a ser la dueña de su amor frente a ella, envuelta en papel de celofán y con un lazo rodeando su pecho.
Ni siquiera le prestó atención a la voz en su cabeza que le recordaba la cantidad de nombres que empezaban, terminaban o incluían la sílaba ro en ellos, simplemente apartó aquel pensamiento de su cabeza con un gesto de la mano, como si fuera un insecto molesto, conocedora como era, tras años y años de experiencia en el tema, de que a veces hay que sacrificar la realidad en favor de la magia. Así que, simplemente, se enfocó en la tremenda coincidencia que era que esa muchacha, quien le había removido la carne y los huesos con una mirada, tuviera un nombre que ella ni siquiera había pretendido, pero que era tan especial en su vida.
Iba dando saltitos de la emoción, incapaz de terminar de creerse su increíble suerte, la casualidad de haber bajado la intensidad de su búsqueda apenas veinticuatro horas antes del que, a partir de ese momento, sería conocido como el día D. Parecía que todo estaba manejado por una fuerza superior, el hilo rojo del destino, serendipia pura vertida sobre su cabeza como una bendición divina. El mundo, el planeta, qué demonios, el universo mismo estaba conspirando a su favor por una vez.
Tenía sentido, si una se paraba a pensarlo. Se había dedicado a ser maravillada por el amor de otros, por esa adoración pura que había permanecido inamovible a pesar de la falta de su abuelo y, ahora que acababa de desaparecer la única superviviente, justo en ese momento y no en otro, parecía que ese amor había sido por fin liberado en el mundo, prisionero como estaba en el enorme corazón de su nana, resultando ser ella la heredera natural de aquel sentimiento.
Paula se quedó parada en mitad de la calle, como si una verdad de esas que no se pueden negar se hubiera plantado con rotundidad delante de ella, haciéndole comprender de repente el complejo mecanismo del universo.
PAULA
Creo que la he encontrado
LAURA
¿La fórmula de la Coca-Cola?
PAULA
No, idiota, a mi chica
LAURA
Ya me estaba empezando a preocupar
Este año solo te has enamorado dos veces, y estamos en marzo
Se te echa el tiempo encima, tía
PAULA
Te lo digo en serio
Esta vez es la buena
LAURA
¿Por qué estás tan segura?
PAULA
Estas cosas simplemente se saben, Lau
Es como una epifanía sideral
Se te viene encima y BOOOOM
Ya está, sucede y punto
LAURA
Y ya son 3842 veces las que la epifanía ha sucedido
PAULA
Ha sido magia pura, Lau
Me ha traído el desayuno y el planeta ha dejado de girar
LAURA
Prueba a decirle eso a la chavala, que estoy teniendo un día horrible en el trabajo y me hace falta echarme unas risas
PAULA
No la veo hasta mañana
Es la camarera nueva de mi bar de siempre
¿No es alucinante?
LAURA
¿La inestabilidad laboral de las camareras?
Sí que lo es
PAULA
Escúchame
Se muere mi abuela, el camarero de MI bar se coge una baja y aparece ella
El destino la ha puesto en mi camino
LAURA
Deja las novelas y ponte a tope con la poesía
Te veo futuro
PAULA
Eres insoportable
LAURA
Y tú una intensa
¿Qué hablamos ayer sobre relajarse?
PAULA
Y lo iba a hacer, te lo prometo
Pero esto es una señal
¡Se llama Ro!
LAURA
¿De Romualda?
PAULA
No, imbécil, de Rosa
Ya sabes el fetiche que tenemos en mi casa con las rosas
LAURA
Bueno, la verdad es que ese detalle es muy interesante
Sería como de película si ella fuera LA ELEGIDA
PAULA
Bueno, en realidad no sé si es Ro de Rosa
Pero tiene que serlo, ¿verdad?
LAURA
O sea, ¿que no sabes realmente de dónde viene Ro?
