Cazar el caos
Capítulo 21 – Polvo
El polvo y la camioneta que lo levantó al arrancar con ella en su interior. Vi la silueta del vehículo alejarse por la estrecha carretera y pensé que su intervención había sido como esa polvareda, que había revelado la punta de la enorme pirámide que representaba nuestros problemas. Bajo el sol inmenso de aquella primavera incipiente, intenté recordar lo que me había empujado hasta ahí. No la sed de venganza, sino el anhelo de justicia. Dos conceptos separados por una línea tan fina que se perdía como si estuviese hecha de harina. En vez de eso, y a la sombra del árbol que nacía ahí mismo al filo del acantilado, recordé que en mi anterior visita a Nápoles —después de haber escapado del hospital y haber visto a Emma despertando del coma—, me acerqué al centro de la ciudad y me refugié en un café-internet para reservar mi vuelo de regreso. Era entonces el cierre de un verano bochornoso y el lugar tenía las ventanas abiertas de par en par. Además de la brisa, entraban el ruido de bocinas y conversaciones dispares. Luego de imprimir mi boleto, tenía por delante siete horas antes de cruzar el Atlántico. Algunos habrían salido a explorar la ciudad, pero como yo estaba exhausta y en ese lugar refrescaba, decidí matar el tiempo en internet. En algún punto de mi espera, escuché a un guía que se detuvo frente al frondoso árbol que crecía en la acera. Los turistas, como ovejas, hicieron un corro a su alrededor y pusieron cara de atención. No supe, ni lo sé hoy en día, si el hombre lo dijo para impresionarlos, pero les informó de que aquel árbol tenía quinientos años y que sus raíces eran tan profundas y estaban tan entremezcladas con los cimientos de las casas que era imposible arrancarlo sin dañar los edificios aledaños. «Si intentan moverlo, todo se derrumbará. El árbol morirá primero, pero también sus inmediaciones», sentenció. En ese instante, el veredicto me pareció absurdo y el resoplido del dueño del café-internet subrayó mis pensamientos. Alguna palabra —en ese entonces incomprensible para mí— se escapó de los labios del hombre, algo que me sonó a «charlatán». El guía siguió su camino, seguido por los turistas, que le sacaron fotos al árbol desde ángulos ridículos; un árbol en el que, tal vez, pensarían una o dos veces y ninguna más, que dejarían enterrado, igual que las raíces legendarias, en una USB, empolvándose digitalmente con otras tantas. No sé por qué volví a pensar en ese árbol poco después, cuando estaba en el aeropuerto y sentía palpitar mi mano y la herida en ella. ¿Cómo había sido tan impulsiva, tan loca, como para cruzar medio mundo, hacerme un corte en la palma, entrar a un hospital, colarme en cuidados intensivos, solo para ver a Emma con mis propios ojos, para comprobar su estado, para intentar traerla de vuelta al mundo, a mí, sin que ella se enterase de nada? ¿Y cómo era que había conseguido el milagro de que despertara, abriera los ojos y estuviera a punto de reconocerme? Mis sienes palpitaban tanto como mi mano, moría por un analgésico, pero en vez de eso, el dolor me dejó la mente clara por un instante y recordé ese maldito árbol, las palabras del guía. Mi imaginación voló. Y pude sentir esas raíces extendiéndose desde mi corazón, como si de pronto, transitando por mis arterías, deslizándose por mis músculos, arraigándose en mi carne, notara la presencia de aquel árbol centenario; intuyera que se había afincado tan fuerte que no había forma de extraerlo, no había forma de acabarlo, de sacarlo, sin destruirme en el proceso. Ese árbol era Emma. Me había gastado años arrancando una a una las raíces de Emma que veía surgir de mi carne. Años ignorando las que ya nunca se desprenderían de mi corazón. Porque incluso si con el tiempo llegaba a olvidarla, sabía que me había cambiado de una manera tan rotunda que jamás recuperaría a la Yzayana Amaru antes de ella. Jamás amaría a nadie sin comparar ese sentimiento con el que sentí por Emma. Y recuerdo que, al regresar de Nápoles, una muy preocupada Rebecca me esperaba en el aeropuerto. Quise hablarle del árbol, de las raíces que nunca se irían, que se interponían entre