El descanso del minotauro
10
—Buenos días, escritora —saludó Ro con una sonrisa de niña nada más verla aparecer.
—Buenos días, camarera —respondió, imitando su gesto.
Aún recordaba la sensación apacible que invadió su anatomía tras despedirse de Ro después de un tiempo indefinido de besos en el portal. A pesar de que, en un momento dado, el roce tímido de sus lenguas había disparado la aguja de sus temperaturas, todo había sido resuelto con un tirón de labio y una sonrisa avergonzada por parte de Paula. Ro se lo había dejado claro: mejor ir despacio, porque los polos opuestos se atraen, pero también cargan a cuestas con un peligro de colisión inminente y desastrosa.
—¿Lo de siempre? —Paula asintió sin dejar de mirarla, obnubilada por sus rasgos marcados, pero dulcificados por la aparente alegría de volver a verla.
—Sí, por favor y gracias.
—¿Por qué no te quedas por aquí abajo? —preguntó, antes de que tomara el camino de las escaleras.
—Te veo mejor desde allí arriba. Es mi palco VIP.
—Ya, pero yo tengo que dejarme el cuello. No me convence estar en el patio de butacas.
—¿Me miras? —ronroneó, encantada. Le sorprendía esa Ro tan romántica a su manera, pero no tenía ninguna intención de quejarse.
—Eres una presumida. —Chasqueó la lengua y le echó una mirada odiosa que hizo reír a la escritora.
Ro se giró para empezar a prepararle su desayuno, por lo que no fue consciente de que Paula, en lugar de subir a la planta alta, se había acomodado en una esquina bastante escondida de la planta de abajo. Silbaba la camarera, concentrada en la técnica que había estudiado en numerosos vídeos de YouTube, mientras intentaba un dibujo simple que terminó pareciendo un perro deforme. No había manera de que se acercara siquiera a parecerse a algo real, pero ella no era de las que se rendían fácilmente.
Dejó todo lo que había preparado sobre la bandeja, dispuesta a emprender la subida al infierno que era para ella la loca intensidad de su escritora, cuando un chisteo le hizo desviar la mirada y encontrársela de pie, agitando la mano para hacerse notar. Llevaba puesto un pantalón de pinzas y una camisa negra, que hacía resaltar aún más la blancura de su piel y sus pecas, aunque le daba un aire mucho más imponente a su ya imponente figura.
Había abandonado, de alguna manera, ese aura angelical e inocente que era tan particular en ella, o quizá era su cerebro que, tras un par de morreos con todas las letras la tarde anterior, estaba impregnando todo lo que rodeaba a Paula de un color más rojizo que de costumbre. No tenía claro quién de las dos había modificado la manera en la que ahora la camarera percibía a Paula, pero el cambio estaba hecho.
Respiró hondo para calmar el bombeo apresurado que le había provocado el tonto hecho de que hubiera aceptado su petición.
Qué tontería, solo es un asiento en un bar.
—Vaya, vaya, parece que le has hecho caso a la pobre camarera —dijo con fingida indiferencia mientras iba depositando el desayuno sobre su mesa.
—Si la camarera me quiere mirar, ¿quién soy yo para negarle eso a la muchacha?
—Me caes mal cuando estás subidita, que lo sepas. —Se elevó en su altura abrazando la bandeja, ya vacía.
—Puedo volver al tartamudeo intermitente. Tus deseos son órdenes para mí.
—¿Haces algo mañana, esclava?
—Por lo visto, ahora sí. —Ladeó la cabeza y la observó con curiosidad.
—He quedado a cenar con mis amigas y, después, a tomar unas copas. ¿Te apetece unirte?
—¿Tus amigas? —Se le cambió el gesto soberbio por uno de puro pánico. La escritora adorable había vuelto.
—Sí, son seres humanos con quienes tengo una estrecha relación de amistad, ya sabes.
—Yo… yo no las conozco.
—Claro que no, por eso te invito a que vengas mañana. Ellas tienen muchas ganas de ponerte cara.
—¿A mí? —Abrió los ojos como platos, dejando la boca entreabierta y generando en Ro unas ganas incomprensibles de mordérsela.
