El descanso del minotauro
27
—Paula, si no dejas de mirarme, no me puedo concentrar.
—Perdón.
Se ruborizó y volvió la vista al ordenador, donde escribía. Ro llevaba unos días instalada en su casa, ya que, después de pintar el piso de la camarera, el olor a aguarrás y productos químicos había resultado insoportable, por lo que Paula le ofreció alojo temporal en sus dominios. No pensó mucho la oferta, le salió de manera orgánica, y la verdad era que estaba encantada.
Paula seguía yendo todas las mañanas a desayunar al bar y, cuando Ro terminaba su jornada laboral, iba a su piso, se daba una ducha, sacaba a Conan a pasear y luego dedicaba la tarde a leer mientras la escritora trabajaba en su libro. La camarera se esforzaba en no molestarla, y procuraba no hacerse notar en las horas en las que la inspiración era mayor, que solían ser las del final de la tarde. A veces preparaba la cena mientras los dedos de Paula viajaban a una velocidad inclemente por el teclado, y otras era la escritora quien cerraba el ordenador de un golpe y proponía que se fueran a tomar algo por ahí para despejarse.
En resumen, estaban inmersas en una vida apacible, calmada y feliz. Sobre todo feliz. Ro, aventurera por naturaleza, no dejaba de sorprenderse ante el placer que le provocaba una existencia así. Nunca hubiera dicho que ella fuera a ser carne de rutina, pero lo cierto era que, en la relación que estaba construyendo con Paula, apenas lo parecía. Ninguna de las dos era de las que se adormecía en la cotidianidad, y no permitían que la desidia impregnara ni el acto más insustancial. Paula se bajaba de la estratosfera y Ro planeaba cuando estaban juntas, encontrando un equilibrio a media altura que hacía que ambas estuvieran fascinadas por la manera tan diferente en que podía verse el mundo desde allí.
Una escrutaba el suelo, los dibujos geométricos de los campos, los movimientos de hormiga de los coches por las carreteras, ya sin el impedimento de las nubes cruzadas en medio; la otra disfrutaba del aire racheado en la cara, del olor a limpio, del vértigo de no poder controlar nada por estar flotando entre el cielo y la tierra. Paula tiraba de ella hacia arriba hasta en los actos más mundanos, como un paseo nocturno por el parque, en el que le hablaba de vida en otros planetas, de los misterios de las pirámides y de la calidad del agua en la Atlántida. Ella, por su lado, la cogía del pie cuando se elevaba demasiado y perdía la perspectiva terrestre, a pesar de que, en ocasiones, esta se le escapara igualmente entre los dedos.
No podía evitar que la escritora tendiera hacia las alturas, y era cuando se alejaba de su alcance cuando más la temía. Últimamente, tenía la sensación de que había una parte de ella que no le contaba, que no se esforzaba en hacerle comprender, que la hacía evadirse en su mundo nebuloso. Ro notaba que, de vez en cuando, una sombra oscura cruzaba su rostro, como acechada por un secreto que no compartía, del cual se rehacía al instante como si nada hubiera pasado, con una sonrisa de postal que no le llegaba a los ojos y una distracción hecha de fábulas y cuentos imposibles. Siempre le servía eso, a pesar de que Ro practicara con ella el noble arte de hacerse la tonta para darle el tiempo que necesitara para procesar lo que tuviera en la cabeza.
Paula funcionaba así. A veces le venía un pensamiento innegable, una idea de esas que se te plantan delante en toda su grandeza y que no hace falta desentrañar porque se muestra cristalina a los ojos. Sin embargo, la escritora necesitaba desmenuzarla, hacerla trozos muy pequeños para poder masticarla y, solo entonces, digerirla y compartirla. Precisaba de un impasse para asentar lo que le caía a plomo en la cabeza mientras su cerebro echaba humo sin parar.
Ro detestaba que hiciera eso. Le hubiera gustado que se abriera con ella, que comentara todo el proceso mental que la llevaba del punto A al B, y no que saltara de uno al otro sin hacerla partícipe del durante. Por lo general, Paula era una mujer comunicativa, que prefería una verdad afilada a una mentira piadosa. Era alguien que no tenía escondrijos ni velos opacos, pero había ciertos temas que le resultaban indigestos, y esos eran los que más miedo le daban a Ro.