nosotras, que nos impedían alcanzar una verdadera intimidad, pero me sentí avergonzada y enferma. Una vez más, guardé silencio, le oculté quién era en realidad. No adiviné que el peso de las palabras no dichas terminaría aplastándonos. Y sentí cómo mi corazón aceleraba más rápido que los deportivos que usaban la carretera como pista de velocidad. Había sido así desde pequeñas, cuando en la más profunda inocencia nos tomábamos de las manos y dormíamos de cara a la otra. Había sido así en mi adolescencia, cuando mi mente no la recordaba, pero mi corazón la reconocía. La había amado, la había odiado, pero, de cualquier manera, esa aceleración seguía presente incluso ahí, a orillas del Mediterráneo. Entonces acepté que habíamos llegado al final de cierto viaje, uno que nada tenía que ver con la Camorra o con Nápoles. Que ahí, a espaldas del abismo, era hora de desprenderme de aquello a lo que tanto me había aferrado. Poco después y con mi atención perdida en el océano, escuché decir: —¿Te encuentras bien? Era Rebecca. El viento hacía volar sus cabellos rubios y me miraba como si su pregunta fuese a romperme. Me conmovió su cautela. —No. Ni siquiera tengo cabeza para pensar a dónde iremos ahora. Ha sido todo muy repentino. —Todavía no se ponen de acuerdo —me informó, señalando la furgoneta—. Emma está renuente sobre ir al castillo de su padre, pero Casandra insiste en que vayamos. —Parece la mejor opción —concordé, aunque sin ánimo—. Una ironía, de hecho, porque es el castillo que Hugo les vendió a los Lerroux, el castillo del que habla el desconocido en la grabación. Rebecca asintió y luego… Silencio. Estábamos a punto de resbalar abismo abajo. —Isa… —dijo como si llevara toda una vida esperando por soltarlo—. Creo que la mejor opción es regresar a Estados Unidos. Sabes que te apoyo y que entiendo por qué te has embarcado en esta investigación, pero… ¿no te estás poniendo en peligro por un despropósito? Si Hugo tiene comprada la protección del gobierno, ¿cómo vamos a hacer para atraparlo? Había un despropósito, en ese concordaba con ella, pero nada tenía que ver con los Ferrer. —No es algo que tenga claro todavía —repuse—. Olga Barozzi nos marcó un camino y confío que entre las pruebas que nos dejó haya algo que nos lleve hasta ese monstruo y su hijo. —¿Y cómo de difícil será que lo procese la justicia de otro país? Porque la italiana seguro que lo suelta al segundo día de que lo entreguemos. —Rebecca suspiró—. ¿Y si logramos lo que una mosca al estrellarla contra la pared, una mancha y nada más? ¿Crees que valga la pena ponerse en peligro por algo así? Pensé que veníamos de incógnito, que eso nos daba cierta ventaja, pero después de lo del perro… Hugo sabe que estamos aquí. Sabe a qué hemos venido. Y nos ha dicho lo que hará si seguimos insistiendo en atraparlo. Guardé silencio. Mirábamos la bahía, los yates, ese mar que seguiría chocando contra Nápoles cientos de años después de que nuestros problemas, todos nuestros problemas, se hubieran extinguido en un último parpadeo. —Alguien, no sé quién, pero la policía, otro gobierno, alguien. Ese hombre las ha dañado ya. ¿Por qué darle el poder de seguir haciéndolo? Su teléfono me interrumpió y ella revisó la pantalla. —Es mi madre —me dijo—. Ha estado llamando todo el día, pero con lo que ha pasado no le he podido contestar. No sé qué decirle de todas formas… —Si insiste es porque es importante. —Ya sabes cómo es ella —sonrió a medias y puso una de sus manos en mi hombro—. Por favor, piensa en lo que te dije. El mejor refugio es nuestro hogar, en Nueva York. Puedes proseguir la investigación desde ahí, ya tienes la información. ¿Qué diferencia hay entre revisarla en Nápoles o con un océano de por medio? Al menos el océano es como un muro y la policía de Estados Unidos es más confiable… Becca se alejó para contestar. *** Fue tan inesperado como las últimas veinticuatro horas. Por la cara que tenía Becca cuando regresó de la llamada con su madre, intuí que algo andaba mal. La interrogué al respecto, pero no hilaba sus ideas, las echaba al viento como si estuviera sola. Decía cosas cómo «le dije que dejara de comer bagels» y «es culpa