El descanso del minotauro
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Se deslizaba por los pasillos sin llegar a tocar el suelo. Tenía el mismo aspecto que en su primer recuerdo de ella: el pelo largo, sin canas y castaño, desparramado salvaje por su espalda, las caderas rotundas, los pies descalzos, un vestido floreado hasta el suelo y una sonrisa sin dientes de ojos cerrados. Giraba, danzaba con el sonido de una música que solo se escuchaba en su memoria, pero que guardaba silencio en el presente. La observadora indiscreta, sin embargo, pudo reproducirla sin problemas en su mente, e incluso dejó que un tarareo se resbalara de sus labios, procurando no interrumpir el baile sin rumbo de la mujer de su vida.
Daba vueltas sobre sí misma con los brazos abiertos unas veces, y elevados hacia el techo otras, dando pasos alargados y elegantes entre las filas de libros, del mismo modo que lo hacía siempre, hasta el último día y desde el primero que ella podía recordar. La falda se le removía con cada giro, formando ondas a su alrededor, como un mar que no necesita orilla.
Paula la observaba bailar apoyada en una de las estanterías, con los brazos cruzados sobre el pecho y un nudo terrible en la garganta. Era algo más joven que la imagen de la mujer que se alejaba de ella sin remedio camino a la puerta. Compartían el color del cabello, el tono moreno de su piel, la intensa profundidad de sus ojos. Ella era, por el contrario, algo más bajita y menos corpulenta.
Una risa de otro tiempo reverberó contra las paredes de aquella biblioteca, y una lágrima cayó en el mismo instante en que la mujer desaparecía por la puerta abierta. Se incorporó para seguirla por los pasillos de la mansión en la que había pasado la mitad de su vida. Sus pasos eran amortiguados por las inmensas alfombras de pelo gordo, «para que los niños puedan jugar aquí en invierno», como solía decir.
Apresuró el paso, siguiendo el sonido de esa risa estridente. Vio un retazo de su falda ondear y perderse por la primera esquina. Esta vez no prestó atención a los numerosos cuadros colgados en las paredes, ni a las esculturas majestuosas que decoraban los rincones. De un manotazo se quitó las lágrimas y salió al jardín por una puerta lateral, persiguiendo aquella figura danzante. El aire le refrescó el rostro húmedo y, parada en los escalones que conducían al césped, admiró la felicidad pura de aquella mujer que le había llenado la cabeza de sueños, de historias locas de amor, de leyendas imposibles de dragones y damiselas en apuros.
Ralentizó sus pisadas y sonrió con nostalgia, conociendo de antemano hacia dónde se dirigía. Entraron una tras otra en el laberinto de altos setos que coronaba el jardín trasero, y allí pareció que el tiempo se quedaba suspendido en un momento sin edad, junto a las motas de polvo inmóviles, las luces quietas que se colaban entre las ramas más altas, el silencio abrumador de ese lugar que no parecía pertenecer a este mundo. Cerró los ojos y anduvo tras ella, rememorando el secreto del camino correcto que ella una vez le enseñó.
Se aproximaba a su cuerpo de aire y de recuerdos y se alejaba cuando creía que, debido a su cercanía, podría hacer que se desvaneciera con un golpe de viento. Allí dentro ni los pájaros se oían, solo la melodía en su cabeza y la risa lejana de la bailarina. Eran como una caja de música, y ella observaba el espectáculo con los mismos ojos que cuando era una niña.
Llegaron al centro del laberinto, separadas por dos compases de la canción que no sonaba en ninguna parte. La escultura colosal de un minotauro se erguía orgullosa al centro. De pequeña le daba miedo, pero, con el paso de los años, se dio cuenta de que el rostro del animal le provocaba una tremenda ternura: parecía triste, de tan solo.
La mujer dio tres vueltas a la estatua sin detener su baile, detuvo sus pies en posición de ballet frente a ella, hizo una reverencia, sosteniendo con los dedos los bordes de su falda, sonrió con los ojos brillantes y desapareció.