PAULA
No
LAURA
JAJAJAJAJAJAJAJA
Voto por Romualda
En serio, Pau, tómate una tila, se te está yendo la cabeza
PAULA
Eso ya lo veremos
Ni siquiera el cinismo de su amiga iba a bajarla de la nube en la que flotaba desde que había conocido a la camarera. Parecía que todo estaba siguiendo unas pautas milimétricamente estudiadas, pautas que ella no había previsto a pesar de su extenso conocimiento teórico del amor. Había leído tanto sobre ello, había visto tantas películas en las que todas las casualidades imaginadas y por imaginar desembocaban en el encuentro de las dos enamoradas, que no podía no sentirse identificada con la protagonista de una novela romántica. Se puso hasta nerviosa.
Después de la siesta, decidió volver a la mansión para reconectar con su lado más soñador, para dejarse llevar por el hechizo de lo inexplicable, de lo que no se puede tocar, pero que te rodea y te abraza hasta dejarte sin aliento.
Dio un paseo por los terrenos antes de introducirse en el laberinto, al cual le gustaba ir cuando tenía la cabeza demasiado llena como para que fluyeran con naturalidad sus procesos mentales. En la puerta dejaba su cuerpo, sus problemas terrenales, sus preocupaciones del día a día, y entraba incorpórea su alma, desvestida de todo lo que, en realidad, no tenía importancia. Acarició con los dedos las ramas de las paredes, cerrando los ojos y dejándose transportar por su memoria, que se sabía el camino correcto desde que apenas levantaba un metro del suelo.
Hasta allí llegaba el olor de las flores, a pesar de la distancia considerable entre ambas zonas del parque, pero las leyes de la física y de la cuántica no funcionaban en ese lugar, siempre impregnado de la humedad propia de la tierra mojada, como si acabara de llover, aunque estuvieran en pleno agosto. La temperatura era suave, y Paula había llegado a la conclusión de que entre esos setos era primavera todos los días.
Llegó al centro, donde vio bailar a su abuela, o más bien el recuerdo que tenía de ella, por última vez. Se plantó delante del minotauro y sonrió pensando en la camarera.
—Ya vienen a por ti, amigo.
La bestia la miró con aquel gesto suyo de angustiosa soledad, y a punto estuvo de sentir compasión por él. Pero eso no podía ser, el miedo debía ser aniquilado, el animal muerto y el humano liberado de su terrible carga. Estaba tan acostumbrada a convivir con esa dualidad, que sintió una punzada de pánico al pensar en el día en el que, realmente, desapareciera. Llevaba ligada a él desde siempre, acompañándola en sus juegos, en las historias de su abuela de antes de dormir, en la inquietud que lo había impregnado todo cuando fue consciente de lo que significaba de verdad la palabra amor, pero sentía que ambos debían descansar por fin.
No era la primera vez que avisaba al minotauro de la llegada de su Teseo, creyendo, como en otras ocasiones, que la chica en cuestión le provocaba las suficientes emociones como para albergar la esperanza de que fuera la definitiva. Nunca lo había sido, sin embargo, y Paula se cruzó de brazos frente a la escultura imponente, planteándose el cambio que tendría lugar en su estilo de vida si esta tampoco lo era. Ya lo había decidido: frenar es a veces la única forma de avanzar.
Necesitaba tomarse un respiro, rebajar la ferocidad de su búsqueda, pero eso ya lo haría cuando la realidad nefasta se impusiera de nuevo, como tantas otras veces; en ese momento, no podía ignorar la fuerte conexión que había sentido hacia la camarera, ni la impresión que le había causado la manera lenta, como a pasitos diminutos, que la había llevado hasta ella. No podía contemplar siquiera la idea de detenerse sin descubrir a dónde podía llevarle la presencia de la chica a su alrededor, porque, ¿y si fuera ella? Ya gestionaría la decepción después si, al final, no resultaba, estaba más que acostumbrada al desencanto, pero se le hacía bola la posibilidad de darle la espalda a lo que no sabía.
Se despidió de él, caminando hacia atrás sin apartarle la mirada, deseando más que creyendo que fuera la última vez que se vieran de esa manera. Quiso pensar que no lo echaría de menos, que estaba preparada para su marcha, para hallar la paz, pero el síndrome de Estocolmo era intenso en ella y, el miedo a lo desconocido, tremendamente atrayente.
