El descanso del minotauro
8
Una brisa ligera removía el cabello ondulado de Paula mientras miraba la ciudad, con los brazos apoyados en la barandilla del balcón de su habitación. Era ese tipo de aire mal mezclado, que a ratos es cálido, pero que, de repente, tiene una veta fría que te recorre desde la nuca hasta los pies. Un escalofrío y una sonrisa embelesada. Los ojos puestos en el cielo opaco, pero la mente aún anclada en ese beso tímido, de niñas de colegio, de hacía una hora.
Repasó sus labios con la lengua, como queriendo rescatar por última vez su sabor, tan especial, tan de su gusto, tan pensado por una fuerza superior para ella. Le estallaba en los sentidos solo de recordarlo. Deseó haber sido más audaz, haber tenido la valentía de acariciarle la cara, el cabello; de haber sostenido con las manos su rostro y admirarlo con una calma de la que no disponía en aquel momento y guardarse ese momento, como una fotografía, para siempre en su memoria.
Su primer beso.
Debería haber sido así, tal y como lo explicaban en los libros cuando ocurría con esa persona especial, diferente al resto. Pero no lo fue. Fue torpe, vergonzoso, inseguro e inesperado. Sobre todo, inesperado. No se le vino la enorme ola que nace en los talones y va creciendo a medida que sube, que escala imparable haciéndote flojear las rodillas, que rompe levemente en espuma a la altura de las caderas, que arrastra a su paso los suspiros soltados y los guardados, que los revuelve y enmaraña esa agua de mar hasta volverla turbia, que remueve el sedimento de los sentimientos ocultos e ignorados y te hace un amasijo sin nombre de todo lo que una tiene dentro, hasta romper en una boca contra otra boca en una fanfarria ruidosa.
No hubo nada de eso. El deseo nació y tuvo lugar en apenas unos segundos rápidos y atolondrados, las manos temblando en la cintura ajena y el tiempo volando sin que le diera tiempo a saborear aquel contacto primero.
En otras ocasiones había experimentado esa seguridad deseada con un primer beso, había paladeado ese instante único e irrepetible, había creado a conciencia un clima propicio y necesario de miradas y gestos para ponerlo en el lugar que merecía, pero no consiguió hacerlo con el que había tenido con Ro. No fue como lo había soñado, como lo había leído o escuchado en las historias bellas que le contaba su abuela. Fue, simplemente, el revuelo que te provoca en el pecho saltarte, sin querer, un escalón.
Paula imaginaba que había una maquinaria puesta a su disposición que se activaría cuando conociera a esa persona que sería la definitiva y que era la que se encargaba de dotar a los momentos especiales de esa magia inexplicable, de esa música de violín que sonaba en las películas que tanto le gustaban. Pero nada de eso había sucedido en un instante de suma importancia para su corazón.
Sin embargo, esa ola arrolladora, esa música de romance, ese engranaje cósmico encajando al fin lo estaba sintiendo una hora después en su balcón, dejándose rodear por el calor frío del viento suave de abril.
Tarde, mal y nunca, como solía decir su madre.
Agarró ese aire y se lo metió dentro para soltarlo con una lentitud desesperante. Liberó un suspiro de proporciones bíblicas que hizo tambalear la persiana a medio bajar de Ro, en la otra punta de la ciudad.
La camarera miraba el techo lleno de manchas de humedad de su habitación con una sonrisa incrédula. A quien le contara que había besado, o se había dejado besar, según se mirara, por la escritora excéntrica, estaría riéndose de ella un mes. Ni ella misma le encontraba una explicación. Era cierto que le intrigaba, que le fascinaba su manera atípica de ver la vida y sus circunstancias, que disfrutaba terriblemente de pasar tiempo con ella y que deseaba verla más a menudo de lo que le gustaría reconocer. Pero de ahí a confundir a la chica con ideas sentimentales, había un trecho que no estaba dispuesta a recorrer.
Estaba claro que Paula tenía un interés romántico y, por qué no decirlo, desproporcionado en ella, interés que Ro no podía corresponder ni aunque quisiera, que tampoco era el caso. Los anhelos de la escritora eran inalcanzables para casi cualquier mujer, mucho más para alguien tan descreída como lo era Ro con los asuntos del amor. Si hubiera sido Paula de otra manera, más ligera, quizá se hubiera planteado tener algo pasajero con ella, pues era consciente de que la escritora tenía muchas cosas que enseñarle. No obstante, la realidad era la que era, y aunque ella fuera despreocupada en general y en las relaciones en particular, no le parecía justo jugar con un corazón tan puro como el de la escritora, tan tierno de tan nuevo.
