Anna Pólux
Nacida en Logroño, licenciada en Historia y Psicología, a la que se dedica. También conocida como Newage y por formar parte de La bollería de Ginsey (Instagram). Con LES Editorial ha publicado la bilogía Cosas del destino (junto a Cris Ginsey), El Plan C, Al primer click y Al Segundo Click.
Sinopsis
Recuerdos narra las vidas dos chicas desde que se conocen en el colegio a los cinco años hasta… La autora comparte actualmente esta historia en Wattpad. Este es el segundo de los dos episodios inéditos que ha escrito Anna para el blog de LES Editorial.
Ilustración de Mara Saturio.
Cuando era pequeña, cada 31 de diciembre, al acercarse la medianoche, sus padres la animaban a pedir un deseo. Cualquier cosa que quisiera que se cumpliese en el nuevo año. Lo de «cualquier cosa» lo decían muy alegremente, pero luego Margaret le limitaba aquella barra libre con disuasorios «Nada de que se hunda el colegio, Robin» e invertía los dos o tres últimos segundos del año en recordarle que tenían que ser deseos buenos. Deseos buenos. Un requisito imprescindible y bastante poco definido, pero las veces que intentaba aclarar conceptos a base de directos «¿Bueno para quién?» su progenitora chasqueaba la lengua en plan «Por Dios, esta niña» y la dejaba navegando a la deriva en aquella escala de grises. Así que se dejó llevar por su intuición y de los cinco a los doce años apostó toda su ilusión a una misma ficha. Justo en el segundo en que diciembre se convertía en enero, ella cerraba los ojos y pedía muy fuerte que a Ronda James la trasladaran a Siberia. Año Nuevo, vida nueva. Una tocanarices menos y un sitio libre en clase más. Podrían utilizar su silla para llegar mejor al escribir en la pizarra, la profesora pasaría lista más rápido y tendría que corregir menos exámenes. Es que todo eran ventajas. Dani solía decirle «No puedes pedir eso, Robin. Pasará mucho frío», y casi ponía los ojos en blanco al oírla, porque le sacaba de sus casillas que su mejor amiga fuera así de asquerosamente amable con alguien que se pasaba la vida metiéndose con su acento y pintándole la mochila. Hasta los doce, la sangre británica de su mejor amiga la llevaba a querer gritar muy alto: «¡Por Cristo bendito, espabila!», pero a los trece Dani empezó a hacerle sentir cosas distintas. A los trece descubrió lo bonitas que eran las líneas que dibujaban sus facciones. Llevaba años mirándolas, pero las vio de repente y se quedó enganchada al arco que formaban sus cejas y al puente de su nariz, a la curva de su labio inferior y a la forma en que su pelo ondulado enmarcaba el conjunto. A lo alucinante que le parecía su sonrisa. A los trece estar con ella empezó a sentirse diferente. Cuando Dani estaba cerca sentía muchas cosas. Su forma de bromear era la misma de los doce, pero sin previo aviso le hacía burbujear el pecho y cada vez que su mejor amiga la tocaba lo notaba en la boca del estómago. No importaba dónde la tocase, a los trece siempre lo sentía ahí. Cosquillas nuevas, suaves e inocentes. Se encontró de frente con un millón de sensaciones sin estrenar y le temblaban hasta las pestañas mientras Dani les quitaba una a una las etiquetas sin tan siquiera darse cuenta de lo que hacía. A los trece los «Bolleras no» y los «Ugh, qué asco», se oían el doble de fuerte por los pasillos del instituto y asustaban mucho más que las películas de terror que veían los viernes por la noche. Más que Freddy Krueger. A los trece se juró que nadie lo sabría nunca y que Dani no se enteraría jamás. Justo en el segundo en que diciembre se convertía en enero, ella cerró fuerte los ojos y pidió un deseo diferente. Nunca antes había necesitado tanto algo. «Que pare, que pare, que pare». «Por favor, por favor, por favor». Aquel año le importó tres pimientos que no mandaran a Ronda a Siberia. Robin y Dani. Nochevieja. Trece años Quedaban pocas horas para que terminase el año y aún menos para que Dani y su padre regresaran de su excursión para ver las luces navideñas de una ciudad cercana. Al parecer era una tradición que mantenían desde siempre, desde que vivían en Londres. Desde que su mejor amiga era una bebé que flipaba al verse rodeada por aquellas luminiscentes paletas cromáticas. Normalmente los abuelos de Dani volaban desde Inglaterra para pasar al nuevo año con ella y con sus padres, pero en aquella ocasión debían quedarse en tierras inglesas por cuestiones de trabajo surgidas en el último momento. Había