El descanso del minotauro
17
Iba pasando páginas como quien devora pipas en una tarde de verano. Se mordía las uñas, lloriqueaba a menudo y reía de vez en cuando con las tonterías que se les ocurrían a unos personajes que ya estaba empezando a conocer. Pudo apreciar en todos ellos pinceladas de su escritora: el humor inteligente en uno, las intensidades en otro, esa manera excitante y sensual en la que jugaba con los dobles sentidos en el de más allá. Ninguno estaba basado explícitamente en ella, pero veía a Paula en todos.
Llevaba la tarde entera y parte de la noche sin poder parar de leer, rescatando de las frases que ponía en boca de otros su manera de sentir, tan apasionada; de creer, con tanta y tan absurda fe. Paula era capaz de dibujarle con palabras, sin darse cuenta, todas las aristas de su mundo interior, los lagos tranquilos en los que Ro solía nadar cuando estaba con ella, pero también los bosques encantados, los acantilados peligrosos, los páramos vacíos, tristes y solitarios.
Notaba, en la manera en la que transcurría la historia, la lucha dolorosa que llevaba años batallando en su corazón, el quiero y no puedo, el sí, pero no, la ansiedad de no alcanzar nunca la orilla por mucho que patalease en el agua, quedándose siempre a medio palmo de tocar el suelo con los dedos de los pies.
A veces solo tienes que dejarte llevar por la marea, Pau, y ella te llevará, quizá, a una playa mejor.
El miedo es un estado mental que no tiene ninguna lógica. Sucede y punto, y Ro podía extraer de la narración de la escritora que era un sentimiento que a menudo opacaba a todos los demás. Sin llevar siquiera la mitad de la novela, ya estaba segura de que ninguno de sus libros terminaba bien. A lo mejor, Paula pensaba que en su vida también iba a ser así.
Sonó el teléfono y, del susto, soltó el libro sobre las piernas. No sabía ni qué hora era y casi le costó reconocer el lugar en el que se encontraba, una vez expulsada del plano en el que la escritora la había absorbido con sus letras. Descolgó y escuchó una respiración agitada y pesada seguida, tras unos segundos, por un grito atroz.
—Hola Rooooooooo.
—¡Pero no grites! —Soltó una carcajada involuntaria—. ¿Tú sabes la hora que es, loca?
—Es la hora del amorrrrrrrrrrr.
—La cena con Eli y Laura se ha alargado un poquito, ¿no?
—Un poquito, jaja. Jajajaja. Jajajajajajajaja. Uf, qué risa.
—Menudo pedo llevas, amiga.
—No soy tu amiga, soy tu chica, pero no tu novia. No me ves, pero estoy poniendo una carita muy triste.
—¿Cómo de triste? —Dejó el libro sobre la mesa de centro y se acomodó en el sofá para disfrutar de la conversación ebria de Paula.
—Como dos puntitos y abrimos paréntesis. Un paréntesis enorme.
—Los puntitos también son grandes. Tienes… tienes unos ojos muy bonitos.
—Hala. —Un silencio atónito al otro lado—. Es la primera vez que me dices algo así.
—¿En serio?
—Te lo juro por Darth Vader —dijo Paula, muy seria. Ro estaba segura de que, incluso, había dejado de caminar.
—Pues me parece que tienen una forma muy bonita. ¿Y el color? Increíble.
—¿De verdad te gusta el color de mis ojos? —preguntó con un tono ilusionado que hizo sonreír a Ro.
—Sí, y tus pecas. Eres guapísima, te odio.
—Del odio al amor hay solo un paso, Rrrrro.
—Pero es un paso muy largo y yo tengo las piernas muy cortas.
—Yo te llevo en brazos, que soy gigaaaaaaaaaaante.
—Mi gigante verde —susurró, con un absurdo tono meloso que no la representaba en absoluto. Ella puso una mueca asqueada y Paula soltó un suspiro de satisfacción—. ¿Ya vas para casa? —Intentó salir de ese momento incómodo, al menos para ella.
