El descanso del minotauro
18
La luna estaba altísima esa noche. Paula la observaba con detenimiento, analizándola, como si estuviera esperando que le contara algún secreto inconfesable. Ladeó la cabeza y suspiró, deseando con todas sus fuerzas que aquel golpe de aire lleno de todo lo que le andaba bullendo dentro no desencadenara ningún tipo de caos, que el efecto mariposa no fuera tal y que simplemente se quedara en una exhalación que solo pretendía sacarle la emoción de las tripas.
No, Paula no quería que se modificara su realidad, se negaba a que un pestañeo al otro lado del planeta deshiciera el equilibrio apacible en el que se encontraba dormitando. Quería quedarse donde estaba, en un balcón que no era suyo, con los pies descalzos, una camiseta que le iba un poco corta y una mujer desnuda dos habitaciones más allá.
Nunca se hubiera imaginado que fuera posible esa paz. No creía posible que la nada estuviera tan llena de cosas, tan abarrotada de aves migratorias y ruidos de ambiente que se dejaban de apreciar por la costumbre de que siempre estuvieran ahí, pero, que si una se paraba un momento a escuchar, se daba cuenta de que nunca habían dejado de sonar, como la marea que no se calla ni cuando se hace de noche.
Había llegado a la conclusión, de una manera más bien dolorosa pero indiscutible, de que una mentira dicha cien veces no se convierte en verdad, que la felicidad no es un estado sostenido en el tiempo, sino que está hecha de instantes diminutos colgados, como pinzas, de una cuerda de tender. Allí, sola, respirando el aire templado de mayo, estaba a punto de tener uno de ellos.
Se le puso alerta el corazón, traspasando la ropa con la luminosidad intermitente que le salía del pecho. Un aviso de su cuerpo y un silencio seguido de un ruido casi invisible de pisadas. Se acarició la grieta, abierta desde el día que tuvo delante a su camarera. Ya no escocía, no supuraba ya, porque es imposible que duela lo que no se desea tener. Acarició con los dedos, a través de la camiseta prestada, los pétalos de la rosa que había brotado de su esternón, y deslizó las yemas hasta delimitar las espinas, las grandes olvidadas del amor. No pinchan si no aprietas, y en esas estaba: en dejarlas estar sin querer atraparlas con las manos para quedárselas.
Un cuerpo cálido pegándose a su espalda, un mentón en el hombro, un beso a hurtadillas en la base de su mandíbula y una nueva pinza unida a las demás.
—¿Qué haces?
—Estar aquí.
—¿Puedo estar aquí contigo, un ratito?
—Todo el que quieras.
Sonrió la escritora para sí. Ro era una increíble rival para sus frases de guion, pues, sin saberlo, acababa de resumir en una conversación improvisada todo lo que les estaba pasando. Acompañarse durante un periodo breve de tiempo, el necesario para coger fuerzas y seguir hacia delante. ¿Cada una en una dirección? No quería pensarlo todavía, pues de Ro había aprendido a disfrutar el presente en lugar de añorar un futuro que no le pertenecía.
Le acarició las manos, posadas en su tripa, y echó la cabeza contra la suya, en un gesto tan íntimo que la dejó de piedra. Se sentía cómoda en su piel, algo que no le sucedía desde hacía demasiado tiempo, y era culpa de Ro. Con ella no le importaba saberse perdida, ya que había sido precisamente la camarera quien se lo hizo notar, quien la miró sin la venda de la idealización en los ojos, tal y como era: una chica desquiciada y hundida por el peso de sus propias expectativas. Y las ajenas. Se dejó llevar, al conocerla, por su aura neblinosa, sin perder de vista su cuerpo castigado por las inclemencias de un corazón que ansiaba ser querido; apartó con los brazos las enredaderas que rodeaban lo que aparentaba ser y se quedó en su figura solitaria y un poco triste. No se dejó deslumbrar por lo que la adornaba, sino por todo lo que había debajo.
No podía temer ser juzgada por una mujer que miraba descarnada su alma y, en lugar de correr, había tirado de su mano para apartarla a un lado del sendero. Y se quedaba con ella, como un ángel de la guarda.
Entendió, de golpe, el amor del que Ro le había hablado días atrás, y pensó que, aunque no fuera una manera muy poética de querer, era la más piadosa de todas. No hacía daño.
