El descanso del minotauro
16
—Me lo he pasado muy bien, Pau —empezó a despedirse.
—Yo también. Y Conan el Bárbaro ni te cuento. —Se giró en su asiento y acarició la cabeza del animal, que le lamió la mano—. Aunque necesita un baño, ¿no?
—Y es por tu culpa. —Ya ni intentó corregir el nombre del perro—. Ha sido una idea estupenda tirar piedras sobre el río para que él fuera a buscarlas, ¿verdad?
—¡Es un buceador! —exclamó con un tono infantil, felicitando a Conan—. Va, no seas una de esas madres gruñonas, mira lo contento que está.
—Tardo una hora en bañarlo y secarlo. Te odio.
—¿Tanto como para no darme un besito de despedida?
—Tanto, no.
Se aproximó a ella con una sonrisa mordida, pero no contó con el tirón del cinturón al lanzarse a su boca, por lo que se quedó a diez desesperantes centímetros de los labios risueños de la escritora, que soltaba la risa por la nariz ante aquella imagen tan ridícula.
—Te veo con problemas técnicos —susurró, terminando ella misma con la distancia, hablando sobre sus labios.
—Las ganas, que a veces me traicionan —susurró, mirándole toda la cara, centímetro a centímetro, como si no pudiera creerse la belleza cruda de la escritora tan cerca de ella.
—Eso es música para mis oídos.
Se besaron durante un tiempo indeterminado. La tarde se oscureció entre saliva, caricias inocentes y ronroneos de gato, y terminaron por despedirse con los ojos brillantes de ilusión.
—¡Ro, que te dejas a Conan! —la llamó, bajando la ventanilla, mientras la morena de dirigía a su portal.
—Me besas y se me olvida hasta mi nombre, maldita.
Volvió sobre sus pasos, liberó al perro, que esperaba pacientemente sentado sobre una manta, y Ro introdujo la cabeza entre los asientos delanteros para darle el penúltimo beso.
Paula arrancó, dejando a la camarera con un nudo en la garganta y un explosivo con retardo que acababa de estallar en su cabeza. Llevaba dos días viéndola en su hábitat natural, con sus amigas de siempre, en su casa familiar, siendo no solo la loca del hacha, sino solamente Paula, una mujer disfrutona, generosa con los suyos y con una ligereza de espíritu que no le había visto antes.
Ro estaba ya un poco harta de una situación en la que el compendio de todo lo que siempre le había repelido, materializado en una persona, le fuera atrayendo cada día más.
Había pasado, como ya he dicho, dos días escuchándola a ella y a gente de su entorno contextualizar su persona, desgranar en conversaciones de nada la manera precisa y premeditada en la que su carácter se había formado. No dejaba de ser, tal y como empezaba a verlo, una marioneta hecha de traumas ajenos, de historias que no eran las suyas y de la ausencia de esperanza por una vida más trascendente que no tenía nada que ver con ella. Todo aquello con lo que una no nace concentrado en una chica que había terminado por romperse.
Tenía que reconocer que debía ser hermoso tener a alguien tan preocupado por su felicidad desde bien pequeña, era una carencia que ella misma había tenido siempre y pensó, mientras se daba una ducha de años, que también su propia personalidad había sido víctima de sus circunstancias. Unas diametralmente contrarias a las de Paula, todo sea dicho. A pesar de la pérdida de identidad que estaba sufriendo la escritora, era consciente de la suerte que había tenido, pues ella sabía mejor que nadie lo afortunada que era de que alguien le hubiera enseñado que la vida iba de algo más que de supervivencia, de desamparo y de metas al alcance de cualquiera. No, a Paula le habían dicho que el cielo era el límite y que si lo traspasaba, estaba el universo entero esperándola para verla volar.
Le hubiera gustado crecer con esa seguridad que le da a las personas el hecho de que crean en ellas y que piensen, que estén tontamente convencidos, de que han venido a este mundo a ser felices. Ro, sin embargo, había vivido siempre con una máxima grabada a fuego en su psique: una tiene que hacer lo que puede con lo que tiene, aunque sea poco o prácticamente nada. Y estaba bien con eso, aunque a veces se le hiciera injusto, sobre todo desde que había conocido a la escritora.
