El descanso del minotauro
6
RO
A alguien se le han pegado las sábanas hoy
PAULA
Los sábados no trabajo
RO
¿Tampoco desayunas?
PAULA
Sí, pero en casa
A las millonetis a veces nos gusta hacer las cosas por nosotras mismas
No será que estás echando de menos a la loca del hacha, ¿no?
RO
En absoluto
Me preocupo por tu alimentación
Cosas de camareras
PAULA
Sí, sí, lo que tú digas
Al menos hoy no tienes a una pesada que te hace subir al piso de arriba
RO
Gracias a esa perturbada mental se me está poniendo un culo para forrar pelotas de tenis, no iba a ser todo negativo
PAULA
Aún no he tenido tiempo de analizarlo
Me pondré al día cuando vuelva a verte
RO
¿Ves? Eres extraña
Te cambias de sitio para tenerme siempre en tu campo de visión, pero no me miras el culo
¿Quién te entiende?
PAULA
Porque lo que siento por ti es verdadero, Ro
No algo únicamente físico
RO
Y vuelves a ser la loca del hacha
Escalofríos puros me dan
PAULA
Ya te acostumbrarás
RO
Espero que no
En fin, te dejo, que aquí hay mileuristas que tienen que levantar el país
PAULA
Que se te dé bien la mañana
RO
Igualmente
Ro sacudió la cabeza y salió del baño de personal en el que se había escondido al ver que la conversación se alargaba tontamente. Le había resultado inesperado no ver por allí a la escritora a primera hora, siendo como era una entusiasta admiradora de su persona. En cierta manera, le gustaba que no aprovechara cada oportunidad para imponerle su presencia, a pesar de haberle dejado claro por activa y por pasiva que estaba interesada en ella de muchas maneras, de todas, quizá.
Paula parecía torpe, pero no lo era. Manejaba las palabras, el ritmo narrativo y los tiempos como nadie. Aceleraba y llevaba su capacidad de soportar rarezas hasta el límite y, cuando alcanzaba el punto más alto, se dejaba caer hacia atrás con ligereza, como rendida en medio del mar, dejando que la marea la transportara a un lugar seguro para ambas, alejándose lo justo como para hacer que se siguiera sintiendo atraída por su gravedad sin llegar a engullirla como un agujero negro. Como ya digo, era una experta en aquello de mantener la curiosidad bien arriba sin resultar agotadora.
La tarde anterior, tras una hora de charla, que había sido cualquier cosa menos superflua, se marchó de vuelta a casa con la cabeza llena de pájaros de colores. Ro, que habitaba siempre en el suelo, con los pies bien enterrados en el fango, se había visto arrastrada hacia su propio mundo, el de ella, y, aunque no fuera un lugar que habría elegido visitar por sí misma, lo cierto era que, una vez allí, le habían impresionado las vistas.
Era imposible corresponder a la inmensidad de lo que demandaban sus ojos soñadores, pero le estaba llamando la atención la manera en la que todo brillaba visto a través de Paula, como si fuera nuevo, a estrenar, aunque estuviera harta de tenerlo delante. Ni podía, ni quería, llegar tan alto como ella, perdida a veces entre las nubes de tan lejos, pero nunca había probado aquello tan manido de planear y le había sorprendido no haber experimentado aún el vértigo. Podía mantenerse en ese inocente vuelo raso, sosteniendo la cometa con complejo de nave espacial que era la escritora mientras sentía ese aire de libertad en la cara.
Sí, eso sí podía hacerlo.
En estas cosas andaba pensando, en tirones hacia arriba y fuerzas de gravedad ineludibles, cuando la campanita del bar sonó, y Ro, infectada por la mente estratosférica de Paula, en la que estaba divagando hacía un momento, tuvo la extraña intuición de que era ella quien acababa de entrar. Levantó la vista con una sonrisa sin dientes y esa mirada suya de no entenderla nunca y allí se la encontró, de pie, con una mochila en la espalda, el pelo alborotado y los ojos de un cervatillo asustado, sin estar muy segura de haber acertado al seguir su impulso de ir a hacerle una visita.