escuchado a Margaret hablar con Christine por teléfono hacía un par de días. «No vais a quedaros solos en Nochevieja, os venís a casa». Así de simple. Aquella mujer es que enseguida lo arreglaba todo sin plantearse si debía, porque hasta hacía unos meses el ir a pasar tiempo extra con Dani le parecía lo mejor del mundo, pero desde que cumplió los trece estar con ella le gustaba mil veces más de un millón de formas distintas y necesitaba alejarse para seguir respirando con normalidad. O para seguir respirando a secas. Y Margaret le quitaba la bombona de oxígeno sin avisarla de que cogiera aire ni nada. En una hora la tendría allí, a ella y a su sonrisa tonta, la que le gustaba mucho más de lo que a una chica debería gustarle la sonrisa tonta de su mejor amiga. Es que según el resto del mundo a una chica no debería gustarle su mejor amiga y punto. Ni su mejor amiga en particular, ni ninguna otra chica en general. Dos de dos. Menuda puntería, Robin Brooks. Todo era mucho más fácil cuando Dani era solo Dani, así que llevaba meses suplicando a cualquier poder superior que volviera a serlo. Solo Dani. Sin la parte que despertaba todas aquellas cosas bajo su piel y por todos lados. Sin eso que le hacía sentirse tan bien que dolía, porque la gente decía que estaba mal que la hiciese sentir así de bien. Meses rezando a los líderes de todas las religiones y allí nadie respondía a sus plegarias. Ni un triste «hemos recibido su petición y la atenderemos lo antes posible». Nada. Y luego se extrañarían por la pérdida de fieles. Total, que se encontraba sola en aquel descontrolado in crescendo, porque aquello iba de mal en peor, hasta que descubrió la solución a todos sus problemas por un camino un pelín menos divino y mucho más terrenal. A grandes males, grandes remedios. Cuando los dioses te abandonan una siempre puede contar con la Cosmopolitan. Su madre solía tener ejemplares dando vueltas por el salón y el artículo estrella del último número del año le hablaba a ella en primera persona, en plan «Ey, Robin, ¿amor no correspondido? Lo que necesitas para dejarlo atrás al pasar al nuevo año». Se asomó a la puerta de su habitación y durante unos segundos se limitó a escuchar, parecía que sus padres continuaban en la cocina, presumiblemente preparando la cena junto a Christine, y podía oír a su hermano soltando palabrotas mientras jugaba al Battlefield en la televisión del salón. Vía libre. Ahora o nunca, Robin. Se encerró en su habitación y corrió hasta el escritorio donde había preparado todo lo necesario para resurgir de entre las cenizas de su vida sentimental con el inicio del nuevo año: dos velas blancas flanqueando una roja, un pedazo de papel en blanco y una foto de Dani. Un sencillo ritual de apenas un minuto y adiós a la Robin Brooks bollera y colada por su mejor amiga. Le daban ganas de gritarle al sistema educativo «menos libros de texto y más Cosmopolitan», que llevaba meses arrastrándose por un infierno emocional al rojo vivo por puro desconocimiento. Se sentó en su silla de estudio y respiró profundo mirando los diferentes artículos que ocupaban la superficie de la mesa mientras se arremangaba las mangas de la sudadera, dispuesta a darle caña a la más sencilla de las soluciones. Dedicó unos segundos de más a observar la fotografía de su mejor amiga. Aparecía sonriendo en el interior de la casa del árbol, con un cómic de Wonder Woman entre las manos y aquel brillo estúpidamente feliz en la mirada. Miraba a la cámara y la miraba a ella. El corazón le latió raro contra las costillas con solo pensar en romperla. Tragó saliva y se animó en silencio con un convencido «todo volverá a ser como antes». Encendió las tres velas, escribió «Danielle» en el pedazo de papel y seguidamente lo quemó usando la llama de la vela roja. Observó cómo se consumía en la base de la papelera de metal y, una vez convertido en cenizas, dirigió su atención a la fotografía. La cogió y tensó la mandíbula al encontrársela de frente. «Wonder Woman le da mil vueltas al Capitán América, ¿a qué sí, Robin?». Aquel día le contestó que sí tirando de piloto automático, estaba demasiado distraída sintiendo todas aquellas cosas a la vez y robándole miradas por encima de los cómics. Cuando Dani le dijo que se tenía que ir, la convenció para que se quedara media hora más porque no quería que se marchara. No quería que se terminara. ¿Y quieres dejar de sentirte así? Apretó la fotografía con más