El descanso del minotauro
26
La cena había ido todo lo bien que podía ir, teniendo en cuenta que Ro seguía de los nervios y Paula aún era incapaz de salir del shock de haberse convertido, en un minuto, en la novia consorte de Rocío, deshilvanadora de madejas, receptora de sobres de azúcar y reina indiscutible de su corazón. Así, pum, de repente, sin una conversación previa, solo con esas pistas que la camarera iba soltando de vez en cuando como miguitas de pan, con sus te quiero a ratos, con sus vente aunque sea a dormir, con sus escapadas diarias de cinco minutos al piso de la escritora solo para darle un par de besos y volver corriendo a casa.
Afortunadamente, Conan se había llevado parte de la atención de los mayores, pues Ro le había enseñado algunos trucos y no hacían otra cosa que jugar con él y cebarlo a comida por debajo de la mesa.
Se habían acomodado en los sofás de exterior del porche después de la cena con sendas copas y cafés. Manoli se les había unido, mientras que Manu, Carmina y su marido habían decidido bajar la comilona dando un paseo por los alrededores.
—Mira, mira qué culito. —Señalaba Rosana en una foto en la que Paula aparecía desnuda de espaldas en una playa, con un gorro de pescadora, una pala en una mano y la otra señalando un barco lejano.
—Mamá… —suplicó la escritora, tapándose la cara y negando con la cabeza.
—No te pongas así, que aún no hemos llegado a la adolescencia. Ahí sí que hay buen material, Ro.
—¡No, ni de coña, mamá, ni de puta coña!
—Hija, ¿tú crees en la democracia?
—Por supuesto —contestó muy segura.
—Está bien, votemos.
—¡No!
—La democracia, mi vida. Haber elegido muerte. ¿Votos a favor?
Ro, Manoli y la propia Rosana levantaron rápidamente sus manos, riendo por lo bajo por la cara de indignación de Paula.
—¿Tú también? —le reprochó a Ro—. Pensaba que éramos un equipo.
—Y lo somos, cariño, pero hubiéramos caído en un empate. Lo he hecho por el bien de la dinámica del juego. —Le acarició la nuca y se mordió el labio. Le apetecía darle un beso, pero con su madre delante no se atrevía.
—Ya, ya.
—Tiene mucha labia esta chica, Paula —comentó Manoli, que se moría de la risa—. Te va a quitar el puesto de embaucadora.
—Solo quiere haceros la pelota, que no os engañe con esa carita de buena. Es terrible.
—¿Ah, sí? —preguntó Rosana, pasando páginas del álbum.
—Cuando coja confianza y deje de parecer una monjita de la caridad, me lo cuentas.
—Me estás pintando fatal, Pau. —Se ruborizó Ro y le dio un golpe en el brazo.
—Querida, yo ya te asumo con carácter, porque para aguantar a esta… —Señaló a su hija con un golpe de barbilla.
—¡Y Ro vuelve a meterse en el partido! —exclamó la morena, levantando los brazos para festejar.
No tardaron en irse a la cama, arguyendo que tenían que estar frescas para el día siguiente. Se despidieron de todos los presentes y se encaminaron al piso alto, donde estaban las habitaciones.
—Te iba a preguntar si te lo has pasado bien, pero te he visto muy cómoda conspirando con mi madre contra mí.
—Tenía que dar buena impresión, a pesar de lo mucho que te has esforzado en dejarme mal.
—Es que estabas confraternizando demasiado.
—¿Y eso no te gusta? —le preguntó mientras se ponía el pijama.
—Me encanta, pero no quiero venirme arriba y acostumbrarme demasiado pronto a esta idílica estampa familiar.
—Bueno, es normal que estas cosas pasen, ya sabes, cuando tienes novia. —Ro habló en voz muy baja, acariciando con los dedos la tapa de madera de la caja de música.
—Novia. Es que…
—¿Qué? —Se giró hacia ella y vio que se aproximaba lentamente a su cuerpo.
—Que nunca he tenido una novia. Bueno, una novia de verdad, con quien tenga una relación de confianza y con la que me sienta tan en sintonía que me apetezca presentársela a mi gente.
—¿Y qué tal la sensación? —sonrió con ligereza, pero Paula, que ya la empezaba a conocer, notó la inquietud en el temblor de sus pupilas. La abrazó por la cintura y le besó la frente antes de contestar.
—Increíble. Estoy deseando estar a solas para ponerme a gritar y saltar.