Fue su turno de mirar de reojo a Paula. Fruncía el ceño y hacía gestos con la cara al escribir. A menudo la escuchaba hablar en voz baja y reír entre dientes, y le gustaba observarla sin que esta se diera cuenta. Tenía el semblante sereno y los ojos entornados, señal de que se encontraba en su pico de inspiración máxima. Se le olvidaba hasta respirar.
—Ro, si no dejas de mirarme, no me puedo concentrar. —Le devolvió con su media sonrisa marca de la casa, sin quitar los ojos de la pantalla.
—Estaba pensando en lo curioso de esta situación, ¿sabes? —Cerró el libro, dejando un dedo en medio para no perder la página—. Estoy leyendo un libro tuyo mientras tú escribes uno que yo leeré en el futuro.
—Es verdad. —Paula se echó hacia atrás en el sofá, dejando a un lado el ordenador y estirando los brazos sobre su cabeza—. El pasado y el futuro aquí, coexistiendo. —La miró con la cabeza ladeada, y Ro vio en sus ojos que aún andaba levitando—. Imagina una historia en la que una chica está leyendo el libro de su autora favorita mientras ella la utiliza como musa. Está siendo parte de una historia que leerá más adelante, pero nunca lo sabrá.
—¿Me estás queriendo decir algo con esto? —Levantó un ceja y la comisura del labio.
—Imagina, además, que está escribiendo el libro delante de ella, en sus narices.
—¿Y qué pasa si, por ejemplo, la musa se entera? —Decidió entrar en su juego.
—Que ya nunca será el mismo libro, estará leído desde un lugar diferente, se le habrá roto esa parte de la imaginación en la que una fantasea con cómo será la protagonista, porque sabrá que trata sobre ella.
—Eso le quita parte de la gracia, ¿no?
—Y le da una nueva. No es habitual que la musa sepa que lo es, simplemente lee sobre alguien con quien se siente identificada. Eso le da un matiz diferente que, si no lo supiera, no se podría conseguir.
—Siempre se pierde y se gana algo —comprendió la camarera, dejándose infectar por su mundo de posibilidades improbables.
—También puede darse otra situación en la que nunca había reparado: la musa inventada que se convierte en realidad.
—No te sigo.
—Creo que siempre he escrito sobre alguien a quien no conocía y que no sabía si iba a conocer. Ahora, visto con perspectiva, me da la sensación de que siempre he escrito sobre ti.
—No sabías ni que existía, Pau. —Rio entre dientes, ruborizada, y recogió las piernas sobre el sillón en el que estaba sentada.
—Ya, pero te pensaba, y tenía la esperanza de cruzarme algún día contigo. Bueno, no contigo, sino con alguien que me recordara a mi chica ideal.
—Soy la antagonista de tu cuento de hadas, Pau, no inventes.
—Vale, de primeras no te parecías en nada a ella, pero, a medida que pasa el tiempo, veo que me siento tal y como lo soñé.
—¿De verdad?
—Pues claro. Puede que al principio solo nos acompañáramos, Ro, pero yo no me hago novia de cualquiera, porque no sé si te acuerdas, pero soy tu novia y tú eres la mía…
—Me acuerdo, gracias. Solo lo dices una media de veinte veces al día.
—¡¿Solo?! —Se exaltó—. Pocas me parecen para lo feliz que me hace.
—Ay, Pau…
—Lo que te decía es que, en un primer momento, no lo vi, pero a medida que te he ido conociendo he tenido que admitir que tenías razón: el amor no siempre te llega, a veces somos nosotras las que tenemos que caminar hacia él.
—¿Y dónde queda tu querida magia?
—¿La magia? Ro, la magia sucede todo el tiempo y cada vez más a menudo. Mira. —Se levantó del sofá de un salto apresurado, elevó a Ro en brazos y se sentó en su sitio, dejando a la camarera sobre ella—. ¿Lo notas?
Tomó una de sus pequeñas manos y la llevó a su pecho, y Ro pudo sentir, además del frenético bumbúm de su corazón, una llaga abierta a lo largo de su esternón, la humedad latente de un puñado de flores que no adivinó, una luz que resplandecía tenuemente a través de la tela de su camisa.