fuerza entre los dedos mientras se le aceleraban las pulsaciones, porque la respuesta era que sí y que no al mismo tiempo. Últimamente todo era así. Sí y no. Blanco y negro. Quiero y no quiero. Últimamente todos le preguntaban «¿Qué te pasa, Robin?», incluida Dani, y ella los alejaba con portazos y malas caras, porque no podía explicárselo. Estaba casi segura de que su mejor amiga había llorado por su culpa hacía un par de semanas, así que al final ganó el sí, ignoró todo lo demás y rompió la imagen en seis pedazos, con el organismo acelerado y el corazón en la garganta. Cerró los ojos en espera del milagro, del antes y el después. De un «pues ya está» tras el que sacudirse las manos y volver a lo de siempre. A su año nuevo. A su vida nueva, que en realidad era la vieja sin aquellos novedosos aditivos sentimentales. Aguantó así un par de segundos, amparada por la oscuridad de sus párpados cerrados y buscando en su interior algo distinto. Tras tanta parafernalia esperaba encontrar menos ojos verdes y más espacio, pero se topó con la misma distribución de los últimos meses. Abrió un ojo y descubrió que Dani seguía sonriéndole desde dos pedazos de foto diferentes sobre la superficie de la mesa. Maldita seas por siempre, Gillian Cordell, redactora y coordinadora de contenidos en la sección «Amor y relaciones» de la jodida Cosmopolitan. *** Hacía tanto frío que le salía vaho de la boca cada vez que soltaba una palabrota mientras cavaba en la nieve. Si Margaret pudiera escucharla, chasquearía la lengua como mil veces y le colocaría mejor la bufanda, porque debían de estar a bajo cero y aquella mujer se pasaba la vida regañándola por no abrigarse bien la garganta. Seguramente también le preguntaría qué demonios hacía escarbando un agujero en mitad del jardín bajo aquellas condiciones climatológicas tan poco favorables. Pues un ritual para amores no correspondidos, mamá, que pareces nueva. Margaret cotillearía el contenido de la pequeña caja de madera que reposaba sobre la nieve a su derecha y seguro que frunciría el ceño al encontrarse con una foto de Dani rota en seis pedazos sobre un montoncito de ceniza. Pues normal, pero es que según la tal Gillian Cordell lo de enterrar aquellos ítems en Nochevieja formaba parte del protocolo y a lo mejor todavía no le había hecho efecto porque tenía que completarlo. Profundizó un poco más aquel agujero en el que llevaba trabajando los diez últimos minutos. Había decidido enterrar la caja junto al tronco del roble que albergaba su casa del árbol, para tenerla localizada en caso de necesidad, y sacó un puñado más de tierra con la minipala de jardinería que su padre utilizaba para cuidar las flores del jardín. Podía escuchar a la puñetera Barbra Streisand a lo lejos, interpretando temas navideños con mucho sentimiento desde la cocina de su casa. A Christmas Album. Menudo regalito. Podría enterrarlo también, en el agujero quedaba sitio. Se frotó la frente con el dorso de su mano enguantada, porque, a pesar del frío, tanto cavar había conseguido que subiera la temperatura debajo de su gorro de lana. Cogió la caja con los restos del ritual y la colocó en el fondo del hoyo. Volver a taparlo le costó mucho menos, así que un par de minutos después echaba nieve encima de la tierra revuelta para que su reciente actividad no resultara demasiado evidente. Protocolo completado. Volvió a cerrar los ojos, arrodillada junto al roble en espera de su recompensa y, justo en ese momento comenzó, a nevar. Suave y despacio. No podía ser casualidad, seguro que aquellos pedacitos de agua congelada acudían de urgencia, invocados por aquel ritual, para llevarse con ellos su desgracia. Miró hacia arriba, hacia el cielo, dejando que los copos acariciaran su rostro en plan épico. En plan catarsis emocional en toda regla. Su segundo nacimiento. Que los dioses te bendigan, Gillian Cordell, redactora y coordinadora de contenidos en la sección «Amor y relaciones» de la jodida Cosmopolitan. Que los dioses te… —¿Qué haces? ¡Joder! La voz de Dani la sacó de aquel mágico trance por la vía rápida y del susto se cayó de culo sobre la nieve. Buscó a su mejor amiga con la mirada, con la respiración acelerada y nubecitas de vaho escapando de sus labios entreabiertos y se la encontró de pie a poco más de un metro de distancia. Embutida en su abrigo favorito, en su gorro y su bufanda, con las manos en los bolsillos y observándola con el ceño un pelín fruncido