Carolina Martínez Vázquez es autora de Humanas.
Aunque hemos avanzado zancadas de gigante en los últimos siglos, tenemos mucho en lo que trabajar; y no deberíamos considerarnos libres mientras en Irán maten a una chica por llevar mal puesto el velo o a una niña la obliguen a casarse con su violador. Porque todavía se dan pasos atrás en los países avanzados con el ataque sistemático a las clínicas abortistas y la derogación de leyes que reconocen los derechos reproductivos de las mujeres; porque, de norte a sur y de este a oeste, nuestras libertades siempre se han supeditado al bienestar y beneplácito de los que han dirigido el cotarro. Y siempre han sido los mismos. Por todo esto y mucho más, hacen falta historias de chicas, pero historias donde las mujeres son protagonistas, donde están empoderadas, hacen sus elecciones y lidian con las consecuencias; pero también hacen faltan historias con sociedades diversas, mixtas, racializadas, donde las relaciones afectivas son igualitarias y están normalizadas.
Necesitamos utopías, pero necesitamos más las distopías, precisamente en estos tiempos. Lo comento por la nueva campaña del Ministerio de Cultura que aboga por lo contrario. Es no entender de lo que va la distopía. Los griegos inventaron la tragedia como vehículo para transmitir los más altos valores, mostrando los más terribles crímenes y vicios morales primero. En mi opinión, tragedia y distopía son hermanas gemelas de su melliza la utopía. Ninguna existe sin la otra y nosotras no existimos sin ellas. Sin mostrar un mundo destruido por la guerra o una catástrofe medioambiental, no valoramos la belleza de este punto azul en el espacio; sin historias como El cuento de la criada, con su feroz crueldad más actual que nunca, quizás no valoramos lo que ya poseemos, nos dejamos ir; y cuando algo nos despierta es solo los cinco minutos antes de que otra noticia ocupe el lugar de relevancia de la anterior. Por eso necesitamos más historias de niñas, chicas y mujeres; porque estamos aquí para quedarnos en el puesto que nos corresponde, porque no nos vamos a callar y otros mundos son posibles.
Hay utopías femeninas. Relativamente. Tenemos Herland, y conste que he empleado femeninas adrede, porque refleja una sociedad de mujeres solas y autosuficientes hasta que vienen los hombres a pisarnos lo fregado. Pero es una novela hija de su tiempo, hay que leerla en su contexto. También le podríamos recriminar a Wonder Woman que haya abandonado su hogar donde tenía todo lo que precisaba. Como una súper heroína puede hacer todo lo que quiera, eso es cierto, pero al final ha sido pensada por hombres. Por eso necesitamos no solo más historias de chicas, sino que nosotras las contemos. Pero, ojo, no de cualquier modo. Estaría bien no pecar, como observo en El poder, de cierto revanchismo. Las mujeres descubren un atributo que les permite defenderse de sus agresores masculinos y devolver golpe por golpe (figurada y no figuradamente). Según mi punto de vista, subyace un mensaje feo y negativo. Conste que mi novela creo que también adolece de algo de eso. Quizás incluso en El hombre hembra, con tres mujeres muy parecidas enfrentadas al multiverso. Pero somos animales, aunque inteligentes, y si nos golpean, tendemos a devolverlo o huir. Lo de la otra mejilla vamos a dejarlo restringido a la recomendación de un libro antiguo sobre como relacionarse con el prójimo, con la que puedes estar conforme o no.
El futuro está después de la coma, y no vislumbro que vaya a ser fácil y bueno. Se ha dicho que el feminismo llega como las olas y yo diré que rompe en la playa sin resaca, pero es inexorable y seguirá ocurriendo. A veces pienso que esta es una de las revoluciones más largas en el tiempo, me entra la impaciencia y ahí tenéis Humanas.
Carolina Martínez Vázquez