Qué más quisiera ella que creer en el amor, en un tipo de amor, el que fuera, que se hiciera hogar y escondite, que permaneciera el tiempo suficiente como para decorarlo a su gusto. Ro había crecido creyendo en la soledad como estándar de vida, como punto de partida y, después, lo demás, si venía. No conocía el término familia, solo había visto una pequeña sombra de él en los escasos años que compartió con sus últimos tutores. No era la suya, a pesar de todo, una soledad hecha de ausencia, pues ya se había encargado ella de llenarse el corazón de relaciones de todo tipo, de amistades intensas y de experiencias vitales que le hacían ser, honestamente, feliz.
Era otra forma de estar sola, una que tenía más que ver con no ser pensamiento primero de nadie al despertar, de no ser preocupación primitiva en ningún caso, pues, aunque tenía gente a su alrededor que daría todo por ella, era consciente de que no era prioridad para ninguna.
Ro no conocía la sensación de que alguien se percatara de sus ojos opacos después de una mala noche, no sabía cómo era la ternura con la que besa una madre cuando sospecha que su hija tiene fiebre; nadie se había fijado nunca en su forma cansada de caminar cuando el peso del mundo ralentizaba sus pasos, o de la sonrisa que era máscara cuando necesitaba un abrazo y un silencio a medias. Ella no lo había sentido nunca, pero tampoco lo necesitaba. Era, como le había pasado a la abuela de Paula en su juventud, lo que le había tocado. Un cuidarse una misma porque nadie se paraba a mirar.
Sintió envidia, algo que jamás hubiera imaginado, por su loca del amor, pues para ella la vida no era una consecución de días similares entre sí, sino que todo tenía una meta trascendental clara, un objetivo vital definido, algo, en definitiva, en lo que creer y por lo que luchar.
Le hubiera gustado, se reconoció antes de dormir, saber cómo se sentía ese calor en el pecho de cuando alguien se gira para mirarte solo a ti.
***
Paula entró radiante en la cafetería un par de días después de su último encuentro. Había tenido algunas reuniones importantes y, hasta el miércoles, no pudo escaparse para desayunar con su camarera. La miró al otro lado de la barra, sonriendo con falsedad a una pareja de ejecutivos trajeados.
—Buenos días. Perdone, ¿tiene el Marca? —dijo nada más acercarse a la barra, sacando, de ese modo y por fin, una sonrisa sincera en Ro.
—Lo siento, aquí solo tenemos revistas de arquitectura y decoración de interiores. Es un bar moderno, como puede usted comprobar.
—Lo que acabo de comprobar es lo excitante que resulta que la llamen a una de usted —Se rascó el mentón distraídamente.
—¿Acoso sexual en el trabajo? Esto es nuevo —Levantó una ceja e intentó ponerse seria, pero era imposible con la idiota de la escritora haciendo el tonto delante de ella.
—Entonces, no tiene el Marca, ¿no?
—Siento no tener lo que busca —dijo con doble intención y una mueca de fastidio.
—Yo sí que lo siento. —Cabeceó con tristeza, llevándose una mano al pecho. Teatrera.
—No, si al final lo voy a sentir de verdad.
—Te contradices, Ro. Un día me echas de tu casa por declararme, y ahora quieres que te ame con la fuerza de los mares. Aclárate.
—Aún estoy en la adolescencia, déjame en paz.
—Tienes más años que la orilla del río, pero vale. Ya que no tienes el Marca ni amor para mí, ¿me pones un cafelito con tostadas, por favor?
—Marchando.
Paula le guiñó un ojo y subió a su mesa de siempre, en el altillo del local. La camarera la buscó al terminar de preparar su desayuno y, al no verla, cogió la bandeja y comenzó a subir las escaleras, desconcertada de que no estuviera en el lugar que se había vuelto el habitual para ella.
—¿Qué haces aquí arriba? —le reprochó al no descubrirla, siquiera, en la mesa junto a la barandilla, sino la del ventanal, escondida a sus ojos desde abajo.
—Es mi sitio de siempre. —Se encogió de hombros con simpleza.
—Pero tú…
—Es que se te olvida que yo vengo aquí a escribir, y la gente entrando y saliendo me distrae. Y tú, abajo, todavía más.
—Pensaba que venías a eso, a distraerte con mi impactante belleza. —Intentó vestir de soberbia su inseguridad mientras dejaba las cosas sobre la mesa.
—Se supone que tengo que parar de hacer esas cosas, ¿no? —Le sonrió con sorna, deshaciendo con la cuchara el dibujo abstracto que Ro le había hecho con la espuma del café.