Tiene el corazón de cristal: puedo ver todo lo que tiene dentro. Y es hermoso, aunque no lo quiera.
Se mentalizó para poner todo ese asunto en la perspectiva correcta al día siguiente y, aunque se vio traicionada por sus ganas tontas de volver a verla, creía que sería fácil. Paula era comprensiva y empática, por lo que esperaba poder salvar, al menos, una amistad.
PAULA
¡Buenos días, Ro!
RO
Buenos días, Paula
¿Has dormido bien?
PAULA
Como una bendita
Creo que he soñado contigo
RO
¿Y qué has soñado?
PAULA
Nada en particular, solo paseábamos por una playa
Tú tenías frío y yo te intentaba prestar mi cazadora
Pero te negabas a ponértela porque eres una orgullosa
RO
Sí, entonces esa era yo
¿Y tú qué hiciste cuando rechacé tu chaqueta?
PAULA
Me la quité también, por supuesto
Así ninguna se salía con la suya
RO
Es absurdo
PAULA
Casi todo lo bonito lo es
RO
Ponme un ejemplo
PAULA
Besarse es bastante absurdo, si lo piensas
Es como querer comerse a la otra persona, pero de mentira
No tiene ninguna finalidad concreta, solo estar lo más cerca posible
Pero nos encanta hacerlo
RO
La verdad es que, dicho así, es jodidamente absurdo
Deberíamos dejar de hacerlo
PAULA
¿Tú y yo o la gente en general?
RO
La gente en general
PAULA
Uf, menos mal
RO
Pau, la gente en general nos incluye a nosotras
PAULA
Mierda
Demasiado bonito para ser verdad
Menos mal que me podré desquitar en los sueños
RO
¿Me besabas en el sueño?
PAULA
Todo el tiempo
RO
¿Y qué tal?
PAULA
Si es absurdo besarse, no te quiero ni contar lo absurdo que es hablar de ello
Es una tontería
RO
Bueno, pero es bonito, como todo lo absurdo, ¿no?
PAULA
A ti lo bonito no te interesa
RO
Pero me interesas tú
PAULA
Me mandas señales contradictorias, Ro
No sé ya qué pensar
RO
Podrías dejar de pensar por un ratito
Va estupendo para el cutis
PAULA
Vale
¿Me pones un café y unas tostadas, por favor?
RO
Pero si aún no…
Se quedó el mensaje a medio escribir, porque una insultantemente preciosa escritora acababa de entrar por la puerta del bar. Iba con unos vaqueros básicos, una camiseta gris básica y unas zapatillas blancas básicas, pero la luminosidad de su cara ilusionada hacía que todo lo que la rodeaba resultara excepcional. Sonreía con todos sus dientes y Ro se dio cuenta de que tenía un pequeño hoyuelo en un moflete que solo salía con ese gesto en particular.
Es la sonrisa de cuando me mira a mí.
Paula se echó las gafas de sol hacia atrás y se retiró el pelo de la cara, dejando todo su rostro, limpio de maquillaje y artificios, a la vista. La camarera no tenía claro si siempre había sido así de guapa o era que su personalidad lo potenciaba.
—Perdona, parece que te he dejado en visto —comentó Ro, saliendo de su nube.
—Mientras me veas, no me importa. —Amplió aún más su sonrisa gigante. Le hacían chiribitas los ojos.
—Te noto muy contenta esta mañana. —Fue hacia la cafetera para empezar a preparar el desayuno de la escritora, pero esta la llamó para que se acercara y comentarle algo echándose encima de la barra.
—Es que anoche besé a una chica increíble —susurró en su oído con la voz ahogada porque la madera se le clavaba en el abdomen.
—¿La besaste o te extorsionó para que dejaras de hablar de una vez y lo hicieras? —La miró de reojo y la vio tragar saliva. Ya sabía ella que ese atrevimiento se le desinflaría pronto.
—Bueno, si nos ponemos técnicas… —Se separó de ella y se encogió de hombros con su ramalazo tímido habitual.