—¿En qué piensas?
No fue hasta que cesó el flujo de sus pensamientos que preguntó, como si pudiera verlos a través de su pelo y de su piel y de sus huesos. También en eso era hermosa su manera de esperarla.
—En los ángeles.
—Qué manía con creer en cosas que no existen, Pau. —Un golpe de su nariz contra el cuello y una risita ronca.
—Como el amor, ¿no?
—Exacto.
—¿Crees en los ángeles, Ro?
—Por supuesto que no.
—Pero…, ¿te los imaginas?
—Sí —susurró, adivinando por dónde iba la escritora.
—Pues de eso va un poco el amor.
La camarera se alejó un segundo del hueco de su cuello y observó su perfil. Paula tenía la vista perdida en el horizonte, ensimismada, embebida en sus propias palabras, y cayó en la cuenta de que tenía razón. No creía en el amor, pero le había descrito el que ella se imaginaba como si lo conociera, como si lo ambicionara incluso, como si algo le dijera que existía, en alguna parte.
La miró con una admiración nueva y desconocida, como si, ahora sí, todas las patrañas y cuentos de hadas que le había contado hasta el momento obtuvieran de repente un peso de verdad abrumador. Fue un instante de nada, pero pudo ver el mundo con los ojos soñadores de su escritora. Y era bello. Y tuvo ganas de llorar.
Estaba aprendiendo de Paula a cambiar, de vez en cuando, el prisma con el que observaba la realidad, y parecía que, de ese modo, la vida cobraba algo de relevancia.
—¿En qué piensas tú? —le devolvió la pregunta, apretándose ella misma el abrazo de Ro en torno a su cintura.
—En la magia.
—La magia tampoco existe, Ro.
—Aquí, contigo, sí.
Paula se giró a mirarla, sorprendida por sus palabras y alborotados todos los pájaros de su interior. Sus ojos planearon lentos hasta posarse sobre los suyos y la raja del pecho volvió a escocer. No debía anhelar el amor de alguien que no creía en él, se recordó, pero cómo no hacerlo cuando parecía que…
—Vamos dentro, que te vas a enfriar.
La tomó de la mano y caminó tirando de ella. Qué curioso que Paula quisiera huir de esa magia palpable que acababa de envolverlas y que Ro deseara haberse quedado a vivir en ella…
***
RO
¿Te vienes a hacer escalada?
Escalada de verdad, que te veo venir
PAULA
Mierda, ya me había hecho ilusiones
RO
Te gusta más follar que a un tonto un lápiz
PAULA
No te oigo quejarte cuando le rezas a toda la corte celestial
¡DIOS, JODER, JESÚS, LA VIRGEN!
RO
Católica, apostólica y romana desde chiquitita
¿Te apetece o no?
PAULA
Me apetece hacer contigo hasta una mudanza
Pero ya has visto mis nulas capacidades físicas
RO
Yo no diría eso…
En horizontal te veo muy en forma
PAULA
Luego la salida soy yo, en fin
¿A qué hora?
RO
JAJAJAJAJAJAJAJAJA
A las siete
Después unas cañitas y recuperamos
PAULA
Vale, a menos cuarto te recojo
RO
La verdad es que tengo muchas ganas de verte
PAULA
Me viste esta mañana en el desayuno, camarerita
RO
Me gusta pasar tiempo contigo, que me detengan
PAULA
¡QUE ES UNA MENTIROSA!
RO
Malísimo, al rincón de pensar
PAULA
Vale
Me muero de ganas de verte
RO
Pero si me viste esta mañana, mimimimimi
PAULA
Ro picada, mi Ro favorita
Ponte a trabajar
RO
Que te jodan
Hasta luego, millonetis
PAULA
Hasta luego, proletaria
La morena negó con la cabeza y se soltó el labio. Cualquier día se lo arrancaba. Estaba en una nube de purpurina con la escritora, y ella misma se daba un poco de grima. Jamás había estado en ese estado de idiotez supina que, aunque no fuera amor, a ojos de alguien no experto, podría parecerlo. Le encantaba verla y, si no podía, hablarle y, si tampoco podía, pensarla. Se le estaba metiendo dentro sin querer, ni una ni la otra, y quizá por ese motivo la estaba dejando entrar.