en señal interrogante. —¿Eh? Le salió deprisa y nervioso. Tremendamente elocuente mientras el corazón le hacía polvo las costillas y se le humedecían los pantalones a causa de su contacto con la nieve. A Dani se le escapó un miniamago de sonrisa de las de lado y cambió el peso de su cuerpo de pie sin dejar de mirarla. —Que qué haces —insistió alzando las cejas. Ay, joder. Abrió y cerró la boca un par de veces, buscando desesperadamente una explicación que satisficiera la curiosidad sin límites de aquella chica. Una muy alejada de la realidad, por supuesto. No se le ocurrió nada, así que optó por un camino mucho más sencillo, pero infinitamente más sospechoso. La evitación. —¿Tú no tendrías que estar viendo las luces con tu padre? Se lo preguntó mientras se levantaba de la nieve con toda la dignidad de que fue capaz y sacudiéndose los pantalones. Dani echó un rápido vistazo a su alrededor, seguramente buscando alguna pista que le ayudase a aclarar aquel inesperado misterio y después conectó sus miradas. Seguro que había visto la maldita minipala de jardinería de Douglas manchada de tierra y tirada de cualquier forma sobre la nieve y, aun así, no dijo nada. Hasta los trece prácticamente no habían tenido secretos la una con la otra, pero Dani llevaba los últimos meses encontrándose de frente con un montón de los suyos y, a base de discusiones, había aprendido que presionar no era buena idea. La vio tensar un poco la mandíbula y distinguió un fugaz destello de «¿qué nos está pasando, Robin?» asomando tímidamente entre el verde de su mirada, así que tuvo que hacer un esfuerzo enorme para tragarse un par de «Perdóname» y las ganas que tenía de colocarle bien un mechón de pelo torpemente atrapado bajo su gorro. A los doce ni se fijaba. A los trece dolía. A los trece el vaho entre ellas estaba cargado de muchas cosas. —Ha empezado a nevar, así que hemos vuelto un poco antes. Dani respondió a su pregunta en tono neutro y ya no quedaba ni rastro de su amago de sonrisa, así que sintió aquel familiar pinchazo en la boca del estómago, el que le susurraba «no le hagas sentir así». A veces le entraban ganas de pegarse una patada bien fuerte en la espinilla. —Del uno al diez. ¿Cuánto te han gustado las luces? Fue una ramita de olivo. Un «por favor, ¿lo dejamos pasar?». Finjamos que no me has pillado enterrando algo en el jardín. Finjamos que no te mueres por saber qué es ese algo. Finjamos que no me aterra que lo descubras algún día. Su mejor amiga sonrió al escucharla, el gesto quedó semioculto tras su bufanda, pero le llegó hasta los ojos, así que se le contagió igual y lo de fingir pasó a un segundo plano, porque con Dani todo lo sentía igual de auténtico. —¡Un once! Pero no han sido lo mejor… La morena lo dijo repentinamente entusiasmada y a ella se le encogió un pelín el corazón al ver cómo se le iluminaba la cara entera. Antes su mejor amiga le parecía mona cuando se emocionaba así, pensaba «un pelín sobreactuado, Dani» y su cuerpo continuaba funcionando como si nada. Echaba de menos ese antes, aunque lo que le hacía sentir lo de después fuera el triple de alucinante. Gillian Cordell, haz tu magia o devuélveme el dinero de las puñeteras velas. —¡Tenían un concurso de figuras de hielo, Robin! Hay algunas de superhéroes y una es de Wonder Woman, con el Lazo de la Verdad y todo. Le he dicho a mi padre que seguro que querías verlas y dice que puede llevarnos mañana por la tarde. Vas a flipar. Al escucharla se le escapó una sonrisa a medio camino entre «eres la mejor amiga perfecta» y «eres perfecta» a secas. La mitad de palabras y el doble de significado. Superhéroes y Wonder Woman y que Dani se acordase de ella durante las excursiones con su padre. A veces le daban ganas de confesarle «yo me acuerdo de ti a todas horas». «Dani, no paro de pensar en ti». Es que los trece venían cargaditos y tanta intensidad le congeló la sonrisa a cámara lenta, porque la de su mejor amiga le seguía pareciendo igual de increíble que antes de aquel estúpido ritual. Allí seguía nevando, pero los copos no se llevaban nada con ellos. Puro atrezo. Fríos y muy blancos. Algunos anidaban en el gorro de Dani y encima le quedaban bien. Vida cruel. —Quieres que vayamos a verlas, ¿no? La morena trató de asegurarse, seguramente un poquito confundida por su lenguaje no verbal y por la ausencia del verbal también, así que se apresuró a asentir con la cabeza mientras escondía las manos en los