―Buen viaje, nana.
Elevó una mano como despedida y se sentó en la base de la escultura, como si, contra todo pronóstico, aquella bestia pudiera protegerla de la realidad que caía a plomo sobre sus hombros. Rompió a llorar.
Un rato después, y algo más calmada, salió sin problemas del laberinto con la sensación de haber dejado dentro de él una parte de su alma y volvió a la recepción que estaba teniendo lugar en el gran salón. Decenas de personas se encontraban allí con sus mustias caras para la galería, comiendo, bebiendo y hablando entre ellos sobre la mujer que acababan de enterrar.
―Te acompaño en el sentimiento, Paula ―le dio el pésame un antiguo amigo de la familia.
―Muchas gracias, Emilio ―asintió, sin ganas.
―¿Cómo estás?
Se mordió los labios, intentando desenmarañar el cúmulo de emociones que se enredaban en su corazón. No existían palabras para describir lo que sentía.
―¿Quieres la versión corta o la larga?
―La larga, claro. ―Sonrió el hombre, dándole un manotazo de apoyo en el brazo.
―Era muy mayor y tenía la cabeza ida, ya lo sabes, pero era feliz en su mundo. Y yo era feliz escuchándola hablar de sus cosas, las de ellos. Siento… Siento que me he quedado sola ―suspiró―. Sola de verdad.
―Ella no se ha ido, Paula.
―Lo sé. ―Sonrió más firmemente, recordando su manera estrambótica de despedirse―. Pero bueno, las abuelas tienen que morir algún día, ¿no?
―La tuya debería haber vivido para siempre.
Paula agachó la mirada. Sí, ella debería haber sido eterna.
Por más que intentó retrasar el momento, se acercó al lugar en el que se encontraba su padre. Apenas levantaba la mirada vacía del suelo y bebía compulsivamente de su copa. La barba cana de varios días, su aspecto desaliñado, el pelo revuelto.
―Hola, papá, ¿cómo vas?
―Aquí, vivo, como todos los días. ―Se encogió de hombros, desganado.
―Lo dices como si fuera algo malo.
―A estas alturas, creo que lo es. ―Respiró hondo y echó un vistazo hacia un rincón de la estancia. Paula lo imitó, viendo allí cómo su madre y su nuevo marido recibían también condolencias.
―Vamos, papá, han pasado más de diez años. ¿No te cansas de querer lo que no puede ser?
―Jamás ―dijo con más ímpetu del que había gastado desde que se divorciaron.
―Tienes que rehacer tu vida. No te hablo de conocer a otra mujer o formar una familia ―lo interrumpió antes de que él lo hiciera―, pero tienes que dejarla marchar.
―No puedo hacerlo, cariño. Es ella, es la mía, y no importa que ya no esté. Eso no cambia nada.
Paula aspiró con profundidad. Había perdido la cuenta de las veces que habían tenido esa conversación, pero él parecía obcecado en empeñar su corazón por una mujer que se le había escapado de los dedos. No recordaba haberlo visto sonreír desde la separación, y se había terminado por convertir en una sombra del que fue su padre. Siempre viviendo en un pasado al que no podía volver, pero que sentía que aún le pertenecía, haciéndosele la vida cada vez más pesada, cada vez más insoportable, cada vez más triste.
Del mismo modo que su abuela había tenido una locura feliz tras la muerte de su abuelo, la de su padre era de la peor especie: una depresión de matrioska, pero al revés. Aquello no paraba de crecer, de engullir a la pena anterior haciéndola insignificante a su lado, sin detenerse nunca. Se estaba consumiendo de puro desamor.
―Lo sé, papá, lo sé. ―Le pasó una mano por la espalda para consolarlo por la muerte de su madre y la de su atribulado corazón.