de su mala costumbre de freírlo todo». Al final lo supe: su padre había tenido un paro cardiaco y se encontraba en cuidados intensivos. Separé los labios, pero no supe qué decir. Una parte de mí quería regresar con ella, olvidarse de todo, darse por vencida y apoyarla en eso que tanto dolor le estaba causando; pero otra parte —y descubrí que era la más impetuosa— quería quedarse donde estaba y proseguir su camino. Porque el despropósito estaba en que nos siguiéramos engañando, en que persiguiéramos el arreglo de una relación que se caía a pedazos, que rodaba hasta el fondo de un abismo gramo a gramo. Mi lugar estaba en Nápoles. Mi lugar —y de nuevo la encontré en la distancia, mirándonos con sus intensos ojos grises desde la furgoneta— estaba junto a Emma Lerroux. Mientras no sanara mi pasado, no podía construir mi futuro. Las siguientes palabras fueron las más duras y, al mismo tiempo, las más liberadoras que solté en ese entonces: —Lo siento, Rebe. Lamento lo de tu padre. Pero no me puedo ir. Debo quedarme y proseguir con esto. Regresa, cuida de él. Si la investigación no avanza, te alcanzaré. —Pero Isa… Los ojos se le llenaron de lágrimas. Los míos también. Lágrimas de culpabilidad. Tampoco hacía falta decir que mi silencio, mis mentiras, nos habían causado tanto daño como sus dedos hurgando en mi interior cuando en realidad yo no quería que lo hicieran. Ambas éramos víctimas y victimarias de una relación que agonizaba. Nos habíamos perdido y en Nápoles no estaba el camino para encontrarnos. —Lo siento —murmuré. *** Cuando Rebecca se marchó, también dejó atrás una gran cantidad de polvo, inmensa, como esas tormentas que llegan desde el Sahara y cubren una ciudad completa. La acompañaron un par de guardaespaldas en la camioneta donde llegó el resto de nuestro equipo de seguridad. Las despedidas fueron breves, sobre todo porque mi novia estaba herida. —Becca, ya te dije que no puedo. Pero si tienes información que nos ayude con la investigación, puedes dejármela… Entonces de sus labios había salido un ultimátum, uno que me había hecho dudar sobre nuestra continuidad como pareja. Uno que ignoré —porque no podía cargar con eso todavía—, deseándole lo mejor y pidiéndole que me mantuviera informada sobre la salud del señor Savard. Me sorprendió mi frialdad, mi caradura cuando dijo, sin importarle que lo oyeran todos: —Te quedas por ella, por la Marquesa, a mí no me engañas. —No te engaño —y aquella era la última mentira, me lo juré. Solas. Finalmente, solas. Eso pensé cuando tomé asiento al lado de Emma. Ella se recogía el cabello y se colocaba la peluca por precaución. Me permití sonreír ante el pelo rubio y obtuve su expresión desconcertada. Mis dedos picaron. Quería delinear la curva de sus cejas, pero me abstuve. —El castillo de tu padre parece la mejor opción. Se lo pensó con la atención perdida en la bahía. —Entonces el castillo de mi padre será. Volvimos a la carretera y sugerí que aprovecháramos el tiempo escuchando la siguiente grabación. Cualquier cosa con tal de no pensar en la partida de Rebecca, en la muerte de Vespa, en mi egoísmo, o en las ganas que tenía de refugiarme en los brazos de Emma, de poner mi mejilla en la dominante línea de su clavícula. *** —¿Seré famoso? —dijo una voz grave pero con un toque infantil, como la de un gran bobalicón—. Igual que ese tipo del Cártel de los Sapos, ¿crees que esto me hará famoso? —¿Hablas de ganar millones? —Millones de los cuáles te daremos una buena tajada. —Quiero leer el contrato. —Puedes leerlo las veces que quieras, pero sabes que el tiempo de visita vale oro y cuanto menos nos distraigamos en trivialidades y hablemos de lo serio, más rápido se venderá el libro y más rápido estarán esos millones en tu cuenta. Así que firma y nos pondremos a trabajar. De todas formas, tu abogado ya lo revisó, ¿no? En su opinión todo está en orden, como te había dicho ya. No es mi intención aprovecharme de ti, Bernardo. Quiero que hagamos un buen negocio donde ambos salgamos beneficiados. —¿Temes por tu vida? Pensé que de haber querido matarte ya lo hubiera hecho. Llevas muchos años en esta cárcel. —No va a matarme. No se