—Sí, estoy caminando a ver si me espabilo. Jodida Laura, la han cogido en un casting y yo voy más pedo que Alfredo un jueves por la noche.
—Y me llamas a mí para que lo sepa. Ya te vale.
—Se dice que somos de quien nos acordamos cuando estamos borrachas. Yo soy toda tuya, Ro. Y ojalá me quisieras. —El tono abatido de la escritora removió las tripas de la camarera.
—¡Anda ya! Si tú ya pasas de esas cosas, te estás convirtiendo en una mujer fuerte e independiente, Pau.
—Eso es verdad —murmuró, algo más convencida—. ¿Qué estabas haciendo? Me has cogido la llamada enseguida.
—Estaba leyéndote. Literal y metafóricamente.
—¿Qué?
—Nada, tus neuronas no dan de sí para entender lo que te acabo de decir.
—¿Estás leyendo un libro mío?
—Sí. El primero.
—Nooooooooooooo —se lamentaba, a voces. Los vecinos de la calle por la que estaba pasando debían de estar contentos—. ¡Ese es el peor, Ro!
—A mí me está gustando mucho. Es… muy tú.
—Y como es muy yo, y yo te gusto, pues… ¡Tachán!
—Fácil, sencillo y para toda la familia. Hasta una borrachilla como tú lo entiende.
—Estoy pasando por la puerta de tu bar. Yo creo que mañana… —Un lamento, el ruido del móvil cayendo contra el suelo y roces de manos—. Perdón, ¿te has hecho daño?
La carcajada de Ro fue tal, que Paula estaba segura de que la hubiera podido escuchar sin el teléfono mediante.
—No, tranquila, estoy bien. —Le seguía saliendo la risa a borbotones.
—Como te decía, no creo que mañana pueda ir a desayunar, es muuuuy tarde y a mí me gusta mucho dormir.
—No pasa nada, nos vemos la semana que viene.
—Ya. La semana que viene.
Las dos escuchaban atentamente los sonidos que llegaban del otro lado, ninguna muy contenta con aquello de no verse en tantos días. Pensaron a toda velocidad una excusa para quedar antes, una más rápido que la otra, todo sea dicho, y terminó por ser Ro, como nadie se podía esperar, la que hablara primero.
—El domingo quiero irme con Conan a la sierra, y resulta que le caíste muy bien, así que…
—Sí.
—¡Pero si no he terminado de hablar!
—Da igual, sí, sí a todo lo que tenga que ver contigo.
—Ay, Pau…
—¿Qué?
—¿Cómo vas de borracha?
—Un montón así de grande. —Ro notó cómo se alejaba el teléfono de la cara e imaginó que estaba abriendo los brazos a todo lo que daban.
—¿Tanto como para no acordarte de esta conversación mañana?
—Seguramente no recuerde ni que te llamé. Llevo diez minutos en el portal de mi casa porque no sé en qué piso vivo.
—El quinto. Qué desastre. —Reía como una colegiala la morena, y sonreía, encantada de la vida, la castaña—. Entonces, ¿no te vas a acordar?
—Que nooo. ¿Me vas a decir ya lo que me ibas a decir antes?
—Que me encantas —susurró, muerta de vergüenza.
—¿Cuánto? —ronroneó Paula, mordiéndose el labio.
—Un montón así de grande. —La imitó y abrió los brazos de lado a lado.
—Eso es un mogollonazo, Ro.
—Culpa tuya por ser tan adorable.
—Yo creo que… Espera… —Sonido de llaves y una puerta abriéndose a duras penas—. Yo creo que es por estar leyendo mi libro. La labia conquista, nena.
—Ya te dije que estaba loca por tu cerebro.
—¡Pues ya podrías estar loca por mi corazón, maldita! No, no te rías. En realidad hacemos una pareja fetén. Yo tan seria…
—Sí, muy seria.