Abrió mucho los ojos, sorprendida y confusa. Se le aceleró la respiración y parpadeó muy deprisa, alargando la caricia. Miró a Paula, que sonreía, sabiendo que ella también estaba percibiendo bajo los dedos aquello que no existía a la vista, pero que no por ello era menos cierto. Ante su silencio, Paula volvió a preguntar:
—¿Lo notas?
—Sí… creo que sí —dijo en un murmullo asombrado.
—Pues ahí lo tienes, camarerita. —Besó su sien y le olió el pelo—. He comprendido que la magia dura más si va apareciendo de a poquitos, porque si te viene toda de golpe, es fácil que se gaste antes de tiempo.
—Me fascina que siempre seas capaz de llevártelo todo para lo tuyo.
—Tiene mucho más sentido ir sintiendo poco a poco hasta llegar a lo más alto, no me lo negarás.
—Paula paulatina. Me gusta el concepto, te da credibilidad.
—Gracias. Deberías intentar confiar más en mí, maldita cínica.
—Es que… —Paula alejó la cara de ella para poder verla mejor. No esperó encontrar inquietud allí.
—¿Qué pasa?
—No sé, a veces… A veces noto que no estás aquí, que te vas, y no sé si es a un lugar mejor para ti, más acorde a lo que esperabas… No sé si sigues soñando con alguien que vendrá, o si ya solo sueñas conmigo.
Paula soltó todo el aire que no sabía que estaba conteniendo. Ro era demasiado intuitiva como para haber pensado que no advertiría que en su mente se estaba librando una batalla campal. Apretó el abrazo con el que la rodeaba.
—Mi cabeza a veces me juega malas pasadas, Ro. De vez en cuando, se me enciende una luz de emergencia que me recuerda que las cosas no están ocurriendo como yo pensaba que debían ocurrir, y me asusto, no te voy a engañar.
—¿Te asustas?
—No es fácil luchar contra algo en lo que he creído toda mi vida, a pesar de que veo que el resultado, día a día, va siendo el mismo.
—A lo mejor solo necesitas tiempo para convencerte, para que este amor te convenza del todo —le dijo con la ingenuidad de quien desea que lo que dice sea verdad.
—Ya, pero… ¿Y si no soy capaz de apagar esa luz de emergencia? ¿Y si mis fantasías son más fuertes que yo, me agobio y…?
—¿Y te vas? —terminó la frase por ella, notando su temor, y el suyo.
—¿Y me voy? —Aceptó esa dura posibilidad—. No sé cómo seguir, Ro, cómo matar de una puta vez estos miedos que nunca acaban, que se trasforman y que no me dejan disfrutar de esto en paz. No quiero hacerte daño, no quiero perderme en mis propias ilusiones…
Ro tiró de ella y estrechó sus hombros, su cabeza, contra su pecho. Allí notó el jardín encantado que brotaba del corazón herido de amor de Paula. Cerró los ojos un segundo y aspiró su olor, con la esperanza aún frágil de que la escritora supiera mantener alejadas de él las fauces inclementes del miedo que, de tan cerca, también a ella empezaba a traspasarle la piel.
—Yo no puedo ayudarte con eso, Pau, solo estoy sosteniendo el hilo, esperándote en la entrada. Y no te asustes, pero deseo, de corazón deseo que encuentres la manera de matar a tu minotauro, porque tengo la sensación de que, si te salvas tú, nos estarás salvando a las dos.
—¿Por qué? —susurró, arrebujándose aún más en su abrazo, dejándose cuidar.
—Porque ya te quiero más horas de las que te dejo de querer y, si no puedes vencer tus temores, creo que me vas a romper el corazón.
Paula rodeó su cintura con los brazos, luchando contra la bola incandescente que le atenazaba la garganta. No quería llorar, no quería ser un Teseo débil consolado por su Ariadna guerrera. No debería ser así… Sería tan tan fácil que Ro matara su monstruo, cualquier monstruo que se le pusiera delante… Pero era algo que tenía que hacer por sí sola, lo sabía ella, lo sabía Ro y lo sabía hasta el infausto minotauro, que se relamía cada vez que proyectaba sobre Paula la larga sombra de la incertidumbre.