atrevería a derramarla la sangre de su hermano mayor. Lo conozco bien. Quiere verme sufrir hasta el final de mis días y se encargará de eso si no me escabullo. —¿Por qué? ¿Qué tanto le hiciste? Bernardo se echó a reír. —De eso va todo. ¡Vas a sacar un libro gordo! Los problemas familiares son el drama de la vida. Déjame decidir por dónde empezar. —¿Desde cuándo se odian tu hermano y tú? ¿Empezó en la niñez? »Cuando Hugo llegó al mundo, sentí que había ganado un aliado para hacer frente a esas histéricas. Para mi mala suerte, él prefería huir de los conflictos. Intenté enseñarle a luchar, pero Hugo se la vivía con la nariz en los libros. Más adelante se arrepentiría de no haber aprendido. Eso sí, me seguía a todas partes. Aprendimos a huir del mal humor de nuestra madre y de nuestras hermanas bipolares. Nuestro escondite favorito eran las cavas subterráneas del castillo. El polvo sobre los barriles nos hacía estornudar, pero era mejor que aguantar a esas imbéciles. —¿Entonces en realidad estaban muy unidos? —Hubo épocas en que lo estuvimos. Yo lo cuidaba y él me admiraba. Pero yo siempre fui el más listo, aunque todos dijeran que el prodigio era Hugo porque aprendía a tocar instrumentos en un dos por tres. Además, adquirió el carisma de mi padre por pura imitación. Cuando creció, una sonrisa suya lograba aplacar el mal carácter de cualquiera. Hablaba como todo un diplomático y solía resolver conflictos con un par de frases ingeniosas. Pero como dije, el listo soy yo. Desde que comencé a ayudar a mi padre en sus negocios, me di cuenta de qué iban y no fui tan tonto como para juzgarlo. Él tenía sus razones… —¿Sus razones para qué? —Aún no me has dicho de qué iban los negocios de tu padre. —Comerciaba con mujeres. Y es que mi padre era un visionario, aunque digan que la prostitución es el negocio más antiguo del mundo. Es más lucrativo que la droga, ¿lo sabías? Y es que una mujer no va perdiendo pedazos mientras cruza el mundo para ser vendida, lo que sí pasa con la coca. No hablamos de pedazos visibles, claro. —Entonces Hugo no sabía nada. —Vivió en la ignorancia por un bien tiempo. Admito que la forma como mi padre lo cuidaba me hacía rabiar. A mí me había dejado en manos de las locas de mi madre y hermanas, pero a Hugo lo ponía en un frasco de cristal. Tal vez por eso hice lo que hice… —¿Y qué hiciste? —¿Entonces Hugo tenía el corazón roto por esa chica? —Sí, esa perra se creía la gran cosa y yo quise darle una lección, tanto a ella como a él. Yo tenía diecisiete y mi padre ya había extendido el negocio por el pueblo. Se llevaba a las chicas bonitas a sus burdeles en Nápoles y se lucraba de ellas. La chica que quería mi hermano era guapa y le dije a mi padre que era mejor aprovecharnos pronto de su virginidad, que podíamos sacarle una buena tajada. Pero mi padre dudaba de que la chica fuese virgen y me encomendó averiguarlo. »Hugo nos despreció, quiso abandonarnos, pero mi padre le advirtió que tuviera cuidado. Que teníamos enemigos y si se salía de la protección de la familia, esos enemigos se la tomarían contra él. Pero el muy ingenuo pensó que podría arreglarlo todo con palabras. Fue a la casa de su noviecita para disculparse por todo y ofrecerse a resarcir el daño casándose con ella. Los hermanos de la perra la emprendieron a golpes contra Hugo. Lo dejaron tan maltrecho de sus partes nobles que los doctores dijeron que era probable que no pudiera tener hijos. Mi padre acabó con esos malditos, pero mi hermano fue un malagradecido. Se marchó a Florencia en cuando acabó el bachillerato superior. Yo me quedé consolando a mi padre. Estoy seguro de que el desprecio de su favorito fue lo que al final lo mató… —Lamento interrumpirte, Bernardo, pero el guardia me está haciendo señas. Supongo que el tiempo de visita se ha terminado. De momento me parece que tenemos un buen material para empezar. Si quieres puedes ir anotando lo que recuerdes hasta que te visite de nuevo, detalles, esas cosas, y así podríamos ayudar a tu memoria en la próxima sesión. —No lo necesito, lo recuerdo todo. Como ya te dije, soy el más listo de la familia. A lo largo de esta historia me darás la razón.
