El descanso del minotauro
5
El día libre de la camarera se le pasó a Paula bastante más lento de lo que esperaba. El bar, de repente, le parecía insulso sin su presencia de nada pululando por allí, sin su mirada burlona, sin su olor a cítricos ni la sonrisa que ponía cuando la escritora hacía algo que no comprendía, que era casi todo el tiempo. Tres días hacía desde que había descubierto que habitaba en el mundo, y ya la había echado en falta.
Laura tiene razón, se me está yendo la cabeza.
Pero de nuevo el viernes, Ro regresaba puntual a su puesto de trabajo, también con ganas de volver a ver a ese espécimen exótico de escritora en peligro de extinción. Los puntos desde los que partían ambas chicas eran diametralmente opuestos: una lo hacía desde la predisposición de quien desea más de lo que se suelen desear las cosas, y la otra desde la simple y pura curiosidad antropológica de alguien que piensa que ya lo ha visto todo.
Ro se giraba de vez en cuando hacia la puerta, esperando que entrara, aunque realmente aún no sabía si su rutina era diaria o esporádica. La vez número dieciocho que levantó la mirada de sus quehaceres, se encontró con la de Paula, que a saber el tiempo que llevaba ya observándola. De nuevo esa lanza incandescente arrojada desde sus ojos hasta los de ella que la dejaba paralizada en el sitio con un vaso en la mano y el saludo atascado en la garganta.
—Buenos días, Ro —enfatizó, dejando claro que se había quedado con su nombre.
—Buenos días, Paula. ¿Lo mismo de siempre?
—Sí, muchas gracias.
—Sin azúcar.
—Y espero que hoy sin cianuro.
—Pues yo espero que no, es más divertido. —Rio, empezando a preparar su desayuno.
—Las camareras malas van al infierno. —Se dirigió hacia la escalera, negando con la cabeza.
—Vengo de allí, guapa.
Paula soltó una pequeña carcajada y comenzó a subir a la planta alta, muy complacida por ese intercambio juguetón y, afortunadamente, sin una pizca de vergüenza ajena. Empezaba a sentirse cómoda con sus tira y afloja, y eso solo podía significar que su mejor versión estaba ya llamando a la puerta.
Una vez arriba, tomó una decisión, envalentonada de repente por aquella breve conversación: abandonó la que había sido su mesa durante los últimos años y se colocó en la que estaba pegada a la barandilla de madera que hacía de balcón entre ambas plantas. Colocó sus cosas encima de la mesa y cruzó las manos sobre ella, respirando profundo y arañando en su cerebro algún tema ligero del que hablar con su camarera para retenerla unos segundos más.
Ro sonreía mientras el café iba cayendo en su taza. Se notaba que a la muchacha se le daban bien las palabras, pues, una vez solventada la incomodidad del principio, la verdad era que jugaba con ellas con soltura. Era irónica y un poco ácida, y eso le ponía el cerebro en su punto máximo de ebullición.
—¿Mesa nueva? —se sorprendió al llegar junto a ella.
—Me he despertado rebelde esta mañana. —Apartó la libreta para que fuera dejando sobre la mesa el desayuno.
—Pues ten cuidado con esta vida tan radical que estás empezando a llevar, puedes terminar arrestada.
—Peligro es mi segundo nombre —puso ronca su voz para imitar al malo de las películas.
—¿Vas a hacerte un tatuaje de un escorpión en el cuello?
—Ya lo tengo, pero no está en el cuello. —Le guiñó un ojo y empezó a remover el café: no le gustaba la espuma que se formaba encima.
—Tienes cara de monaguilla, no me lo creo.
—Dicen que las mosquitas muertas son las peores.
—La gente miente mucho.
—No siempre. —Rio, apartando la vista de ella con timidez. Cogió aire para armarse de valor ante lo que iba a decir—. Por cierto, con este, me debes tres cafés.
—¿Perdona?
—Es un tema de equilibrio cósmico. Verás… —Se incorporó en su asiento—. Si yo tomo el café sin azúcar y tú lo tomas con dos, cada vez que yo me bebo uno en un bar, es un azucarillo que se queda huérfano. Eso no se puede permitir —dijo con absoluta seriedad, haciendo que Ro se mordiera los mofletes por dentro para no reír—. Deberías adoptarlos.