—Eres muy disfuncional, Pau.
—Gracias. —Otra sonrisa de postal y unos pasos hacia la escalera—. Te espero arriba.
Ro sacudió la cabeza. La maldita escritora lo había vuelto a hacer. Acababa de decirle que no deberían besarse, siguiendo una broma, de acuerdo, pero dicho estaba. Paula se lo había tomado con deportividad y naturalidad, como todo, pero en apenas cinco minutos había vuelto a poner del derecho lo que ella prefería mantener del revés con cuatro frases y un susurro asfixiado en su oído.
No se explicaba, de verdad que no podía, cómo era capaz de hacer esos juegos de ilusionismo con su mente. Le mostraba la mano por su derecha mientras con la otra, a su espalda, la llevaba por donde le daba la gana. A ella, a una muchacha que se jactaba de sabérselas todas. Tampoco es que hiciera nada del otro mundo, pero conocía todas las trampillas y los recovecos donde esperar para salir y dar el golpe de gracia.
Vamos, Ro, mantente fuerte, solo es otra chica más que no quiere lo mismo que tú.
Subió con su bandeja y allí se la encontró, leyendo algo en el móvil sin haber sacado siquiera el ordenador. Tan tranquila, como si no supiera el poder que parecía tener sobre ella, como si lo hiciera sin querer. Pero Ro sabía que esa persona que parecía distraída y patosa era una de las más inteligentes que se había encontrado en su vida. A ella no se la iba a dar.
—Aquí tienes tu desayuno, escritora. —Fue dejando las cosas sobre la mesa, con la mirada ardiente de Paula dejando surcos incandescentes por cada lugar de su rostro por donde pasaba. Estaba terriblemente cerca.
—Muchas gracias, camarera. Otro café a la lista. —Se embriagó con los ojos cerrados de su perfume personal antes de que se separara de ella.
—Menos mal que mañana no añadiré ninguno más. —Ante la mirada desconcertada de Paula, Ro continuó explicándose—. Mañana libro.
—Sería un momento estupendo para ir descontando cafés. Aún me debes tres.
—¿No dijiste ayer que esa deuda era injusta? —Alzó una ceja.
—Ya, pero me viene muy bien como excusa para verte.
—No necesitas excusas, Paula. Me gusta pasar tiempo contigo, es muy… enriquecedor.
—Enriquecedor… —Se acarició la barbilla—. No sabía que era como el Avecrem.
Ro soltó una carcajada que asustó a la propia escritora. No era tan gracioso. El sonido de su risa era agudo y arrítmico, pero a Paula le gustaba como si fuera la melodía más hermosa que hubieran escuchado nunca unos oídos humanos. Pero no lo era, no lo era en absoluto.
—De aquí al Club de la comedia, quién me lo iba a decir, Pau.
—Las apariencias engañan.
—¿Tanto?
—Más.
Se miraron con profundidad de vértigo, haciendo volar las ideas previas con las que se habían encontrado unos minutos atrás. Ni una estaba estableciendo una distancia segura que las mantuviera en el meandro apacible de la amistad, ni la otra estaba dándole un respiro a las emociones vividas últimamente.
—Me voy para abajo, que me haces el lío.
—Es imposible hacerte el lío.
—El paseo de anoche no dice lo mismo. Hasta luego.
La saludó con la mano, tomando la timidez de Paula de nuevo para quedársela para sí, y se fue escaleras abajo con el cuello ardiendo de rubor. No se reconocía cuando entraba en las aguas mansas de la escritora. Parecía un lugar inofensivo, claro a los ojos, sin animales abisales ni peligros inminentes. Sin embargo, cada vez que flotaba en esas aguas, tenía la sensación de ser engullida por su personalidad envolvente, como si se hubiera despojado en la orilla de todos sus prejuicios, de su ropa y de sus ideas preconcebidas, y simplemente se dejara empapar por ella.
Paula la observó desde el piso alto durante unos segundos antes de dedicarle su atención al desayuno. Parecía que había intentado dejar un dibujo en la espuma del café, que, aunque mejorara cada día, seguía sin parecerse a ninguna cosa que ella conociera. Nunca le decía nada al respecto para no hacerla sentir mal, pero le hacía gracia que una persona como ella quisiera tener un tonto detalle como ese. No le pegaba para nada.