—Puedes hacerlo ahora.
Paula la miró con los ojos entornados, aceptó el reto y se separó de ella un par de pasos. Se puso a canturrear una canción inventada que repetía la palabra “novia” una y otra vez mientras movía los hombros arriba y abajo y hacía unos movimientos muy ridículos con los brazos. Meneaba las caderas como una serpiente epiléptica y a Ro le dio por reír.
—Ro es mi novia, novia, novia, nooovia.
—Te quiero.
—Mi nooovia esss… —Se detuvo en mitad de la habitación con los brazos en alto, los dejó caer y sonrió en grande—. ¿Qué?
—No me hagas repetirlo.
—Dímelo al oído, así muy bajito, que yo no se lo cuento a nadie. —Se acercó a ella con la cabeza girada, dejando la oreja a la altura de su boca.
—Que… que te quiero —susurró, nerviosa, Ro.
—¿Sin ratitos ni nada?
—Es que ahora mismo estamos en uno de esos ratitos. —Se abrazó a su cuello y escondió la cara allí, muerta de vergüenza.
—El ratito más largo del mundo —ronroneó Paula, levantándola del suelo y subiéndosela a la cadera.
—Pues sí. —Sonrió, con los brazos sobre sus hombros, pero se puso seria de repente—. Ahora, una cosa te voy a decir. —Ro la miró y la señaló con un dedo enhiesto que parecía una bayoneta—. Jamás he tenido novia y mucho menos he comido con algo parecido a unos suegros, yo solo como con los padres de Sara, que prácticamente me han criado, así que, Paula, mírame a los ojos. —Le tomó la cara con las manos y le atravesó el cráneo de parte a parte con su mirada. La escritora ni parpadeaba; le encantaba cuando Ro entraba en brote—. A mí no me vengas a joder y enamorarte de una por ahí con esas mierdas tuyas del flechazo rancio, porque te juro que te…
Paula la calló con un beso feo, uno de esos besos que no encajan porque se está sonriendo, en los que chocan los dientes por las prisas y la alegría del momento, y que consigue convertir el beso más horrible del mundo en uno de los más bonitos dados jamás. La escritora separó la cara de la suya sin dejar de sonreír y le dio un toque de nariz con nariz.
—Un poco de confianza, coño.
—Paula, que nos conocemos, que yo nunca he tenido novia y este es un paso muy importante para mí.
—Pero Ro, si estoy empeñada en pintarte la casa y ponértela preciosa para que no te quieras ir. Eres una chica lista, ata cabos.
—Encima no te cachondees, Pau. —Le mordió un moflete y luego lo besó para paliar el dolor.
—No tengas miedo. No voy a prometer que te amaré por siempre con estas idealizaciones mías del romanticismo cliché que tan poco te gustan, pero no sé, tengo la sensación de que te querré durante mucho tiempo.
—Vaya, y yo que pensaba que cuando tuviéramos esta conversación hincarías la rodilla en el suelo para pedirme matrimonio…
—Es que ahora me doy cuenta realmente de todo lo que implica el amor, ¿sabes?
—¿Y ahora ya no te gusta el concepto, o qué?
—Sí, claro que sí, es solo que siempre me lo he tomado como algo festivo y ruidoso, pero es una cosa seria, Ro. Estoy poniendo muchos huevos en tu cesta, y tú en la mía, y me acojona que se caigan al suelo. Prefiero ir por un camino llano antes de ponerme a escalar esa montaña tan pronto.
—Hay que comprar plástico de burbujas para esos huevos antes de subir.
—Claro. Luego ya sí, luego puedes pedirme que me case contigo y yo te diré que sí, que quiero.
—No pienso pedírtelo yo, Pau. Vale que hayas madurado y que vayas confiando en un amor más terrenal, pero joder, también me gusta la loca del hacha. Me gusta mucho.
—Estás perdida, Ro.
—Lo sé.
Paula se tiró sobre la cama, intentando no hacer daño a su camarera, distrayéndola con besos por el cuello y manos largas.
—Paula, yo sé que quieres ponerle un lazo a este día con un polvazo, pero está tu madre abajo.
—Intentaré hacértelo regular para que no grites mucho —dijo entre lametones y mordiscos.
—Tú… ahhh… tú nunca me lo haces regular…
—Si pretendes que pare, no lo estás haciendo bien. —Le levantó la camiseta y metió dentro la cabeza para besarle el abdomen y subir, subir, subir.