—Sí, Paula, ¿a quién si no? —Soltó una risita—. Sí, les he hablado de ti. Y sí, me apetece mucho que os conozcáis. ¿Por qué me apetece? A eso sí que no sabría responderte.
—¿Cómo son?
—Como yo, pero peores.
—Ay, madre. —Se tapó la cara con las manos, respiró profundamente y, cuando salió de su escondite improvisado, lo hizo con toda la entereza que le había faltado—. Vale, esperaré un mensaje con la ubicación. ¿Hay que ir vestida formal o…?
—Tienes que llevar esa camisa que llevas puesta, así que, por favor, no te la manches.
—Si quieres, me la puedo quitar, ya sabes, por evitar el desastre. —Se llevó las manos al último botón que tenía abrochado, en el límite del decoro, y le puso de nuevo esa sonrisa de Mona Lisa que le dejaba el cuerpo del revés.
—Tengo que trabajar, descarada. —Le apartó las manos de ese lugar y dio un paso atrás, alejándose de la tentación recién descubierta—. Luego te veo.
—Me he puesto aquí hoy para que me mires, no pierdas esta oportunidad.
—La que estaba entrando en pánico hace un momento y mírala —dijo con tono de incredulidad y negando con la cabeza.
—Soy de metabolismo rápido, Ro. Hasta luego.
—Adiós, bicho raro.
Paula cambió el gesto seguro de su rostro en cuanto Ro se dio la vuelta para atender otras mesas. Se había dado a sí misma un empujón para remontar el shock al enterarse de que las amigas de su camarera linda querían conocerla. A ella. No salía de su asombro. Frunció la cara con preocupación. No estaba acostumbrada a ese tipo de interacciones sociales.
Sus relaciones eran pasajeras y duraban lo que tardaba en darse cuenta de que la chica en cuestión no le provocaba lo que ella consideraba que tenía que provocarle. Jamás sus amigas habían conocido a ninguna de sus amantes, ni mucho menos ella había conocido a las amigas de esas mujeres. O no había dado tiempo, pues sus encuentros habían terminado antes de llegar a ese punto, o ella se había negado a entrar más profundamente en la vida de alguien que, seguramente, no fuera a mantenerse durante mucho tiempo a su alrededor.
Como ya he explicado en alguna ocasión, Paula no conocía la escala de grises en su relación con las mujeres: o estaban en proceso de selección para ser sus almas gemelas, o estaban ya descartadas de la criba. Cuando el no se le plantaba delante, ¿para qué seguir alargando lo que no iba a llegar a ninguna parte? Ella no concebía perder el tiempo en lo que no podía ser, tenía claro lo que andaba buscando y todo lo demás solo podía distraerla de lo realmente importante: encontrar ese amor tan esperado.
Hasta ese momento, no se había parado a pensar en la cantidad de cosas que una persona nueva, que de primeras había conseguido llamar su atención, podía aportar a su perspectiva de las cosas, a su carácter, a su manera de ver el mundo y sus circunstancias. Si no tenía lo que buscaba, sepultaba sin remedio su interés, y de esa manera se estaba perdiendo a muchas personas interesantes que quizá podrían aportar a su vida cosas en las que jamás había reparado, siempre tan inmersa en la búsqueda de un imposible.
Pero ya se había decidido a levantar la mirada del camino que llevaba tantos años recorriendo y atreverse a mirar alrededor, a fijarse en los detalles, en las vistas que, aunque hicieran que detuviera sus pasos de vez en cuando para admirarlas, no la desviaban del objetivo final, aunque dejara de focalizar toda su atención y sus esfuerzos en él. Necesitaba tomar un poco de distancia y disfrutar a su vez de la senda recorrida, que tenía pinta de que iba a ser larga, si no infinita, para que la vida no se le quedara reducida a relaciones fallidas y nada digno de mención.
