Estefanía Sanz Romero es docente, historiadora y autora de Silenciadas. Represión de la homosexualidad en el franquismo.
¡Despertad, lesbianas! El epitafio de nuestras tumbas
“… eran tan inmorales que incluso había invertidas, llegaban a un descaro que nos vimos obligadas a denunciar algunos casos en la oficina…”. Estas palabras dejó para la posteridad Tomasa Cuevas en Testimonios de mujeres en las cárceles franquistas, publicado en el no tan lejano 2004. Silencio, todo se torna en un infinito silencio si durante el instante que dura un segundo imaginamos las terribles vejaciones que debieron de soportar las lesbianas en el franquismo. Desde luego que las lesbianas fueron reprimidas durante la dictadura: las lesbianas fueron tan vejadas, maltratadas, juzgadas, sentenciadas y estigmatizadas como los hombres homosexuales. Sin embargo, su historia ha quedado en el olvido. Pero no, no estamos vertiendo esta tinta para hablar del franquismo…
Año 1999, una joven llamada Rocío ha desaparecido en Mijas (Málaga). Dolores Vázquez, la novia de la madre (o “amiga íntima”, según la prensa reaccionaria), fue condenada a prisión pese a ser inocente. Para semejante acusación no dudaron en relacionar su expresión de género masculina (según la opinión pública) con una mayor tendencia a la conflictividad.
Año 2021, terapias para curar la homosexualidad, palizas, constantes salidas del armario… en tan solo unos días, el 16 de diciembre concretamente, se debatirá en la Asamblea de Madrid la derogación de las leyes LGTBI+. Este ataque a nuestros derechos no solo viene de ese partido cuyo nombre preferimos no pronunciar para evitar una indigestión, sino que también está apoyado por el Partido Popular y Ciudadanos. Pero lo más alarmante no es que partidos de esta calaña atenten contra los derechos de las personas, lo realmente estremecedor es la falta de protestas del colectivo. ¿Una adivinanza? “Difícil de conquistar y fácil de vulnerar…”, son tus derechos, y están siendo atacados.
No pretendo que sea este artículo Crónica de una muerte anunciada, de nuestro admirado García Márquez, más bien todo lo contrario. Hace una década me topé (en la cama) con una mujer que menospreciaba la ley del matrimonio homosexual. Con mis apenas 20 años, traté de justificar semejante desmán. Sería un caso aislado, quise pensar. Ha pasado una década desde aquel affaire, una década que no ha hecho sino confirmar que aquello no era un caso aislado. Demasiadas mujeres del colectivo criticando leyes que nos brindan derechos; votando a partidos que nos comparan con peras y manzanas; derramando prejuicios sobre otras mujeres lesbianas con una expresión de género no femenina; tachando de extremistas a partidos que en tan solo unos años nos han dado más derechos que en toda la democracia española… Pero la guinda de semejante pastel llegó hace apenas un año. Una mujer a la que admiraba profundamente afirmó con la más sólida de las certidumbres que las lesbianas ya tenemos todo conquistado por poder casarnos y tener hijos. “Ya está bien de tanta bandera y frivolidad”, sentenció. Me pregunto qué opinará dicha persona al leer los últimos titulares de la prensa.
No solo es que la lucha no haya terminado, más bien, la lucha no ha hecho más que empezar. Y me reitero, lucha, lucha y lucha, porque se trata de conquistar y consolidar, reclamar y reivindicar eso que una parte de la sociedad nos niega (empezando por la no presunción de la heterosexualidad). Los derechos que tenemos (gracias a que otras generaciones han sudado sangre) están en peligro, nuestra dignidad está en peligro. Si el colectivo sigue conformándose con las sobras, pasaremos a la historia como La voz dormida (obra de Dulce Chacón), pero si todas alzamos la voz, si todas nos visibilizamos, si todas reivindicamos lo que es nuestro, o lo que debería serlo, podremos evitar que Crónica de una muerte anunciada sea el epitafio de nuestra tumba; podremos asegurarnos de que ningún partido ni grupúsculo social nos ningunee, nos pisotee como a pequeñas cucarachas. La herida homófoba del franquismo sigue supurando, y en estas semanas más que nunca. Despertad, lesbianas, despertad.
Estefanía Sanz Romero