Su camarera le estaba pidiendo a gritos callados cierta seguridad para continuar con lo que habían inventado entre las dos, la misma que a Paula le faltaba. Estaba cansada de sentir que había una parte que nunca le daba, ese trocito que una siempre se guarda de sí misma para no morir por completo cuando alguien nos hace daño, ese pedazo que le pertenece al miedo y que este no se atreve a soltar.
No tenía sentido, pues empezaba a comprender que con Ro no había nada que temer, que la figura protectora del minotauro había dejado ya de ser necesaria, pues Ro le había demostrado por activa y por pasiva, con lo que decía y con lo que no, con su forma de mirarla y de tocarla, que ella iba a cuidarlo, que lo iba a tratar con la delicadeza que un corazón tan sensible como el suyo requería. Ro era digna de poseerlo, eso lo tenía claro, entonces, ¿por qué continuaba ese miedo con forma de bestia mitológica acechando en su espalda? ¿Por qué aún no caía fulminado sobre la arena rojiza del laberinto?
Paula había encontrado el amor, un amor, el que fuera, quizá no el soñado, pero sí uno con el que soñar; uno que no hacía temer la pérdida y la locura, pues estaba hecho de tantos tipos que se daba cuenta de que no habían puesto, ninguna de las dos, todos los huevos de los que tanto habían hablado únicamente en la cesta romántica, sino que los habían repartido entre todas las clases de amor que conocían, por lo que, si caía a mitad del camino la que tenía que ver con el romance, aún les quedaban muchos otros para quererse siempre.
Ya había derrotado a su miedo primigenio: el de encontrarlo. Sin embargo, este parecía cambiante, mutaba a medida que pasaba de pantalla. No se agotaba, y ella estaba empezando a cansarse de una guerra que no terminaba nunca. Lo tenía todo, todo lo que siempre había deseado, pero, aun así, no se sentía en paz consigo misma.
Apretó los dientes mientras se aferraba a Ro con toda su alma. Todavía no sabía cómo, pero tenía que encontrar la manera de aniquilarlo.
***
Si no puedes vencer tus temores, creo que me vas a romper el corazón.
Si no puedes vencer tus temores, creo que me vas a romper el corazón.
Si no puedes vencer tus temores, creo que me vas a romper el corazón.
Como un martillo pilón, esa frase se repetía incansable en el cerebro de Paula mientras paseaba a Conan por el parque. Sonreía como una tonta y al segundo siguiente una máscara de preocupación cubría su semblante. Sonreía, se ponía terriblemente seria. Así iba y venía, al ritmo inclemente que marcaban sus pensamientos torrenciales.
Una declaración como esa, en la que le había dicho, básicamente, que tenía su amor a estrenar en sus manos, era como para tener a Paula dando saltos de alegría. Sin embargo, Ro, sin pretenderlo, había añadido a su ya rebosado maremágnum mental un ingrediente que no se esperaba: la responsabilidad.
Ya no era ella sola, no era únicamente su estúpido corazón el que se ponía en riesgo ante el abismo del amor que tiene el poder de partirte en dos, sino que también estaba en juego el de Ro. Su camarera, la escéptica, la incrédula, no hacía más que dar pasos hacia delante, le otorgaba, sin dudarlo, una confianza que ella, siendo como era de volátil y de asustadiza, no sabía si merecía.
Se debatía sin tregua entre la felicidad más genuina y la culpa por no saber si iba a estar a la altura de lo que se esperaba de ella. No encontraba la forma de matar al minotauro, y empezaba a decepcionarse consigo misma por no ser capaz de apostarlo todo, sin dejarse ni un resquicio de duda, al amor.
Incapaz de seguir dándole vueltas a la mierda que, de tanto removerla, lo único que hacía era oler, sacó el teléfono y llamó a su salvavidas personal.
—Laura, ¿tú sabes algún truco para apagar el cerebro?
—Hola, Paula, yo también me alegro de hablar contigo.
—Jajajajaja, eres imbécil. ¿Cómo te ha ido el día?