Paula estaba hecha un lío. Se había levantado con una ilusión demente, pensando que ya todo estaba encaminado: la segunda cita había ido genial, se habían conocido un poco más, se habían contado cosas personales y se habían terminado por besar en un portal. Le había escrito nada más salir de casa, impaciente e incapaz de esperar a verla para tener noticias de ella. Le había dejado un poco desconcertada no encontrarse un mensaje suyo al despertar, al fin y al cabo, se habían besado hacía unas horas y eso tenía que significar algo. Pero Paula era una mujer inasequible al desaliento y no le importaba tomar ella la iniciativa, pues sabía que Ro no era una chica demasiado espiritual con esas cosas. Sin embargo, un mazazo a plomo había hecho tambalear la emoción que hervía en su pecho desde que abrió el ojo, y es que Ro parecía haberle dado menos importancia a ese beso de la que le había dado ella.
Paula no estaba tan alejada de la realidad como para no verla. Tenía claro que, a pesar de notar el claro interés de la camarera en ella, no tenía mucho que ver con el que Paula sentía por Ro. Nacían de puntos diametralmente opuestos: uno, del más puro anhelo romántico; el otro, de la más genuina curiosidad antropológica. Aun así, ambos caminos convergían en un punto común intermedio, el del mutuo deseo de seguir conociéndose.
Sonrió con la boca llena de tostada. Parecía evidente que Ro se esforzaba por recuperar un poco el control de la situación, que había perdido por completo la noche anterior al pedirle un beso. No la conocía mucho, pero lo suficiente como para percibir la turbación de la camarera al no poder establecer unos parámetros tangibles en su relación. Aun así, se dejaba llevar cuando estaba con ella, y eso la hacía flotar por encima del resto de los mortales.
Ni ella misma se creía que todo estuviera saliendo tan defectuosamente bien. Ni su amada se parecía a la que tanto había esperado, ni el primer beso había sido de película, ni ella misma estaba siendo tan perfectamente ideal como solía serlo en el tiempo de conquista.
Nada era como debería ser, pero funcionaba, y eso la tenía desconcertada y encantada a un tiempo.
Ro, desde abajo, la miraba a escondidas mientras escribía como loca en el ordenador. Se preguntaba qué estaría creando su mente justo delante de sus ojos y sintió esa curiosidad, que a esas alturas ya debería estar menguando, crecer. Se estiró como pudo y cogió un libro de la estantería. El primero.
—Lola, ¿te importa que me lo lleve a casa para echarle un vistazo?
—Claro que no, niña. Pero vamos, que si le pides uno a Pau, te lo regala y te lo firma encantada. Menuda es.
—No, no te preocupes, ya sabes que no me gusta mucho leer.
—¿Y para qué te lo llevas, corazón?
—Para saber a lo que me enfrento.
—Pues mucha suerte, porque esa muchacha tiene una labia que es capaz de vender polvorones en el desierto.
—Ya… Me estoy dando cuenta —dijo con la mirada ausente fija en la portada.
Se guardó el libro en su taquilla y, cuando volvió, tenía suficiente trabajo como para que se le pasara la mañana en un suspiro. Cuando quiso darse cuenta, ya tenía frente a sí la bandeja con la copa de vino y el platito de almendras para Paula. Cogió aire, levantó la vista y chocó con los ojos de la escritora, que la estaba adorando con la mirada justo en ese momento. Le sonrió con su cara de siempre de no estar entendiendo nada, y luchó con todas sus fuerzas contra ese campo gravitacional que la empujaba hacia ella.
Subió lentamente, intentando blindar su cerebro y sus terminaciones nerviosas. No podía caer siempre en sus tontas trampas, en sus anzuelos adornados de dobles sentidos y conversaciones interesantes. No podía seguir un camino que tenía toda la pinta de terminar mal, y no precisamente para ella, sino para la escritora.
—Te he visto coger uno de mis libros de la estantería —le soltó en cuanto la vio poner un pie en la planta de arriba.
—Eres la perfecta acosadora —comentó mientras dejaba el plato y la copa en la mesa—. Seguro que tienes una habitación llena de fotos mías en tu mansión.
—Hay que ver cómo me conoces. Si desapareces, seré la primera persona a la que interroguen.
Se cruzó de brazos y se recostó en la silla para disfrutar de ese último encuentro. Acababa de entender algo, y pensaba seguir esa intuición que le decía que era el momento de pausar la partida para estirar las piernas e ir al baño.