Si Paula hubiera ido hasta su atalaya con toda la artillería, como al principio, con las catapultas, los arietes y el ejército de tierra, mar y aire, se hubiera sitiado sin posibilidad de réplica, replegando los puentes levadizos y dejando que su atacante personal se muriera de hambre y de sed. Sin embargo, el hecho de que entrara a escondidas y a solas, trepando la muralla, a pesar de que ella la estaba viendo desde su torre de marfil, no le hizo verla como una amenaza, sino como alguien que buscaba un lugar donde guarecerse de la lluvia. Por eso no le mandaba a los perros, enternecida por su voluntad de entrar sin ser vista solo para conocer su ciudad interior.
Sacó a Conan el Bárbaro una vez terminada su jornada laboral. Se puso su mejor chándal y se miró al espejo para comprobar que le hacía un culo divino. No estaba a la altura del de su escritora, pero tampoco estaba mal.
Otra vez pensando en ella, ya basta.
Sonó el timbre y bajó corriendo por las escaleras, abrió el portal de un tirón y se encaramó de un salto al cuerpo robusto de Paula, que la acogió con los brazos abiertos, una queja risueña y un trastabilleo de pies que buscaban no perder la vertical.
—¿Eso es que estás contenta de verme? —le dijo mirándola a los ojos, achinados por tan grande sonrisa.
—Estoy anticipando el ridículo espantoso que vas a hacer hoy —le acarició la nuca, despejada por una coleta alta, y se perdieron sus ojos en los rasgos suaves y la mandíbula marcada de Paula.
—O sea, que te estás riendo ya de mí y aún no hemos empezado.
—No, la verdad es que tenía ganas de verte y hacer algo diferente contigo —reconoció, mordiéndose el labio con inseguridad—. Además, van a venir las chicas, así que todo es, de repente, perfecto.
—¿Tus amigas? —Ro se sorprendió al no hallar inquietud en sus palabras.
—Sí. Elvira trabaja allí, de eso la conozco, y siempre voy con Sara. —Se bajó de su escritora y echaron a andar hasta el gimnasio, unas manzanas más allá—. Cuando íbamos al instituto, nos apuntamos juntas a escalada y lo hemos mantenido hasta hoy.
—¿Ibas con ella al instituto? —Rozó su mano con la suya y, al no encontrar rechazo, se la tomó. La sonrisa involuntaria de la camarera le confirmó que no estaba incómoda con ese acercamiento.
—Sí. Es mi única amiga de aquella época. Luego, cuando cumplí los dieciocho, me fui de casa y me puse a trabajar.
—¿Tan joven? ¿No tenías ganas de estudiar algo?
—No. Quería saborear la libertad, el ser dueña de mi propia vida después de años dando tumbos de casa de acogida en casa de acogida. Ya podía tomar las riendas y estar donde yo quisiera estar, así que eso hice.
—Y te ha salido muy bien, eres una mujer increíble.
—Vaya, muchas gracias. Pensé que me ibas a echar la bronca por ser una cabra loca.
—Tus circunstancias te avalan, así que lo entiendo. Tiene sentido.
—Todo lo que hago lo tiene, Pau. —Le guiñó un ojo y empujó la puerta del gimnasio.
—Traerme a hacer escalada desde luego que no.
Elvira las vio acercarse antes de que se soltaran la mano, por lo que se mordió los labios para contener la mofa y terminó por sonreírles con profesionalidad.
—Buenas tardes, jóvenes. ¿Están inscritas en este gimnasio?
—Hemos venido a la clase gratuita de prueba —le siguió Ro el rollo.
—Me suena tu cara… —Se acarició el mentón la pelirroja.
—Venga, deja de hacer el tonto.
—Esta chica siempre cortándome las alas. ¿Cómo la aguantas, Paula?
—Es camarera en mi bar de siempre, no me queda otra. —Se encogió de hombros y se llevó un codazo de Ro.
—Te voy a recordar esto, espero que lo sepas.
—Encima rencorosa. En fin, Paula, mucha suerte con ella.
—La estoy teniendo, gracias por preocuparte.