La cita había ido bien, y estaba feliz de que, percibiendo la forma de ser tan terrenal que parecía tener la camarera, no hubiera salido corriendo como alma que lleva el diablo al ponerse a hablar de la electricidad y de campos magnéticos como una desquiciada. También era cierto que no había sentido esa tensión insoportable que precede al beso primero, ni le había dado la sensación de que estuvieran pasando más cosas de las que estaban poniendo encima de la mesa con las palabras, a pesar de que seguía notando ese algo mágico que las conectaba. No había parecido una cita, aunque algo le decía que lo había sido. Quizá eran los mensajes innecesarios de hacía apenas una hora. Quizá era la sonrisa curiosa, y esta vez sin más recovecos, que le estaba dedicando Ro nada más verla aparecer.
—Buenos días —saludó Paula, con su timidez habitual.
—Buenos mediodías, más bien. ¿Lo de siempre?
—Vengo desayunada de casa, gracias. —Se mordió el labio y, tras dar un par de pasos en falso invadida por la inseguridad, se armó de valor, se encaramó a un taburete de la barra y se sentó allí con su sonrisa de niña que ha hecho tremenda travesura—. Ponme una cerveza, por favor.
—¿Así, a lo loco?
—Es sábado. Además, si me pido un café, me deberás otro.
—Pensaba que ese era el plan. Infinitas excusas para quedar fuera de aquí.
—No hay que abusar. —Entrelazó las manos sobre la madera que las separaba—. Como pretexto para el primer café está bien, pero el siguiente no tiene que ser cosa mía. Me gusta la bidireccionalidad.
—Es increíble cómo le das la vuelta a todo para llevártelo a tu terreno. —Se agachó a coger una jarra de la nevera y Paula se fijó, efectivamente, en su culo. Al darse la vuelta, Ro la pilló de lleno—. Joder, veo que te lo has tomado en serio. ¿Quieres una foto?
—Trabajo de campo. —Se encogió de hombros—. Yo no quería, él me ha mirado primero a mí.
La carcajada de Ro hizo que se tambalearan las copas de la estantería, e incluso Lola se asomó por la puerta de la cocina para ver qué había hecho reír así a su camarera menos simpática.
—¡Pero bueno, Paula, dichosos los ojos que te ven! No esperaba verte hoy. —Salió por fuera de la barra para darle un par de besos.
—Es que he tenido la sensación de que se me echaba de menos por aquí.
—Tú sueñas —masculló Ro entre dientes, aunque con una sonrisa, mientras llenaba la jarra de cerveza.
—Aquí te echamos de menos siempre, ¿a que sí, niña? —le preguntó a la camarera, que entornó los ojos al captar la mirada victoriosa de Paula.
—Uy, sí, un montón.
—Lo que yo decía. Me voy para dentro, que los aperitivos no van a hacerse solos.
—Guárdame un trocito de tortilla, porfi —pidió Paula con un puchero.
—Pues claro, que sé que te encanta. Ahora te lo saco —se despidió de ella y se perdió tras la puerta de la cocina.
—Casi te sale una úlcera por reconocer que me has echado terriblemente de menos. —La escritora tomó un sorbo de cerveza, poniendo así la jarra entre las dos a modo de escudo, preparada para la bordería que le fuera a contestar Ro.
—Es evidente que me ha extrañado no verte esta mañana.
—Hala, eso es casi como decirme que sí. —Se sonrojó inmediatamente, satisfecha.
—Respira, Paulita. La verdad es que, como no tengo ni idea de cuál es tu rutina, si me hago a la idea de que te voy a ver con tus desvaríos pululando por el bar, luego parece que me falta algo si no es así, ¿entiendes?
—¿Quieres un cuadrante con mis visitas semanales para colgarlo en tu frigorífico? —lanzó el anzuelo.
—Pues no estaría mal, para saber a qué atenerme. —Y Ro picó.
—Pensaba que no te gustaba saber qué va a ser de ti en un periodo tan largo de tiempo. —Le guiñó un ojo con una mueca de triunfo en los labios.
—Estamos hablando de lo que será de ti, no de mí —le devolvió con soltura. A mamá no le vas a enseñar a hacer hijos, escritora.
—Touché.
Paula la miró con su intensidad de siempre, con la catapulta infernal que clavaba a Ro al suelo y la dejaba casi sin capacidad de pestañeo, con esa sonrisa de Mona Lisa en la que una no estaba segura de si era medio lerda o si escondía un enorme secreto que ella se moría por conocer. Volvió a beber de su cerveza y Ro, por primera vez, se fijó en sus labios llenos. Todo en torno a ella la absorbía de una manera inexplicable. Su conversación la hacía pasar de estado sólido a gaseoso sin pasar por el líquido. De momento.