—No veo lagunas en tu plan.
—Eso pienso yo. Así que, deberíamos empezar cuanto antes con esta dura tarea. Lo hago por el planeta. —Se encogió de hombros con una sonrisa atrayente. Esa parte de plantar la semilla del interés era, sin duda, el punto fuerte de Paula.
—Es la manera más original en la que me han invitado a salir. Al final vas a tener razón con lo de que las mosquitas muertas son las peores.
—No me gusta ser de esas personas insoportables que dicen «te lo dije», pero te lo dije.
La miró con esa mueca que empezaba a ser habitual en ella, como si aquella clienta tuviera la inesperada capacidad de ser totalmente sorprendente, y eso que Ro, después de haber vivido cien vidas, creía que ya nada podía hacerlo.
—Qué cara tienes. —Rio por la nariz—. Desayuna, anda, que se te va a quedar frío.
—Gracias.
—Si necesitas algo, ya sabes, silba.
—Lo haré.
Ro volvió a la barra y Paula desayunó lentamente, observando cómo bailaba entre las mesas con la bandeja en la mano. Era grácil y ligera, como si flotara a medio palmo por encima del suelo. Desde su nueva mesa, tenía toda la panorámica del bar al alcance de sus ojos.
La alarma de su corazón se puso a brillar intermitentemente cuando cruzó miradas con la camarera. Se sonrieron durante dos segundos enteros y la fanática del amor que vivía dentro de Paula comenzó a hacer el baile de la victoria en su interior.
Y así es cómo se hace.
Ya le había dejado caer la idea de tomar un café juntas, lejos de allí, en un lugar donde ella no trabajara ni Paula fingiera hacerlo y, sobre todo, con la tranquilidad de no tener el cronómetro sonando siempre en su contra. Le aterraba la idea, en especial por el hecho constatado de que era incapaz de no hacer el ridículo delante de ella. Las matemáticas no le favorecían: si en aproximadamente cinco minutos de trato diario metía la pata al menos una vez, en una hora entera… No quería ni pensarlo.
El amor está hecho para valientes, maldita sea.
Ro sopesaba la invitación implícita de la escritora, deseosa de aceptarla y sacarse de una vez la espinita de no haber desentrañado aún un misterio como lo era esa chica tan particular. No solía durarle tanto la curiosidad, pues, a pesar de haberse cruzado con mucha gente en sus múltiples viajes, no podía presumir de haber hecho grandes descubrimientos. Era la primera vez, que ella recordara, en la que su ojo clínico para desnudar a las personas no le estaba funcionando en lo más mínimo.
Como primera impresión, hubiera dicho que era tímida e insegura en sus relaciones, entrañable de tan torpe, pero había resultado ser también ingeniosa, rápida de reflejos e incluso descarada. Si se paraba a pensar en la chica que tartamudeaba el primer día, jamás habría imaginado que esa misma mujer fuera a pedirle una cita con todo el morro del mundo.
¿Cuál sería su faceta real? Esa era una pregunta que se moría por contestar.
—Oye, Lola… Esa chica, Paula, la escritora… ¿Es una psicópata?
—¡A que te doy un guantazo! —la amenazó como una madre protegiendo a sus polluelos.
—Calma, calma. —Levantó las manos en un gesto divertido—. Te lo pregunto porque me ha invitado a un café, y no me apetece amanecer en una bañera con hielo y sin riñones.
—La que parece una psicópata eres tú, vaya cosas se te ocurren. —La miró con suspicacia—. Es buena niña, confío en que tus órganos estarán a salvo con ella.
—Es que es divertida, pero un poco rarita, ¿verdad?
—Es escritora, ya te lo dije. Tiene un pie en la realidad y otro en la imaginación. Ahora, una cosa te voy a decir —se bajó las gafas para mirarla sobre ellas—, como le rompas el corazón, estás despedida.
—No voy a romperle el corazón, por Dios, Lola, solo es un café.
—Sí, siempre es solo es un café… —Rio por lo bajo, colocando unos vasos en la estantería.
—¿Es que tu escritora es acaso una ligona? —Enarcó una ceja, incrédula.
