Cazar el caos
Capítulo 17 – Wonderwall
Bajamos del jet con la premisa de actuar en calidad de turistas. Emma intentaba pasar desapercibida. Llevaba una peluca rubia, lentes de sol oscuros y un suéter que ocultaba sus tatuajes. Por supuesto que ni con mil prendas podía disimular su paso elegante y aquellos modales magnéticos que atraían miradas. —No se queden atrás —decía Casandra atisbando los rincones y haciendo señas al resto de su equipo—. Ya casi llegamos a la salida. Cruzábamos la terminal y por los altavoces se deslizaron los primeros acordes de una tonada que me turbó. El rasgueo de la guitarra me caló en medio del pecho, como si unos dedos invisibles hurgaran entre mis costillas intentando alcanzar mis latidos. Vincent y yo éramos los guardianes de aquel secreto. Él se lo había llevado a la tumba. Había muerto poco después de aquel incidente. Un ataque a ese gran corazón que tenía. El sol entraba a raudales y tropecé en un intento por equilibrar mi equipaje y mi consciencia. Emma evitó que cayera. Sus dedos se cerraron alrededor de mi brazo, sentí la fuerza con la que me sostuvo contra ella y el tono suave en que me preguntó si necesitaba que un guardaespaldas me ayudara con la maleta. —La llevo yo —repuso Rebecca, que estaba algo atontada por la pastilla que se había tomado para soportar el vuelo. —No es necesario —les dije a las dos, pero con el rostro dirigido hacia Emma. Observé mi reflejo en sus gafas, mi rostro que le gritaba lo cansada que estaba de fingir—. Puedo sola… —Ni que lo digas —apuntó Rebecca con un bostezo. Una pequeña sonrisa apareció en los labios de la Marquesa y los movió sin que sonido alguno saliera de ellos, pero asegurándose de que sus palabras fuesen registradas por mi cerebro: —Somos dos contra una, princesa. Resoplé enfurruñada y me adelanté a las dos. —¡No te separes del grupo! —gruñó Casandra. Coches blindados nos esperaban. La guardaespaldas no dejó que Emma la acompañara de copiloto, por lo que tuvimos que hacerle espacio en el asiento de atrás. Me puse en medio de ella y Rebecca, algo tan metafórico como embarazoso. Cuando el coche arrancó, una densa nube de silencio se instaló entre nosotras. Rebecca estaba demasiado aturdida como para soltar más allá de dos palabras, y las mías se atoraban en mi garganta al sentir la presión del hombro y el muslo de Emma. Respiré despacio e intenté concentrarme en el paisaje, pero, de la nada, la Marquesa comenzó a cantar la tonada que había estado sonando en la terminal: I said maybe You’re gonna be the one that saves me And after all You’re my wonderwall Cuando dejó de cantar, Casandra comentó, como para aligerar el ambiente: —Me gusta mucho esa canción. —Explica eso, jefa. Emma rio y entonces, para mi enorme turbación, contó: —Tal vez tu mente se sirvió de eso para reanimarte. —Es posible. Mi corazón latía acelerado, tan rápido que temí que Emma lo notase. Era como si todo mi cuerpo latiera, violento, delatándome; me ardían las mejillas, comencé a sudar, me sobrecogió la impresión de estar a punto de decir una estupidez, una frase que confirmara que había sido yo, la estúpida yo, quien había estado con ella poco antes de que despertarse. Becca miraba por la ventana con la curiosidad de quien llega a una nueva ciudad. Suspiré. Recordé que yo también debía actuar como si nunca antes hubiese estado ahí. *** Parecía que aquel viaje se iniciaba con momentos plagados de ironías. El banco, por