Cazar el caos
Capítulo 4 – El peso de la sangre
Akatoria, México. 29 de diciembre, 2018. Todo se desmoronaba en su interior, pero nadie lo hubiera sospechado, como una casa a la que se le desprende el papel tapiz, se le corroen las paredes, se fuga el agua de las tuberías, pero que por fuera todavía se ve entera, de pie, que da la impresión de guardar tras sus ventanas la misma belleza que ofrece el exterior. Emma se detuvo junto a un árbol al que le quedaba un puñado de follaje y observó cómo la brisa helada mecía las ramas; una hoja se desprendió y tiñó la nieve de rojo. Algo en el contraste provocó que se apoyara en el tronco y cerrara los ojos con fuerza. Se estremeció al recordar el chirrido de los grandes neumáticos del camión, el golpe seco, la sacudida, los vidrios volando frente a ella como pequeñas estrellas fugaces. Pensó: Tenía el estómago revuelto ahí donde la impotencia se acumulaba. Necesitaba vomitarla. Mientras observaba la nieve, evocó la última vez en que había significado felicidad; ya casi trece años desde aquel día y todavía podía evocar la forma en que su risa y la de ella armonizaban juntas… Sonrió con pena, con burla, con desprecio hacia sí misma y dejó atrás los jardines, cruzó el túnel que dividía la residencia de las estudiantes y recordó haber observado el paso de las estaciones desde una de aquellas ventanas estrechas. Se detuvo al borde del terreno que bajaba hasta el lago y examinó la cancha de básquet que había sido levantada al borde del agua. Sus oídos zumbaban como si pudiera escuchar el balón rebotando en aquel último y épico partido. Sintió el fantasma de aquello que le recorrió la columna cuando chocó contra ella y la envió al suelo. Había actuado como una idiota impulsada por el fragor de la desesperación: no por ganar, sino por alejarla, por mantenerla al margen de sus intenciones perversas. Unos metros a la izquierda de la cancha, entre los cerezos desnudos que formaban un laberinto, destacaba la Banda Marcial, el grupo de música más importante del internado, y cuyas integrantes eran las embajadoras de la academia dentro y fuera de la ciudad. Esperaban a que la ceremonia diera comienzo sin mover un músculo ni salirse de la formación. El sol hacía destellar sus instrumentos y era absorbido por los uniformes negros destinados únicamente para lo que estaba a punto de pasar. Una multitud ocupaba el espacio restante. La hondonada al completo era un salpicadero de abrigos oscuros y sombreros de todo tipo; el silbido de las conversaciones se elevaba con la brisa. Los rostros se dirigían hacia el féretro verde jade que descansaba sobre el muelle, sitio que habían elegido para el memorial. Emma deseó cruzar la multitud sin ser reconocida, pero mientras vadeaba a los asistentes, los comentarios no tardaron en hacerse escuchar: —Mira, ¿esa no es Emma Lerroux…? —¿La Marquesa? —Sí, es ella. —¿Pero no acaba de tener un accidente por conducir ebria? —Lleva collarín, ¿no?, y creo que se rompió el brazo o se dislocó el hombro. No estoy seguro. De todas formas casi sale ilesa, pero su amiga no corrió con la misma suerte… Emma apretó el paso, quería llegar cuanto antes a las sillas destinadas para la familia y los amigos cercanos. Pasó frente al féretro y le echó un vistazo a la enorme fotografía instalada sobre un caballete y que estaba adornada por una corona de flores. Era la foto de su abuela, pero una de cuando la mujer estaba en sus treinta y ningún accidente le había deformado la espalda ni le había partido la cara con una cicatriz. «No te reconozco». Había perdido un par de dientes producto de aquel golpe. Los recuperó con cirugía estética, pero cuando tocaba los falsos con la lengua, recordaba el sabor de la sangre y el semblante iracundo de su abuela, los ojos desorbitados, las palabras que profería con una rabia que amenazaba con echar abajo el mundo entero. La sangre. Liliam se levantó cuando la vio acercarse y la estrechó en sus brazos. Emma aspiró el perfume de su madre, uno que le evocaba una niñez perdida, y trató de recordar la última vez que se habían abrazado. Al separarse, se escrutaron mutuamente, como si se encontraran de pronto frente a la posibilidad de un