—Eso es verdad. —Suspiró—. Que te aproveche el desayuno, escritorita ocupada.
—Toma, el azucarillo, camarerita reclamadora de atención.
Ro se marchó de allí con una piedrecita clavándosele en alguna parte. De tanto que Paula se había empeñado en hacerle sentir especial, había terminado por acostumbrarse, y el hecho de que la colocara en el lugar en el que ella misma le había pedido que lo hiciera era algo que no terminaba de gustarle.
Quién te entiende, tía.
Paula intentó trabajar tras terminar con las tostadas, dejándose el café para releer lo que ya tenía escrito, pero la inquietud que le provocó notar la mueca insatisfecha de Ro en lugar de su alegría de siempre no se lo permitió por más de diez minutos seguidos. Un buen rato después, y sin poder concentrarse en lo que estaba haciendo por esa mosca inoportuna que tenía detrás de la oreja, se puso en pie y se acercó a la balconada, donde pudo verla en su trajín de todos los días, en la barra, con la frente brillante del sudor y, en esta ocasión, sin su sonrisa sempiterna. La notó meditabunda desde allí arriba, cabizbaja incluso.
Se le puso el corazón intermitente, como aviso del cruce de miradas que iba a tener lugar unos segundos después. Ro levantó la vista al sentirse observada, como si ahora también su pecho hiciera una señal de peligro inminente cuando la escritora andaba revoloteando a su alrededor. La miró y la vio allí parada, observándola con curiosidad y la cabeza ladeada, como si intentara extirpar en su actitud qué era lo que no le estaba cuadrando. Ro levantó la barbilla, preguntándole sin palabras que qué quería. Paula se encogió de hombros, se colocó ambos índices en las comisuras de los labios y las empujó hacia arriba para dibujarse una sonrisa grotesca. La camarera no pudo evitar soltar una carcajada que alivió por completo el cuerpo tenso de la escritora, que respiró tranquila y volvió a su lugar.
Una hora después, Ro, algo más animada, regresó a ella con su vino de media mañana.
—¿Haces algo esta tarde? —le preguntó Paula a bocajarro, nada más verla aparecer.
—Iba a ir a escalar, pero Sara me ha dejado tirada. —Chasqueó la lengua.
—Dale las gracias de mi parte. ¿Quieres hacer algo conmigo?
—¿Algo como qué? —le preguntó con tono insinuante.
—Quizá, no sé, ya que pensabas hacer deporte, se me ocurre que podríamos hacer algo de cardio. —Se relamió los labios y Ro cayó como una colegiala en esa trampa tan burda.
—¿Estabas pensando en algo en particular?
—En escalada, pero en horizontal.
Esa arena en la voz, ronca y apenas susurrada, junto a su ausencia de timidez en los dobles sentidos, eran irresistibles para la camarera. Se acercó a ella, aprovechando que, desde abajo, nadie podía verlas. Le pasó los dedos por el cuello y tiró de su mentón hacia arriba para mirarla a los ojos, oscuros, peligrosos y llenos de pecados.
—¿Y dónde piensas hacer escalada en horizontal, Paula? —Pasó las uñas por su piel, erizándola a su paso.
—Es un ciclo indoor. Creo que no te enseñé mi dormitorio el día que estuviste en mi casa.
—Se sabe mucho de una mujer por su habitación, sí. Fallo mío.
—No estaba yo para escalar aquel día. ¿Necesitas que te mande ubicación o te acuerdas?
—Está al final de esta calle, escritorita.
—Sales a las cinco, ¿no?
—Sí, pero estoy sudada de todo el día, Pau, tengo que pasar por casa.
—¿Para sudar más? Qué absurdo.
—Deja de hablarme así. —Deslizó la mano de su cuello a su nuca y tiró de los mechones que tenía cerca. Apretó los dientes, las piernas, el estómago—. Además, tengo que sacar a Conan.
—Pídele el favor a una amiga.
—Vale. —Se mordió el labio, con el pecho arriba y abajo y una mirada de las que te hacen tragar en seco.
—Sé dónde está el almacén, así que te aconsejo que vuelvas al trabajo. —Metió los dedos en el borde de su delantal y la obligó a agacharse hasta quedar a su altura—. A las cinco nos vemos.