ejemplo, parecía un enorme teatro. Sus formas eran un vestigio del barroco napolitano, líneas complejas e indescifrables, arcos que se entrelazaban entre sí, formas que iban de sur a norte y que para apreciarlas debías echar la cabeza hacia atrás. El techo era un laberinto y nosotras estábamos bajo su centro. Era un banco elegante, el tipo de lugar donde los pequeños depósitos son impensables. Un hombre en traje de seda nos preguntó la razón de nuestra visita en un inglés riguroso y lento, de antemano pensado para comunicarse con extranjeros. —Queremos acceder a una caja de seguridad —indicó Emma con esa tranquilidad que solía impresionarme. Yo era un manojo de nervios. —¿A nombre de quién está la caja? —Olga Barozzi. Noté que el hombre cambió de expresión, un rictus se extendió por sus labios hasta entonces adornados por una sonrisa amable. —Perfecto. Si gustan, pueden esperar por allá —señaló unas butacas de madera y cuero—. En un momento regreso con ustedes. Cuando se hubo alejado le comenté a Emma: —Seguramente. —¿Y no te preocupa? Podría ser cómplice de Hugo. —¿Cómo saberlo? Cómplice o no, basta con que nos lleve a la caja sin contratiempos. Si la abuela escogió este banco es por algo. —Pensé que la decoración tenía que ver. —Señalé al techo. —La abuela era poética, ¿no crees? —murmuró. —Ni que lo digas —dije a media voz. Esperamos alrededor de quince tortuosos minutos. Al término, vimos a una mujer acercarse desde las mesas del personal. Llevaba una falda entubaba que le cubría la mitad de los muslos, medias oscuras, una blusa blanca desabotonada por encima de los pechos y un blazer a juego. Nos saludó en un inglés británico con marcada influencia italiana. —Me llamo Dafne y las atenderé personalmente —dijo, alargando la mano para estrechar las nuestras—. Tengo entendido que la señora Barozzi falleció a finales del año pasado. —Así es —contestamos Emma y yo. —¿No es suficiente con que tengamos la llave de la caja? —pregunté. —En otras circunstancias lo sería, pero, como dije, la señora Barozzi dejó instrucciones muy específicas. Le entregamos nuestras identificaciones. Leyó la mía y me la devolvió enseguida. Con la de Emma se demoró un poco más. Casandra se acercó a Emma y le susurró algo. —Mi guardaespaldas quiere acompañarnos. Dafne la miró de pies a cabeza y luego hacia el detector de metales que relucía en la entrada. Tal vez se preguntaba qué clase de guardaespaldas era si no llevaba ninguna arma encima. Pensé que Cas era el tipo de mujer que no necesitaba más que sus manos para ser letal. —Puede acompañarnos, pero no podrá acceder a la zona de las cajas. Casandra asintió y caminó detrás de nosotras mientras cruzábamos el banco guiadas por Dafne. Accedimos a un pasillo que tenía puertas a ambos lados. La mujer abrió una de ellas. —Pasen, por favor. Sobre la mesa de madera del centro de la habitación, las luces fluorescentes sacaban destellos del objeto, sus dimensiones crecían a ojos vista, como si los secretos en su interior estuvieran a punto de estallar. Pestañeé para borrar el efecto óptico y respiré profundo. —Te cedo el honor —dijo Emma. Retiré la tapa con manos temblorosas y un hueco en el estómago. ¿Encontraría una dirección, una carta, cualquier cosa que me condujese hacia el monstruo que buscaba? —¿Pero qué demonios significa esto? —soltó, impaciente. Nos miramos, ambas confundidas, ambas irritadas. ¿Habíamos viajado a Nápoles solo para llevarnos tremendo