Sí, iba a acudir a ese encuentro, iba a dejar que Ro, que podía terminar perfectamente en el inmenso montón de mujeres que no eran para ella, entrara en su mundo, incluso ella misma pensaba entrar en el suyo y compartir tiempo con sus amigas. Era hora de poner sus prioridades en un orden mucho más amable para ella, que de tanto buscar sin encontrar había terminado por quedarse sola, con sus amigas de siempre y con la misma mentalidad de cuando cumplió dieciocho años, sin permitir que ninguna otra persona plantara en su mente lo que siempre había visto como malas hierbas y que no eran más que las especias que le andaban faltando a su insulsa vida.
Ro, por su lado, se sentía con una efervescencia impropia en ella, con esa ilusión un poco tonta de cuando se tienen quince años y te sonríe la chica que te gusta. Nunca había sido de esas personas que dejan que las cosas les afecten demasiado, pero si había tenido que llegar una escritora de psiquiátrico a hacerle burbujear la emoción en las tripas, ella pensaba sacarle todo el jugo que esta le permitiera, aunque eso hiciera que su terreno seguro se tambaleara un poquito cuando la tenía delante.
Paula se había hecho mayor frente a sus ojos. Había pasado de ser una niña que cree en el amor como se cree en los Reyes Magos, a transformar ese anhelo en algo absolutamente terrenal al besarla de una manera en la que le había hecho ver que de niña no tenía nada, para terminar convirtiéndose en una mujer de pies a cabeza que sabía muy bien qué teclas tenía que tocar y, aún más fascinante para ella, no tocar para hacer que una chica que pasaba de las relaciones estuviera nerviosa por una cita con sus amigas.
Ro la miraba a hurtadillas sin poder comprender qué demonios le estaba pasando con ella. Era consciente de que estaba de atar, que era el tipo de persona intensa de más del que siempre huía despavorida, no solo en lo tocante a las relaciones sentimentales, también en las de amistad, y lo sorprendente no era que la tolerara, que ya era bastante fuerte, sino que le estuviera empezando a gustar.
La observaba a lo lejos con verdadera curiosidad, como si fuera una caja hermosa e imposible de abrir y ella estuviera loca por partirla a la mitad, ver que lo que escondía en su interior no era para tanto y poder quedarse tranquila de una vez y dejarla marchar. Sí, era como una de esas cajas puzle que tienes que ir desgranando poco a poco, moviendo piezas milimétricamente estudiadas para que te puedan mostrar el interior. Paula era así, una chica que, a cada pieza que movía, más interesante y enigmáticamente bella le parecía, a pesar de que nunca se abriese del todo para ella.
Estaba harta de tanto misterio y tanto calor en el pecho por una persona que cumplía todos los requisitos para que saliera corriendo sin mirar atrás.
—Estás muy guapa hoy, Ro —le susurró Paula mientras ella atendía a la mesa de enfrente.
—No voy a hacer ningún comentario al respecto de cómo estás tú hoy, Pau —le dijo, ladeando la boca para disimular y no ser escuchada por nadie allí.
—Mi camisa menos favorita es tu más favorita, qué ironía.
—Ironía es que me guste tu camisa y no te esté imaginando con ella puesta. —Al pasar por su lado, le acarició el brazo que tenía sobre la mesa sin detenerse y con una mirada que hizo que Paula apretara las piernas.
—Eh… —contestó para nadie, a cuadros.
Paula se quedó dos largos minutos con la mirada perdida, sin pestañear siquiera, notando cómo el magma volcánico que se cocía a fuego lento en su bajo vientre volvía a su temperatura de seguridad. Nunca había pensado en Ro con la mente empapada de sexo, pero aquella frase provocadora y el deseo dibujado en el fondo de sus ojos le habían hecho caer en la cuenta de que era, en efecto, una mujer muy deseable. La había mirado siempre con el corazón, pero los besos un poco más profundos de la tarde anterior parecían haber removido todo lo que había pasado hasta el momento entre ellas como en una bola de cristal y, en lugar de nieve, esa agitación había hecho caer cenizas del puro incendio que se veía a lo lejos.
Tragó saliva, preocupada, no queriendo manchar de excitación las cosas tan puras que estaba sintiendo por Ro, al menos no tan pronto. Tenía que conseguir que aumentara todavía más la curiosidad de la camarera por ella antes de sucumbir al hambre de la carne, al crujir de los huesos mordidos, al chapotear en el humedal de una piel encharcada, pues de todos es sabido que, tras la culminación del acto del amor que se hace con el cuerpo, ciertos misterios se resuelven y el interés, a veces, se deshace en la boca como un azucarillo de esos que a ella le sobraban.