—Dejémoslo en que es una creyente del amor.
—Pues mal vamos.
—Tú eres atea, ¿no? —dijo como si no le sorprendiera en absoluto.
—Hasta la médula.
—Bueno, ninguna cree hasta que ve un milagro. —Se encogió de hombros.
—Di que sí, Lola —sonrió con ironía—. La esperanza es lo penúltimo que se pierde.
—¿Y qué es lo último?
—No sé, dímelo tú. —Se encogió de hombros, haciéndose la interesante.
—Ay, niña, y yo qué sé.
—¡Oooh, lo sentimos, has perdido tu oportunidad! ¡Más suerte la próxima vez!
Ro le dio unas palmaditas en la espalda, soltando una risa nasal. Nada, parecía que nadie iba a dar nunca con la respuesta correcta. Una lástima.
Miró hacia el balcón que separaba la planta baja de esa niebla misteriosa que parecía perseguir a la escritora, y allí se encontró su mirada embelesada. Le sacó la lengua y una sonrisa de niña ocupó el bonito rostro de la chica. No entendía esa especie de ilusión, la desconcertaba, así que solo podía esperar que fuera la propia Paula quien se lo explicara.
Le estuvo dando vueltas durante toda la mañana, buscando una manera ligera de aceptar la cita y, viendo que no se le ocurría nada, decidió subir al almacén y fingir que iba a buscar servilletas para tantear el ambiente, esperando que no estuviera tan cargado como solía estarlo entre ellas. Paula escribía tan ensimismada que no se dio cuenta de su presencia hasta que sintió su respiración sobre su hombro.
—¡Joder, qué susto! —Se llevó una mano al pecho y cerró corriendo la tapa del ordenador.
—Estaba intentando leer algo del próximo premio Nobel, pero nada, no me ha dado tiempo.
—Qué feo está eso de husmear, Ro —le reprochó con su media sonrisa coqueta.
—Lo dice alguien que se ha cambiado de sitio para no perderme de vista. —Se cruzó de brazos, elevando una ceja.
—¿Has desayunado ego hoy?
—Con dos azucarillos, efectivamente. Así que ya solo te debo dos cafés.
—Mañana serán tres de nuevo. Se te acumula el trabajo.
—Habrá que hacer algo para remediarlo. Salgo a las cinco.
—Tienes un horario estupendo, enhorabuena —se hizo la desentendida para provocar a la camarera.
—Me deja tiempo suficiente para dejarme invitar al café de la merienda.
—¿Dónde te gusta tomarlo?
—En taza, por supuesto —se la devolvió, relamiéndose los labios.
—Touché —aceptó su derrota.
—Este juego lo inventé yo, querida. —Le guiñó un ojo y pasó una mano por su hombro para dar la conversación por concluida.
Al hacerlo, le llegó a los dedos el movimiento sísmico que zarandeó el organismo de Paula al notar su tacto. Contuvo el aliento durante el segundo en el que el espacio se contrajo y se expandió, desconcertada por el temblor que había contagiado a su propio cuerpo.
Esta chica está hecha de placas tectónicas.
Se apoyó en la pared del almacén, escondida de la mirada inquisitiva de la escritora, la cual le daba la sensación de ser capaz de leer hasta su misma alma. Se miró la mano con que la había tocado, incapaz de comprender lo sucedido. Muchas otras mujeres habían sido recorridas por las mismas yemas de los dedos, pero jamás había percibido el giro del mundo en ellas.
Salió de vuelta al trabajo con un paquete de servilletas que no necesitaba y la cabeza un poco más estable. Se despidió de la escritora, que tecleaba como una loca de nuevo y apenas reparó en su presencia.
Durante la siguiente hora, se esforzó por encontrarle un sentido a lo que acababa de pasar, pero nada la satisfizo, así que terminó por achacárselo a esa manera suya de mirarla tan intensa, que hacía que su propia piel se volviera sensible al contacto, como si creara en todo el perímetro de su anatomía un campo de energía estática que estallaba al más mínimo roce.
Parece que quisiera metérseme dentro.