chasco? —Comienzo a creer que la abuela no estaba en sus cabales —apunté. —Cálmate. Algo debe significar todo esto. —Una burla, ¡yo qué sé! Caminó de un lado a otro entre la mesa y las cajas. Cualquiera que la viese así tomaría como un imposible que minutos antes, en el vestíbulo, Emma aparentase ser la mujer más calmada del planeta. Resopló. —Necesito un trago —farfulló. —Concéntrate —solté, severa, y me giré hacia la mesa. Comencé a sacar uno por uno los pedazos de metal con formas rectangulares. Eran teclas de lira. Ninguna estaba completa —¿Qué significan? ¿Una familia rota? ¿Muchas familias rotas? ¿Vidas rotas? No creo que nos haya dejado la llave y nos haya hecho venir a Nápoles solo para reafirmar lo que ya sabemos con esta especie de metáfora. —Para alguien especial —remató Emma—. ¿Conservas el collar que te regalé? —Concéntrate, Lerroux —fingí fastidio. Responder a esa pregunta hubiera sido demasiado revelador. —Las teclas rotas se regalan a personas especiales… ¿La abuela nos está diciendo que somos especiales, que lo fuimos para ella? —Deja de metaforizarlo. Te estás olvidando de un detalle, pero eso lo discutiremos fuera de aquí. Llevemos las teclas con nosotras. Dafne nos acompañó de vuelta al enorme vestíbulo y antes de despedirse nos preguntó si necesitábamos algo más, a lo cual respondimos que no. Ella, en cambio, dijo que sí que tenía algo que pedirnos y Emma y yo intercambiamos miradas, esperando lo peor. —¿Podrías darme tu autógrafo? —le pidió a Lerroux. —No sé si es buena idea. Intento pasar desapercibida… —Te prometo que no se lo enseñaré a nadie. Emma lo meditó un momento y entonces asintió. No adivinamos que Dafne ofrecería la curva de sus senos para que Emma le plantara su rúbrica. —¿Es tu novia? —le preguntó Dafne a Emma. La Marquesa se rio como toda respuesta y yo bufé. —Yo soy la gerente. —Entonces actúa como tal. Tomé a Emma del brazo y me la llevé directo hacia Casandra. —¿Pero qué ha pasado? —preguntó la guardaespaldas. —Que esa quería que Emma le firmara las tetas. Ambas se rieron a carcajadas. —No le veo la gracia —mascullé. Una vez en el coche discutimos el contenido de la caja. Colocamos los pedazos de lira sobre el asiento para que Rebecca y Casandra los pudieran examinar. —¿Qué detalle dijiste que estaba olvidando? —me preguntó Emma. —Eso de que las teclas rotas se convierten en joyas. Esa es la tradición. Tal vez la abuela quiso decirnos eso. —¿Que las convirtamos en joyas? —Que debemos ir a una joyería. —¿Joyerías en Nápoles? ¿Cuántas puede haber? —repuso Rebecca. —Cientos —dijo Casandra. —Recorrerlas nos llevará una vida —se impacientó Emma—. ¿Y qué haremos cuando entremos en una? ¿Preguntar si una anciana jorobada les dejó algún tipo de información? Tomé otro pedazo de tecla, el que tenía tallada la A, que correspondía a la y las puse juntas, formaban BA. —Parece que la abuela quería que jugáramos al Scrabble —dijo la Marquesa—. Pero entre tantas letras, será complicado encontrar algún mensaje coherente en poco tiempo. —Necesitamos una computadora —sugirió Casandra. —¿Joana? —pregunté. *** —¿Sugieres que pague por cuartuchos en un hotel de mala muerte? —había preguntado la Marquesa, frustrada porque las fotos de la casa no nos hubiesen impresionado. —Sugiero —dijo— que nos registremos en distintos hoteles y que confundamos a cualquiera que pretenda seguirnos. Alquilaremos varios coches, nadie sabrá en cuál van realmente y cambiaremos de