—¿Por qué tienes esa cara, escritora? —La sacó Ro de su ensimismamiento, dejando el vino y las almendras de media mañana.
—¿Qué cara? Pues la mía. —Sacudió la cabeza y se concentró en el presente.
—Suéltalo, parece que has visto un fantasma.
—Es una estupidez, Ro, no tiene importancia.
—En cinco minutos te quiero en la planta de arriba, al lado de los baños.
Y se largó, dejándola allí parada sin saber cómo reaccionar. Se miró el reloj y miró hacia la planta alta. Se levantó de la silla y se dirigió hacia arriba con parsimonia para alargar esos minutos lo máximo posible. ¿Qué pensaba decirle que le pasaba? La mente de Paula no era rápida para inventarse mentiras improvisadas, por lo que se resignó a decirle una verdad a medias.
Estaba pasando junto a la puerta del almacén cuando una mano salió de no sabía dónde y tiró de ella hacia el pequeño espacio en el que se acumulaban cajas de servilletas y azucarillos. Ro la colocó con la espalda pegada a la pared, se puso de puntillas, agarró su nuca con las manos y la besó tan lento que Paula tuvo la sensación de que el tiempo, en lugar de detenerse, estaba yendo hacia atrás, justo hasta llegar al momento antes de que empezara a preocuparse por no tener a la camarera lo suficientemente interesada como para que la posibilidad de sexo lo mandara todo al carajo. En definitiva, se relajó, hasta que Ro pidió paso con su lengua hacia su boca, y Paula, sintiendo ya el calor en las orejas, se mantuvo en la zona apacible de los besos de labios.
Ro lo notó, pero no dijo nada, conocedora de las rarezas de aquella mujer que la tenía fascinada.
—¿Me vas a decir ya qué te pasa?
—No… no me pasa nada. —Miró hacia el poco suelo que podía ver entre sus cuerpos. Se observó las manos, posadas en sus caderas, más debajo de lo que creía. Las apartó enseguida y cerró los ojos, y Ro, que de tonta no tenía un pelo, sonrió, comprendiendo.
—¿Estás nerviosita, Pau?
—Ner… nerviosita, ¿por qué?
—No sé, has visto que estabas tocando culo y has quitado las manos como si te quemaran.
—No estaba tocando culo, estaba justo en el límite —se defendió con el ceño fruncido y cara de niña refunfuñona.
—Paula, era zona blanda. Me has sobado todo el trasero, lo siento, es así, y a mí me parece genial. Me pone mucho que me toquen el culo.
Paula acentuó su mueca fruncida, por lo que Ro dejó las bromas a un lado y se centró en intentar mover otra de las incontables piezas de esa caja puzle que era la escritora.
—¿Crees que vamos demasiado deprisa, quizá?
—Sí —contestó tan rápido que Ro supo que había dado justo en el clavo. La pieza había hecho clic—. Es decir, no pasa nada por desear otras cosas, es natural y me parece positivo que haya esa química entre las dos, de verdad…
—¿Tú también la sientes? —preguntó con seriedad.
—Mi subconsciente te manosea el culo. Es evidente que la siento.
—Entonces… ¿Dónde está el problema?
—Es… es demasiado pronto.
—¿Quién lo dice?
—Yo. Bueno, no sé. Las cosas deben ir a un ritmo más tranquilo. Primero dos personas se gustan, se enamoran y…
—¿Quieres, acaso, esperar al matrimonio? —preguntó con sorna.
—¡No, claro que no! —Se escandalizó—. Pero, no sé, tampoco quiero que el sexo mine el interés.
—Me quieres tener enganchadita, ¿no?
—No es eso. —Pero puso una cara de que sí, era justo eso.
—¿Y no has pensado que, en lugar de que el sexo rebaje el interés, lo puede acrecentar?
Paula se quedó con la boca entreabierta y una cara de lerda de manual.
—Ah, pues no lo había pensado.