viaje temporal: Liliam veía su pasado y Emma, su futuro. Se parecían mucho, excepto porque la Marquesa era más alta y tenía los cabellos cobrizos de su padre, de quien también había heredado los ojos grises. Liliam arrugó el entrecejo y examinó los cortes y moretones que su hija tenía en las mejillas y la frente. —¿Cómo te sientes? —le preguntó. —¿Físicamente? —repuso Emma con un deje de ironía—. Me siento mejor de lo que me veo. Lo más grave es lo del brazo, el collarín es por precaución. Mentía. El collarín la ayudaba a cargar con la culpa y lo confirmó cuando el peso del mundo se instaló sobre sus hombros ante la pregunta de Liliam: —¿Y Joana? Evocó los gritos de dolor, la carrocería retorcida, el sonido de las ambulancias, el de la sierra cortando el metal. Se sintió mareada y pasó saliva antes de decir: —No pudieron salvarle la pierna. —Lamento escuchar eso y también haberte llamado a una hora tan inconveniente. De haber sabido que estabas en Barcelona… Tenía entendido que ibas a pasar las fiestas en Las Vegas… —La hora no tuvo nada que ver. Reaccioné mal y mi teléfono fue a parar en el peor lugar posible. Joana no pudo frenar. —Un accidente desafortunado… —No estoy segura que «accidente» sea la palabra que mejor lo defina. —¿De qué hablas? —No estaba sobria, mamá. Tal vez de haberlo estado hubiera reaccionado con más entereza. A Liliam se le oscureció el semblante. —Prometiste dejarlo esta vez —soltó. —No he bebido desde el accidente. Lo cual sumaba cuatro días de sobriedad o, mejor dicho, de seudo sobriedad, pues había tomado una copa de camino al funeral. Le era imposible pisar ese internado sin beber. —Luego hablaremos de eso —dijo Liliam con frialdad—. La ceremonia no tardará en dar comienzo. Emma se mordió la lengua y asintió. Antes de sentarse, saludó a su hermano, que se encontraba a la izquierda de su madre. Tampoco recordaba la última vez que lo había visto. Su prima Rousse era la única persona de la familia con la que tenía contacto frecuente, pues trabajaba como su manager. Se habían despedido a mitad de diciembre y la mujer tenía la piel bronceada, lo que delataba su reciente estadía en Bora Bora. Su tío, el padre de Rousse y sobrino de la difunta, contrastaba con el bronceado viéndose tan pálido como la nieve que lo circundaba. —¿Por qué tienes esto? —le susurró con su vocecita. —Porque me duele el cuello —le explicó Emma con aquella voz suave y dulce que usaba con la niña. —¿Te duele mucho? —No demasiado, pero debo usar esto si no quiero que me duela más. —¿Entonces no puedes darte la vuelta? —Puedo, pero tendrás que soltarme. Emma la entendía, ni siquiera ella se perdonaba a sí misma. —Regresa con tu madre —le dijo a Teresa—. Te llevaré a pasear cuando acabe el funeral. —¿Lo prometes? —Te lo prometo. La niña sonrió entusiasmada y se marchó. Emma tomó asiento y la sonrisa se le desvaneció cuando la plantó al frente, hacia la fotografía de Olga Barozzi. El odio burbujeó en sus entrañas. «Maldita vieja», pensó con la mandíbula apretada, «te llevaste el secreto a la tumba. Ojalá el mundo supiera lo que nos hiciste, lo que me hiciste y a ella, entonces harían fila para escupir en tu tumba». Se deleitó pensando en esa posibilidad, pero la fantasía le duró poco, porque cuando empezó la ceremonia, no eran palabras de rencor las que los asistentes tenían preparadas para Olga. Desde profesoras hasta alumnas, lo único que salía de sus bocas eran discursos de agradecimiento para alguien a quien aclamaron como su «mentora de vida». La rabia le quemaba la garganta. Sintió náuseas. Se dobló sobre sí misma y Liliam le preguntó si se sentía bien. —Es el brazo —mintió Emma y sacó un frasco de pastillas. Su madre la ayudó a tomar una. Los discursos continuaron y Emma pensó que, de haber podido hablar con libertad, hubiera descrito a la anciana como la maldición de la familia. Deseó levantarse y empujar el féretro al hielo, observar cómo se agrietaba bajo el peso y las aguas frías y oscuras se lo tragaban; ninguna lápida marcaría el sitio donde descansaban los restos de su abuela. No se lo merecía. No merecía ni una sola letra. Merecía que el mundo olvidase su nombre. Sin embargo, no se levantó, no dejó