Con cualquier otra persona, le resultaría inquietante, incluso turbio, ser observada así, pero ella había visto que su mirada no tenía dobleces ni velos opacos, sino que era limpia y sin pretensiones. No podían darle miedo unos ojos transparentes que siempre parecían estar soñando.
Subió los escalones de nuevo para llevarle el vino de media mañana con una sensación de nervios en la boca del estómago. Ella, que nunca se alteraba por absolutamente nada, que estaba ya curtida en el amplio espectro de los seres humanos. Se negó a mirarla hasta dejar su bebida en la mesa, pues no confiaba en su capacidad para no derramarla por el suelo, aún afectada por el temblor de tierra de hacía un rato.
—Tu vino de todos los días con sus almendras de todos los días. ¿Nunca te sales de la rutina?
—Me he cambiado de mesa después de años en aquella, ¿qué más tienes para meterte conmigo? —dijo con chulería, dejándose caer con el codo sobre el respaldo de la silla.
—Seguro que tienes pegado en el frigorífico un menú para todo el mes. —Paula la miró con los ojos muy abiertos y supo que había dado en el clavo.
—Solo para una semana —se defendió con un fruncido de cejas que le resultó adorable—. Detesto tirar comida, y así hago una compra eficiente.
—Lo sabía. —Rio por la nariz, contenta de haber acertado al menos en algo con aquella chica—. Tienes toda la pinta de ser ese tipo de persona.
—¿Y cómo es ese tipo de persona?
—Lo siento, me pillas trabajando y es una lista muy larga. —Se encogió de hombros con picardía mientras intentaba escabullirse de allí.
—Entonces ya tenemos tema de conversación para esta tarde. Los silencios incómodos son terribles.
—Terrible es que hayamos quedado y ni siquiera sepas dónde. Deberías darme tu número y te paso la ubicación.
—No le doy mi número de teléfono a camareras desconocidas.
—Y yo no tomo café con escritoras intensas.
—Podré hacer una excepción, entonces. —Arrancó de la libreta un trozo de papel y apuntó su teléfono.
—Yo también. —Lo cogió y se lo guardó en el mandil—. ¿A las seis te parece bien?
—Perfecto.
Ro se marchó con una última sonrisa y un gesto de su mano, pues sabía perfectamente que su tiempo de interacción había terminado esa mañana. Paula hizo un gesto de victoria asegurándose de que nadie la viese y soltó todo el aire que tenía acumulado desde hacía un rato. ¿Eso había sido tonteo? Estaba casi segura de que sí. Se estiró en la silla con las manos en la nuca y una mueca de pura satisfacción que la camarera vio desde abajo. Negó con la cabeza. Desde luego, era un espécimen digno de estudio.
Cuando Paula llegó a su hogar y dejó sus cosas en la mesa del comedor, fue directa a mirar el calendario de comidas que tenía pegado en la puerta del frigorífico y se mordió el labio. Podría reírse de ella todo lo que quisiera, pero ese cuadrante le parecía útil y un motivo más para continuar ese juego suyo.
Cuando iba a terminar de hacerse la comida, recibió un mensaje de un número desconocido.
NÚMERO DESCONOCIDO
Buenas tardes, escritora intensa
Espero que no te salga sarpullido por salir de tu barrio pijo
<Ubicación>
PAULA
Qué feo está juzgar a las personas
NÚMERO DESCONOCIDO
Seguro que tienes un casoplón en las afueras
No te hagas la mochilera ahora
PAULA
Seguro que tú sí eres de ese tipo de persona
NÚMERO DESCONOCIDO
¿De cuál?
PAULA
Del mochilero
NÚMERO DESCONOCIDO
Además de escritora, adivina
No dejas de sorprenderme
PAULA
Y eso que creías que te las sabías todas
NÚMERO DESCONOCIDO
Aquí la clase obrera tiene que terminar su turno, señora millonetis
¡Hasta las seis!
PAULA
Voy a encender la chimenea con un billete de quinientos
¡Hasta luego!
Ro sacudió la cabeza con una carcajada, llamando la atención de Lola.
—¿Qué te pasa a ti, que estás muy risueña toda la mañana?
—Tu escritora, que es un caso. Espero que tengas razón con lo de que no vaya a querer traficar con mis órganos, porque hemos quedado luego.