Deslizó sus labios sobre los de Ro y, cuando esta sacó los dientes para morderlos, Paula se echó hacia atrás en su silla con una sonrisa ladeada. Negó con la cabeza y la camarera por poco pierde los modales y las formas, por lo que respiró hondo, dio un último tirón a su cabello y se alejó de ella, contoneando las caderas y mirándola por encima de su hombro.
Paula soltó todo el aire que llevaba un rato guardando y se encomendó a todos los dioses. No tenía la intención de llevar la conversación y los planes de la tarde por esos derroteros, pero a veces la vida nos lleva hacia lugares inesperados.
Se marchó una hora después, con el deseo grabado aún a fuego en su retina y las bragas para tirar. Se despidió de la camarera con un gesto de la mano, sin atreverse a aproximarse a ella, pues estaba segura de que, de hacerlo, no podría responder de sus actos.
A las cinco y diez, el timbre sonó, y ella, sentada en una esquina del sofá con las rodillas muy juntas y las manos sobre ellas, como la niña buena que no era, se levantó de un salto y fue a abrir.
—¿Es aquí el ciclo indoor de escalada? —preguntó Ro, guerrera desde el minuto uno.
—¿Viene recomendada o pasaba por aquí?
—Recomendada.
Paula abrió sin decir nada más. Se miró en el espejo de la entradita y se aseguró de parecer lo más atractiva posible. El pelo asalvajado, como siempre, la camisa, color tierra aquel día, desabrochada hasta el límite del buen gusto y la sonrisa de matar.
Era la primera vez que iba a hacer el amor del cuerpo sin expectativas románticas, y no sabía muy bien cómo tenía que comportarse en una situación así. Ella, por lo general, teñía de amor la sensualidad, por lo que, en ese nuevo escenario para ella, no tenía muy claros los pasos a seguir. No quería incomodar a la morena con sus sentimentalismos predeterminados, pues, aunque ambas supieran que Ro no era la definitiva, lo cierto era que sentía cosas por ella.
Sonó el timbre de la puerta y el miedo se le metió en el cuerpo. Dio un par de saltos en el sitio, buscando liberarse un poco de la electricidad que fluía sin control por sus nervios, y abrió lentamente, preparándose para invitarla a merendar, a un vino, o quién sabía qué, para que no pareciera que habían quedado para lo que realmente habían quedado.
—Hola, Ro. ¿Qué tal has acab…?
La boca de la camarera no la dejó terminar. Cuando quiso darse cuenta de lo que estaba pasando, tenía las manos en su culo, la boca llena de su lengua, y empujaba la espalda de Ro contra la puerta, cerrada de un portazo. Todo se hizo un lío de manos ansiosas, luchas absurdas de poder y un reguero de ropa como migas de pan que llevaban hasta el lugar donde suceden las cosas extraordinarias.
—Te… te iba a invitar a merendar. —Jadeó cuando la camarera cayó sobre ella y ella sobre la cama.
—Eso es lo que pienso hacer, escritorita. —Pasó la lengua desde la base de su cuello hasta el lóbulo de la oreja.
—Qué ingeniosa. —Rio el tiempo que pudo, que fue más bien poco, hasta que Ro incrustó su pierna entre las suyas, presionando el epicentro de su cuerpo.
—Y tú, qué habladora.
—Es que… uhmmm… joder… nunca había hecho esto… —Coordinó el balanceo indeciso de Ro sobre su cuerpo, moviéndola a su antojo y haciendo que se rozara contra ella con más intensidad.
—¿Nunca has follado a las cinco de la tarde?
—Sí, pero nunca… así…
—¿Sin amor? —Colocó la cara frente a la suya, bajando el ritmo de sus movimientos, prestándole atención a la mujer que tenía debajo de ella, que parecía un poco descolocada.
—Sí.
—¿Quieres parar?
—Ni de coña.
Paula aprovechó la guardia baja de la camarera para cambiar posiciones. Ro gimió al caer contra el colchón, pues la escritora, sin perder el tiempo, tiró de su sujetador hacia arriba, sin desabrocharlo, dejándole los pechos a su voluntad. Los mordisqueó, los lamió, se los aprendió de memoria mientras Ro levantaba la cadera, buscando deshacerse del nudo que Paula estaba formando en su bajo vientre.