—Qué bonito. —Fingió una arcada y las tres rieron—. Venga, dejad de hacer el vago que Sara y Clara ya se han cambiado.
—Espera, que no he pagado. —Paula fue a buscar su cartera en la mochila, pero las dos chicas pusieron los ojos en blanco a la vez y Ro tiró de ella hacia los vestuarios.
—Eso ya está arreglado.
—Pero…
—Ya me lo pagarás en carnes, guapa.
Dejaron las cosas en las taquillas, Ro se puso las zapatillas de escalada y Paula la observó de pie, mirando sus propias deportivas de marca sin apenas estrenar, un poco avergonzada.
—Creo que no vengo bien equipada.
—Yo creo que sí. Esas mallas… —Levantó la vista de los cordones que se estaba atando y le hizo un gesto con la mano para que se girara. Paula obedeció entre risitas—. Sí, definitivamente vienes perfectamente preparada. La que no sé si lo está soy yo.
—Me gusta tener ese poder sobre ti.
—¿Cuál de todos?
Paula se quedó con un palmo de narices, sin saber cómo contestar a eso. Para ser una persona ligera, había que ver cómo se transformaba cuando estaba en su presencia. La escritora a veces dudaba sobre quién era más intensa de las dos.
Entraron en la zona de escalada, donde las amigas de Ro ya se encontraban estirando. Se aproximaron a ellas y se saludaron con dos besos y un montón de piropos por sus atuendos.
—¿Estás preparada, Paula? —preguntó Sara, a quien no le alcanzaban los ojos para observar a los dos especímenes que tenía delante.
La primera vez que las vio, pudo notar a la perfección la química que fluía entre ellas, como una maraña de electricidad estática que era capaz de erizarte la piel si te acercabas demasiado. Sin embargo, además del deseo evidente, esa tarde vio otra cosa entre ellas. Una ternura que no combinaba con una relación superficial, un cariño derramado por sus ojos cada vez que cruzaban miradas, una complicidad que nada tenía que ver con la que surge desde el catre. Tenía que ponerse al día con su amiga para que le contara las novedades en su relación con la escritora, pues tenía la sensación de haberse perdido un par de temporadas.
—Pues no mucho, le tengo cariño a mis dientes, no quiero dejármelos contra el suelo.
—No te preocupes, yo te sostengo —la tranquilizó Ro, acariciándole el brazo.
Clara miró a Sara con las cejas en alto, notando en el tono de su amiga el subtexto que la acompañaba. Se aguantaron la risa: no estaban acostumbradas a verla babeando por nadie.
—Yo me pongo con Paula y vosotras dos juntas. Empiezo yo, para que veas un poco cómo es.
Ro se puso a organizarlo todo, empezando a preparar las cuerdas y explicándole por encima lo que tenía que hacer.
—Bueno, pues parece que nos toca estar aquí abajo, esperando. —Sara estaba encantada de la vida de tener la oportunidad de hablar ella a solas, aunque su presencia le imponía bastante. Paula, que lo notó, sacó a relucir sus excelentes dotes sociales cuando no tenía en juego el corazón.
—Así me cuentas sus secretos más turbios. —Le guiñó un ojo y volvió la vista a la camarera y a Clara, que ya estaban preparándose para empezar la subida.
—Paula, tienes que ir soltando cuerda para que no tire y me impida subir, ¿vale? —le recordó Ro, a punto de empezar.
—Oídooooo —imitó la voz de una cocinera y las tres soltaron una carcajada.
—Tú hazla reír y la tienes en el bote —le susurró Sara.
—La verdad es que ya me he dado cuenta de eso. El finde pasado estuvimos en la sierra con Conan y…
—¿Te llevó a uno de sus días de retiro espiritual con su hijo? —preguntó, con la boca abierta de estupor.
—Sí. —Se movió para mirarla y, al ver su cara, frunció el ceño—. No sabía que fuera para tanto.
—Es para mucho. La conozco desde que tenía catorce años y nunca me ha invitado a ir con ella a sus escapadas de domingo.
—¿En serio?
—Muy en serio. —Cabeceó con una sonrisa incrédula.
—¡Paula, dame cuerda, porfa!
—Dimi cuirdi, pirfi —se burló la arquitecta entre dientes—. Se está volviendo una cursi gracias a ti.