—Esto es una excepción, Ro, no me interrumpas —lo dijo con tanta severidad que la camarera tuvo que morderse la boca para no soltar más la risa—. Yo tan seria y tú tan viva la vida. Yo tan loca y tú tan cuerda. Yo necesitándote y siendo consciente, y tú necesitándome, pero sin darte cuenta.
—¿En qué se supone que te necesito yo? —dijo con un tono altanero y la ceja arriba.
—Necesitas mis azucarillos, Ro, y mi magia. Una vida sin magia es como… como… como una mansión sin fantasma.
—Tu mansión no tiene fantasma.
—Anda que no. Estoy en el ascensor, igual se va la cobertura.
—Te espero.
Ro sentía el corazón a punto de salírsele por la boca. No recordaba haberle dicho nunca a nadie esa cosa tan tonta. Me encantas. Dos palabras que no decían nada que ninguna de las dos no supiera, pero que ponían sobre el tapiz una realidad ya inamovible. Quizá sí tenía algo que ver el hecho de estar leyendo un libro suyo, pues jamás la había sentido tan metida dentro de su mente.
—Ya estoy en mi casa. Me voy a tumbar un poquito en el sofá, ¿vienes?
—Voy contigo, pero vamos a la cama, que como te acuestes en el sillón no te despiertas hasta mañana. —Se levantó y fue hacia su habitación.
—¿Quieres dormir conmigo?
—Ya hemos dormido juntas antes.
—Pero nunca cuando me has dicho que te encanto. Que yo lo entiendo, ¿eh? Que yo sé que gusto a las mujeres, con este rollito misterioso y enigmático de escritora bohemia con nalgas duras como piedras, pero luego se dan cuenta de que no soy nada más que una mujer desesperada y se van.
—No eres una desesperada, Pau, aunque estoy de acuerdo con lo de las nalgas.
—¿Has visto? Y sin hacer deporte, tremendo material genético. —Dejó escapar una risa nasal y se fue quitando la ropa a trompicones—. Siento decirte que sí, Ro. Estoy desesperada por el amor y eso las mujeres lo huelen y huyen despavoridas.
—¡Serás falsa! ¡Si me has dicho que siempre huyes tú!
—No siempre. Mírate, me calaste desde el principio y me mandaste a paseo. Normal, por otra parte.
—Sí, vamos, he huido un montón —ironizó.
—No huiste de mi cuerpo, pero sí de mi amor.
—No huyo de él. Me… me gusta tu manera de querer, con muchas reservas, tampoco te vengas arriba. Es que a mí nunca… bah, da igual.
—No, dímelo.
—No te vas a acordar mañana, ¿verdad? —preguntó, con el temor en la voz.
—Verdad verdadera.
—Que nunca me habían querido de esa manera. —Silencio, un carraspeo y una voz acelerada—. Que sé que no me quieres, porque eso no es querer, pero bueno, ya me entiendes.
—¿Ves como me necesitas? Pero no entras en razón. Uy. —Ruidos extraños al otro lado y, de nuevo, Paula al aparato—. Ya estoy metida en la camita.
—Yo también, que mira qué horas son y entro a las ocho.
—No has estado conmigo en todo el día, pero sí has estado conmigo leyendo mis historias. ¿No es eso, acaso, hermoso, Ro? —dijo en tono rimbombante y somnoliento.
—Así me he sentido toda la tarde, la verdad. Contigo.
—Me gustas así, más cariñosita. —Se le iba apagando la voz a medida que hablaba.
—Y a mí me gustas más así, sin memoria.
—Tengo un duende que me chiva todas las mañanas las cosas de las que no me acuerdo cuando hablo con la chica que me gusta. Es azul y, cuando vuela, se confunde con el cielo.
—¿Vuela?
—Sí, ahora seguro que está ahí contigo, escuchando todo lo que dices y la cara de tonta que pones cuando hablamos.