—No creo que le haga falta traficar para…
—Pa, pa, pa, pa. —Se llevó las manos a las orejas para no escuchar nada de lo que su jefa quisiera decirle—. No quiero saberlo, pa, pa, pa.
—Vale, vale, no te digo nada.
—Si es que sabía que estaba forrada. Cómo calo a la gente, me amo. —Se dio besos en las puntas de los dedos y se los dejó en las mejillas.
—¿Crees que la tienes calada? —Soltó una risotada sideral que hizo que Ro se pusiera seria—. Es una chica encantadora, pero hermética, así que menos lobos, Caperucita.
—Lola, no me digas eso que yo veo un reto y me lanzo, que yo estoy muy loca.
—Pues siento decirte que te vas a quedar con las ganas.
Ro la miró con suspicacia, sabiendo que estaba cayendo como una ingenua colegiala en la trampa de Lola, que quería acrecentar una curiosidad hacia la escritora que ya estaba más que bien alimentada. La verdad era que el personaje de la casamentera se le daba muy bien, y quiso preguntarle cuántas veces había intercedido por Paula para facilitarle el acercamiento con alguna chica, pero el trabajo se lo impidió y, cuando terminó su jornada laboral, solo tenía en mente salir pitando de allí para darse una ducha rápida y no llegar tarde a su cita.
Bueno, no es una cita, solo es un café.
Paula llevaba ya un rato esperando en la puerta. Echó de menos su etapa de fumadora casual: en ese momento le vendría de lujo un cigarro. Miraba a un lado y a otro, esperando la llegada de la mujer de su vida de ese marzo a medias, seguramente una más, pero nunca igual a las otras, pues estaba decidida a modificar su escala de prioridades terminara aquel asunto como terminara.
Notó su presencia antes de verla, pues su pecho luminiscente la avisó con tiempo para respirar un par de veces antes de encarar su escueta figura. Era la primera vez que la veía con ropa de calle y fue entonces cuando se fijó realmente en la mujer que tenía delante. El pelo negro por debajo de los hombros, flequillo tan largo que ya prácticamente dejaba de serlo, delgada, pero de músculos potentes que se tensaban en cada paso seguro que daba, y tan bajita que podría parecer de bolsillo. El rostro afilado de ojos oscuros, cejas rebeldes y un hoyuelo en la comisura derecha de su boca. Los labios finos de sonrisa ancha.
No supo si darle un beso, un apretón de manos, un abrazo o su corazón sin estrenar, pero Ro tomó la decisión por ella, plantando dos sonoros besos en sus mejillas rellenas. Viendo su sonrojo extremo, a la morena se le escapó la risa, que le salía a borbotones cada vez que Paula se hacía pequeña delante de ella.
—Siempre estás sonriendo —le dijo la escritora, mirándola fascinada.
—Qué va, eres tú, que me haces gracia. —Fue su turno de sonrojarse mientras abría la puerta—. Ya te he dicho que mi carácter necesita dos azucarillos.
—Nunca lo hubiera dicho.
—Ni yo hubiera dicho que la chica que hiperventilaba hace cuatro días me iba a invitar a un café, y aquí estamos. ¿Cortado largo?
—Sí, por favor.
Ro la dejó en la mesa quitándose la chaqueta y se acercó a la barra a pedir. La miró por encima de su hombro, y casi se muere de la ternura al verla colocar estratégicamente el servilletero, dejando el campo de batalla preparado para que se sentara frente a ella.
—Deja, yo te ayudo, que si no nunca desconectas del trabajo. —La empujó hombro con hombro para quitarla de en medio.
—Lo siento, pero yo no puedo escribir un capítulo por ti, así que se desequilibra la balanza.
—Hay muchas maneras de escribir, aunque no aportes ni una sola palabra.
—¿Y eso cómo se hace?
—Inspirando a quien escribe —dijo como si fuera lo más obvio.
—¿Yo hago eso?
—Me he cambiado de mesa para no perderte de vista, por algo será, ¿no?
—Vaya, así que es por puro y duro interés. Qué feo, ya que me había hecho ilusiones…
—Oye, decirte que me inspiras es bonito también —se quejó.
—Soy una musa a sueldo, me utilizas. No me convence tu argumento.