—Ah, pues no lo había pensado. —Le hizo burla—. Paula, no sé ya cómo decírtelo, si quieres te lo canto para que te entre en esa cabeza tan dura que tienes: piensas demasiado.
—No lo puedo evitar. Quiero seguir los pasos correctos, que…
—¿Qué pasos? —Elevó las manos, incrédula con lo que estaba escuchando.
—Los que se deben dar para…
—Paula —puso las manos en sus mejillas para que la mirara y le prestara toda su atención—, cada persona es un mundo y los pasos generalizados que creas que tienes que seguir quizá te puedan servir para dos o tres personas de toda la humanidad, pero lo que te vale con una, ¡no funciona con otra! Así que deja de creer que tienes unas pautas marcadas que recorrer, porque no es así.
—Ro —colocó las manos sobre las suyas, ganando, de nuevo, esa seguridad en sí misma y en lo que creía que, aunque le pareciera ridículo, tanto le gustaba a la camarera—, no quiero que nos acostemos y que si te he visto no me acuerdo. Quiero, no, necesito que esto salga bien. No puedo precipitarme y cagarla. Contigo no.
—Si yo quisiera echar un polvo, y escúchame bien porque solo te lo voy a decir una vez, ni se me ocurriría hacerlo con una tía que está medio tarada y un poco obsesionada conmigo, que tiene características de psicópata y que, probablemente, no seré capaz de sacarme de encima con facilidad.
—Si tú no quisieras nada más conmigo, yo me apartaría sin dudarlo. No soy de ese tipo de persona, Ro —dijo, un poco molesta.
—Pero lo pareces. —Abrió mucho los ojos, para que entendiera su punto—. Así que, si fuera sexo lo que quisiera, tú, amiga, serías la última persona de este planeta con la que lo haría. Porque no estás bien de lo tuyo. —Le dio unos golpecitos en la sien, consiguiendo que sonriera, al fin.
—Sí estoy bien de lo mío, solo que yo me atrevo a decir lo que a la gente le suele dar vergüenza.
—¿Sabes? Lo que no entiendo es cómo puedes gustarme siendo tan jodidamente rara. De verdad que no me lo explico. Y que, siendo como te acabo de describir, quiera seguir quitándote capas.
—Sobre todo esta camisa. —Puso su cara de niña menos buena.
—No te he estado mirando a los ojos para que vieras la verdad que habita en ellos —dijo de forma rimbombante, imitando su vocabulario rebuscado—, sino para no mirar hacia abajo, así que no provoques o tus dieciocho pasos para yacer con una mujer se te van a quedar en dos y medio en este almacén cutre.
—Visto así… —Volvió a pasar las manos por su cintura, estrechándola contra ella.
—Hace un minuto estabas rayada por avanzar demasiado rápido y ahora quieres hacerlo en este almacén. ¿Ves como no estás bien? Necesitas tratar con un especialista.
—Tú me ayudas mucho más. —Le acarició la nariz con la suya y Ro acabó cayendo en el canto de sirenas de sus labios, pero se apartó del beso enseguida.
—Aquí hay una persona desconcertada con tu actitud que tiene que volver a su puesto de trabajo. Mañana a las nueve te quiero lista para cenar. Te mandaré la ubicación. —Le dio un pico—. Esta tarde. —Otro pico—. O mañana —Otro más.
—¿No te ibas?
—Me van las locas. —Se separó de ella definitivamente y se llevó una mano a la frente—. Me detesto.
—Pues a mí me gustas. —Le sonrió con esa ingenuidad que le había enganchado desde el primer momento y encogió los hombros.
—No sé qué voy a hacer contigo.
—Salir a bailar.
Ro se mordió el labio, le dio un último beso rápido y se largó de allí sin detenerse a pensar en las pocas ganas que tenía de alejarse de ella.
¡Pasos a seguir! No sabía si matarla o comérsela a bocados chiquititos, de verdad que no. No tenía ni idea, en profundidad, del concepto de amor que esa mujer tenía. Bueno, del amor o de las relaciones, lo mismo daba. Parecía que tenía una idea anticuada y obsoleta, romántica, pero del lado menos actualizado que se suponía para una chica del siglo XXI.