—Es que… es que tienes razón, estas cosas hay que… joder… hay que sellarlas.
—Veo que ya te he convencido. —Golpeó su pezón con la lengua, una sola vez, y los brazos de Ro la empujaron hacia su pecho para que terminara de una vez lo que había empezado.
***
Después de desayunar, los invitados subieron a sus habitaciones para recoger sus pertenencias e ir preparándose para volver a la ciudad. Ro le abrió la puerta a Conan y se dispuso a dar un paseo con él por la finca y despejar un poco la cabeza de la situación tan surrealista que había vivido la noche anterior. Sin embargo, apenas le duró el paseo solitario, pues en cuanto Rosana la vio alejarse, se aproximó a ella en una breve carrera.
—¿Te puedo acompañar?
—Sí, claro. Quería estirar las piernas y que Conan corriera un poco. En la ciudad no me gusta soltarlo.
—Es un perro encantador. Fíjate, teniendo esta parcela, cuando Paula era pequeña, y nunca nos dio por tener uno.
—Son lo mejor. Llegas a casa y hay alguien que siempre se pone contento de verte.
—Supongo que habrás visto el tapiz en la habitación de Paula. Aunque claro, como para no verlo, con lo grande que es. —Rieron las dos—. Ella lo trataba como si fuera un perro. Hablaba con él y lo saludaba cuando veníamos a pasar el fin de semana con los abuelos.
—Ella y sus cosas —sonrió con una nostalgia que no era tal, como si pudiera imaginarse perfectamente a esa Paula en miniatura abrazando el tapiz en el que aparecía el animal mitológico, feliz por el reencuentro.
—Es idéntica a su abuela. Cuando Paula era pequeña, me ponía muy celosa de su relación, pero con los años me pareció bonita esa manera de entenderse que tenían. No necesitaban ni hablar.
—Me hubiera gustado conocerla —suspiró Ro, que de tanto hablar de esa mujer se lamentaba de no haber llegado un poco antes a la vida de su chica.
—Era una persona muy especial. Incluso después de separarme de su hijo, siguió invitándome a la mansión a comer con ellos de vez en cuando. Vinieron a mi boda y nos abrió las puertas de su casa para conocer a mi marido. Para ella la familia la conformaba cualquiera a quien quisieran los suyos, y eso es algo que se nos ha quedado a todos grabado a fuego.
—Yo no sé mucho sobre cómo funcionan las familias.
—Lo sé, Paula me contó. —A Ro le gustó que Rosana no le diera mayor relevancia al asunto. Le gustaba esa mujer.
—Pero entiendo el punto. Apenas he venido aquí un par de veces y Conan ya tiene una cama para él, juguetes y cuencos para la comida.
—Es una familia de locos, pero así somos. Yo ya no formo parte de la familia como tal, pero no he dejado de formar parte de ella. De eso se encargó Andrea. Menuda era.
—Cabezota como su nieta, imagino.
—Exacto. Ahora ha recogido el testigo mi hija, así que, si permaneces por aquí un tiempo, ya no podrás escapar de las garras de la famiglia. —Puso los ojos en blanco, en una queja ficticia—. Te lo digo por experiencia, no te rías, que parecen de la mafia italiana. Y cuando conozcas a su padre…
—¿También es un intenso?
—De la casta le viene al galgo, qué te puedo decir. Como vea que quieres a su niña, serás una más. Creo que por ese motivo Paula, a pesar de sus excentricidades, nunca nos había presentado a ninguna chica.
—¿Tenéis buena relación? Tu exmarido y tú, quiero decir.
—Muy buena. Hablamos a menudo y quedamos de vez en cuando a comer los cuatro juntos.
Caminaron sin prisa por los terrenos, charlando sobre naderías y toderíos disfrazados de conversación insustancial. Paula, con un café caliente, de pie en el porche, las observaba deambular con una sonrisa satisfecha. Muchas veces se había imaginado cómo sería introducir a una chica en su ambiente familiar, tan estrafalario a veces, tan vehemente, pero jamás pensó que esa chica fuera a ser Ro. Sin embargo, ahí estaba, soltando su risa ruidosa cien metros más allá con alguna de las tonterías de su madre.