—Seguro que puedo encontrar una manera de conseguirlo.
—Aquí tenéis —cortó el camarero la conversación.
Cada una tomó su taza y juntas se dirigieron a la mesa. La de Paula tintineaba en su plato producto de los nervios, mientras que Ro, por deformación profesional o por entereza de espíritu, apenas se movió.
—Toma, tu azucarillo. —Paula le tendió el suyo, tomando buen cuidado de rozarle la piel en el intercambio. Podría hacerse perfectamente adicta a esa electricidad.
—Y el cosmos respira tranquilo de nuevo. Has restablecido el equilibro, escritora, enhorabuena. —Echó el azúcar en su taza y lo removió con la vista puesta en ella, quien evitaba conectar miradas, conocedora como era del trance en el que siempre se imbuían una en los ojos de la otra.
—Lo tomas con hielo —comentó con disgusto.
—No me gustan las bebidas calientes. Me desespero y termino quemándome la lengua.
—El acto de tomarse un café no consiste solo en bebérselo, sino en ese tiempo que transcurre desde que te lo sirven hirviendo hasta que puedes empezar a tomártelo. Ese intervalo en el que hablas con la persona con la que has quedado, o lees, o miras por la ventana, es el verdadero café.
—Un café solo es un café. —Puso los ojos en blanco, intentando no reírse de ella.
—Hay que saber verle la magia a las cosas, si no, la vida solo son cosas que son lo que parecen y ya está.
—La magia es para los niños y para los ingenuos.
—Y para las escritoras intensas. —Alzó su taza a modo de brindis y sonrieron ambas.
Se midieron con las miradas durante unos segundos de silencio pesado, un poco espeso. Cada una en su esquina del cuadrilátero, frente a frente, asimilando los primeros golpes de tanteo, viendo por la rendija apenas abierta que se habían dejado la una para la otra sus puntos fuertes y los flacos. Ro se dio cuenta de que Paula iba ganando, por lo que decidió empezar el segundo round golpeando primero.
—No estaba muy segura de aceptar este café. Tenía miedo de que fueras la loca del hacha.
—¿Yo? Si soy un ser de luz. —Escondió la media sonrisa tras su taza, que ya empezaba a dejarse beber a sorbitos de nada.
—No me gusta darle la razón a nadie, pero te la tengo que dar: las mosquitas muertas sois las peores.
—¿Por qué iba yo a ser la loca del hacha?
—Porque eres muy rara, tía. A veces te pillo mirándome como una loca, pero luego me vacilas. Tienes acelerones de sinvergüenza y frenazos de cortada. Una loca del hacha de manual.
—Soy tímida.
—No, no eres tímida. Al principio vale, pero mira, estamos tomando aquí por tu culpa.
—Hay cosas contra las que ni siquiera la timidez puede luchar.
—¿Qué cosas?
—No sé, esto —las señaló a ambas—, esta energía que fluye entre nosotras. ¿No la notas?
—Estás colgada, en serio —a pesar de sus palabras, sonrió.
—La notas, y por eso estás aquí, aunque te pareciera una psicópata. Si no, de qué.
—No voy a hacer declaraciones al respecto —dijo, muy digna.
—Quien calla, otorga.
De nuevo cada una a su esquina y otro sorbo a sus cafés. KO técnico a favor de la escritora, que estaba dando todo un recital sobre cómo manejar una conversación y llevarla para el lado que más le interesaba. ¿Cómo había pasado de meterse con ella a conseguir que reconociera que había notado esa especie de vibración que tensaba el espacio que las separaba? Ro, de vuelta de todo, estaba recibiendo sin saber ni por dónde le venían.
—Me generas mucha curiosidad, eso tengo que reconocerlo. —Paula sonrió tan bobaliconamente que se le derramó el café por la comisura de los labios—. ¡Pero tía! —Ro empezó a reír sin control, tendiéndole servilletas entre ruidosas carcajadas.
—Perdón, se me había olvidado que tenía la boca llena —dijo entre dientes, muerta de vergüenza, mientras se limpiaba el líquido chorreante de su barbilla.