Ella era totalmente opuesta en ese aspecto. Si tenía ganas de acostarse con alguien, lo hacía, pues sentir esa química sexual no era algo que le sucediera con demasiada frecuencia y ella era de las que le daban a su cuerpo lo que este reclamaba si tenía la posibilidad de hacerlo. ¿Por qué negárselo? No tenía ningún sentido. Sin embargo, Paula tenía una idea diferente, en la que primero había que asentar lo que una sentía y después, cuando ya estaba segura de que no saldría volando con los vientos huracanados del orgasmo, lanzarse de cabeza al asunto del placer.
Las pocas veces que Ro había experimentado algún tipo de sentimiento romántico por alguien, el sexo había sido el pilar fundamental en el que todo se sostenía y, aunque nunca había llegado a ser suficiente como para insuflarle el valor a su corazón para dejarlo sentir, la intimidad aparecía en ella cuando se encontraba desnuda y temblorosa.
No tenía prisa, e incluso, viendo lo extraña que era su manera de comportarse y de sentirse con la escritora, le pareció bien tomarse aquel tema con calma, no fuera a ser que aquel enigma que suponía la castaña impredecible aumentara entre las sábanas. No tenía el corazón adaptado para eso.
Paula se despidió apenas media hora después con un gesto tímido de su mano y una sonrisa diminuta. La vio salir del bar con ese caminar erguido y contundente y quiso que el tiempo volara hasta el día siguiente. Cerró los ojos con fuerza y aceleró el reloj, observando cómo la clientela entraba y salía a toda velocidad mientras ella, ilusa, permanecía parada en mitad de la barra pensando en una mujer.
Cuando quiso darse cuenta, ya era sábado y estaba terminando de maquillarse. Sonó su teléfono.
PAULA
Estoy cagada, Ro
RO
Son unas cañas con mis amigas
Y yo estaré allí para que me uses de salvavidas
PAULA
¿Cabemos las dos en la tabla?
RO
Pues claro, no voy a ser tan cabrona como Rose
PAULA
No sé, teniendo en cuenta el nombre…
RO
Se parecen, pero no es el mismo, así que no me seas cobarde
Te tenía yo como toda una valiente y mira
PAULA
Me sobreestimas
RO
Eres la misma que me pidió una cita con toda su cara
Sé esa chica
PAULA
Podría intentarlo
RO
Aunque, bueno… Esa chica es muy atrayente
No sé yo si sería lo mejor
PAULA
DECIDIDO
RO
JAJAJAJAJAJAJAJA eres imbécil
¿Estás lista?
PAULA
Estoy en el portal de tu casa
RO
¿QUÉ DICES?
PAULA
Deja de gritar, que me pones más nerviosa
¿De verdad creías que no iba a pasar a recogerte?
¿Es que aún no me conoces?
RO
La verdad es que tienes razón
Qué tonta
Bajo en cero coma
PAULA
Vamos
RO
SIN EXIGENCIAS
PAULA
Ahora la que está nerviosa eres tú
Jajajajajaja
RO
No voy a hacer declaraciones
Pero cuanto más alargues la conversación, más tardaré en bajar
Y la dejó en visto. Ro soltó una carcajada que se llevó con ella todas sus dudas y comeduras de cabeza. Paula era diferente, era especial, era un tipo de persona que no había conocido antes, y su cuerpo, y algo viscoso en su interior que no terminaba de clasificar, se lo estaban diciendo a los gritos.
Bajó por la escalera, saltando de escalón a escalón, emocionada, feliz, quizá. Antes de encender la luz del rellano y delatar su presencia, se quedó apoyada en la pared, con los brazos cruzados sobre su pecho, mirando a la mujer que la esperaba fuera. Se estrujaba los dedos y se echaba el pelo hacia atrás compulsivamente, miraba su reloj, el cielo y parecía estar recitando algo entre dientes. En un movimiento inesperado, giró el cuello hacia donde ella se encontraba, como si algo le hubiera chivado que estaba siendo observada por la chica de sus sueños. Se quedó mirándola a través de la oscuridad, como si con sus ojos fuera capaz de verla en cualquier circunstancia. Y así lo sintió Ro.