—¡Qué va! —Se le pusieron coloradas hasta las orejas.
—Cómo se nota que no la conoces. A los chicos los pone a parir cuando no le dan cuerda. Menudas peloteras lía, solo se la oye a ella en todo el gimnasio.
—Con esa voz tan desagradable que tiene cuando chilla. —Se rio Paula, dándole cuerda a su morena para no desatar su ira.
—Dios, tiene un pitido que se te mete aquí y te sangran los oídos.
—Pero es muy mona, ¿verdad?
—¿Ro? ¿Mona? ¿Estamos hablando de la misma persona?
—Es adorable, no lo negarás.
—Rocío no es adorable, Paula.
—¿Sabes que yo pensaba que se llamaba Rosa? —Puso una mueca de desagrado. De repente, Rosa no le gustaba en absoluto.
—Ro es de Rocío de toda la vida. A las Rosas las llaman Rous.
—Es que, verás, en mi familia hay una movida con las rosas que…
Ro fue a subir al siguiente tramo, pero, al notar la tensión de la cuerda, miró hacia el suelo para comprobar que, efectivamente, Paula y Sara estaban meadas de la risa cuatro metros más allá, ignorando totalmente su responsabilidad como personal de salvamento y cuchicheando como colegialas.
—¿Qué coño estarán hablando? —le preguntó Ro a Clara, que al ver que tampoco tenía cuerda, estaba mirando a su vez hacia abajo.
—De ti, seguro.
—¿Tú crees?
—A Sara le encanta el cotilleo y esa chica está loca por ti, Ro. Suma dos mas dos.
—Normal que lo esté, nena. —Se señaló a sí misma con un movimiento de barbilla y un gesto de superioridad.
—Tú también lo estás por ella, así que no vayas de superada, flipada.
—Qué mentira más flagrante hacia mi persona. —Se hizo la indignada.
—Ehm… Me encanta hablar de tu novia, pero se me están durmiendo las ingles de estar aquí subida sin moverme.
—No es mi novia. —Un ardor en el pecho y una sonrisa oculta a duras penas por el flequillo—. ¡Paula, dame cuerda, joder!
—¡Perdón, perdón! —Fue soltándola rápidamente con su cara homologada de no haber roto un plato en su vida. Pero a Ro ya no se la colaba.
—¡Dejad ya de cotorrear y hacednos caso! ¡En vuestra vida vais a ver unos culos como los nuestros, prestadnos atención y así a lo mejor aprendéis algo hoy!
—¡Me sé tu culo de memoria, camarerita! ¡Deja de llorar y sube la pared de una vez, que tardas más que mi abuela en bicicleta! —le devolvió Paula, ganándose un aplauso de Sara y una ovación ruidosa de Clara, que no la imitó por no caerse.
—¡Hostia puta con la escritora! ¡Te ha dejado planchadísima, amiga! —Se asomó Elvira desde la recepción, llamada por los gritos, y felicitó a Paula con unos golpes en la espalda.
—Es que si no se me pone rebelde. —Hinchó el pecho y apretó una sonrisa tímida, orgullosa de haberse ganado un poco a las amigas de su chica.
—Di que sí, tú tienes que mantenerla a raya, que a esta le das la mano y se coge el brazo entero.
—Y hasta el corazón —asintió, mirando hacia arriba con todas las estrellas de la vía láctea en los ojos.
—Y a Ro le encanta este azúcar, no salgo de mi asombro —dijo en dirección a Sara, que cabeceaba, claramente impresionada.
—Está loca por mis azucarillos, qué os puedo decir. ¡Muy bien, esa es mi chavala escaladora! —la jaleó en cuanto la vio llegar a la cima y sentarse a beber agua con una sonrisa satisfecha, más por los vítores que estaba recibiendo desde el suelo que por su tremenda hazaña.
—¡Hazme la pelota ahora, sí, muy bonito!
—En realidad le encanta —les dijo Paula a las chicas que tenía al lado, con una sonrisa traviesa.
—Le encantaS, querida, por algún extraño motivo que no logramos entender.
—Bueno, Sara, tú es que eres hetero y no sabes de estas cosas, pero tiene sentido que a Ro le guste esta muchachita.