—Pues ahora, escuchando tu voz, mucho mejor, reina. Y con respecto a tu pregunta, sí, me sé un truco. ¿Tienes para apuntar?
—Creo que podré acordarme, dispara.
—Se llama Jägger. En dosis de chupito te resetean la mente que da gusto. ¿Qué te atormenta y te perturba?
—Mi personalidad.
—Uf, tremendo problemón, tu personalidad desquicia a cualquiera. ¿Dónde estás?
—En la calle, paseando a mi perro adoptivo.
—¿Estás con la parienta?
—No, me ha dicho que se iba con sus amigas a tomar algo por ahí esta noche.
—¿Y no te ha invitado? —se extrañó Laura.
—No… Creo que… creo que quiere darme un poco de espacio porque me nota un poco rayada. He ido a echarme una novia demasiado intuitiva.
—Pero eso es bueno, ¿no?
—¿Que esté rayada? Pues no, no es bueno.
—Digo que sepa leerte tan bien, que yo te quiero mucho, Paula, pero eres más rara que un perro verde.
—He ganado la lotería con ella y parece que no me doy cuenta. —Se llevó una mano a la frente, detestándose como nunca.
—Ya veo… Pues recoge la cacota maloliente del perro de tu novia, date una ducha y ponte esa falda de tubo que tanto me gusta. Nos vamos a ir tú y yo a partir tarima esta noche.
—No sé si me apetece mucho, Lau…
—¿No querías una maniobra de distracción para hacerle el lío a tu cerebro? A veces viene bien dejarlo en standby y airearlo un ratito, que me hueles a cerrado desde aquí.
—Vaaale. En una hora te recojo.
Colgó la llamada y, sonriente, se agachó a acariciar a Conan, que movía el rabo, contento a su lado. Sí, una salida con su mejor amiga era justo lo que necesitaba para descansar del ruido incesante de su cabeza. Caminó mucho más ligera hacia su piso.
***
Ro se estaba vistiendo con ropa limpia después del ejercicio y la ducha correspondiente. Miró el móvil, que seguía guardado en un bolsillo de la mochila, haciendo tiempo hasta que Sara y Clara terminaran de cambiarse. Tenía un mensaje de su chica.
PAULA
Oye, baby, que yo también voy a salir por ahí esta noche
Por si llegas antes que yo, que no te asustes si no me ves
RO
Eres una envidiosa, como yo tengo planes, tú también, ¿no?
PAULA
Pues sí, qué pasa jajajaja
Creo que me va a venir bien despejarme un poco y Laura sabe cómo hacerlo
RO
Sí, yo también lo creo
Disfruta mucho, anda
¡Y no te enamores de una por ahí!
PAULA
No puede una mujer enamorarse de dos personas a la vez, Ro
RO
Tengo que hablarte del poliamor, Pau
Estás demasiado anticuada
Pero tendré a Cupido bajo llave, por si acaso
PAULA
Cupido ya ha hecho su trabajo conmigo, nena
RO
Pues avísale a tu cabeza dura, que me tiene harta
PAULA
En eso estamos
Te dejo, que nos traen la primera ronda
Ya sabes, un montón de rato
RO
Un rato larguísimo
Hasta luego
Guardó el teléfono en el bolsillo y siguió a sus amigas, que ya salían del vestuario y se despedían de Elvira, quien iba a unirse a ellas cuando terminara su jornada laboral. Suspiró, deseando que la salida con Laura le sirviera a su chica para dejar de preocuparse por monstruos que solo ella veía.
—¿Cómo va la convivencia matrimonial? —preguntó Sara, saliendo al calor sofocante de la calle.
—Pues muy bien, la verdad es que no sabía qué esperar, pero Pau para convivir es un diez. Un poco maniática con el orden, pero se puede aguantar.
—Conociéndola, cuando quieras volver a tu piso igual te encuentras con que ha cambiado la cerradura para que te quedes con ella —intervino Clara, soltando una risita.
—No te creas, ¿eh? Que a Paula le gusta mucho su independencia.
—Ro, venga, que ya sabemos cómo es. —Sara negó con la cabeza, sin dejarse convencer—. Me apuesto algo a que en este preciso instante está urdiendo un plan maquiavélico para secuestrarte.