—Vengo de lunes a viernes, todos los días. Los fines de semana solo me paso si doy un paseo y termino por aquí o si quedo con alguna amiga en el barrio, pero no es muy habitual. Suelo estar en mi casa de las afueras.
—Ah, claro, la casa de ricachona. Perdón, pareces tan campechana que a veces se me olvida.
—En realidad era la casa de mi abuela, pero… bueno, ahora es mía —sonrió un poco incómoda. No era esa la manera en la que había pensado hablarle de su nana.
—Vaya… ¿La… la has perdido hace poco?
—Si, hace un mes o por ahí.
—Lo siento mucho, Paula. —Tomó su mano de encima de la barra y la estrechó entre las suyas con un calor que no se esperaba. Ro no sabía lo que era perder algo que nunca había tenido, pero quiso que la sintiera cerca.
—No pasa nada. Era muy mayor y tenía la cabeza más para allá que para acá.
—Pues como tú. —Le revolvió el pelo y se separó de ella antes de convertir el momento en algo raro—. Estabas muy unida a ella, ¿verdad?
—Sí. ¿Cómo lo sabes?
—Se te han puesto los ojos tristes.
—Y el corazón —sentenció Paula con un suspiro.
—Eso no puedo verlo.
—Dame un par de semanas.
—Intensa.
—Guapa.
—¿Así es como escapas tú de los temas comprometidos? —preguntó Ro levantando una ceja.
—Sí. ¿Funciona?
—Ya lo creo. ¿Tienes piscina en la casa de las afueras que has heredado de tu difunta abuela?
—No es una casa en las afueras, es más bien… una mansión —dijo avergonzada—. Y sí, tiene piscina de verano y de invierno.
—¿Mansión? —le preguntó, detenida en mitad de la barra, con los ojos muy abiertos—. ¿Estoy hablando con alguien de la realeza o algo así?
—Nah, solo con una escritora de medio pelo.
—Paula, mírame a los ojos. —Se puso frente a ella y la tomó de la barbilla—. ¿Tengo que inclinarme como una señorona decimonónica cuando te vea y seguir un protocolo?
—No, solo tienes que enjuagarte las manos después de usar la bayeta. Tía, apestas. —Se apartó de ella fingiendo asco y ambas echaron a reír.
—Me interesa tener una colega con piscina, el verano está a la vuelta de la esquina.
—No prefieres, no sé… ¿una novia con piscina? —dijo como quien no quiere la cosa.
—Eh, eh, para el carro, forastera. Las relaciones son un constructo social que…
—Solo mis novias tienen derecho a piscina, lo siento —bromeó la escritora.
—No me pides un café para no abusar, pero me chantajeas con tu piscina. Decídete.
—De momento, ponme otra cerveza, que ya me llega hasta aquí el olor de la tortilla de Lola.
Olfateó el aire como un perro pulgoso, y a Ro no le quedó más remedio que sonreír. Si era de la realeza, desde luego que sería una de esas primas lejanas repudiadas por extravagante. Desde luego, era un absoluto cuadro.
La vio con el teléfono y sintió el empuje de esa imparable curiosidad que Paula le generaba. Por un momento que duró solo un segundo, quiso saber cómo era esa persona en la intimidad cotidiana, cómo se relacionaba con sus amigas, la manera en la que hablaba con su madre. Quiso saber cómo se comportaba en sus días nefastos y cómo en aquellos en los que todo la hacía llorar. Quiso hacer un curso intensivo de Paula, la escritora excéntrica, para ver si lograba así que se le quitara ese picor en las palmas de las manos y ese tropiezo en la boca del estómago.
Quiso, en definitiva y como hacía siempre con todo lo que le llamaba la atención, consumirla de golpe y con urgencia, como las series de Netflix, para saciarse de una maldita vez de todo lo que desconocía y que estaba segura de que era lo que la mantenía tan interesada.
Volvió con su pincho de tortilla y Paula alzó la mirada del dispositivo para sonreírle con todo su cuerpo. Nunca había conocido a nadie como ella, de verdad que no, y, lejos de tenerle miedo a ese vacío en su experiencia personal, quiso correr hacia lo desconocido y, por una vez, dejarse sorprender sin preguntas previas.
—¿Qué? —le preguntó la escritora con la boca repleta de tortilla.
—¿De dónde coño has salido?