—Joder con la millonetis… Aaah… Y parecía tonta. —Jadeaba Ro, enroscando las piernas en su cintura, prestándose, de esa manera, a que hiciera con ella lo que le diera la gana.
—¿Te gusta así, más duro? —preguntó entre respiraciones agitadas, no dejando descansar el cuerpo de la morena en ningún momento. Parecía tener cien manos y siete bocas, pues en la piel de Ro estaba en todas partes a la vez.
—A mí me gusta como tú me lo hagas, Pau. —Le cogió la cara con las manos, deteniendo el maremagnum en el que la estaba ahogando la escritora, para que así, viéndole los ojos, supiera que estaba siendo totalmente sincera con ella.
—Vale.
La besó con lentitud, calmando sus instintos, que estaban un poco fuera de sí por la novedad, y comenzó un viaje en descenso por su cuerpo menudo. Los músculos trabajados de Ro se marcaban con sus caricias, con sus bocados a conciencia, con el paso rugoso de su lengua gruesa. Tiró de sus bragas con los dientes, llevándolas de nuevo a ambas a un lugar húmedo y caliente, burbujeante y desquiciado de ganas, de hambre, de desesperación.
Lanzó sus bragas a cualquier parte y se hundió entre sus piernas sin más preámbulos. Recorrió sus pliegues melosos, sorprendida por tanto deseo acumulado allí. Lo hizo suyo, y se lo quedó, paladeando su sabor como si fuera lo más delicioso que hubiera probado jamás. Metió las manos bajo su culo para dejar aquel bocado exquisito al alcance de su boca y gimió, gimió como si el placer le perteneciera a ella en lugar de a la camarera.
—¿Te gusta? —le preguntó Ro, llevando una mano a su pelo, mirándola desde lo alto de aquella pared que había desescalado.
—Lo quiero de desayuno. —Deslizó su lengua con parsimonia—, comida —punteó su clítoris—, y cena. —Lo mordió, introduciendo en su boca aquel nudo de nervios y haciendo que Ro empujara su cabeza contra ella.
—¡Joder!
La agarró del pelo, dirigiéndola allí donde más la necesitaba, y Paula, complaciente en las distancias cortas, dejó que la guiara aquella primera vez entre sus piernas.
Se desató un terremoto en sus muslos, que vibraban un ocho en la escala Richter, y en sus tripas. Fue ascendiendo uno y descendiendo el otro, como dos tsunamis imparables que todo lo arrasaban a su paso. Chocaron ambos movimientos sísmicos a medio camino, con un toque de lengua enloquecedor, llevando a Ro hasta los confines de la galaxia y trayéndola de vuelta con un ruido seco.
Se quedaron agotadas ambas, una por el placer sentido y otra por el otorgado, y de nuevo Paula escaló por la pared que era el cuerpo de Ro hasta su boca, para que entendiera el motivo por el cual se sentía satisfecha solo con el hecho de haberla probado.
—Hostia puta. —Se tapó la cara la morena con el brazo, soltando después una carcajada de estupefacción.
—¿Bien?
—¿Bien, Paula? —Se asomó para mirarla con una ceja en alto—. Creo que necesito un momento para asimilar. Aún estoy temblando.
—¡Toma! —se felicitó a sí misma, dejándose caer a su lado.
La miró de reojo, viendo cómo iba acompasando su respiración poco a poco. A ella le salía abrazarla, colmarla de caricias, de mimos y de amor. Sí, de amor. Quizá no era del tipo al que ella había confiado su alma, pero podía sentirlo bullendo en su interior. Sin embargo, no estaba segura de cómo tenía que comportarse, si las caricias serían malinterpretadas, si sus arrumacos violentarían a la camarera, si, aunque no quisiera su fondo, tampoco querría su forma.
No tuvo que pensar mucho, pues Ro se trepó a su cuerpo, de lado, y fue ella misma quien depositó la cabeza en su pecho para descansar. Paula se quedó con los brazos pegados al colchón y los ojos muy abiertos, luchando contra sus instintos más primarios. La morena, desconcertada al no estar sintiendo ya el abrazo de Paula, cogió ella misma sus brazos y se rodeó con ellos.
—Un poquito de humanidad, ¿no? —le reprochó con una risa condescendiente.
—Perdona, es que… yo… no sé muy bien… —A pesar de su balbuceo, la estrechó con fuerza, hundiendo la nariz en su pelo, llenándose, así, de su olor.