hotel cada tanto. —¿Como el juego de la pelota bajo los vasos de plástico? —dijo Rebecca e hizo un movimiento como si deslizara vasos invisibles sobre la mesa—. Nosotras seríamos la pelota. —Exacto. Solo que los vasos de plástico terminaron siendo hoteles de lujo, los mejores de la ciudad. Emma alquiló habitaciones a dos mil euros la noche —sin que Casandra pudiera hacer nada al respecto— y después de nuestra visita al banco, fuimos al primero de la lista, el Hotel Romeo en el paseo marítimo. Mientras el equipo de seguridad revisaba cada metro del penthouse con detectores de frecuencias en mano, la Marquesa le enviaba a Joana, en Barcelona, las fotos de las teclas rotas que habíamos acomodado en fila sobre una de las camas. —Lo dudo. Es una tradición reciente. Pero si lo que dices es verdad, la abuela no confiaba en ninguno de los bancos de la ciudad. —Parece que la abuela no confiaba ni siquiera en nosotras. Pudo haber revelado mucho más en las cartas que dejó. —Papeles que podían caer en manos de cualquiera. Si nos dejó este camino al estilo de Hansel y Gretel es porque no confiaba en nadie a su alrededor, ni siquiera en su abogado. Además, nunca sabremos lo que decía la carta que quemaste. —Ni me lo recuerdes. *** —¿Es decir que carecemos de una pista? —No dije eso. Lo que forman las teclas no son palabras, es algo más literal. Son las notas de una canción. En realidad, las de varias canciones. Como no sabemos el orden, forman demasiadas tonadas. —Me alegra decir que te equivocas —afirmó Joana devolviéndonos la esperanza—. Lo que sucede es que estábamos usando un elefante para aplastar a una araña. —¿A qué te refieres? —pregunté. Alguien comenzó a cantar al fondo: When you walk in a dream But you know you’re not dreamin’, signore ‘Scusami, but you see Back in old Napoli, that’s amore —Gracias por refrescarnos la memoria, Ponce —dijo Emma con ironía. —De nada, Lerroux —respondió Elena por el altavoz. —La canción habla de Nápoles, la pizza y el amor, pero lo más relevante es que sus notas musicales encajan con las que dejó tu abuela —añadió Joana. —Entonces debemos ir allí —concluí. —Y sin llamar la atención —puntualizó Casandra. Salir de compras no era algo que llamase la atención, fue el consenso general y lo que nos dispusimos a hacer el día siguiente. La joyería estaba en Torre del Greco, una zona conocida como la capital del coral rojo en Italia y el mundo. Este pobre organismo, que crecía en las costas del Mediterráneo, era usado para elaborar joyas. Nuestro plan era entrar en los establecimientos que las ofrecieran, adquirir unas cuantas y dejar el lugar que nos interesaba a mitad del recorrido. —¿Sabes regatear? —le pregunté a Lerroux antes de comenzar—. Porque si queremos pasar por turistas debemos hacerlo. —Intenta no aceptar el primer precio que te ofrezcan y estarás bien. —Te agradezco tus sabios concejos, principessa. That’s Amore era una elegante joyería con la fachada tallada en madera oscura y enormes escaparates, tras los cuales se exhibían collares de coral rojo adornando réplicas de bustos grecorromanos. Una mujer se acercó a nosotras ni bien cruzamos el umbral y nos examinó de pies a cabeza. Íbamos con ropa casual, tal vez demasiado, pues hizo una mueca como si supiera que lo que llevábamos en los bolsillos no nos alcanzaría ni para la pieza más barata de su colección. —¿Qué desean? —preguntó en un tirante italiano. —Queremos saber si aquí pueden convertir