Volvió a casa con una sensación extraña en la boca del estómago, una mezcla de ganas y pavor por el porvenir. Todo estaba ahora en su mano. El mundo estaba abierto de puertas y ventanas para ella, con todas las posibilidades a su alcance. Podía volver al sitio donde trabajaba al día siguiente, si quería, o no volver a verla nunca más y vivir con la calma cobarde y el corazón intacto. Podía intentar que se fijara en ella o hacer el más espantoso de los ridículos. Podía ganarse su corazón por completo, solo una parte de él o ninguna. Podía explorar todos los recovecos de su piel con lentitud, algún día, o limitarse al contacto tibio de los abrazos con ropa. Podía ser su amor, podía ser su amiga, o podía ser una chica que una vez conoció en un bar.
Una vez tirada en la cama, mirando el techo de su habitación, tuvo que admitir que estaba muerta de miedo. Existían demasiadas opciones para un cuerpo acostumbrado únicamente a dos: todo, o nada. Se miró dentro y allí, reflejado en las aguas mansas de su interior, en lugar de su propia cara vio el rostro asustado del minotauro. Apretó los dientes con rabia. No podía temer en ese momento en el que todo parecía estar a punto de suceder, pues bien sabía ella que no había pérdida peor que la que sucede antes de haberse tenido. Tenía que ser valiente y dejar que la heroína del mito hiciera su trabajo.
No muy segura, absorbida por un remolino espeso y oscuro de inseguridad, se fue a dormir con ese pensamiento en la cabeza, deseando que macerara en su cerebro durante toda la noche y ese valor se hiciera corpóreo a la mañana siguiente.
Me encantan los diálogos con Laura….con ganas del siguiente capítulo
Vaya vaya interesante conocer a Ro que ha flipado un poco con la intensidad de Paula y eso que no la conoce aún ajaja.
Uiuiuiii cuán Paula fui durante mis 20’s… Me encanta disfrutar de cómo va creciendo la ola mar adentro. Subiendo y bajando, sin saber si romperá ni dónde.
Alguién más ha llorado con lo de que el amor fue liberado del corazón de la nana en el mundo y ella és la heredera natural???
Ay que capitulo tan lindo!!!
Sentí absolutamente todo lo que sintió la protagonista, espero que no sea una ilusión más.
También voto por «Romualda», jajajajaja… Laura me ha encantado! Paula es de verdad intensa, supongo que se estrellará fuerte antes de surgir nuevamente. Es un gran capítulo, muchas gracias por el atisbo al océano emocional que seguro surcaré con esta novela. Y bravo, soy cada vez más fan escritora.
Fantástico capítulo como los anteriores. Se hacen cortitos pero los buenos perfumes vienen siempre en frascos pequeños. Enhorabuena y te seguimos leyendo.
Me ha gustado mucho, que bueno es el personaje de Laura, sera su cable a tierra de la realidad .Sufro ya por Paula.. tiene una gran idealización… y miedo atroz. Pero de seguro la historia no se5a plana, Cris escribile estupendamente y es un viaje.. cada capítulo. Esperando con ansias el próximo.
Mucho mejor una camarera, como Ro, que una agente inmobiliaria resabiada. ¡Dónde va a parar!
Por cierto, mi voto es para que ese Ro, sea de Roberta.
Me encanta la intensidad de Paula me parece maravillosa. Tengo ganas de ver como es la interacción de estas dos, porque me da a mi que Ro es cero intensa.
Otro maravilloso capitulo!
Soy muy fan de Laura.
Deseando leer mas.
Me ha gustado mucho el capítulo. Muy fan de la intensidad de Laura en general y con Ro en particular con la que sólo ha cruzado 4 palabras.
Muchas gracias y muchas felicidades Cris esperando ya poder leer el siguiente capítulo 😁
Me está encantando! Que ganas de viernes 🙂
«Se le puso el estómago en la garganta y la garganta en el desierto.» Jaja praaaa, LA frase!!!!!! Amé.