—Sí, bueno, es guapa —dijo con un encogimiento de hombros.
—Estoy aquí —se hizo notar la aludida, pendiente de la conversación y de Ro, que se disponía a bajar.
—No solo es guapa, tía, tiene labia. Y las mujeres somos muy duras, pero nos encontramos con alguien que hable bien y las bragas, a volar.
—Sí, eso es verdad, me vuela las bragas hasta a mí —asintió Sara.
—Sigo estando aquí, chicas. —Levantó la manita y la agitó para que la miraran, ruborizada, pero estaban pasando de ella descaradamente.
—Y entiende a Ro, esa gran incógnita humana. Sabe cuándo tiene que frenar y cuándo tiene que acelerar —continuó Elvira con su discurso.
—Eso se llama inteligencia emocional.
—¡Eso! Joder, cómo se nota que has estudiado.
Paula se apartó de ellas un paso, dejando que siguieran hablando de su persona con total libertad mientras Ro la guiaba para poder bajar de la pared sin riesgos. Cuando apenas estaba a un metro de altura, soltó toda la cuerda y Ro cayó sobre sus brazos, como una novia al entrar en la habitación nupcial.
—Eres una peliculera, Pau. —Se mordió el labio, abrazada a su cuello.
—Y tú estás sudada. Eso le quita impacto al cliché, no sufras.
—Me has vacilado un montón ahí arriba, tienes una amonestación.
—¿Y cómo me la puedo quitar?
—Tendrás que hacer un cursillo y un examen.
—Vale, ya me avisas de la convocatoria. Pero te ha gustado, Ro, a mí no me engañas.
—¿Que hagas piña con mis amigas? Mucho. Te pones muy guapa cuando conspiras contra mí y te ríes como una cría que ha hecho una trastada.
—Es que me las tengo que ganar para que seas mi novia.
—Eso no va a suceder —ronroneó, un poco atontada por la cercanía de Paula.
—Lo que me temía. —La bajó de su regazo y la dejó en el suelo—. Tira, que con las no novias no se tontea delante de un gimnasio entero.
—Qué rencor noto en tus palabras. —Agitó la cabeza, llena de Paula, y correteó tras ella.
Fue el turno de Paula, que no sabía ni dónde tenía los pies. Se subió a la primera piedra y se escurrió, golpeando la pared con la rodilla y provocando las risas de las demás.
—Parece que no te ríes tanto ahora, ¿eh, escritorita? —Se burló Ro, que estaba viviendo su mejor vida.
—Me rindo. Yo la escalada en vertical no la domino.
—¿En vertical? ¿Pero qué escalada hacéis vosotras, marranas? —Elvira se llevó teatralmente una mano a la boca.
—Una más divertida que esta. —Lloriqueó Paula, acariciándose la rodilla maltrecha.
—Venga, cobarde, al menos inténtalo —la animó Ro con una palmadita en el hombro.
—Coge bien la cuerda, por favor, Ro, que me da miedo.
—Te prometo que la tengo cogida con todas mis fuerzas. —Le mostró las manos, enredadas en ella, y le hizo un asentimiento de cabeza. Cuando Paula encaró de nuevo la pared, susurró para sus amigas—. Si no va a subir ni medio metro, la cuerda ni se va a tensar.
—Qué mala eres —la regañó Clara, aunque se reía—. Pobrecilla, hay que reconocerle el esfuerzo de venir aquí a pasar penurias solo por hacer algo contigo.
—Ya… Es… es un amor de persona —murmuró con tono embelesado.
—Sí que lo es —asintió Elvira, guardándose los comentarios mordaces para otra ocasión—. Oye, mira, que ya ha subido dos piedras.
—¡Muy bien, Pau, lo estás haciendo genial! —Aplaudió la camarera, emocionada con los avances de la escritora.
—¡No aplaudas, Rocío, por favor te lo pido, que como me caiga me mato!
—Estás a la altura de una silla, por Dios, nena. —Se carcajeó la morena—. Si me acerco a ti, llego a morderte el culo.
—¡Concéntrate, me cago en la puta! ¡Esto está más alto que una silla, falsa de mierda!
—Un taburete de cocina —apuntó Elvira en voz baja, haciendo que volvieran a reír.
—¡Os estoy oyendo, desgraciadas!