bolsillos sonriendo de medio lado. —Es Wonder Woman. Claro que quiero. —Eres Robin Brooks. Era evidente. Dani le contestó impostando aquel gesto de sabelotodo repelente y ella le pegó una patada a la nieve para que alcanzara sus pantalones. Su mejor amiga soltó la risita divertida que le salía a veces, le reverberó por dentro y se le aceleraron las pulsaciones en espera de su contrataque. Llevaban años midiendo sus fuerzas en infantiles juegos de luchas épicas y de repente lo infantil se había quedado atrás. Al menos para ella. Juguetear así con la Dani de los trece le hacía sentir muy diferente. En vez de responderle salpicándole con nieve, la morena hizo algo distinto, inesperado y peor. Mucho peor. La miró en plan intenso a los ojos por una milésima de segundo, como si algo hubiera llamado poderosamente su atención, y se acercó un par de pasos hasta invadir su espacio personal. Con Dani nunca había tenido mucho de eso y de repente lo necesitaba en plan desesperado. Como respirar. Las vueltas que da la vida. —No te muevas, no te muevas, no te muevas… Su mejor amiga lo repitió a escasos centímetros de su cara y ella tragó saliva con la tensión por las nubes y palpitaciones de las acojonantes castigándole la caja torácica. La temperatura subió como mil grados de golpe dentro de su anorak. Dani estaba demasiado cerca, de repente solo veía sus ojos, su nariz y su boca y no sabía dónde mirar. A lo mejor le dolían así los pulmones porque había dejado de respirar. Nerviosa. Estaba ridículamente nerviosa y el corazón le iba tan deprisa que pensó que se iba a desmayar. En vez de eso cerró los párpados justo antes de sentir cómo la morena le rozaba delicadamente las pestañas con las yemas de los dedos. —Mi madre dice que da buena suerte. Mejor que un trébol de cuatro hojas. La escuchó antes de recuperar el sentido de la vista y sonaba tan despreocupada, tan poco afectada por aquel acercamiento, que le dio mucha envidia. Abrió los ojos para descubrirla a un metro de ella, observando un copo de nieve que sostenía en la yema del dedo índice. Su mejor amiga miraba el puñetero copo como si fuera un jodido tesoro mientras su organismo se debatía entre desmayarse o perecer directamente, víctima de un subidón bestial de adrenalina seguido de la bajada de tensión más acusada de la historia. El corazón seguía latiéndole como loco y se obligó a tragar saliva porque tenía la garganta seca. —Por favor, que ganemos todos los partidos de la liga de balonmano. Dani pronunció su deseo en voz alta antes de soplar fuerte mandando el copo a tomar por culo y a ella le dieron ganas de poner los ojos en blanco ante tanta formalidad, porque hasta en aquella tesitura pedía las cosas por favor. Quiso recuperar el control de su cuerpo a la vez que su dignidad, adoptar su tradicional papel de «a mí no hay quien me tosa» y molestarla con un estúpido «para eso tendrían que dejarte en el banquillo», pero no le dio tiempo, porque Mike se le adelantó asomándose a la ventana de la cocina. —¡Dani! Entra en casa, que si tus defensas protegen tu cuerpo igual que tú la portería mañana tienes pulmonía doble. La morena miró a su padre con gesto divertido y se dirigió hacia el porche de la casa siguiéndole el rollo en aquella dinámica desenfadada que caracterizaba su relación. —Pues la entrenadora cree que soy muy buena y cuando te conoció me dijo que no sabía de dónde lo había sacado. Dicen que el talento se salta una generación. Ella se quedó allí de pie, junto al roble y observando cómo se alejaba, con aquel calor generalizado aún paseándose por su cuerpo y los nervios a flor de piel. Pensando «Cristo bendito, Brooks» y que menudo final de año. Que la jodida Cosmopolitan estaba sobrevalorada y la tal Gillian Cordell muy poco cualificada para ocupar aquel puesto. *** Llevaban casi una hora del nuevo año y ella había perdido toda esperanza puesta en aquel estúpido ritual. En el momento exacto en que diciembre se convirtió en enero, cerró los ojos con más fuerza que en toda su vida y suplicó al Año Nuevo «Que pare, que pare, que pare» con mucho sentimiento y unos cuantos gramos de desesperación. Añadió tres «por favor» por si la educación daba puntos extra, pero cuando abrió los ojos, rodeada de sonrisas, abrazos y felicitaciones, se encontró a Dani frente a ella al otro lado de la mesa y sintió exactamente lo mismo que en diciembre. Ni la Cosmopolitan, ni el Año Nuevo. Allí la ayuda se vendía cara