teclas de liras en joyas —dijo Emma y sacó una de ellas. —No hacemos eso aquí —aseguró la mujer. —¿Está segura? —insistí—. Pagaríamos mucho dinero. La mención de esto último hizo dudar a la dependienta. —Le preguntaré al dueño —apuntó y desapareció escaleras arriba. Al cabo de unos minutos un hombre apareció tras el barandal del segundo piso. Tenía la cabellera grisácea, era alto, pero se encorvaba. Entramos a lo que parecía la oficina del anciano. Sin mediar palabra, puso ante nosotras una caja delgada y rectangular. Dentro había una tosca gargantilla de coral rojo. —Les ruego que tengan cuidado —soltó como si hubiéramos estado lanzando la joya entre nosotras—. El coral es frágil. Una caída podría partirlo por la mitad. Es de suma importancia que lo manejen correctamente. Cerró la caja y la puso en manos de Emma. Casi nos empujó fuera de la oficina mientras decía que bajáramos a pagarlo. Nos cerró la puerta en nuestras caras confusas. —Idiota —bufé, pero estuve a punto de reír—. Creo que entiendo lo que nos quiso decir. Vamos a pagar. La fea gargantilla costó tres mil euros. Para no levantar sospechas, seguimos recorriendo joyerías, comprando en ellas y fingiendo que nos interesaba el coral. Mientras esperábamos que los coches pasaran por nosotras, Emma me preguntó cuál era mi teoría. —El coral es frágil, una caída puede partirlo por la mitad —murmuré. —Una caída o un martillo —razonó Emma. —Eso es… Escuchamos un chirrido de neumáticos y, a continuación, gemidos lastimeros. El perro callejero había intentado cruzar la calle, tal vez para alcanzarnos, y una vespa había estado a punto de atropellarlo. El conductor arrancó aun cuando el perro cojeaba y lo perdimos de vista calle abajo. Pese a mis advertencias sobre que un animal herido podría morderla, Emma fue por él. Hizo parar a los coches y guio al perro hasta la acera. Casandra se quejó, Rebecca estornudó y yo sonreí sin razón aparente.
No es la primera vez q viaja a Italia…
¡¿De quién estará hablando?! :O
Omggg
«pa’ que me invitan si ya saben cómo soy»
Cómo????🙂🙃🙃🙂a quien???
De quien habla????
Ahhhhhh, amó a Emma 😍😍😍.
La imagino toda disfrazada 🙊🙊🙊
¿Joseph el chófer de la vieja?
Y oww,q feo eso d q este cansada de fingir 🥺
Casual
«Este pequeño momento en mi vida, lo llamo felicidad»
Weee Iza la visitó!!! 🥺
Ajá, primas.
noah, mirame
Entendí esa referencia 👍
JJAKQJK
Camarón que se duerme se lo lleva la corriente, eh, Rebecca.
AHHHHHHHHHHHHHH
Emma cantado Oasis 👌🤩😎.
Dios Yza,te va a dar algo..ya deja de fingir😏
Fue a ella, la fue a ver a ella awwwwww
👀👀👀👀
Joseph awwwww lloro no me espera esto
OMG!!!!!!!
NO ME JODAS!!!
LLORO! 😭😭😭😭🥺🥺🥺
NO ME LA CONTESSSSS
AJAJAJAJJQJQJQJAAJAJAJAJ
Woo, a situaciones desesperadas…
UUUY que siga dice el público
Lo vi venir desde lejos ajaja.
Todos saben algo 👀
El coqueteo…. Obvio
AAAAAAAAAAAAH.
Owwww Yza
JAJAJAJA, Yza, disimula un poco
Yza: 🥴🤤😍
Así q ellas solas 👀👀👀👀👀
Yo también necesito un trago
Emma contrató al perro para eso, a mí no me engañan.
Solasss😏😏😏
Eso es lo q pretendía la viejita??
Omg kee??👀
No desconfíen de la vieja Olga 👀
Ahhh,q lindas las 2🥺🥺🥺
Quien pudiera ser el perro.
Oww,claro :/
🥺🥺🥺🥺🥺🥺
JAJAJAJAJAJAJAJAJAJSJS
NO PUEDE SER!!
xD
«Nooo,consiguete la tuya hermana»
Uhhhh,celosa 😏😏😏😏
Jajaja ,me agrada Casandra 🙊
Siempre salta el más cojo….
Ok.
👀
Muchos acertijos
JOANA!!!🥺🥺🥺😭😭😭🥺🥺🥺
Mí amor ficticio!
Mí Jo!! 🥺♥️
Q son 5 millones de Euros…un vuelto para Emma(?
Uhhh,piano👀
Cierto 👀