Se le inflamó el pecho de orgullo por esa camarera que andaba de puntillas por la vida de los demás, pero que había entrado como una apisonadora en la suya, para su gran suerte. Se preguntó por qué habría decidido no ser efímera para ella, por qué motivo, en lugar de huir, tal y como seguramente le había dictado su carácter cuando la conoció, había decidido quedarse con ella a ver qué pasaba en la siguiente temporada.
Es el amor, querida.
Una mezcla de voces en su mente: su nana, su padre, su madre, Ro, el minotauro y ella misma. «Menudo coro góspel», pensó, dejando salir una risita nasal. Al final iba a resultar que sí, que era cierto que había más de un camino correcto para llegar a la meta del amor. Esas voces se lo habían confirmado, pues ninguna de ellas tenía una historia igual a las demás.
Afinó el oído, prestándole atención a ese rumor interno que no cesa, a ese ruido al que una se acostumbra y que la mente obvia. Escuchó, sin ningún género de dudas, cómo se fraguaba allí dentro una estructura colosal: el sonido del yunque y el martillo sobre el metal, el roce afilado de las vigas entre sí, el fragor ensordecedor que hace una torre de acero levantándose desde los cimientos, sólida como un monolito que, no obstante, está hecho de mil piezas.
Pudo notar cómo se construía de la nada el amor robusto al que había intentado llegar por la vía rápida, por las autopistas inciertas del azar y la casualidad, del destino, quizá. La forma contundente en la que se erigía con altanería, aspirando alcanzar el cielo, imparable y majestuoso, ensamblado con soldaduras poco estéticas, pero prácticas.
De lejos, una podía verlo como un monumento sin tacha, tal y como lo había soñado alguna vez, pero era una obra de pura ingeniería. Si te acercabas, podías ver las cicatrices, las señales del trabajo manual, el esfuerzo humano reflejado en cada muesca, en cada restregón imborrable que hace el metal que acaricia otro metal.
Paula, viéndolo irguiéndose de esa manera tan incontestable, asentado sobre unos cimientos que parecían llegar hasta el centro mismo de la Tierra, sintió cierta paz. No iba a ser fácil derribar un amor así.
—Quita esa cara de demente y dale un beso a tu madre, que se va. —Rosana la sacó de su ensimismamiento con su potente voz.
—¿Ya? Aún es temprano.
—Y esta, Rocío, es la chica que quería irse pitando al ver que su madre estaba en la casa. En fin, ten mucha paciencia con ella, la vas a necesitar. —Le dio dos besos a Ro y un abrazo cálido. La morena se dejó hacer, poco acostumbrada a ese derroche de afecto.
—Lo sé. Veré qué puedo hacer. —Suspiró y apretó el abrazo, sin saber muy bien por qué.
—Nos vemos pronto, espero.
—Yo también lo espero, ha sido un placer conocerte.
—Lo mismo digo. Ven aquí, primogénita.
La comitiva se marchó, dejando a la pareja en la puerta de entrada, saludando con la mano al coche que se marchaba. Se miraron de reojo y rompieron a reír.
Aprovecharon la escasa hora que les quedaba de soledad para darse los mil besos que no se habían dado en presencia de Rosana e ir preparando la barbacoa. Se pusieron los bikinis y se dieron un baño escandaloso bajo la mirada de Manoli, que tomaba un vermú sentada en una de las sillas de mimbre. Ninguna de las dos se dio cuenta de la desaparición del ama de llaves, demasiado metidas en las anécdotas que una y otra contaban de sus experiencias en el mar.
—Estas dos siempre con los chochetes en remojo. De verdad, Manoli, son insoportables. —Laura atravesó el jardín seguida de Elisa. Llevaba un sombrero de cowboy y una faldita minúscula. En el trayecto se había quitado la camiseta, que dejó en una tumbona.
—¡No le hagas esas bromas a mi Manolita, que le creas un trauma, que ella es muy inocente! —la regañó Paula, tirándole agua desde la piscina.
—¡Oye, guapa, que no nací ayer, que soy más vieja que el hilo negro!
—Déjalas, Manoli, son como crías. —Eli se sirvió ella misma una cerveza de la nevera, rellenó el vaso del ama de llaves y se sentó junto a ella—. Tú cuéntame, ¿cómo llevas la lista de libros que te hice?
—Esta chica nunca desconecta del trabajo —negó Laura con disgusto, acercándose al borde de la piscina—. Os veo muy fresquitas por aquí.
—Os estábamos esperando. ¿Te metes? —preguntó Ro con cara de pilla.