Se frotó la camisa blanca impoluta, ya no tan impoluta después de aquel ridículo espantoso, agarrándose a esa excusa para no tener que mirarla. Mucho había tardado en liarla. Cuando se atrevió a levantar la vista, Ro la observaba con una ternura a la que no estaba en absoluto acostumbrada viniendo de ella, por lo que carraspeó para recobrar un poco de su dignidad perdida. Pareció conseguirlo, animada por la actitud de la chica que tenía delante.
—Tú también me generas curiosidad. No entiendo esta electricidad cuando es evidente que no tenemos nada que ver la una con la otra. No tiene sentido para mí, para las cosas en las que yo creo.
—¿En qué crees?
—En almas gemelas. No te conozco, pero diría que no tenemos nada en común.
—¿Por qué dices eso?
—Bueno, yo soy una persona que tiene un cuadrante de comidas pegado en el frigorífico, solo de una semana, lo prometo —se apresuró a puntualizar—, y tú eres una mochilera que ha quedado conmigo solo por el riesgo de no saber lo que te vas a encontrar.
—No me gusta ser previsora, porque eso significa que ya sé cómo va a ser mi vida durante un espacio de tiempo demasiado grande. Ni siquiera sé dónde voy a estar mañana, como para hacerme un menú semanal. —Rio por la nariz.
—Eres un culo inquieto, entonces.
—Estoy acostumbrada a no pertenecer a ninguna parte.
—Luego la intensa soy yo.
—Me lo pegas —refunfuñó.
—Me vale como frase para mi libro. Espera, voy a apuntarla. —Hizo ademan de sacar su teléfono, pero las rápidas manos de Ro se lo impidieron.
—¡Cállate y deja eso! Hay que establecer unos parámetros, Paula: tú la intensa y yo la que se burla de ti.
—Déjame disfrutar de las que me toquen.
Ro la miró con una mirada que se parecía más a la de la chica que tenía enfrente, como si le hubiera robado ese taladro mental que tenía en los ojos para utilizarlo ella. Era preciosa, tenía que admitirlo. Siempre ruborizada, siempre en un mundo onírico que convivía con el terrenal, siempre soñando con los ojos abiertos. Era desconcertante y atractiva a la vez esa actitud suya, y más sorprendente era aún que no se avergonzara de ser tan… diferente. Nadie habría tenido el valor de hablar de la tensión que había entre ellas como si fuera magia, pero a Paula parecía darle igual decir lo que nadie se atrevía siquiera a pensar cuando conocía a una persona que le removía cosas inexplicables. Ella había huido de citas por menos, pero allí estaba, intentando inmiscuirse en su mente, rebuscando en su interior, maravillada por lo que aún no sabía que había dentro.
Para no ser una cita, se le está pareciendo bastante.
AY POR FAVOR QUE SHIPPO MUCHO QUE SON MONISIMAS QUE QUIERO ADOPTAR A PAULAAAAAAAAAA
Uyyys uyys éstas dosss… Pero mira Paula eehhh…
Cuanta ternura desprenden estos dos personajes. Qué ganas de saber más sobre la historia! Enhorabuena a la escritora porque siempre consigues dejarnos con ganas de más, de mucho más.
Pd.: no pueden ser dos publicaciones por semana? ;-p
Ainsss como me gustan los diálogos de tira y afloja… y que bien se te dan siempre Cristina…
Se ha terminado el capítulo???? Noooooooo necesito más
Ay que monaaaas! Me encanta lo vacilona que és Ro. Ya me tiene enamorada, sí.
Me siento muy identificada con Paula, somos soñadoras pero a veces en exceso. Ojalá poder tener una cita así.
Yo quiero una Paula intensita en mi vida!! Me encantan estas dos y sus mundos diametralmente opuestos. No puedo esperar al viernes que viene.
Me encanta esta historia y el tonteo que tienen, son adorables!!!! Estoy deseando leer el segundo capítulo 😬
Lo cortísimos que se me hacen??? Soy un bot de decir siempre lo mismo… Cómo escribes uf
Ojalá tener la labia de alguna de las dos t.t
Estoy living con esto, disfruto tanto leyéndolo que se me pasa el tiempo volando.
Paula y yo somos la misma persona
«Esta chica está hecha de placas tectónicas» uuf, otro praaaa para las frases.