―No lo sabes, y no sabría decirte si eres afortunada o desgraciada por no saber nada del amor.
Sonrió con tristeza. No. Ella no tenía ni idea de lo que era el amor, ese amor, aunque se moría por descubrirlo. Se fijaba en cada mujer que se cruzaba en la calle, en el metro, en los cafés donde paraba a escribir algunas notas para sus novelas. Las miraba con detalle, buscando sus ojos, esperando que saltase esa chispa brutal de la que tanto había oído hablar. Lo deseaba con una intensidad inconmensurable, con verdadera ansiedad, pero aquello nunca había ocurrido, aunque claro, se decía, el amor verdadero no es una cosa fácil de encontrar.
No lo había vivido en carne propia, solo algún enamoramiento pasajero que clasificaba enseguida como poco relevante: apenas necesitaba intercambiar cuatro palabras con la chica en cuestión para certificar que no era la indicada para su corazón. No podía serlo. Era un asunto entre ella y la magia, que se estaba haciendo de rogar. Como decía, ella no había vivido todavía ese amor que te ancla al suelo y hace que tu vida tenga, al fin, trascendencia, pero la teoría se la conocía al dedillo. Había pasado horas en la biblioteca de esa mansión renacentista en la que se había criado, leyendo cualquier cosa que tuviera que ver con el amor, que, de alguna manera, incluía a todos los libros del planeta. Solía dormirse, cuando era pequeña, con las historias románticas que le contaba su nana, aunque su favorita había sido siempre la que trataba sobre cómo se había enamorado de su abuelo. Nunca era la misma historia, ya que añadía en cada ocasión detalles nuevos más inverosímiles que la vez anterior, que poco importaba si eran ciertos o fruto de la idealización del tiempo, pues resultaban tremendamente bellos. Desconocía la historia real y terrenal, y estaba feliz con ello: al fin y al cabo, la vida es como una la recuerda, no como realmente sucedió.
Se sirvió una copa de vino, alejándose del cielo nublado que perseguía la figura de su padre. Le consumía la energía su desidia vital. Se asomó a uno de los ventanales y bebió. Los pájaros huían de lo alto de los setos del laberinto, y pudo imaginarse perfectamente a su abuela correteando por allí espantándolos con su risa ruidosa. Ya la estaba echando de menos.
Al menos ya estás de nuevo con tu amor.
En sus abuelos fue donde ella depositó el ejemplo de lo que debía ser un buen amor. No se querían, sentían devoción el uno por el otro. Rara era la ocasión en la que se les veía separados. Una piensa que la llama se apaga con el paso de los años, derivando en una confianza casi fraternal entre dos personas que han estado juntas más de cincuenta años, pero viéndolos podar las rosas del jardín, riendo como chiquillos, una era incapaz de creer que eso fuera cierto. Se adoraban, del mismo modo que lo hacían sus padres antes de que a su madre se le diluyera el amor, y ella aspiraba a sentir algo así de potente, tanto que durara la vida entera.
Cuando su abuelo murió, siete años atrás, el corazón de su abuela no lo pudo soportar y tomó el camino hacia atrás, en lugar del que miraba hacia delante. Retrocedió su mente hasta sus años más felices, que fueron todos los que compartió con él, y allí decidió quedarse. Podaba sola los rosales y reía a carcajadas, hablando y bromeando sin parar con la nada que para ella seguía siéndolo todo. Paula la observaba y sonreía, enternecida por que hubiera elegido una felicidad ficticia que, aun así, seguía siendo felicidad, a fin de cuentas. Le gustaba sentarse con un libro en las manos y escucharla charlando con él, o regañarlo por que hubiera dejado los zapatos sucios dentro de la casa. No importaba que él ya no estuviera, para ella sí lo estaba, y bastaba. Perdió la cabeza, pero no el corazón, y eso a ella, como nieta suya, le valía.