—Apenas estáis afianzando vuestra relación, igual es un poco pronto para pensar en ménage à trois, golfas, que sois unas golfas.
—A ver si va a resultar que la que quiere eres tú. —Ro agitó las cejas arriba y abajo, despistando a la rubia mientras Paula, sigilosamente, salía de la piscina.
—¿Es que tu mujercita no te tiene cont…?
No le dio tiempo a terminar cuando, empujada por la escritora, cayó sin remedio al agua.
—¡Paula, te voy a matar! ¡Que la falda es nueva! —La aludida reía agarrándose la tripa.
—El cloro va muy bien para tratar las telas sintéticas —dijo Manoli, que observaba la escena con cariño. La puerta sonó y se levantó para abrir.
—Espera, Manoli, te acompaño, que esas deben de ser mis amigas.
Ro se secó a toda prisa y se enrolló la toalla al cuerpo. Volvió al jardín acompañada de Elvira, Clara y Sara. Parecían los ángeles de Charlie, cada una customizada con gafas y accesorios a cada cual más hortera. Ro se llevó las manos a la cara al verlas aparecer, pero bueno, esas eran sus amigas, Paula tendría que quererla con todo.
Presentó a las chicas y todas decidieron darse un chapuzón para ir entablando conversaciones sobre el clima, el increíble sombrero de cowboy de Laura y el tipazo que Manoli se negaba a mostrar en bañador.
—Llevaba mucho tiempo esperando este encuentro —comentó Paula, mirando a Elvira y Laura, que no habían tardado en conectar.
—Todavía la tengo a prueba, pero en mi catálogo de amigas me faltaba una actriz, así que va por el buen camino. —Elvira hizo una mueca de aceptación.
—Que Paula tenga una amiga actriz es totalmente inesperado —intervino Clara—. No le pega.
—Es verdad, le pega más una amiga bibliotecaria o algo así —asintió Elvira.
—¡O forense!
—Sara, tía, ¿forense? —se metió Ro, muerta de risa.
—Sí, algo así serio, metafísico y un poco turbio.
—Veo, amiga, que estas personas ya te tienen calada. —Laura pasó un brazo por los hombros de Paula—. No voy a poder venderte bien, lo siento.
—Perdona que te diga, pero tiene este casoplón y piscina. Se vende sola esta persona —rebatió Elvira.
—Amigas por interés, justo lo que estaba buscando. Me voy a preparar las brasas antes de que me saquéis los colores con tanto halago. —Se acercó a la escalera y empezó a salir.
—¡Y encima, cocina! ¡Ro, no la dejes escapar! —vociferó Clara.
—Que os jodan. —Les sacó el dedo de en medio y se fue hacia la barbacoa.
—Voy a echarle una mano. —Ro salió también.
—Echarle una mano significa enrollarse en la despensa, os informo —dijo Sara, haciendo reír a las demás.
—¡Os he oído! —Les sacó también el dedo de en medio y se marchó de allí.
—Las que duermen en el mismo colchón se vuelven de la misma condición, hay que joderse. —Negó Elvira con la cabeza—. Tenemos a la niña abducida.
—Y nosotras a la nuestra —suspiró Elisa.
—Bueno, pero eso en Paula es normal, ¿cuándo no lo está?
Las protagonistas de la conversación escucharon las carcajadas desde la caseta del jardín, donde se guardaban los aparejos de jardinería, herramientas y, por supuesto, el carbón. Tal y como habían adivinado sus amigas, Paula y Ro se estaban besando como si fueran a prohibirlo mañana mismo.
—De… deberíamos salir —murmuró Ro, con la respiración atragantada.
—Me pone muy cachonda que estemos ejerciendo de novias. —No detuvo sus besos por el cuello húmedo de la camarera, que le mojaba la mejilla con el pelo mojado de la piscina.
—¿Y cómo es eso de ejercer de novias? —Le dio un tirón en el pelo para separarla de ella y que dejara de calentar lo que no se podían comer.
—Ya sabes: cena con los suegros, juntar a las amigas, ser anfitrionas…
—La anfitriona eres tú, Pau.
—Lo mío es tuyo y viceversa, cuchi cuchi —dijo en un tono empalagoso que hizo reír a la morena.
—Eso es de casadas, acuérdate de los huevos en la cesta. No hay que correr.
—Hay que correrse, claro, tienes toda la razón. —Volvió a atacar su cuello, pero Ro la separó una vez más.