traslucir su furia. *** La música resonaba en el pecho de Emma como si los instrumentos cupiesen en el exiguo espacio entre sus costillas. Los honores preparados para la difunta habían comenzado y la Banda Marcial tocaba con la delicadeza y sensibilidad que tal vez solo un grupo de chicas podía lograr. Varias integrantes lloraban en silencio mientras hacían resonar la tonada fúnebre. En los años que Emma había estudiado como interna de la Academia Strauss —antes de ser encerrada en el internado escocés infernal—, Olga Barozzi era conocida por ser implacable, temida debido a su carácter inflexible y sus decisiones irrevocables. Cuando cojeaba por los pasillos —haciendo resonar su tan característico bastón— las chicas huían como un cardumen de peces que ha detectado a un tiburón. Era respetada, mas no querida, era demasiado áspera como para provocar esa clase de sentimientos. Entonces, ¿por qué lloraban las chicas de la banda? ¿Lágrimas fingidas o acaso Olga Barozzi había cambiado en los años que Emma y ella se habían alejado? La Banda Marcial hizo resonar las últimas notas de la marcha fúnebre. La Lira Principal, una chica alta y morena con el cabello primorosamente trenzado, levantó el mazo en el aire con la autoridad que le otorgaba su rango y lo hizo girar entre los dedos cada vez más despacio hasta que la banda entera guardó silencio. Entonces, el padre de Rousse se levantó, y Emma supuso que había llegado el momento de que la familia se pronunciase. El hombre, que parecía haber nacido con el rostro cansado, habló sobre lo que la anciana había significado para la docencia, la academia y sus estudiantes. Habló sobre los libros que había escrito, sobre el periodo en que fue ministra de educación —la más joven de la historia—, cómo permaneció en el cargo hasta el accidente que la desfiguró y la forma que encontró para reponerse de él. No habló de Olga como tía, tampoco como madre, hija, ni abuela. Daba la impresión de que los consideraba rangos menores, cuando para Emma ningún logro podía suprimir al daño que la anciana había perpetrado contra la familia. De pronto notó que las miradas estaban puestas sobre ella y que su madre le llamaba la atención con un leve toque en la mano. Había llegado el turno de Emma para pronunciarse. Se levantó por reflejo y supo que si abría la boca terminaría expulsando el odio que llevaba dentro. No quería hacerlo, por respeto a ella misma más que por algo relacionado con la anciana. Así que se acercó a la Lira Principal, quien a pesar de estar adiestrada en no mover un músculo cuando se encontraba en formación, retrocedió un paso ante la Marquesa y apenas pudo sostenerle la mirada. —¿Me la prestas? —le pidió Lerroux, señalando la lira. La chica asintió rápidamente y la ayudó a sostener el instrumento contra el yeso. Emma se lo agradeció, tomó el mazo con la mano buena y subió al estrado. Los presentes habían empezado un cuchicheo que cesó cuando paseó la mirada entre ellos. Dejó que el silencio y la expectativa calaran en los corazones antes de comenzar. *** Los asistentes hicieron fila para ofrecer el pésame a la familia. La Marquesa reconoció algunos rostros entre la multitud, antiguas compañeras de clase a las que alguna vez había llamado «amigas» y que ahora eran figuras brumosas entre un mar de frases lacónicas. Sophia fue la única que preguntó por el estado de Joana —de manera aprehensiva, como si eso se esperase de ella y no porque realmente le preocupara— antes de marcharse junto a su esposo. —No me recuerdas —adivinó la mujer y una sonrisa de blancura deslumbrante apareció entre sus labios carnosos. —Algo en ti me resulta familiar, pero tu nombre no viene a mi cabeza —aceptó Emma. —Soy Leeza Haynes, jugaba en el equipo de basquetbol de la academia. También fui una de las novatas que dio las pruebas cuando estabas por convertirte en Lira Principal… Aquel detalle desempolvó la memoria de Emma y la reconoció como la joven promesa del equipo de basquetbol allá en el 2005. Incluso habían corrido rumores sobre que Leeza se convertiría en su protegida, pues era talentosa y ambiciosa, una buena candidata para el «lazo de hermandad». La mujer en la que se había convertido no