—En este preciso instante tiene una copa de cerveza en la mano como tu cabeza de grande, guapa.
—¿No va a venir? —Se sorprendió Clara. Últimamente esas dos eran un pack.
—No, ha quedado con sus amigas. —Un nuevo suspiro y la mirada interrogante de Sara.
—¿Todo bien por villa amor?
—Sí, si todo va bien, es una tontería…
—Venga, suéltalo.
Ro estuvo un buen rato contándoles las novedades a las chicas mientras refrescaban las gargantas con cervezas bien frías. Cómo Paula parecía alejarse por momentos de ella, cómo la notaba ausente por momentos, la manera en la que sentía que había algo grande, más poderoso que ella, que torturaba su psique cuando menos lo esperaba.
Elvira llegó hacia el final y, tras hacerle un breve resumen, dio un trago enorme a su tercio y miró muy seriamente a Ro.
—Y tú estás que no te cabe en el culo ni el pelito de una gamba, ¿no?
—¡Elvira! —Se escandalizó Clara.
—Sí, estoy cagada, no os voy a mentir —admitió Ro, que ni siquiera había sonreído con la salida de tono de la recepcionista—. No quiero que sus miedos manden a la mierda lo que tenemos. La… la quiero mucho.
—Ro… —Sara se estiró sobre la mesa y cogió su mano. No estaba acostumbrada a ver a su amiga tan alicaída—. Es muy bonito que te sientas así. Si te asusta la magnitud de tus sentimientos y la posibilidad de perderla, significa que Paula es muy importante para ti.
—Pero yo no necesito este drama absurdo para darme cuenta, ¿sabes? Yo esto ya lo sabía, no soy estúpida.
—Paula solo necesita tiempo para adaptarse, Ro. Está siendo un cambio muy grande para ella, no te pongas en lo peor antes de saber qué va a pasar —la animó Clara, pasándole la mano por la espalda.
—El problema de fondo de todo esto está en si soy suficiente para ella.
—Se está rifando una hostia y tú tienes todas las papeletas, Rocío —le espetó Elvira, sin una pizca de humor en su voz.
—No, a ver, sé que soy estupenda y que me voy a casar con quien quiera, a lo que me refiero es que… Paula tiene un concepto del amor muy idealizado, ¿sabéis? Se cree que vive en una novela romántica y yo sé que no cumplo todos esos requisitos que para ella son innegociables, o lo eran, yo qué sé ya.
—¿Te preocupa, en serio? Si se la ve encoñadísima, tía.
—No es que me preocupe a mí, es que le preocupa a ella. —Ro las miró una por una con vehemencia, haciéndoles ver dónde radicaba el quid de la cuestión.
—No jodas. —Sara abrió los ojos de par en par. Eso sí que no se lo esperaba.
—Sin joder. Estamos muy bien, y la mayor parte del tiempo está convencida de que lo que tenemos es lo que quiere, pero a veces no tiene claro si, en algún momento, va a cambiar de opinión.
—¿Y quién lo tiene claro al cien por cien? ¡Nadie!
—Ya, pero el amor en el que ella cree es un amor aplastante en el que no caben las dudas, y yo no quiero ser la chica con la que la loca del hacha se conformó. Quiero que sea feliz, que tenga lo que desea, lo que ha buscado siempre, aunque no sea yo.
—Ojalá alguien me quisiera así —murmuró Sara, enternecida.
—Pues tremenda hostia de realidad se va a pegar como deje escapar lo que tenéis por vivir en los mundos de yupi, así te lo digo.
—La cuestión es que la hostia nos la vamos a dar las dos si eso pasa, porque creo que… creo que me estoy enamorando de ella. Mierda… —Apoyó la cabeza en el hombro de Sara, fingiendo un lloriqueo.
—Ay, Ro… —Clara hizo un puchero.
—Algún día se le quitarán las tonterías de la cabeza. Solo necesita un poco de tiempo, es normal que…
—¿Y si no? —Volvió a incorporarse, interrumpiendo a Sara— ¿Y si, como ella dice, se despierta un día y decide que puede aspirar a algo mejor?
—¿Y si la que se despierta un día pensando eso eres tú?