Por fiiiin algo mas para leer!!!! Gracias gracias!!!!
Impaktada quede
Al fin capitulo 🥺🥺🥺
Vespa 😔😔😔😔💔
Oww, realmente fue grave 🥺😕
🥺🥺🥺😫😭😭😭
Si se dio cuenta ,en su inconciente 🥺
Así mismo que se lleve a Rebecca, ¿no?
🥺🥺🥺
Siento que Emma si sabe que fue Yza pero espera a que ella se lo diga
🥺🥺🥺🥺😭😭😭😭
Ya déjense de estupideces y casense! (?
Woo,muy cierto 😕
Me gusta eso de Yza,de siempre buscar la justicia ante todo. Eso sigue igual como cuando era adolescente.
😯😯😯
Es cierto,al ser personal tiene más motivos y estara más decidida a hacerlo. Es más centrada q Emma q creo q buscaría venganza.
Oh mierda…
Si,ya era hora…😬😬😬
Por una parte es cierto,Becca estuvo en todas con ella,la acompaño siempre. No estaría exigiendo algo loco,pero…
Uhh, q duro 😕😕😕
Seguí insistiendo 🤦🤦🤦
Ahhhhhh,estan tan cerquita 😫 y..
👀👀👀,un hotel?🙊🙈
Dios santo 👀 🔥🔥🔥
Jakaksk,esto me suena a sarcasmo.😅
👀✍️
Hay heridas que cuestan cicatrizar
👀👀👀
Mierda…q familia.
Era obvio q era una venganza
Será justicia, no esta basura burócrata que hay en occidente hoy en día.
👀👀
Mmm 🤔🤔🤔 ✍️✍️✍️
La maldición..mm
😧👀
Poco se habla del efecto que Yza tiene sobre Emma.
Te amo
Ella lo sabe, pero pienso que desde ese momento su necesidad de buscarla se incrementó, no se, o tal vez espera que ella se lo diga
Iihhhh jajajs, POR FIN
¿Y está rosa?
¿Significa que ya todo murió?
En mi vida había sido tan feliz
Que no, sáquese
Yza causa el efecto que quiere causar en Emma sin darse cuenta, ¿pero nadie se da cuenta que no está bien Yza, que se está guardando muchas cosas?
Me gusta lo que dijo Yza, pero ¿qué hay de ella? Ella también se pone en peligro ¿y quien la ayudará a ella?
Calcetín con rombos man
Ahora si, la decisión es de Yza: Emma o Becca
Y’a lo acepto, pero ahora tengo miedo que le pase algo a Yza AHHHH
Que fractura, un viaje que destruye todo a su paso, un adiós, o un hasta qué la vida nos vuelva a juntar
Y’a hay algo que se rompió, no sigas haciéndote daño, ya, shu
Hasta nunca
Prefiero el Hotel, aun recuerdo la ultima vez que vieron al papá de Emma
Necesito que Emma se entere de esto, seguro se desmaya junto con el fandom entero
Dios, jajaj termino en coma yo
Es cruel, pero ya sobraba la pobre. Cruel pero justo, mi señora Stefy
Uno siempre vuelve a donde fue feliz, dale Yza volvé al árbol, digo a Emma
Nadie:
Absolutamente nadie:
Yo: me imagino un árbol con la cara de Emma