—De las estrellas. —Achinó los ojos en una sonrisa infinita de carrillos llenos y Ro arrugó la frente sin poderse creer lo malditamente diferente y genial que era.
Paula inclinó la cabeza hacia un lado, sintiendo el carnaval en su interior. Notaba cómo crecía en su chica soñada la duda sembrada, el interés hecho brotes verdes, la más pura y primitiva curiosidad animal. ¿Preludio del amor? Desde luego, no se le ocurría mejor principio que el del ansia de descubrir un misterio que, si una se paraba a pensarlo, no era tal.
Una elección particular de palabras, un silencio a tiempo, una huida mirando hacia atrás, una sonrisa en el momento correcto… No hacía falta más para que alguien viera en ti más de lo que hay en realidad: una persona de carne y de sangre y de huesos que solo quiere que la saquen a bailar, señalándola entre un montón de gente como la elegida para ti.
Una elección particular de palabras, un silencio a tiempo, una huida mirando hacia atrás, una sonrisa en el momento correcto… Algo que solo había tenido el efecto deseado con Ro, la persona más pragmática que se había encontrado en sus muchos años de búsqueda. Justo ella, quien menos cuenta le echaba a ese tipo de conexiones intangibles, había sido la receptora óptima para todo aquello que rodeaba la personalidad de la escritora. Nunca una mujer había recibido aquellas cualidades suyas tan personales e intransferibles con tanta naturalidad, las había envuelto con cuidado en un pañuelo y se las había guardado en un bolsillo para poder mirarlas cuando quisiera. Había generado impacto en otras, en muchas, pero nunca uno tan profundo como el que notaba vibrar en la piel de Ro, que la miraba como si fuera el enigma más apasionante del jodido planeta.
Si tan solo fueras capaz también de quererme…
—Lo que no entiendo es de dónde has salido tú.
—Ojalá lo supiera. —Ro soltó una risa nasal y se giró en la barra para atender a una pareja del fondo.
Paula esperó pacientemente hasta que llegó de nuevo a su lado, mirándola como si quisiera abrirla en canal y desmenuzar entre los dedos sus entrañas para encontrar el estúpido tesoro escondido.
—¿Me cobras? —pidió Paula, un poco aturdida por su manera de observarla.
—Un momento.
Se acercó a la libreta, sumó lo de toda la semana y se lo cobró. Ro quiso que se fuera, que no volviera más, quiso saltar la barra y preguntarle por qué decía que había venido de las estrellas, que le diera a sus delirios forma de palabras y le hablara de lo que fuera durante seis horas seguidas. Quiso entender lo que no podía, y Paula sonrió al percibir sus tribulaciones.
—¿Y ahora te vas a tu mansión?
—Sí, voy a por el coche y me marcho para allá. —Se levantó de su taburete y se colgó la mochila al hombro.
—Pues pásatelo bien en tu piscina de invierno —bromeó—. Hasta el lunes, Paula. Y gracias por tu visita.
—Hasta el lunes, Ro.
Se despidió con la mano y salió del bar con el corazón en un puño. Le gustaba el interés que Ro parecía haber depositado en ella, y le fascinaba el hecho de no haber tenido que hacer nada especial para provocarlo, como tantas otras veces, sino simplemente ser ella misma, sin tener que descafeinarse para no resultar indigesta.
Había tomado una decisión: lanzar ese definitivo órdago al destino, al romanticismo, zambullirse de cabeza en esa penúltima oportunidad de encontrar el amor de esa manera suya tan negligente, tan disfuncional, con la persona que parecía la menos indicada, y que pasara lo que tuviera que pasar. Todo parecía ir encaminado hacia el desastre, como siempre, pero no podía negarse un último canto del cisne antes de volver a recolocar sus prioridades y la manera de afrontarlas, pues esa turbulencia cósmica que había sentido desde el día en el que vio a la camarera cargando la bandeja con su desayuno no podía ser ignorada. No por alguien como ella.
Ro salió del trabajo unas horas después, se echó una siesta de esas en las que una tiene que mirar el calendario, se dio una ducha veloz y se apresuró a llegar al sitio en el que había quedado con sus amigas.