—Que no vayamos a casarnos no significa que tengamos que hacer del sexo un trámite burocrático, Paula. —Le mordió el hombro como regaño.
—No te quiero incomodar.
—¿Por abrazarme?
—Por abrazarte, por follarte con amor, por…
—Eh, eh, para un momento, guapa. —Se incorporó sobre sus codos y la observó con calma—. Que estés enamorada no significa que tengas que follar con delicadeza, y no estarlo no quiere decir que lo tengas que hacer duro.
—Pero…
—En serio, Paula, ¿de qué año has venido tú? —Frunció el ceño, realmente preocupada.
—Yo… Yo siempre lo he hecho estando enamorada. Bueno, o creyendo estarlo, ya ni lo sé. —Se apretó las sienes con los dedos, agobiada de repente.
—Dios, es verdad que no tienes ni idea sobre el amor ni todo lo que lo rodea, ¿verdad?
—No lo sé. Yo ya no sé nada. Se suponía que el sexo con amor era una cosa, y sin amor otra totalmente diferente, porque cuando amas a alguien… —Bufó, sin saber cómo explicarse.
—Madre mía, Paula, qué perdida estás. —Se inclinó sobre ella con compasión y la besó lento para calmarle esa inquietud que veía bailar en sus pupilas—. ¿Puedes explicarme qué concepto tienes del amor, por favor?
—No, porque te vas a reír —refunfuñó como una niña pequeña. Si no estuviera abrazándola, se hubiese cruzado de brazos.
—Yo nunca voy a reírme de ti, escritorita. No te juzgo, solo quiero entenderte. —Dibujó un camino con las yemas de los dedos por su mandíbula, animándola a abrirse con ella.
—Pues… ¿Sabes cuando en las películas el chico mira a la chica, se detiene el tiempo y empieza a sonar una música que solo pueden oír ellos dos?
—¿Y el pelo de la chica se mueve con un ventilador mientras sonríe como si le hubieran contado el mejor chiste del mundo? Sí, el cliché. —Enmarcó esas dos últimas palabras como si fuera un titular.
—Pues algo así es el amor. Es una cosa, Ro —se adelantó a la morena, que estaba a punto de interrumpirla, haciendo grandes aspavientos con las manos. Era su tema estrella, en el que brillaba—, que te cae encima sin remedio, se te pone delante, BOOM, un golpe de suerte, una epifanía sideral. Y ya está. El amor.
—Ya… Un flechazo, ¿no?
—Sí, una cosa que sabes antes de saber nada. Una verdad y basta —decía tan convencida y con tanta emoción que estremeció el corazón de la camarera.
—Vale. Y cuando sabes, ¿qué pasa?
—No te entiendo. —La miró como si estuviera hablando en otro idioma, y Ro no pudo contenerse a volver a besarla. Le parecía tan ingenua, tan de cristal aún.
—Las películas están muy bien, y me creo que eso pase. Pero después, cuando salen los créditos y los protagonistas siguen su vida, ¿qué sucede? ¿Qué es de ellos cuando se dan cuenta de que no se soportan? ¿De que ella odia la manera en la que él deja siempre el vaso del café sin fregar y de que él detesta que ella no le preste atención a las cosas que le apasionan?
—No hay películas sobre eso —dijo Paula muy seria, como si esa respuesta lo explicara todo. Ro soltó una carcajada y se le subió del todo encima. Estaba tan equivocada, pero era tan adorable…
—Sí que las hay, pero a la gente no le gusta verlas. ¿Y libros? Cientos. Vamos a tener que ampliar la biblioteca de tu abuela para que te modernices un poco, nena.
—Pero, entonces, es que no era ese amor.
—¡Pues claro que no lo es! —Abrió mucho los ojos, haciéndole ver su punto—. Porque ese amor es de mentira, una ilusión que no se sostiene en nada. No dura, Paula, igual que a ti no te han durado tus amores más de tres polvos, y por eso no sabes que se puede follar como animales con amor y hacer el amor con una completa desconocida con la que has conectado una noche. —Se dejó caer sobre su cuerpo, como si hubiera gastado toda la carga de razón que habitaba en su cuerpo, dejándola exhausta.
—Vale, viendo mi historial puedo aceptar esto que me cuentas, pero entonces, no sé, explícame tu concepto del amor, a ver si ese tiene más sentido.