—Pues a ver si lo cazo. Buenas noches, Pau.
—Buenas noches, Ro.
La morena dejó el teléfono cargando y se llevó las manos al pecho. Cogió aire y lo fue soltando lentamente, sintiendo cómo salía de sus pulmones hasta dejarlos apretados. Se había arriesgado al decirle todo lo que había salido de su boca esa noche. No quería ni imaginarse a Paula si al final lo recordaba, no habría quien la aguantara. Además, estaba convencida de que, de hacerlo, volvería a poner al máximo su intensidad, la misma que las había llevado a ambas hasta el borde del precipicio. Y Ro no estaba dispuesta a eso.
No quería su amor, era cierto, pero tampoco tenerla lejos. Tenía razón en algo, y no fue hasta que lo dijo que no cayó en la cuenta: necesitaba un poco de su magia inofensiva para hacerse la vida un poco más significativa. No lo había visto hasta justo ese momento, y la sensación que le dejó, lejos de inquietarla, le dio algo de paz. Quizá era eso lo que tanto le atraía de Paula, esa necesidad de trascender, de alguna manera, que la lanzaba sin remedio hacia ella.
¿Cómo no iba a desear, una persona tan acostumbrada al desamparo como Ro, el ser mirada de esa forma, ser diana de esas palabras tan grandilocuentes que solo tenían una parte muy pequeña de verdad, pero que era suficiente para sentirse importante, especial para alguien, al menos por una vez?
Paula podía darle eso que nunca había sido una necesidad para ella, sino más bien una carencia a la que se había resignado con los años. ¿Era justo para la escritora? Tampoco es que quisiera más de lo que ya le regalaba en esa relación a medias y con muchas comillas que estaban manteniendo, pero aun así…
Deseaba que la amara, se reconoció, girándose en la cama. Solo un ratito, de esa loca manera suya, y basta. Que la abrazara con tanto y tanto amor que experimentara durante un espacio de tiempo muy breve, diminuto si fuera necesario, lo que era sentirse querida, querida de verdad, elegida entre un millón, aunque fuera falso, pues era consciente del amor de mentira que le profesaba la escritora.
No le importaba, solo quería… Calor, un lugar en el mundo, un hogar efímero, un rincón minúsculo, entre sus brazos, en el que echar raíces el tiempo que dura una canción. No quería desaparecer sin haber vivido nunca esa sensación, y la escritora parecía hecha a medida para dárselo.
Agitó la cabeza, intentando sacar esas tonterías de su cerebro a rebosar de Paula. Ella solo era una chica sin pasado y sin futuro a quien solo le pertenecía el presente, durara lo que durara. Y en él pensaba quedarse lo que la escritora la dejara.
Solo cinco minutos más.
***
Estaba fregando unas copas en la barra cuando una sombra se le plantó delante. La copa cayó y se hizo añicos, pues sabía, antes de mirar, de quién se trataba. Ahora tenía sentido ese bumbúm acelerado de su corazón de hacía un momento.
—Buenos días, Ro.
—Buenas tardes, Pau. —Le dedicó una sonrisa mordida. A pesar de la cara de muerta viviente, la encontró preciosa—. No te esperaba hoy por aquí.
—Me gusta sorprenderte. —Se encaramó a un taburete y entrelazó las manos sobre la barra.
—¿Qué te pongo?
—Bastante. —La miró con picardía y se aguantó la risa—. Perdón, sé que está muy visto, pero no lo he podido evitar. Nunca había ligado con una camarera.
—¿Ah, no?
—No. ¿Me pones un batido de antiácido, por favor?
—¿Tienes ardores?
—El jodido infierno en las tripas. Compadécete de mí. —Hizo un puchero y ladeó la cabeza. Tenía ese gesto tierno muy ensayado.
—Si es que ya no tienes edad para esos excesos. ¿Un café?
—Mejor un Aquarius. Del tiempo. —Hizo una mueca de dolor, cerrando un ojo, y se tocó la tripa—. Menos mal que anoche me acompañaste a casa.