parecía ser muy distinta de aquella adolescente: por su forma de vestir, las joyas que lucía y el enorme diamante en su dedo, se notaba que su ambición la había llevado lejos. —Ahora te recuerdo —dijo Emma—. Jugabas muy bien, ¿aún lo haces? —Gané varios torneos en la universidad, pero después de graduarme me enfoqué en otras cosas. —Se acarició la barriga con una sonrisa tierna—. Esta es mi segunda hija. —Felicidades. —Gracias. La primera tiene tres años y ya sabe hacer una canasta —presumió e hizo como si encestara en el aire—. Tengo grandes planes para ellas. Vivimos en Seattle y quiero que las niñas entren a la liga infantil y lleguen a la WNBA cuando crezcan. De hecho, acabo de ver a una jugadora de las Storms de Nueva York hace un momento. —¿Aquí? Leeza asintió. Emma había dejado de seguir las minucias del deporte tiempo atrás, así que negó. —¿Fue estudiante en Strauss? —se interesó. —Estoy segura de que no, pero parecía acompañar a alguien que sí, alguien de mi generación que estudió unos meses con nosotras. Seguro que tú la recuerdas mejor que yo. Nunca entendí lo que pasó entre ustedes… El semblante de la Marquesa, hasta entonces algo indiferente, se alteró. —¿De quién se trata? —articuló con atropello. —¿Dónde? —alcanzó a preguntar casi sin aliento y con una urgencia que extrañó a Leeza—. ¿Dónde viste a Yzayana? —Por allá —señaló—. Estaba detrás de los árboles. —¿Pero estás segura…? ¿Estás segura de que se trata de ella? —Sus ojos dorados son inconfundibles. Emma no tuvo reparos en abrirse paso entre las personas que esperaban a darle el pésame. Usó la férula para empujar a cualquier despistado que no entendiera que llevaba prisa; no le importó enviar a un niño a la nieve y escucharlo llorar a sus espaldas. Aquello era poco si conseguía llegar hasta Yza. Los árboles, de pronto, se convirtieron en una meta distante. Tenía el cuerpo adolorido por el accidente, cargaba con el collarín y la férula. Su equilibrio estaba comprometido, no podía correr, ni siquiera tenía la fuerza para subir la ladera aprisa. Le ardían las pantorrillas y el flato estaba por explotarle cuando finalmente alcanzó el par de robles que Leeza había señalado. El pez abisal en el que se había convertido su corazón daba vueltas entre sus costillas, enloquecido, los bajos de su abrigo estaban oscuros, mojados por la nieve. Le temblaban las rodillas, no solo por el esfuerzo, sino por la perspectiva de encontrarse con los ojos dorados a los que Leeza se había referido. Intentó girar y a punto estuvo de caer. Un par de hombres que estaban cerca comenzaron a cuchichear. ¡Qué espectáculo estaba dando! La gran Emma Lerroux, despeinada, con el rostro crispado por el sudor, las mejillas enrojecidas, el abrigo manchado, el aliento perdido y luciendo más desesperada que nunca. Seguramente pensarían que se hallaba borracha, pero hacía mucho que no se sentía tan lúcida. Como le era difícil mirar a todas partes, se sacó el collarín y quiso abarcar la vasta ladera como un periscopio. Sintió un tirón en la columna y se llevó la mano detrás del cuello con un gesto de dolor, pero aun así, siguió girando, dando vueltas, buscando aquellos ojos que, por tantos años y entre tantas multitudes, había ansiado encontrar. Algo le rodeó la cintura del abrigo y una mano se afianzó a su hombro bueno. —¡Yza! —exclamó. Pero los ojos que encontró no eran dorados, eran avellanas con cientos de filigranas verdes en ellos. Eran los ojos de su madre. A su lado se encontraba la pequeña Tea, quien tiraba del abrigo de Emma, juguetona. —Ahora no puedo, pequeña, estoy buscando a alguien. —Ven —le dijo Liliam y apretó su hombro—. Yza no está aquí. —¿Cómo sabes que…? —Escuché lo que Leeza te decía y la interrogué al respecto cuando te marchaste. Admitió que no estaba muy segura de que la mujer que vio fuese Yzayana. —Pero me lo aseguró… A Emma le sonaba algo de eso, pero se aferraba a la esperanza. —Leeza se confundió —prosiguió su madre, como si atara las evidencias de un caso— y lo usó para crear toda una historia a partir de eso. Yza no está aquí. —¡Sí lo está! —soltó Emma con violencia y, al notar que algunos la grababan con disimulo, tomó aire y murmuró—: ¿Dónde