—Yo nunca he aspirado a nada, Sara, y esa es la diferencia entre nosotras. Sus expectativas son tan altas que, sea como sea, tengo la sensación de que va a tener que resignarse a algo mediocre, y yo no quiero ser su mal menor.
—¡Su mal menor! Es que flipo con la narrativa. —Elvira se tiraba de los pelos, literalmente —. Mira, Ro, esa chica será una excéntrica, pero tonta no es. Está en medio de una transición, así que sé paciente y dale tranquilidad, porque si tú te pones histérica, apaga y vámonos. Te quiere más de lo que las dos pensáis.
—¿Tú crees?
—Por favor, chicas, ayudadme con esto, porque al final le cruzo la cara de un guantazo.
—Ro, ella está haciendo una montaña de un grano de arena, y eso lo entiendo porque Paula es así, ¿pero tú? ¿Cómo te dejas contagiar por sus locuras? ¿En qué puto momento piensas que tú eres mediocre para ella?
—Esa chica está loca por ti, tía —asintió Clara y asintieron todas, con tanta convicción que se le aligeró el pecho de golpe.
—Yo qué sé, ¿cómo no voy a acojonarme si no está segura?
—Pero hija mía, que dudas tiene todo el mundo. ¿O es que tú no las tienes?
—Pues… pues sí.
Aquella confesión le dio la perspectiva del asunto que necesitaba. Un nuevo escenario se abrió en su mente y dejó de verse un escalón por debajo de Paula. Lo cierto era que las dos tenían las mismas debilidades, el mismo poder, el mismo salto al vacío delante de ellas y el mismo vértigo.
—Elvira tiene razón —intervino Sara con una sonrisa de tranquilidad—. Que ella piense que el amor tiene que ser una verdad universal no quiere decir que esté en lo cierto.
—Claro, no te dejes convencer por sus historias de princesas y dragones.
—Que sí, que muy bien, pero que si se agobia y se larga, la que se queda en la mierda soy yo, por mucho que esté de acuerdo con vosotras.
—Voy a hacer lo que nunca pensé que haría: ser la abogada del diablo de la escritora chiflada. —Elvira carraspeó y se irguió en su sitio—. Paula está haciéndole frente a lo que más teme porque desea tenerte en su vida. Nadie se enfrenta a un bicho de dos metros, como tú dices, por algo que considera mediocre. BOOOOOOOM. Punto, set y partido. —Levantó los brazos hacia el cielo y lanzó besos a un público inexistente.
—Eso es verdad —contestó Ro con la boca pequeña, no queriendo ilusionarse demasiado.
—Te frustras porque Paula ha entrado en bucle, y tú con ella, y es mucho más sencillo que eso. Estáis remando ambas en la misma dirección: tú para darle seguridad y ella para demostrar lo importante que quiere que seas. No seas impaciente, joder.
—¡Dilo más alto, Sarita, que te oigan los del fondo! Esta chica —Elvira agarró a sus dos amigas con las manos para hacerlas partícipes de su incredulidad— nos está poniendo la cabeza como un bombo por una tía. ¡Ro! ¡¿Pero esto qué es?!
—Qué ganas tengo de que te enamores para darte con ello en los dientes, desgraciada. —Rio Ro por primera vez en toda la tarde.
No sabía cuánto necesitaba aquella conversación hasta que la tuvo. Se estaba dejando arrastrar por los miedos de Paula, por la presencia de un minotauro que no le pertenecía. Entendió que no sobrevivirían al temporal si se dejaba llevar por sus quimeras. No debía cargar con sus dudas y las de Paula, tenía que dejar que fuera la escritora quien las resolviera, para bien o para mal.
Ella solo tenía que ser paciente, una roca inamovible en medio del mar a la que regresar cuando pasara la tormenta, una Ariadna tranquila que espera con una madeja de hilo en las manos.
me identifico mucho con ro, literalmente estoy en la misma situación ahora, gracias por mostrar su lado sensible
Elvira representándome en toda la conversación jajaja
Ay Cris a mi no me asustes asiii, no quiero dudas 🙁 quiero que sea ya la boda jajjajajaja y ahora a esperar otra semanaaa. Gracias por otro cap hermoso ❤️