—¿Cómo?
—Cuando te llamé. —Su mueca de inocencia puso en alerta a Ro.
—Te… ¿Te acuerdas? —Se le secó la garganta.
—Apenas, frases sueltas. Espero no haber hecho mucho el ridículo.
—No te preocupes, está todo bien, fue muy divertido. —Le tendió la bebida y echó un vistazo a la barra para asegurarse de que nadie estuviera esperando ser atendido—. ¿Y cómo es que has venido?
—Si no venía hoy, me tendría que esperar al domingo, y eso sí que no.
—Ah, de eso también te acuerdas… —Se mordió los labios por dentro, nerviosa.
—Sí, aunque ahora que lo pienso… —Dejó la frase en suspenso, acariciándose la barbilla y matando de inquietud a la morena, que la observaba con los ojos como platos y el corazón detenido. Disfrutó del momento, echándole un vistazo de reojo—. Podría haber venido mañana, que también trabajas. Qué tonta.
El suspiro de alivio de Ro le removió el flequillo, y Paula sonrió tanto que quedaron sus ojos en rendijas. Dio un trago a la bebida mientras esperaba que Ro volviera a estar libre, pero parecía que, tan cerca del mediodía, eso iba a ser imposible. El bar se iba llenando a cada minuto, por lo que terminó lo que le quedaba en el vaso y le pidió la cuenta de la semana.
—Nos vemos el domingo, ¿no?
—Sí, bueno, si te sigue apeteciendo.
—Sí, sí a todo lo que tenga que ver contigo —repitió las palabras de la noche anterior, dejando a Ro con la boca entreabierta de estupor.
—Va…, vale. Pues nos vemos el domingo. Te recojo.
—Está bien. Vamos, duendecillo, que Ro tiene que trabajar.
Hizo como que llamaba a un perro, le guiñó un ojo a la camarera y salió de allí con tanta confianza al caminar que parecía que viniera de hacerse con el control de la galaxia. Ro se apoyó en la nevera que tenía en su espalda y negó con la cabeza, incapaz de retener una sonrisa estúpida.
—Qué capulla.
La acidez, el dolor de cabeza y el malestar general se habían esfumado del cuerpo de la escritora, que entraba de nuevo en casa con la cabeza llena de pájaros bulliciosos. Por supuesto que se acordaba de todo, y el pánico ingenuo de Ro al verla llegar le confirmó que no había sido un sueño.
Las confesiones a media voz de la noche anterior no eran nada por lo que ponerse a festejar, pero le ponía a bailar el corazón el hecho de que alguien como Ro, tan pragmática y tan alejada del lugar imaginario que ella habitaba, se hubiera dejado contagiar por su universo de pequeñas cosas, metiendo un pie en su agua para probar la temperatura.
No esperaba más de Ro, solo esa curiosidad innata en ella, que todo lo quería saber y todo lo quería asimilar para sí. No mintió al decirle que también podría aprender cosas de ella, de su visión extraña pero apasionada de la vida y del amor, que la necesitaba en parte para dejarse gobernar por las cosas intangibles e inexplicables, por lo que no puede ser, pero que está.
Una detenida a mitad del camino para descansar de su infausto destino, y la otra para dejarse asombrar por todo lo que la primera le iba señalando con el dedo y en lo que ella, por sí misma, jamás se hubiera parado a mirar.
***
—Conan el Bárbaro es muuuuy fuerteeee —Iba cantando Paula, agarrándole las patitas al animal para que bailara al ritmo de la canción que se estaba inventando.
—Así no puedo quitarle las correas, la madre que te parió, Paula —rezongaba Ro, con medio cuerpo metido por la otra puerta trasera, luchando contra los enganches de la sujeción del perro.
—¡Conan el Bárbaro te va a comeeeeeeeer! —seguía ella, más risueña a medida que Ro se enfurruñaba.