Paula le había insinuado que, si quería otra cita, tendría que salir de ella. Tan desvergonzada para unas cosas y tan meticulosa para otras. Le agradaba que le dejara la opción de elegir, de decidir si quería repetir o dejarlo correr de manera elegante y limitarse a su trato en el bar. Con lo kamikaze que le había parecido siempre, hubiera esperado más bien una ofensiva con toda la artillería, un asalto a su atalaya sin miramientos, pero no, la escritora, de nuevo, la había sorprendido. Tenía claro que, si lo hacía así, era porque sabía que era la mejor manera de regar el jardín de su interés. Parecía que la conociera, y eso sí que estaba fuera de toda lógica.
Ro era más bien hermética, impenetrable, de personalidad siempre afable pero infranqueable. Ro no tenía murallas, ni escudos, ella misma en su totalidad estaba hecha de hormigón armado. Por eso, la manera orgánica en la que Paula entendía sus procesos y sus tiempos la tenía totalmente anonadada. Quizá solo era casualidad, pero si algo le había quedado claro en esa semana en contacto con la escritora, era que tenía una sensibilidad extrema para palpar sensaciones.
—La llaman la desaparecida —dijo Elvira, la recepcionista de su gimnasio, nada más verla llegar a la terraza donde estaban esperándola.
—Te vi hace tres días, deja de llorar. —Le dio dos besos y revolvió su pelo corto, ganándose un bufido peor que el de un gato.
—Siempre es poco para mí.
—Idos a un hotel —se quejó Sara, de brazos cruzados, esperando su saludo especial.
—¿Otra vez? ¿Tú estás loca? —Ro la achuchó, llenándole la cara de besos. Con ella era con la única que se permitía aquel despliegue de cariño—. Si mira cómo la tengo después de pasar juntas una noche, UNA, hace casi un año.
—Oye, no te pongas chula, que la tenemos.
—Dejo huella, supéralo. Hola, bombón —saludó, finalmente, a Clara, amiga que Sara había hecho en la universidad en los largos años de ausencia de Ro y que había terminado por ser también la suya.
—Hola, bella. Qué risueña te veo hoy.
—Es que soy libre hasta el lunes, tengo una cerveza delante y estoy rodeada de pibones. ¿Qué más se le puede pedir a la vida? —Suspiró, tomando asiento.
—Una lotería no me vendría mal.
—Claro, Sara, porque con tu sueldo de arquitecta te va fatal.
—¡La arquitecta del amooooor! —se puso a canturrear Elvira con los brazos en alto.
—¿Qué le pasa a esta? —Ro se bebió medio tercio de un trago.
—¿No te lo ha contado?
—Pues no —se indignó la morena, echándole una mirada de rencor a su mejor amiga.
—Como ayer quedaste, fui sola al gimnasio. —Sara se encogió de hombros y bebió para ocultar su rubor—. Me tocó ponerme con Marcos.
—¿Marcos?
Ro no se estaba enterando de nada. Ver a su mejor amiga colorada era algo a lo que no estaba en absoluto acostumbrada. Pidió otra ronda al camarero antes de meterse en una historia que tenía pinta de ir para largo.
—El nuevo monitor.
—Ah, el tirillas. —Rio por lo bajo.
—No es un tirillas —lo defendió Sara—. Es que los otros están demasiado cachas.
—Hombres. —Ro fingió un escalofrío y las demás rieron.
—Eres un cliché lésbico —se mofó Elvira, brindando con ella.
—Habló la recepcionista buenorra de gimnasio.
—Con el pelo corto —aportó Clara, chocando también su copa de vino.
—Y rojo como el infierno al que irá por desviada. —Sara terminó aquel brindis—. El caso es que Marcos me tocó de monitor.
—La tocó. —Elvira fingió un ataque de tos.
—No me tocó. Es que me estaba hablando cuando acababa de empezar, yo miré para abajo, me sonrió y…
—BOOOOOOOM. —La recepcionista era, desde luego, la que más estaba disfrutando—. Se escurrió y él la tomó entre sus brazos como un príncipe de cuento.
—Fue muy amable.
—Se quedó mirándolo como una lela, tías. Yo iba a entrar para preocuparme por el golpe, pero allí estaban saltando chispas y arcoíris de colores, así que preferí dejar que tuvieran su momento.
—Eres la mejor. —Ro, muerta de risa, le chocó los cinco.
—Bueno, ya vale con el cachondeo —refunfuñó Sara—. El caso es que me pidió el número de teléfono para ver qué tal iba después de la caída y yo… pues se lo di. —Sonrisita estúpida. Ro puso los ojos en blando de puro sopor.
—Le pidió el teléfono en plan preocupado por el accidente, pero después de caerse subió la pared hasta arriba, ¿eh? No te creas que estuvo convaleciente.