Sintió un cuerpo a su lado y miró de soslayo, encontrándose a su madre en una pose muy similar a la suya.
―Estoy sufriendo por ti, hija ―dijo en voz baja.
―No pasa nada, mamá. Es ley de vida.
―¿Te sirve ese cliché?
―En absoluto ―rio entre dientes.
―Pues deja de decir estupideces, tienes derecho a estar rota. Estabas más unida a ella que a mí ―bufó, fingiendo disgusto.
―Eres una celosa.
―Celos de madre. Pánico me da pensar en cuando te enamores.
―¿Por qué?
―Porque llega una persona que te conoció en la calle, te coge y te lleva con ella.
―No te pega tener el síndrome del nido vacío a estas alturas. ―Le pasó el brazo por los hombros―. Me fui de casa hace mucho y todavía no ha venido ninguna entrometida a llevarme a ninguna parte.
―El día que dejes de buscar, la encontrarás. No sé ya cómo tengo que decírtelo.
―El que la sigue la consigue.
―¿Esto es una pelea de frases hechas? Porque tengo muchas. ―Paula volvió a reír.
―¿Cómo es perder a una suegra?
―Perder a una suegra como tu abuela es duro. Andrea era una mujer muy especial.
―Sí que lo era ―tragó saliva con dificultad. El nudo se le apretaba al escuchar a su madre hablar así de ella.
―No tengo palabras para consolarte, hija, pero tengo un abrazo, si te vale ―preguntó con cierta inseguridad en el rostro.
Paula la apretó hasta levantarla del suelo, aprovechando su mayor altura. A pesar del divorcio, su madre había seguido teniendo una relación muy cercana con su exsuegra, valorando el vínculo estrecho que la unía con su única hija y consigo misma. Andrea era una mujer de carácter, pero dulce y cálida con todo el que tenía un hueco en su corazón, y charlar con ella cuando tenías una preocupación era la cura para todo mal. Poseía una sabiduría que traspasaba lo cotidiano, como si viniera de vivir mil vidas y tú hubieses tenido la suerte de haber coincidido con ella en esta.
Sí, cualquiera que la conociera pensaría que ha tenido mucha suerte.
―¿Qué vas a hacer ahora? ―le preguntó cuando rompieron el abrazo.
―Volveré a mi piso, esta casa es demasiado grande para una sola persona.
―Antes solo estabais las dos, y no siempre.
―Pero ella la llenaba, ya sabes. ―Frunció el ceño―. Vendré de vez en cuando para cuidar los rosales.
―Yo plantaría alguna otra planta en el parterre de allí. ―Le señaló una zona del jardín, justo enfrente del laberinto.
―Algo se me ocurrirá.
Un tiempo después, Paula se despidió de los rezagados que quedaban y cerró las enormes puertas de entrada. Aquella casa era suya, pero estaba llena de fantasmas del pasado, y ella, a base de ver los errores familiares, decidió que debía mirar hacia el futuro para no quedarse estancada en un momento infinito. Se despidió del servicio con cariño y se subió al coche.
Cuando entró en su piso, inhabitado desde hacía años y solo visitado cuando la noche de la ciudad la había pillado sin posibilidad ni ganas de hacer todo el trayecto hasta las afueras, se le hizo inmenso, como el vacío en su pecho.
Esa noche, en una cama que apenas sentía ya suya, soñó con su nana, quien podaba las rosas con su amor en un jardín en el que nunca se acababan las flores.
nunca decepciones. Esto es magnífico como todo que tú escribes . Tengo mucha curiosidad sobre cómo continuará, gracias por las fantásticas historias que nos cuentas.
Wow otra obra literaria de juana, es que eres una maravilla con las letras quiero ya el segundo capítulo.
Sin duda un muy buen comienzo, al estilo al que ya nos tiene acostumbradas @TomorrowJuana. Felicitaciones pues nos has dejado con ganas de más y saber si al final Paula conseguirá sentir ese amor buscado. No nos hagas sufrir mucho o bueno, pensándolo mejor, haznos sentir mucho y bien.