y se le acababan las puertas a las que llamar. Hizo el viaje en coche a casa de su amiga Sarah Preston prácticamente en silencio en el asiento de atrás. Con la mirada perdida por la ventanilla y viendo las luces navideñas pasar mientras Dani hablaba animadamente con su padre en el asiento delantero. Era la primera vez que las dejaban salir en fin de año y, aunque solo fueran a pasar un par de horas con sus amigas en casa de Sarah, debería estar emocionada. Un poco en plan «qué mayores somos». Debería estarlo, pero no lo estaba. —Pues esta mañana he visto a Michael con su madre en el supermercado y está guapo hasta con los brackets. Tara lo comentó cómodamente tumbada en el sofá que compartía con Lisa y con Sarah en el sótano de aquella vivienda. La casa de Sarah era uno de sus lugares de reunión predilectos, porque aquel espacio era solo suyo y estaba acondicionado como un salón, completamente equipado con juegos de mesa, televisión y equipo de música. Unas escaleras llevaban hasta la puerta que conectaba el espacio con el jardín trasero donde los Preston tenían una piscina de las impresionantes, en verano era una ruta altamente transitada. Habían estado fuera hasta hacía un rato, pelándose de frío mientras miraban los fuegos artificiales. —A ese chico todo le sienta bien —opinó Ronda, que había construido su propio colchón a base de cojines apilados en el suelo—. Mi deseo de Año Nuevo ha sido que se fije en mí, así que si estáis interesadas ya salís con desventaja. Pffffff… Es que aquel deseo era una jornada completa de siete días a la semana para el jodido Año Nuevo, así normal que no pudiera ayudar a nadie más. Ronda James siempre fastidiándole la vida. Ahogó un bostezo, escondiendo aquel gesto tras el cuello de su sudadera, porque sabía que terminarían hablando del mismo tema las dos horas enteritas, y Dani le pegó una patada disimulada en la zapatilla desde su lado en el sofá que ocupaban ambas. Un silencioso «te estás durmiendo, Brooks» acompañado de una sonrisa divertida que le recordó su propio deseo de Año Nuevo. Es que el asunto «chicos» se había puesto de moda entre sus amigas hacía algunos meses y cada vez que lo trataban se sentía extrañamente aislada y ajena a tanta tontería. Fuera de onda. Lo sacaban a todas horas y ella el tema «Dani» no podía hablarlo con nadie ni medio minuto. Un desequilibrio de fuerzas brutal. A lo mejor por eso aquella primera salida de fin de año no la tenía más emocionada. —Pues no sé en quién se fijará Michael, pero sé en quién se fija Nathan. Seguro que su deseo de Año Nuevo es un beso de Dani. Ugh. Tensó la mandíbula al oír a Sarah y se le encogió el pecho muy feo cuando las demás soltaron aquellas estúpidas risitas. La bromita de «a Nathan le gusta Dani» era desagradablemente recurrente en sus conversaciones y tenía amargas bases en la vida real a juzgar por cómo se comportaba aquel chico alrededor de su mejor amiga. Cada vez que las escuchaba tocar el tema se le tensaba todo el cuerpo y a Dani se le sonrojaban las mejillas, porque eso de ser el centro de atención lo llevaba mal tirando a regular. Al menos ella prefería pensar que aquel era el único motivo. El último recreo antes de las vacaciones de Navidad había visto a Nathan tocándole las narices a su mejor amiga, de un segundo al siguiente le bajó el gorro de lana hasta los ojos en plan tonto y se rieron los dos. Dani se rio. Entonces ella se planteó la posibilidad de que no le estuviera «tocando las narices» y se le revolvió un poco el estómago. —Tía, Dani, si tu deseo de Año Nuevo ha sido un beso de Nathan hacéis pleno. Lisa lo dejó caer en tono de casamentera adolescente y ella miró a la aludida casi conteniendo la respiración en espera de su respuesta. La vio bajar la mirada al cojín que abrazaba contra su pecho y negar con la cabeza mientras inhibía una sonrisa de tintes avergonzados. —He pedido que ganemos la liga de balonmano —dijo antes de alzar la mirada para encontrarse con los gestos decepcionados de sus amigas—. La entrenadora cada vez me saca más. En su grupo, los deportes no eran un tema especialmente popular y palidecía en comparación con las citas con palomitas y los besos con lengua, así que aquella confesión fue seguida de sonidos claramente desencantados, en cambio a ella el tema balonmano le sentó de puta madre. —Bufff… a ver si este año se te pasa la tontería, que Nathan lleva desde quinto grado dando vueltas a tu alrededor en