Jamás, en todos los años de su vida, se había sentido tan especial por una manera de ser mirada. Se sentía la única mujer en el mundo para esa chica extraña y profunda que la había elegido sin ningún motivo aparente de entre toda la humanidad para posar sobre ella sus ojos claros.
Aspiró todo el aire que llenaba el rellano y empezó a caminar hacia afuera, soltando un suspiro calmante que la condujo hasta la puerta como si fuera dejando migas de pan.
—¿Me estabas espiando? —Saludó Paula nada más verla.
—Estás muy graciosa cuando te pones histérica.
—Me mirabas como una encoñada, Ro. Pensaba que eras una chica terriblemente sincera. —Se mordió el labio y sacó de su espalda una flor que le tendió—. Toma, una rosa para otra rosa.
—Eres asquerosamente romántica, ¿lo sabías?
—Es mi rollo, es lo que hay. —Se encogió de hombros, avergonzada.
—Me gusta tu rollo, aunque reconozco que me espantaría en cualquier otra persona. —Tomó la rosa y la olió—. Es preciosa, gracias. —Se aproximó a ella y dejó un besito en su mejilla.
—Ayer estuve en la mansión y, bueno, me viniste a la mente y la corté para ti.
—No hay que cortar las flores, Pau, es mejor que me las enseñes vivas.
—Tú lo que quieres es acaparar mi piscina. —La miró con los ojos entornados y una sonrisa sincera.
—Mierda, siempre me pillas. Voy a subir a dejarla en agua, ¿vale?
—Aquí te espero.
Ro volvió a entrar y Paula se quedó observándola perderse en el ascensor. La última mirada de la camarera, justo antes de que se cerraran las puertas, tan ilusionada por una tonta flor, le dejó el cuerpo de gelatina. Se hacía la dura la morena, pero no podía evitar, a veces, dejarse llevar por sus detalles absurdos. Sabía que esos gestos le repelían, pero comprobar que los apreciaba y que los recibía con verdadero entusiasmo, por mucho que se esforzara en ocultarlo, le dio una seguridad que no había sentido hasta el momento.
Quizá Ro podía ser su Teseo, aunque, de primeras, no lo pareciera. Quizá fuera ella, que de tanto negarse a dejarla entrar, estaba descuidando la retaguardia. Y Paula sabía muy bien cómo entrar a hurtadillas.
Y TENGO QUE ESPERAR UNA SEMANA YO ME MATOOOOOOOOOOO.
Ais amo mucho a Paula.
Quiero una Paula en mi vida.
Tengo las expectativas altisimas con que aparezca y no va a aparecer.
Te odio un poco escritora.
Me pasa muy fuertemente! No sé ya si espero una Paula o soy Paula, increíble.
No voy a negar que tengo un enganche brutal con la historia de Ro y Paula.
Y AHORA ESPERAR UNA SEMANA????? 😪😪😪😪
Es hermoso, no puedo esperar por más
La mejor forma de sonreír tontamente es leyendo a Cris
Concuerdo contigo, me pasa!
😍😍😍 me tienen enganchada estas dos 💗
«Es tan corto el amor y es tan largo el olvido»… Aquí seria algo parecido… Es tan larga la espera (semana) y tan corta la lectura (porque la devoré literalmente hablando).
Estoy enganchadisima. A por el próximo capitulo!
Con los años me he ido haciendo mas Ro y con la lectura va resucitando la Paula que vive en mi
Me mata Ro viendo videos de youtube para ver si le sale alguna vez algun dibujito bien, será solo para el café de Pau?
Que ganas de leer el encuentro con las amigas! solo una semana mas jajaja
Me encanta esta historia.. ellas dos me encantan 🙂
Estoy enamorada de ambas, son tan monas🥰
Soy team Paula aún no me convence el discurso de Ro.
Puchis… no puedo esperar a leer cómo será descrita la escena de cuando estas dos compartan sábanas por primera vez!! por diorrr
Con capítulo que leo está historia me tiene más enganchado.
Y ahora esperar una semana (5 días de hecho que ya estamos a domingo)