está, Leeza? Quiero hablar con ella… —Dijo algo sobre no poder estar demasiado tiempo de pie y se marchó con su esposo. Ya sabes, el embarazo… El pez abisal en el que se había convertido su corazón volvió a la profundidad de las sombras. Respiró despacio y vio como Tea alzaba los brazos en un intento por que Emma la cargara. —Prometiste que daríamos un paseo —repitió enfurruñada. —Lleva meses echándote de menos —comentó Liliam. Emma miró una vez más a su alrededor, ignorando el doloroso tirón en su columna. Suspiró y dio por perdida aquella batalla. La guerra, sin embargo, estaba por comenzar. Tomó la mano de su sobrina y las tres dirigieron sus pasos ladera abajo. *** Emma también vigilaba a la niña, le aterraba que, por un descuido, la perdieran en las aguas heladas. También le aterraba que ya no pudiese contar con los dedos las veces que habían tenido esa conversación. —¿Cómo esperas que acepte una decisión como esa? —repuso en tono cansino—. Al menos debería tener el derecho de defenderme en mi propio juicio. Si después de escuchar lo que tengo que decir, Yza quiere volver a alejarse, lo respetaré, pero hasta entonces la seguiré buscando para que aclaremos las cosas. —¿Por qué sigues usando el plural? Si Yza quisiera aclarar algo, ya se hubiera puesto en contacto contigo. ¿No adivinas el significado de su silencio? Emma se miró las manos enguantadas y recordó las palabras de Joana. Liliam se levantó y fue por Tea, que comenzaba a curiosear peligrosamente en los bordes del lago. Al sentarse con la niña sobre las piernas, le preguntó a Emma: —¿Te das cuenta de que llevas trece años echando de menos a alguien que no lo hace ni un poco? No intentaba sonar cruel, pero la contundencia de su afirmación golpeó a su hija. —La chica que conocías ya no existe. Ahora es una mujer de la que no sabes nada. No puedes adivinar cuánto ha cambiado y lo que siente o piensa ahora. Acéptalo, hija, acepta que no volverá. Suelta ese peso. Tal vez logres ser feliz. —¿Cuántos años habían pasado cuando Ylari y tú se reencontraron? —profirió Emma, monocorde—. ¿Cuánto tiempo pasó sin que tuvieras ni una noticia suya y, sin embargo, cuando se volvieron a ver, sintieron lo mismo que al principio? —Es diferente… Emma soltó una risa irónica y sus ojos grises se perdieron en el cielo, que era un lienzo azul profundo. —¿Por qué lo hiciste, mamá? ¿Por qué tuviste que intervenir? —preguntó sin apartar la mirada de la oculta bastedad del universo. Liliam tardó en responder. —Creaste una mentira que al final nos condenó a ambas. —No intentes echarme la culpa de eso ahora. —Ojalá pudiera, porque entonces sería más sencillo para mí, pero hice lo mismo que tú. Si alguien carga una culpa mayor a la mía es la abuela —suspiró—. O, al menos, la cargaba… Lo único que pido es que un poco de la maldición de caminar bajo las sombras de Ylari y tú, de repetir los pasos que dieron, pueda revertirse a mi favor. Que Yza y yo nos reencontremos como lo hicieron ustedes. Liliam suspiró y movió la cabeza derrotada. Tea, asustada por la tensión que había crecido entre ambas mujeres, se removió en los brazos de su abuela. Quería volver al lago y examinar sus maravillosas aguas congeladas, los peces que se traslucían por debajo.
Uyuyuy
Wow, volver a la academia debe ser muy nostálgico.
Si…imaginate que cada paso quedes….es miles de recuerdos que te llega en la mente…que cada ricon esta marcado con la sombra del pasado…..y lo mas malo de todo es que quieres volver a el de nuevo….
Ya comienza a doler…
Espero que iza apareca ante de que emma caiga…
¡Agarranme, que la mato!
Ah no, ya está muerta jeje.
Yo la revivo despues la mato…asi de furiosa estoy con la anciana…se murio con secreto que emma queria que le contara…bieja estupida
¿y mis putazos?
No, nadie puede luchar con el corazon….simpre gana auque uno ponga resitencia…
Llegué. Wenas! 🍁
Insertar meme *duele, quema lastima
Lo de seo se cumple cuando leda la gana…por k yo pedi un de seo de ser rica y aun sigo esperando…..emma cual es el secreto pada k se cumpla…
Ayy claro que puedes ^^
Si se puede…si se puede….
Esa anciana… Si no me agradó antes, ahora menos
En serio que si yo fuera emma le doy un tremendo putaso….