—Das el perfil, eso no es culpa mía.
—Y a ti se te da muy bien desviar la atención del hecho de que has cogido prestado mi libro.
—Tengo de quién aprender. —Levantó las cejas—. No me gusta leer, la verdad.
—¿Vas a hacer una pequeña hoguera con mi bebé? —Fingió escandalizarse y Ro rio por la nariz.
—De momento, no, solo voy a echarle un ojo por encima, a ver si ahí viene algún truco para entenderte un poco mejor.
—Si no me entiendes es porque no quieres. Yo estoy encantada de resolver todas tus dudas.
—Ya, pero yo tengo que trabajar y tú tienes una vida. Hay que aprovechar mis días libres.
—Pues me parece una idea estupenda. —Sorprendió a Ro con aquella salida, pues más bien se esperaba que le pidiera otra cita. Siempre sorprendiéndola y siempre para bien. Ro estaba harta—. Se dice que se sabe más de la persona que escribe que de lo que escribe.
—Eso mismo estaba pensando yo. —Abrazó la bandeja, poniendo con ese gesto punto final a la conversación.
—Esperaré tus conclusiones entonces.
—Ya te he dicho que no me gusta leer, así que mejor espera sentada —la provocó un poco.
—De acuerdo. —Pero Paula no estaba por la labor de entrar al trapo—. Que tengas un buen día de libranza mañana.
—¿Te vas ya? —Volvió sobre sus pasos.
—No, pero ya sabes que luego tienes lío y no podemos despedirnos.
—Ah. Vale —carraspeó—. Pues hasta el jueves.
—Hasta el jueves, Ro.
Bajó la camarera con las cejas fruncidas y la sensación de haber sido rechazada, consciente de que no lo había sido en ningún momento. Iban a estar prácticamente dos días sin verse, que no era nada del otro mundo, pero después de una cita con beso hubiera apostado a que Paula, precisamente Paula, se iba a venir arriba y le iba a proponer algo más atrevido, como una cena en un restaurante elegante o un paseo en globo aerostático. Pero nada de eso había sucedido. ¿Quizá se había pasado de mordaz para cortarle las alas? Bueno, eso era lo que pretendía, ¿no?
Joder, no hay quien te entienda.
Estaba incómoda, como si una piedra se le hubiera metido en el zapato metafórico de su mente y estuviera dando vueltas, resonando como en una lata vacía. Había apreciado con sus propios ojos la ilusión emocionada de Paula al verla, incluso lo había notado en sus primeros mensajes, y aún seguía ahí esa vibración cuando se había despedido de ella, pero con un matiz distinto esta vez. Con cierta resignación.
Siendo honesta, a Ro le hubiera gustado seguir en esa línea que habían mantenido desde que se conocieron, aunque no terminaba de convencerle la idea después de haber traspasado la línea del beso. Definitivamente, ese día sin verse, iba a venirle de maravilla.
Paula se levantó de su mesa antes que de costumbre, recogió sus cosas y se despidió con la amabilidad de siempre, pero una pequeña frialdad se le clavó a Ro en un lugar en el que las cosas solían rebotar. Se acarició el pecho, molesta, y se entregó al trabajo para dejar de sentirse mal por nada.
Durante toda la tarde, Paula se cansó de dar vueltas por casa, sin entender qué demonios estaba pasando para que la felicidad fuera tan frágil que no le durara ni siquiera veinticuatro horas, cogió el coche y se fue a la mansión en busca de algo de paz. Paseó por los jardines, sonrió con la risa escandalosa de su nana en el laberinto y esperó un mensaje que no llegó.
Una no se besa con una chica y se siente triste al día siguiente. Eso no debería ser así.
El miércoles, con la cabeza aún en código binario, Ro quedó con Sara para aprovechar su día libre, tapear por ahí y desconectar un poco.
—¿Qué tal vas? Te noto un poco… apagadilla —dijo su amiga, sorbiendo su copa de vino. Le recordó en el gesto a la escritora, pero alejó de su mente aquella imagen. Necesitaba un respiro, de verdad que sí.
—El lunes besé a la escritora. —Dejó salir un suspiro sin rodeos—. Bueno, ella me besó a mí.
—¿A la rarita?
—Sí. No es que me besara, es que me besó porque yo se lo pedí.