—No tengo un hijo, ¡tengo dos! —le reprochó, quitándose el sudor de la frente.
—¡CONAN EL BÁRBARO ES EL MÁS BEBÉEEEEEEEE! ¿A que sí, perro? ¿A que eres un bebé?
—Uf, ya está, joder, perro suelto y escritora castigada.
—Oye. —Salió del coche y miró a Ro por encima del capó—. ¿Cómo que castigada?
—Por no dejarme soltarlo tranquila. —Se cruzó de brazos y elevó la barbilla.
—No seas mentirosa, que te he visto sonreír.
—Porque cantas muy mal, Paula.
—¿Y el «Pau»?
—Estás castigada he dicho.
—Jo, Ro, en serio, con lo guapa que estás con esa ropa de lesbiana campestre. —Se fue acercando a ella con cara de querer ablandar al guardián del infierno, pero la camarera era mucho peor que el Can Cerbero.
—Ni Ro, ni Ra, que estás tú muy graciosita hoy.
—Es que tenía muchas ganas de verte y me pongo nerviosa, como los niños pequeños, entiéndeme. —La arrulló con la voz y deslizó los brazos por los hombros de la morena, obligándola a quedarse frente a ella y acariciándole el pelo suelto de la nuca.
—Eres una zalamera.
—Pero te encanto.
—¡Paula! Si es que lo sabía. —Intentó zafarse, pero la escritora no se lo permitió.
—Eh, quieta, fierecilla. Ni que me hubieras dicho que estás enamorada de mí, chica. Que te encanto es más que evidente, si no de qué ibas a estar quedando con una desequilibrada del amor como yo, ¿eh?
—Eso es verdad. Eres insoportable. —Pasó las manos por su cintura y se pegó a ella.
—Y tú pareces no solo mi novia, sino mi esposa amantísima con esta estampa tan matrimonial que estamos protagonizando hoy. Yo hago el tonto, vale, pero es para hacerte reír.
—Eres imbécil.
—Mmmmm, el imbécil más bonito que me han dicho nunca.
—Ven aquí, anda.
Tiró del cuello de su camiseta y la acercó hasta su boca. Le repasó los labios con lentitud, desesperando a Paula que, hambrienta, intentaba capturar la suya. Se apartaba y volvía a aproximarse con una sonrisa despiadada, gozando de esa venganza dulce.
—Tú también me encantas, ¿lo sabías? —le susurró Paula cuando, por fin, pudo besarla como era debido.
—Sí, lo sabía. Se te nota en la manera de mirarme.
—¿Sabes en qué se te nota a ti que te encanto?
—No tengo ni idea —negó, golpeando su nariz con la suya, embelesada.
—En que, a pesar de que soy un despropósito de persona, estás aquí.
—No, perdona, la que está aquí de invitada eres tú, porque Conan y yo íbam… —Paula la calló con un pico.
—Intenta no quedarte con las palabras dichas, sino con lo que significan. Así me entenderás mejor. —Dejó un beso en su frente y se apartó—. Bueno, ¿movemos el culo o qué?
—Tus nalgas como rocas.
—¡Mira, mira!
Paula se puso frente a ella y contrajo y relajó varias veces los músculos del trasero, consiguiendo la carcajada ruidosa y desafinada de la camarera. La risa más fea del planeta y era música para sus oídos. Las cosas que consigue el amor, o su espejismo, ¿eh?
Comenzaron una ruta sencilla, contando con que el máximo ejercicio que hacía la escritora eran los dos abdominales que necesitaba para levantarse de la cama por las mañanas. Conan estaba disfrutando como un niño, aproximándose a ellas solo para recibir algunas caricias en la cabeza y beber agua cuando hacían una parada.
—¿Ya hemos llegado? —Se detuvo Paula con los brazos en jarras, la cara sudorosa y la respiración al límite.
—Estamos en mitad de la nada, ¿crees que era esto lo que quería enseñarte?