plan peonza —dejó caer Lisa. Después de aquello desconectó de la conversación, porque se le habían chamuscado un poco los circuitos ante aquella inquietante posibilidad. «Si este año se te pasa la tontería…». Implicaba tantas cosas que empezó a entrarle mucho calor. Implicaba que en un futuro más o menos cercano, Dani podría trasladar su interés por el balonmano hacia actividades menos deportivas y mucho más populares en el mundo adolescente. Volvió a reproducir en su mente aquella imagen que había quedado grabada a fuego en su memoria emocional: el momento exacto en que Nathan le bajaba el gorro hasta los ojos y Dani protestaba entre risas devolviéndolo a su lugar. Aire. Necesitaba aire del congelado. Nieve. Y que los puñeteros copos se llevasen con ellos todo aquello. *** Llevaba diez minutos a la intemperie, en el jardín trasero de Sarah, bajo un cielo despejado y teñido del azul oscuro más frío del mundo. Con mucha luna llena y pocas estrellas. Se le estaba helando el culo del tiempo que llevaba sentada en el borde de la piscina de los Preston, pero le daba lo mismo. Las bajas temperaturas habían solidificado la superficie del agua lo suficiente como para que pudiera apoyar los pies sobre el hielo sin que cediera ante su peso y allí se estaba bien. A salvo de los «Tía, es que es tan guapo» y de los «Es que es muy guapo, tía». En silencio y rodeada de aquel frío que congelaba hasta las ideas, regalándole un descanso de su drama de fin de año. A lo lejos explotaban fuegos artificiales de vez en cuando, el cielo se disfrazaba de varios colores por unos segundos y ella miraba el espectáculo, escondida tras su gorro y su bufanda, con las manos sumergidas en los bolsillos del anorak. Bienvenida al año nuevo, Robin. Y se parecía descaradamente al antiguo, así que se tragó aquel nudo de «pues menudo panorama» que ocupaba su garganta y se resignó a su cruda realidad, a que si aquel año Dani besaba a Nathan ella lloraba seguro. Sus múltiples y desesperados «No quiero sentirme así» no parecían importarle a nadie con competencia en la materia. Escuchó el sonido de unas pisadas aproximándose a su espalda y no le hizo falta girarse para saber que era Dani. Después de tantos años siendo su mejor amiga se sabía de memoria su forma de caminar, incluso cómo respiraba, desde siempre le había parecido que Dani lo hacía todo diferente al resto del mundo. Más divertido. Más emocionante. Más especial. Cuando de pequeñas los demás decían que tenía la lengua de trapo porque su acento era distinto, a ella le parecía fascinante y podía pasarse el día entero escuchándola decir «galletas». Es que debería habérselo visto venir. —Ey, Robin. Dani la saludó así de escueto mientras tomaba asiento a su lado, parapetada tras sus prendas de abrigo. La vio apoyar los pies cuidadosamente sobre la capa de hielo, como testándola por si cedía bajo su peso. —Está muy congelada. Se lo dijo para ahorrarle aquel trámite y su mejor amiga terminó estirando las piernas y apoyando los talones sobre el agua solidificada. —Hacéis juego, se te están poniendo los labios azules. Al escucharla, sonrió de medio lado y escondió la boca tras el material de su bufanda sin dejar de mirar al frente, mientras sentía aquel verde recorriendo su perfil. Dani quería preguntarle «¿Qué haces aquí fuera?», pero no iba a hacerlo y para ella era más fácil seguir contemplando los fuegos. «Si necesitas simplemente estar, simplemente estaremos». Sin prisas y sin presiones. Llevaban toda la vida haciéndolo así. —Te has ido antes de que te tocara decir qué le has pedido al año nuevo —dijo la morena en tono ligero tras desviar la vista a los fuegos—. Lisa no se rinde, ha pedido dejar de ser alérgica al chocolate por quinto año consecutivo. Suprimió una nueva sonrisa al oírla y deslizó la suela de sus botas sobre el hielo para desentumecer un poco las piernas. —No le he pedido nada al año nuevo —no era cierto, pero sí más sencillo. —¡Mentira! ¿Por qué? Dani se giró hacia su cuerpo deprisa, en plan shock emocional de los intensos, como si acabara de confesarle que torturaba cachorritos en su tiempo libre, pero ella permaneció imperturbable y se limitó a encogerse de hombros. —¿Y que trasladen a Ronda a Siberia? Este podría ser tu año, Brooks. —Imposible. Como lo de Lisa. Ronda es mi alergia al chocolate. La escuchó reírse suave, sintió aquel familiar burbujeo en el pecho y supo que lo que había pedido era imposible también. Si