—¡Podría haberme mareado luego!
—Claro, cariño, claro que sí, ven, dame un abrazo. —Se levantó y le tomó la temperatura de la frente tras estrujarla—. Fue una excusa, malísima, por cierto, para pedirte el teléfono. Acéptalo.
—Estoy de acuerdo.
—Ro, no ayudas.
—¿Qué más te da? Él te gusta, solo Dios sabe por qué, y se ha inventado una excusa muy ridícula para pedirte el número. Disfruta, coño, que eres joven.
—Estamos pasando por alto que Ro el viernes quedó —comentó Clara con su vocecita diminuta.
—Clarita, hablas poco, pero cuando lo haces sube el pan, tía. —Ro le dio un golpe en el brazo y un trago a la cerveza.
—Di que sí, que estas dos no hacen nada más que mofarse de mí. A ver, cuenta.
—Nada, la escritora de la que te hablé el otro día, que me invitó a un café.
—¿La rara adorable?
—La misma.
—¿Nos hemos decantado ya si es más rara que adorable o al revés?
—No, sigue igual, cincuenta por ciento. El equilibro es posible, amigas.
—¿Os importa contarnos un poco de qué va esta movida? Ro quedando para un triste café, ya lo he visto todo en la vida, me puedo morir —dijo Elvira con un tono muy dramático.
—Es una clienta del sitio nuevo donde trabajo.
— Ah, sí, el bar de pijos.
—Exactamente. Pues es escritora y su abuela tenía una mansión en las afueras, ¿qué os parece?
—Tremendo braguetazo, hermana. —Sara chocó el puño con ella en señal de respeto.
—Pues si yo quisiera… —dijo Ro, haciéndose la interesante.
—La tienes babeando por ti, ¿no?
—Babeando no, pero parece interesada en comerse todo esto. —Señaló su cuerpo con una sonrisa traviesa—. Aunque dice que lo que siente por mí, atentas, es real.
—¿Hace cuánto la conoces? —tomó la palabra la recepcionista.
—Esta semana.
—¿Y ya te ha dicho eso? —Abrió los ojos a todo lo que daban, alucinando.
—Así es ella. —Se encogió de hombros con una sonrisa.
—Espero que la parte adorable sea potente, porque quedar con una tía así…
—Es que no sé si lo dice de broma. —Se quedó unos segundos pensando—. No, no lo dice de broma. —Se apretó el puente de la nariz y suspiró—. Pero es muy divertida, y tiene la conversación más interesante que he escuchado en mi vida. Le ve la magia hasta al hecho de tomar un café. —Negó con la cabeza, sin poder creérselo todavía.
—Me sorprende, sinceramente, que no salieras de esa cafetería en la que quedaste con ella dejando tu silueta recortada al atravesar la puerta.
—Elvira, que me río mucho con ella. —Las miró a todas, una por una, y vio que tenían las cejas alzadas con picardía—. Es que me genera mucha intriga, ¿sabéis? Como está medio zumbada, nunca sé por dónde me va a salir. Igual me está diciendo muy seria que nota electricidad fluyendo entre nosotras —no solo Ro, sino que las cuatro fingieron un escalofrío—, y al momento me sonríe y se le cae todo el café por la barbilla.
—¡No jodas!
—Casi me meo de la risa, os lo juro. Es un cuadro, pero no deja de parecerme interesante, ¿qué hago?
—¿Cómo una persona puede compensar esos comportamientos que dan tanta grima?
—Pues imagina —dijo con una mueca de obviedad, intentando hacerse entender—. Por lo menos no me aburro.
—Y eso, viniendo de ti, es decir mucho —asintió Sara, que conocía a su amiga mejor que nadie.
—Pues no se diga más, tía, yo apoyaré siempre que te hagas novia de una muchacha con mansión en las afueras. ¿Tiene…?
—Sí, tiene piscina. De verano y de invierno.
—Pues adelante, Ro, yo, si tú lo ves claro, voy contigo a muerte, creo en vuestro amor —le iba diciendo Elvira mientras hacía como que estaba nadando a braza.
—¡Pero yo no! —Ro soltó una carcajada al ver las payasadas de su amiga.
—Bueno, pues sois amigas, y las amigas hacen barbacoas en las mansiones de sus amigas, a las que invitan a otras amigas. Lo dice la Constitución. —La reflexión de Elvira no tenía cabos sueltos.