—No, la verdad es que este cortafuegos es más feo que un frigorífico por detrás. —Ro soltó una risita entre dientes y sacudió la cabeza, mucho más fresca que su acompañante—. Terrible lugar para venir con una loca del hacha, Ro. Te hacía más inteligente.
—Ya no me pareces la loca del hacha. —Le pasó la botella y la observó beber agua como si llevara una semana sin hacerlo.
—¿No?
—No. Has bajado un puntito la intensidad.
—Y eso te gusta.
—Me hace sentir más cómoda. Puedo hacerme con esta Paula más accesible, la otra volaba muy por encima de mi cabeza.
—¿No te gusta verme surcar los cielos?
—Sí, la verdad es que me gusta, pero allí arriba no te puedo alcanzar.
—Y me quieres alcanzar —dedujo, con un tono de superioridad, volviendo a guardar la botella en la mochila.
—Es que este culo prieto es mi perdición. —Se encogió de hombros, le dio una palmada y continuó el ascenso.
Cuando llegaron a la cima, Ro temió realmente por la salud de la escritora, que le pedía tiempo levantando un dedo mientras aspiraba cantidades ingentes de oxígeno con la cabeza entre las rodillas. Le iba a dar algo.
Se movió hacia la zona del mirador, dejando que se recuperara a su ritmo. Dejó en el suelo el cuenco con agua para Conan, se apoyó en la barandilla de madera y se llenó de aire los pulmones. Paula no tardó en colocarse a su lado con la cara como un pimiento y el pelo en una coleta alta, un poco desprolija con tanto ajetreo.
—Antes todo esto era campo —fue lo primero que dijo, señalando, efectivamente, a la extensión de tierra que tenían delante.
—¿Y ahora qué se supone que es?
—Una foto para Instagram —dijo con desidia.
—Eres una hater de las redes.
—Qué va, solo quería soltar una de mis frases de guion.
Ro le sonrió, le colocó un mechón rebelde tras la oreja y devolvió los ojos al terreno, entre verde y rojizo, que tenían delante. Estuvieron en silencio, admirando el paisaje, hasta que la respiración de la escritora se acompasó del todo.
—Ha merecido la pena mi casi muerte a manos del ejercicio aeróbico por estar aquí arriba.
—Me alegro de que te guste. Aunque tengo que reconocer que las vistas con el ciclo de escalada indoor no tenían nada que envidiarles a estas.
—Me vas a sonrojar.
—No eres tú la única que tiene frases de guion.
Paula la miró con cariño y le dio un golpe de cadera. Le encantaba ver a su camarera tan suelta, como si fuera cierto que, al principio de su relación, se hubiera visto cohibida por su manera, tan vehemente, de tratarla. Por fin sentía que estaba haciendo algo bien.
—Joder, cómo necesitaba esto. —Cerró los ojos, abrió los brazos y respiró profundo.
—Dijo la que se pasa los días en una finca de ocho mil hectáreas… —Se mofó y, de repente, un recuerdo le vino a la mente—. Hablando de necesidades… La noche fatídica de la llamada de teléfono…
—Cuando me dijiste que te encanto —la interrumpió por lo bajo.
—Cuando te dije que me encantas —cedió, poniendo los ojos en blanco y chasqueando la lengua—, también me dijiste algo sobre que tú me necesitabas y yo a ti.
—Anda, es verdad, no me acordaba. —Se llevó una mano a la frente y sonrió en grande—. Pues sí, Ro, me necesitas porque, tú misma lo has dicho antes, si estás viéndome surcar los cielos con mis extravagancias, eso hará que también te fijes en las estrellas, en los agujeros negros, en los cometas… No todo lo importante sucede sobre la tierra. A veces hay que levantar la mirada.
—Ya, si eso lo entiendo, y puede que esté un poquitín de acuerdo. —Acercó el pulgar y el índice hasta casi juntarlos.