—¡Y que no se calla esta persona! —se quejó Sara, que iba ya por la mitad de la pared—. ¡Me gustas mucho para mi amiga, pero si no dejas de chillar como una rata y me caigo por tu culpa, no vuelves a ver a Ro ni en foto!
—¡Estoy a punto de estamparme contra el suelo, déjame expresarme antes de morir!
—Sentada en la barra de mi cocina estoy más alta que ella —se animó Clara a participar en las mofas contra la escritora.
—Mira, mira cómo estira la pierna. —Señaló Elvira el cuerpo de Paula—. Y qué piernas… Menuda jamelga se ha buscado la Ro, ¿no?
—Se mira, pero no se toca, envidiosa —le advirtió, con un dedo en alto, un momento antes de que Paula se escurriese y cayera.
Le dio tiempo a la camarera de tirar de la cuerda y evitar el desastre. Se acercó corriendo a ella para asegurarse de que no se hubiera hecho daño y, justo al llegar a su altura, Paula se levantó de golpe con los brazos en alto, la cara roja como un tomate, perlada de sudor, y una sonrisa gigante.
—¡Otra vez, otra vez! ¡Joder, Ro, qué subidón! ¿Me has visto? ¡He llegado casi hasta donde estaba Sara! —La morena miró hacia arriba, donde su amiga se encontraba riéndose, a punto de llegar a la cima, y bajó los ojos de nuevo hasta su escritora ilusionada.
—Claro, nena, estabas justo a su lado.
—¡Ha sido increíble! —Le dio un pico fugaz y volvió a intentarlo.
Ro se echó hacia atrás para verla subir de nuevo las cuatro piedras que ya se había aprendido en su primer intento. Negó con la cabeza, con el pecho al descubierto y una ampolla extraña que palpitaba con cada bumbúm de su corazón. Crecía a cada momento que pasaba con Paula, se tensaba como la piel de un tambor y sonaba del mismo modo cuando la tenía cerca de su cuerpo.
La observó ascender el metro y medio que le permitía su nula experiencia y se sintió orgullosa de ella. Una mujer con un miedo atroz a cuestas y unas zapatillas deportivas de vestir, trepando por una pared cuya cima no alcanzaría nunca. Pero allí estaba, probándose, siendo animada por cuatro mujeres que acababan de llegar a su vida, pero que se pusieron a festejar como locas la enorme proeza que eran para ella los dos metros de altura que consiguió superar.
Paula, incapaz de sostener más su peso, se dejó caer hacia atrás, empapada, exhausta y feliz. Abrió los brazos y las piernas y cerró los ojos, cayendo a cámara lenta ese tramo minúsculo pero infinito, con el cabello azotado por el viento y las miradas asombradas de unas casi desconocidas puestas sobre su cuerpo etéreo.
Hizo el vuelo del ángel sin temor, pues sabía que tenía al suyo abajo, sosteniendo la soga que la iba a mantener a salvo.
Una cuerda de escalada y una pinza nueva colgando de ella.
Aquí estoy esperando que salga el libro en físico para comprar 50. Menuda maravilla, por favor ❤️ Gracias Cris
RT yo me pido otros 50 😜😜
Aahh qué bonito 💕
Casi me pongo a hacer capturas de todo el capitulo jodeeeer
Estoy como Kirya, queriendo tomarle capturas a todo el capítulo, me encanta lo que escribes.
Precioso como siempre, que ironía que una de ellas empiece a poner los pies sobre la tierra mientras la otra vuela.
Me ha encantado… me gustan ese rollo con las amigas
Qué capítulo más bonito! Una vez más la escritora ha conseguido mantenernos enganchadas desde el comienzo y es que es imposible no amar a las dos protagonistas de la historia. Pau haciéndose más colega de la realidad y Ro permitiéndose volar un poquito a un mundo ideal porque abraza algo el corazón. Los diálogos como siempre sublimes. Enhorabuena! Feliz fin de semana y semana minopuras.
Ayyyyy Cris que bonito es que cada capítulo es mejor. paula te amoooooo y a Ro ya quiero mucho 🖤
Que maravilla de capitulo, me encanta como va avanzando su relación y el buen rollo que hay con las amigas🥰
Buah ♥️