—Ya me ha dicho que allí solo invita a novias.
—Es lista. Da grima, pero es lista. No sé si me gusta o si le pediría una orden de alejamiento. —Se frotó la barbilla Sara.
—En esas estoy yo, pero mientras tanto…
—Vas a seguir quedando.
—Así es. Encima, la muy capulla, me ha dicho que, si quiero quedar con ella, la próxima vez se lo proponga yo.
—Es rara, pero ahí la tenemos, respetando. Un punto para la chavala. ¿Cómo se llama?
—Paula.
—Paula lleva, de momento, más puntos positivos. Saca tu teléfono —le pidió Clara.
—¿Para qué?
—Para invitarla a salir. Mientras los puntos positivos sean más que los negativos, vas a seguir quedando con ella.
—La he visto esta mañana, no hay que ser ansiosa.
—Mañana libras —apuntó Sara.
—Ya, y ella se va a su mansión.
—Han dicho en las noticias que mañana va a hacer un día primaveral, perfecto para una visita a sus viñedos —insinuó Elvira.
—¡No sé si tiene viñedos! —Ro casi se ahoga con la cerveza de la risa.
—Lo que sea.
—Que no, que la voy a ver el lunes. Depende de lo que me encuentre, actuaré. No seáis intensas.
Ro sonrió al decir aquella palabra. Ya nada, ni nadie, podría parecerle intenso, pues en la escala de intensidad de Paula, quedaban a años luz de ella. Notó el teléfono, su forma, su peso, su calor, contra la pierna, guardado como estaba en el bolsillo del pantalón. Quería escribirle, no pasaba nada por reconocerlo. La escritora siempre encontraba algo divertido que decirle, alguna reflexión que hacerle o una ficha sutil que lanzarle. ¿Cómo iba a cansarse de algo así por muy extravagante que fuera su personalidad?
Se le aceleró el corazón. Fue un segundo de nada y, frunciendo el ceño, se preguntó qué habría sido eso.
Paula, desde la cama de la habitación del tapiz del minotauro, con las manos en el pecho y la mirada fija en el techo, pensó, justo en ese instante, en su camarera peleona y sonrió.
Se le aceleró el corazón. Fue un segundo de nada y, frunciendo el ceño, se preguntó qué habría sido eso.
La conexión es mejor que el de 5 G
A cada capitulo chillo más y me entrann ganas de que sea una historia infinita AAAAAAAA
No había pensado en la curiosidad como el preludio del amor… pero es verdad que una vez que se despierta la curiosidad pueden surgir muchas cosas…ganas del siguiente…
La curiosidad siempre nos lleva a algún lugar imaginario, a veces nos sorprende para mejor y otras nos abre un mundo hasta entonces desconocido por completo. Vaya con la conexión de estas dos, energías que se encuentran y se saludan en un punto certero pero desconocido a la vez. ¡Qué ganas de otro capitulo! ¿Habrá paseo por el laberinto o quedarán en campo neutro? Ay qué larga se va a hacer la semana!
Pd.: vuelvo a pedir dos publicaciones por semana. Que le den a dar de comer a desconocidos.
El ying y el yang van convergiendo..una delicia siempre leer a Cristina
Soy fan de Elvira, me encanta los comentarios que suelta jajaja
Esta historia se va superando cada capítulo, lo único malo es que la espera se me hace muy larga, pero merece la pena
Es súper interesante ver como Ro presenta a Paula a sus amigas, sin ellas conocerla. Espero leer muchísimo más!
Necesito más, una dosis semanal no es sufuciente para m´´i 🙁
Buahh, es q ya me tienes enganchsdísima, Cris. Q pena no poder dejar comentarios durante la lectura. Leerte siempre es un placer y ya con los tira y afloja… eres la reina de las fichas!
Quiero más, me está encantando ver cómo va avanzando esta relación
Me está gustando mucho muchísimo esta historia. Cada capítulo me gusta más que el anterior. Soy muy fan y me gusta muchos los diálogos.
Cómo alguna persona ya ha dicho a mi también se me hace raro no poder comentar cada párrafo.
Con muchísimas ganas de leer el siguiente capítulo 😁😊😁
Me flipa tanto que sean tan distintas. Y la manera de generar hype de Paula, admiración absoluta 💫
El viejo truco de dejarme el seis para cuando saliera el siete y tener dos me tiene en un nube ufff
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