—¿Tuviste que pedírselo? Tía… Dignidad. —La miró con los ojos muy abiertos, dejando claro que aquello era demasiado.
—Es que se pone nerviosa, empieza a balbucear y… Bueno, da igual. —Cortó de raíz la sonrisa incipiente que le provocaba ese recuerdo—. Le pedí. A la escritora. Que me besara. Y el caso es que, en aquel momento, me pareció una idea fantástica.
—¿Tan mal besa?
—Qué va, al revés. Me… me besó con mucha dulzura, como si temiera que me fuera a romper.
—Romper a Ro. Es que me tengo que reír.
—Si es diferente a todo el mundo en todos los aspectos, también iba a serlo en este. No sé de qué me sorprendo.
—¿Y dónde está el problema?
—En que soy una persona horrible, Sara. —Miró el teléfono de soslayo, como llevaba haciendo desde el día anterior, pero nada, ni un mensaje de Paula—. Yo no quiero nada serio, pero ella parece que bebe los vientos por mí.
—Eso es problema suyo.
—Hay una cierta responsabilidad moral ahí, tía, no me jodas.
—Os conocéis desde hace dos semanas, Ro, por el amor de Dios, no estás prometiéndole amor eterno, solo es el tonteo del principio. No te rayes, eres muy joven para rayarte por un beso.
—Es que menudo beso, sinceramente.
—¿Quieres repetir? —Sara agitó las cejas y dio un sorbo a su copa.
—Sí, quiero. —Lloriqueó.
—Te está pegando la intensidad tu escritora. Ya pensando en la boda.
—Pero no soy horrible por eso. Ya hemos hablado del tema y le he dejado muy claro que nuestros conceptos sobre el amor son totalmente diferentes, que yo no creo en eso.
—¡¿Entonces?! —Sara no entendía nada.
—Prefiero mantener la amistad, y ella parece haber captado el mensaje, porque no me ha escrito desde ayer —se quejó.
—Pues todo está saliendo a pedir de boca. ¡Carmen, otra ronda, por favor, que tenemos que celebrar!
—Deberías dejar de juntarte con Elvira, cada día te pareces más a ella, qué horror. —Se tapó la risa con la mano.
—Venga, Ro, no seas pesada y suéltalo de una vez.
—Que quiero dejarlo en una amistad, aunque me llame mucho la atención la chica, pero el hecho de que, sabiendo que hoy no trabajaba, no haya querido proponerme ninguna cita, tampoco me gusta. Y por eso soy horrible. —Se tapó la cara con las manos y miró a su amiga, que se descojonaba, a través de las rendijas de sus dedos—. No es gracioso, Sara.
—¡Y que no! Es muy gracioso porque, cariño mío, eso se llama ser la perra de la hortelana. Ni te la comes ni te la dejas de comer.
—Yo me la comería con muchísimo gusto.
—Necesito conocer a esa persona, Ro, hazte cargo.
—Visto lo visto, va a ser imposible, porque me odia.
—¿Te odia porque no te escribe?
—Exacto. —Asintió con rotundidad, como si fuera una verdad innegable.
—¿Le has escrito tú?
—¿Qué parte de «no quiero confundirla» es la que no has entendido? —le dijo con su tono más seco.
—¿Le has escrito? —repitió para afirmar su punto.
—No.
—Porque la odias.
—¡Pues claro que no!
—¿Ves dónde quiero ir a parar? —Hizo una mueca que provocó la risa de Ro.
—Ya, Sara, pero ella es la intensa y yo la pasota. —Cambió a un tono casi infantil y enfurruñado—. Así nos relacionamos: ella tira y yo freno. ¡Pero es que no tira!
—Os besasteis y al día siguiente le hiciste una cobra…
—¡Si ni siquiera hizo el intento de besarme! —la cortó.
—¡Emocional, una cobra emocional! Ella llegó con su corazón envuelto en papel de regalo para ti y se encontró con tu cara de simpática tendiéndole la mano para saludarla de lejos, como si te viera.
—No fue así. —Se cruzó de brazos con el ceño fruncido.
—Parecido. —Ro la miró y asintió a regañadientes—. Pues mira, siendo lo intensa que dices que es, ha sabido ver las señales y no te ha escrito. Eso le quita puntos de psicópata. Si te hubiera escrito, ahora estarías agobiadísima. Que nos conocemos.