—Yo no creo en el amor, en ese amor que tú dices que te cae encima como un piano en mitad de la calle.
—Por eso, cuéntame en el que tú creas —le pidió con su voz de nada, acariciándole el pelo.
—No sé si creo en algún tipo de amor —murmuró, un poco incómoda.
—¿Por qué?
—Ni siquiera conozco el amor de familia, así que no sé si mi concepto servirá. —Se encogió de hombros y Paula quiso metérsele dentro para acunarle el corazón.
—Hemos dicho que no nos íbamos a juzgar —le recordó.
—Pues no sé, Pau, si tengo que creer en un amor, creeré en uno que esté hecho de cosas bonitas, por supuesto, pero también de las feas, de lo que no nos gusta de otra persona, pero que aun así aceptamos. Un amor en el que una pueda ser una completa calamidad y no tenga miedo de mostrarlo porque está en un lugar seguro. Un amor que te acoja sin hacerte preguntas, que te bese las heridas por muy horribles que sean las cicatrices. Un amor que no tenga miedo a lo que no lo hace bonito, pero que lo hace real.
—Sigue, por favor.
—Es que las personas no somos perfectas, ¿sabes? Yo me pongo insoportable cuando creo que tengo razón, y soy una egoísta con las comidas que me gustan. Tú estás loca, pero loca del coño. Y mi amiga Elvira cree en las hadas y en los animales mitológicos. —Paula soltó una risotada—. Que cree de verdad, ¿eh? No estoy bromeando.
—Entonces, según esa teoría, ¿tu amiga Elvira necesita una persona que también crea en las hadas?
—¡No, eso según la tuya, porque volvemos a tu estúpida idea de las almas gemelas y esas mierdas hechas de perfección! No, Elvira necesita una persona que no la juzgue cuando se ponga a hablar de liliputienses, que le parezca adorable su inocencia y que la quiera así, con sus taras y sus rarezas.
—Entiendo… —Se mordió el labio por dentro, reflexionando. No era nada que no hubiera oído antes, pero sí era la primera vez en la que escuchó con genuino interés—. ¿Y realmente ese amor dura?
—Toda la vida, Pau, porque sería de verdad, porque no habría sorpresas desagradables, porque no daría miedo reconocer ante esa persona que te ama y a la que amas que eres un perfecto desastre.
—Vaya…
Paula dejó caer la cabeza sobre la almohada, rumiando las palabras de Ro, que aún seguían rebotando en el interior de su cráneo. ¿Podría ella creer en un amor así? ¿Sin toda esa parafernalia accesoria pero luminosa? ¿Un amor con la cara lavada, sin más pretensiones que ser, sin más, con libertad? ¿Un amor por el que nadie escribiría un libro pero que fuera, en definitiva, verdadero?
Ro alzó la cara de su pecho y casi pudo ver la nube de hongo de la bomba nuclear que acababa de hacer estallar en la cabeza de Paula. Sonrió para sí. Le había dado algo en lo que pensar.
Se recostó de nuevo sobre su piel cálida, y pensó que, quizá, incluso ella, podría darle credibilidad a un amor así.
Me encanta Cris, nos tienes acostumbrad@s a la excelencia. Graciasss por otro capítulo más.
😯 cómo lo hace Cristina? Es una descripción de amor en la que cualquiera puede creer, más terrenal, más alcanzable… sabía que era Ro!
Buena manera de definir el amor…
💗💗💗 un amor de verdad
Me da mucha ternura esa ingenuidad de Paula🥺
Ha sido otro gran capítulo pero se me ha hecho cortísimo, esto de esperar una semana para leer otro es una tortura.
No puedo decirte mucho mas de lo que ya te he dicho antes,simplemente brillante como siempre,gracias por este regalo
Hoy Ro me acaba de dar una lección de vida. Gracias Cris te carmeikel un montón 🖤
Las bragas para tirar jajaja, literal!!
Paula me desespera un poco con esa idea del amor… Pero Ro, uuff, la tiene clarísima.
Ro hija pa no creer en el amor lo has descrito a la perfección
CAPÍTULAZO en letras mayúsculas 😛. Este capítulo me ha gustado mucho porque ha empezado con la parte introspectiva y de reflexión de Ro, después ha habido 🔥🔥🔥 y ha terminado con la mejor reflexión del amor possible 😊😊😊.
Ahora a esperar un semana ha poder leer el siguiente capítulo.