—Tienes la boca como el culo de un babuino, Paula, y yo miento fatal. Esta noche le aullamos a la luna.
—¿En la piscina?
—Donde. Quieras. —Moduló la voz como si fueran golpeteos de su lengua en el centro mismo del cuerpo de la escritora.
—Ay, mamá, he roto aguas —gimoteó, enfadada con su terrible destino de mujer que quiere y no puede.
—Venga, vamos, que seguro que están liándola.
Cuando salieron de nuevo al sol, se encontraron a sus cinco amigas en silencio, con los brazos apoyados en el borde de la piscina, en fila, mirando hacia ellas. En cuanto pusieron un pie en el césped, empezaron a silbar, a aplaudir y a decir groserías. Se pusieron rojas como tomates.
—¡Espero que os lavéis las manos antes de tocar las chuletas, guarras! —gritó Laura, jaleada por las demás.
—¡No… no encontrábamos el carbón! —se excusó Paula como pudo.
—¡Pero si vemos cómo te brilla la barbilla desde aquí, qué me estás contando! —se animó Sara.
—¡Han sido unos besitos, madurad de una vez! —Ro se abrazó a la cintura de Paula y tiró de ella hacia la barbacoa.
—A esta le huele la boca a coño, vamos, me apuesto una mano.
—¡Elvira! —se escandalizó Clara, llevándose las manos a la cara y riendo como una ratilla.
—¿Qué ha dicho? —Se giró Paula.
—Mejor que no te enteres —contestó Elisa como pudo, ahogada de risa.
Manoli, haciendo caso a los consejos de Paula, se había ido a comer y pasar la tarde con su hermana, más por darles un poco de intimidad con sus amigas que por lo que aquellas locas pudieran decir delante de ella. Conocía a Laura y Elisa desde hacía muchos años, estaba curada de espanto.
Se sentaron a comer y beber, disfrutando del día veraniego y de la compañía. No es que Ro tuviera muchas dudas sobre cómo podía ir un encuentro como ese desde que había conocido más en profundidad a las amigas de Paula, pero ver cómo interactuaban unas y otras le puso contento el corazón.
—Y, bueno, ¿vive alguien aquí de continuo? —preguntó Clara.
—Solamente Manoli. Antes vivía también mi abuela, pero murió en febrero, así que está casi siempre vacía.
—Lo siento mucho.
—No pasa nada. Yo vengo siempre que puedo, y mis padres también. De hecho, mi madre y su marido estuvieron aquí anoche con unos amigos.
—Uf, Ro, bien esquivada esa bala. —Elvira estiró la mano y la morena se la chocó—. Por unas horas te has librado de conocer a la suegra.
—Bueno… Nosotras llegamos anoche.
—No. —Sara miró a su amiga con seriedad.
—Sí. —Ro apretó los labios y asintió.
—¿Hubo presentación oficial? —intervino Elvira, sustituyendo a una Sara estupefacta.
—Pues sí. ¿Qué íbamos a hacer, volvernos? Nada, me tocó cena con la suegra. —Las amigas de una y otra se pusieron las manos en la boca intentando contener la risa.
—Me tocó dice, como si hubieras estado incómoda, no te jode —se indignó Paula—. La tendríais que haber visto. «Señora, por favor, enséñeme más álbumes familiares, son encantadores» —la imitó con tono pijo, ganándose un golpe en el brazo de su parte.
—¡Pero serás mentirosa! ¡Yo no hablo así!
—Madre mía, Ro, una suegra —murmuraba Sara.
—Es muy maja, la verdad.
—Pues como su hija —se ufanó Paula, hinchando el pecho.
—Ro con suegra, me mato —seguía Sara, erre que erre.
—¿Ya te ha recomendado alguna receta? —intervino Elisa, que conocía bien a Rosana.
—Pues no. ¿Lo suele hacer?
—Muchísimo. A mí me escribe cada dos por tres para que pruebe cosas. Ahora está en el ciclo de comida sueca.
—No me dijo nada —se preocupó Ro, frunciendo la frente—. ¿Crees que es que no le he caído bien?
—Claro que sí, cariño, pero no os ha dado tiempo a profundizar —la calmó Paula con un beso en la mejilla.
—Cariño, la hija de la suegra de Ro la llama cariño, aquí, delante de todas —iba relatando Sara entre dientes, atónita.
—¿Y qué tal llevó tu madre lo de conocer por fin a una novia tuya? —curioseó Laura, disfrutando del momento.