—Encima dale la razón a ella.
—Ay, Ro, yo no la conozco y he sabido leerla en dos minutos. ¿Cómo va a mandarte un mensaje si seguro que está escribiéndote un poema de amor devastador?
—Lo dudo. Le dije que libraba y ella no dijo ni mu. —Ella, erre que erre.
—¿Querías quedar con ella?
—No, la verdad es que pienso que este día y medio sin vernos nos va a venir bien.
—Si no querías verla, ¿por qué te molesta? —Puso las palmas de las manos bocarriba en señal de obviedad.
—¡No lo sé!
—A ti esa chica te gusta.
—Pues claro que me gusta —dijo con calma—. Que le pedí un beso, yo, Sara, yo, tu amiga Ro le mendigó un beso a una tía que es más rara que un perro verde. ¿Cómo no me va a gustar?
—Pues mira, yo solo te voy a decir que disfrutes y que la traigas este sábado a la quedada con las chicas.
—No voy a exponerla como si fuera un mono de feria para que os moféis.
—Mira, voy a hacer como que no te he escuchado, porque si me paro a pensar en lo que piensas de nosotras no te vuelvo a hablar en mi vida.
—Vale, perdona, es que sufro por ella más que por mí. Es tan tierna, Sara… —Hizo un puchero—. Al menos la veo mañana y comprobaré cómo andan las cosas.
—Pues sí, no sea que te comportes como una adulta y le vayas a escribir —le reprochó.
—Tengo la ventaja de poder verla todos los días, la adultez está sobrevalorada. —Elevó su tercio y brindó con su amiga.
Pero Paula, a la mañana siguiente, no apareció por el bar.
¿Cómo va a terminar así, Cris? Esto de las actualizaciones semanales no me viene bien con las ganas de seguir leyendo.
Estoy igual, me paso toda la semana esperando que sea de nuevo viernes porque me matan las ganas de seguir entrometiéndome en la aventura de estas personitas.
Estoy un poco como Paula al levantarse, alegre pero no mucho jajajaj. Final con sabor agridulce pero aún así qué decir de tu talentazo a la hora de escribir.
Menudo capítulo @TomorrowJuana! Nos has dejado con toda la intriga, qué le habrá pasado a Paula? Será para que Ro la eche (más aún) de menos? Me encanta como escribes, ya lo sabes. El desarrollo de tus personajes, es una gozada ver su progresión. Espero que no sufran(mos) mucho. Te esperamos el próximo viernes!
A quien hay que pagarle para que esta historia actualizacion diaria? Cristina haste cargo por favor
Qué??? Como lo dejas ahí, TomorrowJuana??? QUE ESO NO SE HACE!!!
Yo es que digo la mayoría de lectoras viene de grandes libros terminados y el Wattpad; una actualización a la semana con lo que engancha la novela es cruel muy cruel, ya se paciencia, pero que somos bolleras!!( Bueno la mayoria) 🤣🤣🤣😬😬😬
Ala, menudo final
Que ganas de leer el siguiente!!!! Podíais hacer suscripción premiun que yo me apunto a leer más capitulos. Me tienes enganchadísima y me parece una historia genial.
Gracias Cris
AY MI POBRE PAULAAAA SUFRO
Qué lista Pau como juega sus cartas para que Ro se de cuenta solita.
Me flipa!!
Pero no lo dejes ahí!!! Esto de tener que esperar una semana es un sufrimiento.
Me encanta como Paula sabe leer a Ro y juega bien sus cartas, le hace picar el anzuelo sin que la otra se de cuenta.
Y como se hace para adelantar los días?? Que quiero saber como sigue 😍😍😍😍
Que contradictorios sus sentimientos, Ro tendrá que descubrirse otra vez. En cambio, Paula muestra mucha madurez, a pesar de sus comportamientos tan adorables. Con ganas de seguir leyendo.
Enganchado estoy a esta historia.
Contando los días para que sea viernes y poder seguir leyendo está historia que cada vez está más interesante y más con estos finales de capítulos
«Una no se besa con otra chica y se siente triste al día siguiente.» Snif… pasa, a veces. Que sea viernes par favaaaarr
Esta es mi Paula!!!
Ahora le toca a Ro(saura) mover ficha. O tirársela a Pau en “to lo arto”.