Dani seguía siendo así, todos los rituales del puñetero universo serían una pérdida de tiempo. —Tienes que pedir algo, Robin. Pedimos algo todos los años. —Demasiado tarde. —Nunca es demasiado tarde. —Hace casi dos horas del fin de año, Dani. —A lo mejor del normal. El nuestro es ahora. Se le escapó una sonrisa y bufó mirándola, un poco en plan «¿de repente tienes el superpoder de controlar el tiempo?» y se la encontró esperándola con cara de «venga, Robin, sígueme». Como si aquel momento al borde de una piscina congelada les perteneciera solo a ellas. Nuestro juego, nuestras normas. —Va a empezar la cuenta atrás, ¿qué vas a pedir? Ante aquel interrogante devolvió su vista al frente guardando silencio y, tras dos minimomentos, Dani se impacientó y le pegó una patadita a su bota, insistiendo con un suplicante «Robin…». Sonó a «no seas así…» y con aquel tono su mejor amiga conseguía arrastrarla a sus juegos una y otra vez, así que dejó escapar un suspiro mitad divertido mitad resignado antes de seguirle el rollo en actitud poco entusiasta. —No tener que ir al instituto nunca más. —Eso no vale, tiene que ser algo que pueda pasar. Dani vetó su primer deseo así de fácil, en claro tono de «Robin, juega bien, por favor» y ella esbozó una pequeña sonrisa dispuesta a fastidiarle un poco más. —No hacer deberes. No recoger mi habitación. No sacar la basura. La morena terminó pegándole en el brazo para cortar aquel torrente de deseos inservibles, pero se estaba riendo, así que se le unió y, por un instante, su sonido se mezcló con las luces de colores que iluminaban el cielo y pensó que sería su momento favorito del año entero. —Lo pides todo en negativo. Dani rompió el silencio con aquella simple observación y ella la miró con la sonrisa aún puesta y un poco desconcertada, pero su mejor amiga no le dio tiempo a pedirle que se explicara y siguió hablando. —La entrenadora Paterson dice que tenemos que pensar en positivo. En meter goles nosotras en vez de pedir que no marquen las del otro equipo. ¿No sería mejor pedir cosas que sí que quieres? «No quiero sentirme así». Por un momento le sostuvo la mirada y tragó saliva mientras interiorizaba aquel mensaje. Llevaba meses pensando en lo que no quería y ni se había planteado la posibilidad de girar la moneda. Pensar en positivo. Cosas que quieres. —Tengo uno —le salió la voz un poco ronca, así que se aclaró la garganta y lo repitió un poco más alto—. Tengo un deseo. —¿De los buenos? —Dani lo preguntó un pelín escéptica y ella asintió con un suave movimiento de cabeza. —Pero tiene que ser secreto —dejó claro—. Tiene que serlo si quieres que se cumpla de verdad. Primero su mejor amiga la miró desconfiada, en plan «me estás tomando el pelo», pero tras estudiar su gesto sonrió, dando por sentado que hablaba en serio, y se giró hacia ella. —Yo también tengo uno. ¿Preparada? Le dijo que sí, imitando su postura para quedar frente a frente y se le aceleraron las pulsaciones al escucharla entonar aquella cuenta atrás mientras todo lo demás se congelaba a su alrededor. Le salía vaho de la boca al hablar y tenía un poco roja la nariz, pero a Dani no parecía importarle y a ella tampoco. Su mejor amiga la miraba como si su particular fin de año fuese mucho mejor que el auténtico. Diez, nueve, ocho, siete, seis… Los fuegos artificiales seguían explotando a lo lejos y notaba la capa de hielo igual de sólida bajo sus pies, pero estaba segura de que algo se estaba resquebrajando por algún lado, porque iba a pedir lo que quería de verdad. Podía sentirlo cada vez más fuerte a medida que Dani se acercaba al cero. Lo que ella quería de verdad. A la mierda el resto del mundo y los gilipollas de su instituto. A la mierda, Gillian Cordell, redactora y coordinadora de contenidos en la sección «Amor y relaciones» de la jodida Cosmopolitan. …cinco, cuatro, tres, dos, uno… Feliz Año Nuevo. Cerró los ojos, pidió su deseo y empezó a nevar. Quiero que sienta lo mismo que yo. *** Ella pidió al Año Nuevo que Dani sintiera lo mismo. Dani pidió al Año Nuevo que las cosas entre ellas volvieran a ser como antes. Nathan pidió al Año Nuevo que Dani lo besara. Y el Año Nuevo les concedió solo dos de esos deseos.Tres, dos, uno… ¿feliz Año Nuevo?
Perfecto, que especial tan emotivo, me alegraste las festividades, no puedo esperar a tener el libro en físico, muchísimas gracias ;u;
Como siempre, maravilloso Anna Pólux!! soy tu fan
Nunca me canso de leerlo🥺💞