—Pues muy bien, me la esperaba más exaltada, pero se comportó.
—Novia dice, y Ro no la corrige, madre mía, madre mía. —Sara recibió un cogotazo de la camarera, que reía, desconcertada por el brote de su amiga.
—Sí, Sara, sí, llevamos juntas casi cuatro meses, ¿sabes? No voy a hiperventilar por asumir que somos novias, no pasa nada.
—Ellas debían de ser las únicas que no sabían que eran novias, en fin —comentó Elvira con ironía.
—Tu primera novia, Ro. —A Sara le brillaban los ojos, emocionada.
—Lo sé. —Le temblaron los labios.
Sara se abrazó a ella y tuvo que hacer su máximo esfuerzo por no ponerse a llorar. Ro le daba palmaditas en la espalda para calmarla, entendiendo su reacción. Muchos años y mucha soledad a cuestas. Sonrió con ternura y cerró los ojos al sentir la mano de Paula en su espalda, intentando reconfortarla. Sara sorbió mocos y se apartó de ella.
—Tienes una novia y una suegra, Ro —le dijo como queriendo que la morena fuera consciente de esas palabras.
—Cállate, que me cago por la pata abajo.
—Eh, a ver qué está pasando aquí. —Paula se metió entre ellas y las separó como si estuvieran peleando—. Sigo sin creerme que Ro no haya salido corriendo después de presentarse como mi novia, así que no vas a venir tú ahora a joderme el chiringuito, guapa.
—Dios me libre. —Levantó las manos en señal de inocencia y todas rieron.
—Vaya estampa idílica, amigas. —Elvira se encargó de rebajar la intensidad del ambiente—. Al final va a ser verdad eso de que los opuestos se atraen. Clara, ¿quieres salir conmigo?
—¡Oye! —se quejó Laura, reclamando su sitio.
—Es que tú y yo somos demasiado iguales, tía, no va a funcionar. Bueno, Clara, ¿qué me dices?
Entre bromas, juegos de cartas y baños en la piscina, la tarde transcurrió apacible y divertida. En un momento en el que Paula se quedó sola en la mesa con una copa en la mano, aspiró el aire cálido y lo soltó lentamente por la nariz, observando a ese grupo variopinto que hacía competiciones por ver quién aguantaba más tiempo debajo del agua. Se sintió afortunada.
Volvió la cabeza y echó un vistazo al laberinto lejano. Un nuevo suspiro y muchas ganas, y miedo, pero más ganas, luchando por ocupar el primer lugar en sus instintos. Unas manos rodeando su cuello desde atrás y un beso en el pelo. No necesitó girarse para saber quién era.
Cerró los ojos y sonrió, capturando ese momento y las sensaciones que le bullían dentro para dejarlas metidas en una cajita de su memoria. Echó la cabeza hacia atrás y abrió los ojos. Allí la vio, con la cara limpia, el pelo alborotado y la papada horrible que se ve siempre desde abajo, mirándola como si, en ese momento, estuvieran pensando justo en lo mismo. La vio más hermosa que nunca.
Las ganas, adelantando por la derecha.
⇒ Más capítulos
Estaba deseando que llegara este encuentro entre las amigas de cada una y no ha decepcionado, me encanta esta historia.
Same! Me flipa toda la historia pero las escenas corales orquestadas por Cris son mi debilidad. Q gozada de historia!
Estoy lista para asistir a esa boda amigxs, espero que ustedes igual.
Hermoso Cris, graciasss!
a veces siento que estoy ahí, con ellas, sintiendo cada sensación que tienen. es hermoso
Vaya! Me transporta a la escena al leer, es impresionante la forma de narrar sensaciones… Gracias!
Cuando mas amigas de ambas se llevan bien es un a ganar en la vida. Gracias Cris por este capítulo 🖤
Es una pasada está historia y me encanta como describes cada escena es como estar viviendo dentro de una peli gracias Juana Cristina por tanto arte
Todo el capitulo con una sonrisa tonta, me encanta como escribes
Vaya capítulazo me ha encantado. Y lo bien que se lleva Ro con su suegra 😋😋 Y lo bien que han congeniado y compenetrado los dos grupos de amigas 😁😁.
Muy muy fan de cómo Cris escribe las escenas grupales que te hace leerlas como si estuvieras dentro.
Muchísimas gracias por compartir con nosotrxs está maravillosa historia 😊😊