—¿De verdad? —Dio un saltito en el sitio, emocionada.
—Sí, bueno, es genial verte volar, en serio —asintió, convencida, para darle ímpetu a sus palabras—, y me encanta mirar tu cielo, pero es que tú te empeñas en verle forma a las nubes e inventarte historias increíbles con ellas que solo están en tu cabeza y…
—Al grano, Rocío —le dijo con resentimiento fingido.
—JAJAJAJAJAJAJA, qué picada eres. En fin, a lo que iba, que sí, que me gusta dejarme llevar por tu impulso de intensidad y, aunque yo no pueda volar, ni quiera —puntualizó, provocando una mueca de desagrado en Paula—, disfruto mucho planeando cuando tiras de mi gravedad.
—Wow. ¿Seguro que no eres escritora?
—¡Paula!
—En serio, desearía haber dicho eso.
—Es que te leo y se me pega —se excusó, con un ramalazo de timidez —. Bueno, que no me dejas terminar. Entiendo en qué podría necesitarte yo, pero ¿tú a mí? ¿Para qué me ibas a necesitar?
—Para que me salves.
—¿De qué?
—De mí.
Ro la miró como si fuera la primera vez que la veía. De repente, el universo hizo clic, como si una de sus cientos de esferas hubiera encajado al fin. No supo ni qué decir, pero fue Paula, con los ojos vidriosos y la voz de cristal, quien tomó de nuevo la palabra.
—Necesito un amor que me salve, que me mate este miedo que me ahoga, que me lo saque de dentro, porque no puedo más…
Ro se acercó lentamente, como en trance, a su cuerpo inquieto y lo abrazó, intentando sostener los pedazos inestables que amenazaban con caer ruidosos contra el suelo. Le acarició el pelo y se hizo grande para ella. Se transformó en ancla, en puerto, en monolito inamovible, y Paula se aferró a su carne y a sus huesos como si de verdad lo necesitara.
Quiso rebatir sus ideas, hacerle ver lo equivocada que estaba, que el amor no va de salvar a nadie, pero comprendió que debía dejarlo para un momento mejor. Se limitó a permanecer, a salvarla de otra forma, una menos poética, pero más cierta. La acunó con ternura, con mimo, y le dio un lugar donde estar a salvo.
Y ella, de rebote, tuvo la sensación de estarlo también.
AY POR FAVOR QUE BONICAS NO PUEDO MAS.
Creo que este ha sido mi capitulo fav. Me encanta ver a Ro evolucionar y darse cuenta de que, en cierta forma, ya no está sola🥺 quiero abrazarla.
Menudo capítulo! Es que vaya ternura y vaya evolución de los personajes. Me encanta la forma en la que se van descubriendo cada una así misma y a la otra a la vez. La escritora es una genia. Feliz fin de semana.
Ayyyyyy que identificada me siento con Paula 😭 que buen capítulo Cris gracias por lo que escribes.
Como no querer a este par??? 😍 Gracias Cris por escribir tan bonito💗
Estoy disfrutando tanto ver como su relación va evolucionando, como ambas se van ayudando a descubrir sentimientos y formas de ser que desconocían.
Enamorada me tienen🥰
Lo feliz que estoy de saber que fue Ro la del “me encantas” y lo que las quiero a las dos? Que maravilla de capítulo, uno mejor que el otro. Una cosa de locxs.
Que Paula haya sido totalmente sincera me parece hermoso y súper importante, notaba que mentía al decir que se había resignado al amor. Un capítulo emocionante.
Cada dia me encanta más esta historia y se me hacen mas cortos los capítulos 😍😍 quiero miiiiil. En otro orden de ideas, quiero saber más de la vida de Ro. Me da mucha curiosidad.
Este capítulo me ha gustado mucho muchísimo 😊😁😊. Y como los personajes de Paula y Ro van evolucionando, desarrollándose y lo hacen de una forma me fascina 😊.
Mil gracias Cris por esta historia a