Apenas llego y ya estoy llorando 😭 .Muy hermoso,y con ganas de seguir leyendo lo que sigue..
He llorado mucho, porque me identifico con el personaje, pero ha sido una fantasía. 💙😍
Es muy cálida tú escritura, hasta se me presentan imágenes a medida que voy leyendo 👏👏👏
Estoy llorando. Precioso primer capítulo. Ya quiero que sea de nuevo viernes para leer el siguiente! 💖
Por fin puedo entrar a leer , Juana no decepciona jajajaj ame este capítulo estaré blandita pues una lágrimilla se escapó . Gracias Cristina por tu arte.
AYYYYYY que buen inicio y que ganas de leer más. 🥺🥺🥺🥺❤️
Muy expectante con esta historia. Amo tu forma de escribir.
Me encanta, como todo lo que escribis, mis viernes ahora van a ser mejores, Gracias.
Ya tengo el corazón apretujao en un puño con el pular haciéndole caricias. Ya estoy intrigada por ver como sigue!
¡Mil gracias por este primer capítulo! Deseando leer el siguiente.
No tenia dudas, pero después de leerlo menos…..me ha encantado!!!! Deseando seguir leyendo
Emociona e ilusiona desde la primera palabra leída
Es que es increíble la manera en la que escribes y lo que trasmites con cada frase. Con ganas de que llegue el próximo viernes
Todo lo que escribes es precioso. Tengo ganas de que llegue el próximo viernes y leer como se desarrolla la vida de Paula en busca del amor. Muchas gracias por compartir tu talento
Me ha encantado! Que ganas de leer los proximos capitulos. Cris no decepciona y que lindo poder leerla en un espacio como este.
La verdad que todo lo que haces es mágico ay que ganas de seguir leyendo ya estoy con las ganas de mas y mas
Creo que deberiáis haber publicado ya todo el libro, pq ahora tendré que esperar 1 semana entera y me va a dar algo.
Aaaay Juana, que maravilla! Tengo que confesarte que de tus 3 histórias, esa és la primera que me engancho desde el capitulo 01 (sí, enganchadisima estoy ya). Gracias por darnos más una historia para disfrutar, a ti y a LES Editorial.
Saludos desde Brasil 🥺🥺🥰💜
Esta historia promete… Desde ya atrapada por lo que vendrá.Eres muy talentosa 🤗🤗❤❤🇦🇷🇦🇷
Puedo confirmar que ya estoy enganchada a esta historia, Juana siempre eres un sí rotundo. Nos leémos el viernes.
Que placer mental poder leerte, todas tus historias están llenas de una magia que no podría encontrar en otro lugar. Gracias por regalarnos, una vez más, un pedazo de tu corazón.
Que maravilla, esta mujer nunca decepciona con lo que escribe.
La semana se me va a hacer muy larga esperando otro capítulo.
uf todo lo que me haces sentir con lo que escribes en fin, muy buen principio, deseando que llegue el viernes que viene ^^
Que buena pinta tiene está historia, con muchas muchísimas ganas de saber que le pasará a Paula y leer cómo evolucionará y se desarrollará la historia aunque no tengo ninguna duda que nos dejaras maravillados.
Ahora toca esperar un semana para poder leer el segundo capítulo.
Muchas gracias a Tomorrowjuana y Leseditorial por dejarnos leer esta historia 😊
Qué ganas del próximo
Es que sabes contar de una manera tan especial las cosas… Esa felicidad fingida me ha hecho pensar…. felicidades Cris por este capítulo…con ganas del siguiente
Recién conozco tu escritura y me encantó! Acá esperando la siguiente entrega. Gracias!
Esto de no poder interactuar con cada frase que me lleva a algo me pone de los nervios.
Sos gigante Juana Cristina