Lo conseguiste cuando ya no lo querías 🙁
Me contengo para no insultar a la vieja, pobre emma🥺
Bieja estupida…..si no le doy con el vaston ese….es por que la bieja ya tiro la pata
🥺🥺 Emma
Emma no llores….de jame eso a mi….tu sigue con la historia……
AAAAAAAA, YA ESTÁ AQUÍ.
Aun no entiendo para k fue iza para el funeral si ella no kiere k nadie la vea y no kiere saber nada de esa familia….y por dios mucho meno de esa anciana…tengo tanta pregunta…
Me suena que en el próximo Cap sabremos pq Yza, tuvo que ir, y lo más seguro es que ahí sea el encuentro con Emma🤯
No sé puede hacer nada, ya esta murida :0
Emma con niños, morimos todos
Una emma junior seria hermosa como su madre…..
Quedé… pensé que era sobre si eran primas o no 😂
🤣🤣😂😂😂😂
Pues esta vez sí que le creo a Leeza.
Creo que liliam fue que aviso a iza que la anciana murio……por k sino por le mitio a emma….eso esta sopechosooooo
Así que al final si estuvieron juntos…
No solo terminaron junto…tiene una ñina hermara…
Ahora quiero saber quién es la mamá xD
Que perra. Lo bueno que ya se murió
Espero k no a paresca como fantasma por k hay si nos cagamos…
Normal, eres Emma. 🙃
Espero k no sea tan dura con emma cuando se encuentre….por que en verdad emma esta sufriendo mucho…
Aquí la veré, jajaja
Vale ya se que quien es la mamá JAJAJA por no leer
AHHHHHHH pero que bonito. Nat 🥺
Que nos agarren confesadas
Amén
Hora de tomar el té suegrita 💅
Odio puro el que le tiene a la vieja. Se lo busco ^^
Igual es Emma, y la amamos :3
Cuando sera que boy a leer una parte donde diga que emma esta feliz dime cuando….
Uyy, de vuelta a la academia…
AAAAAAA Natalia, mi amor, te extrañé.
Natalia es la madre, me escuchan gritar
😶😶😶
Pero si era ella…
Yooooo creo fiel mente que es verdas k iza esta a yaaa
🥺🥺🥺🥺🥺🥺🥺
Emma..
Si fuera tan fácil de hacerlo
Estoy comezando a creer k cierto lo que dise lilian….
Lo bueno, es que ya no está. Ay ya quiero que se crucen ella dos =(
Si..eso sera en final de la historia….
Aaaahh Nat, te extrañé 😭
No duele,me quema..me lástima!! 😭😭😭
Ya beo que los de seo se cumple( a que no)
Si que lo hace
Lo que no en tiendo para que fue iza alfuneral de la anciana si ella no kiere k la bea…ademas liliam dijo que iza no kiere saber nada de ellos..eso incluye a la anciana…..dios tengo tanta preguntas….
JAJAJJAJA dios que señora insoportable
Bueno si fuera a mi k me pasa eso…..yo escupo en su cara ….y le digo….(¡oye cara rajada el dia k mueras te llevare azucar para k te dulse la muerte no la vida por ya no tienes!)….como lo ves….
No sé, a pesar de todo lo que pasó, Olga le tuvo que seguir ayudando en sus estudios. El que haya ido no significa que les perdonó todo lo que hicieron.
Que mejor manera que esta Jsjsjs ♡
Yo tengo otros metodos
😰🥺🥺
Se puede ser mejor q la familia q te toco?
Bueno si kiere otra sangre…ponte otra🤣🤣😂😂😂😂😂🤣🤣🤣🤣😂🤡🤡🤡🤡 lo siento no pude evitar escribir eso…
Y le saco los dientes! Wtf! 😠
Si lo ase…..ella se pone otro…como emma lo iso…mejor cortale una mano….
Emma cubito de hielo regresó
La preguta sera¿asta cuanto emma va ser la chica de hielo…?
AY
Quiero un autógrafo de Lerroux :3
Yo tambien kiero uno….
Rousse!!!
Acá habrá algunas que se alegrarán con tu presencia(?? 🙊🙊🙊
Y awww, Teresa :3
Lo único salvable de la familia creo (?
La ptm AHHHHHHHH :3 que emocionante es esto
Que dios nos agarre confesados
🤣🤣😂😂😂😂
Huracán Yza😍
Y quien puede con huracan….alguien k me esplique y esa pregunta….🤔🤔
Uhhh, Nat «rencores» Santander.
Y jaja q raro con ropa llamativa.
*Grita* Estoy feliz ♡♡