El descanso del minotauro
15
—Entonces, ¿libras mañana? —le preguntó Paula, tirada en una hamaca mientras aprovechaban los últimos rayos del sol.
—Sí. Aún sigo destruida después de la paliza del sábado. Creo que voy a necesitar otro mojito para superarlo. —Hizo sonar los hielos de su copa, ya vacía.
—Uy, mi vaso debe de tener un agujero al fondo —Laura se bajó las gafas hasta la punta de la nariz, mirando a su amiga con la sonrisa de quien no ha roto un plato en su vida—, porque, mira, ni una gotita me queda ya.
—Sois unas aprovechadas. —La castaña se levantó de su asiento y fue cogiendo vasos.
—Ya que vas… —insinuó Elisa, tirando de su camisa desabrochada y tendiéndole también su mojito vacío.
—Lo que yo diga, unas aprovechadas. Manoli, ¿quieres uno tú también?
—Yo casi que prefiero un vermú, si no te importa, niña.
—A sus órdenes.
La tarde se hizo noche y la noche trajo consigo balbuceos, risas histriónicas y conversaciones subidas de tono. Manoli, viendo el panorama y con la vergüenza ajena y propia rozando el límite, recogió lo básico y las dejó desperdigadas por el césped, abrigadas como podían, pues no hacía aún un clima lo suficientemente veraniego como para andar en paños menores.
Paula y Ro se acurrucaban bajo una manta, con medio cuerpo de la camarera sobre el de la escritora para caber en la misma tumbona. Laura y Elisa hablaban en su propio idioma, filosofando sobre las relaciones y la extrañeza de las personas entre hipos de borrachas y risas adolescentes.
—Paula, por ejemplo, está loca.
—Lo está. —Ro levantó su copa a modo de brindis, haciendo que la castaña le mordiera un hombro—. No hagas eso o no respondo —le susurró en tono rojo peligro.
—Pero su manera de creer en el amor, aunque utópica, es bella. A veces me gustaría verlo como ella.
—Es trascendente —murmuró Elisa, ensimismada y con las gafas en lo alto de la cabeza para apartarse el pelo de la cara.
—Hace que importe, ¿sabéis? Yo conozco a un tío y antes de que abra la boca ya me ha dado la pereza. La esperanza me ha abandonado.
—Lau, te he dicho muchas veces que en mi acera hay más ambiente —dijo Paula, con la risa floja, y bajó la voz para dirigirse a su camarera—. Ambiente, Ro, ¿lo pillas?
—Qué bueno, nena. —Se mordió los labios y dejó un besito en su mandíbula, que le pillaba a tiro de labios—. Yo es que me río para adentro, ¿sabes? No te ofendas.
—Siempre metiéndote conmigo —se quejó, pero suspiró de satisfacción. No se le ocurría un sitio mejor en el que estar.
—El caso es que las tías no me atraen, y esa es mi mayor desgracia.
—Tampoco te creas que verlo como yo es una fiesta, ¿eh? —Se puso seria Paula, pues el tema era sensible en su rabiosa actualidad—. A veces creo que sería más fácil si tuviera más claro lo que no quiero que lo que quiero.
—En cristiano, Pau.
—Que las cosas que me gustaría que tuviera mi futura mujer son tantas y tan precisas que reconozco que es complicado encontrar a alguien a quien no le falte ningún detalle.
—Con lo que te gustan a ti los detalles… —Ro negó con la cabeza.
—Ya sabes mi opinión al respecto —intervino Elisa, que seguía con la mirada perdida en las estrellas—. Creo que te autoboicoteas.
—Allá vamos otra vez. —Puso los ojos en blanco la aludida—. ¿Y por qué tendría yo el gusto de autoboicotearme?
—Porque encontrar el amor es algo que deseas, pero que temes también.
Elisa habló con tal contundencia que hasta las cigarras se callaron y el viento tenue de la noche se detuvo a observar, escondido entre los árboles.
—No… no lo temo —En su tono se adivinaba su mentira.
—¿Qué tenía de malo aquella chica de las flores… cómo se llamaba? Laura, ayúdame.
—¿La alérgica?
—¡Esa! ¿Qué fallo tenía para descartarla? Casi nos la presentas, me acuerdo perfectamente.
—Eli, joder, que era alérgica al polen. ¿Cómo va a ser mi mujer una chica alérgica a las flores? ¿Has visto este lugar?
—¡Pues que se tome antihistamínicos, yo qué sé!
—No, no podía funcionar. Mi chica tiene que ser…
—El personaje de uno de tus libros, alguien que te has inventado porque eres incapaz de dejar tu amor en las manos de nadie.
—No tiene ningún sentido —refunfuñó, removiéndose incómoda.
—Y eso es porque crees que nadie va a querer tanto a tu amor como tú. —Le asestó la puñalada definitiva.
—Estoy de acuerdo con Eli. Tienes tu lado romántico sobrevalorado. La vanidad te corrompe, amiga.
—Sois gilipollas. Si la chica de mis sueños apareciera, yo… Me lanzaría a por ella sin dudarlo.
—Hasta que le encontraras un fallo minúsculo, como que no sepa tocar el arpa en las noches lluviosas o que no aprecie con tu misma nostalgia el otoño. Siempre habrá algo, así que nunca habrá nadie.
—Joder, cómo habla la editora —la felicitó Ro, que estaba presenciando la conversación sin atreverse a intervenir. Estaba recibiendo tanta información que se limitaba a tomar apuntes mentales.
—Demasiados años leyendo y corrigiendo sus intensidades. —Se encogió de hombros—. ¿Tú qué opinas?
—Yo, en realidad, apenas la conozco.
—Pero tendrás una opinión.
—No sé si le tiene miedo, ni si se autoboicotea. Solo sé que su concepto del amor es más bien rancio, como de peli antigua en la que te enamoras de la idea que te haces de una persona antes de saber nada de ella y te decepcionas cuando ves la realidad. Y eso, Paula, no es culpa del destino que se ríe en tu cara, es de tu manera de ponerte delante de la idea del amor.
—Vamos, que todo lo hago mal, ¿no?
—Si has decidido parar, será que tú también te has dado cuenta de que bien no lo estás haciendo.
—A mí las listillas me tocan la moral. —Clavó los dedos en sus costados para hacerle cosquillas y Ro se retorció entre sus brazos.
—Recurres al despiste porque tu churri te ha dejado sin argumentos. Ro, tía, te respeto.
—Gracias, Lau. —Se levantó e hizo una reverencia con la cabeza—. Creo que será mejor que nos movamos. —Dio un traspiés y por poco no cae encima de Paula.
—Tú no te vas a ninguna parte, borrachilla. —Se negó la escritora, levantándose a su vez y tomándola por la cintura.
—Yo la llevo —dijo Elisa, con los ojos aún llenos de cielo. Llevaba al menos quince minutos sin parpadear.
—La zorra a guardar gallinas. Vamos, ni de coña. Y tú, Laura, tampoco —la interrumpió, viendo que iba a hablar—. Tenéis habitación aquí, mañana madrugáis, pero así no os vais a ir a ninguna parte. Marchando.
Les dio un cachete en el culo a cada una y ambas se marcharon sosteniéndose la una a la otra. No habían bebido mucho, pero no lo habían dejado de hacer en todo el día, por lo que su embriaguez era liviana, pero había sido cocinada a fuego lento. Una de las más peligrosas maneras de intoxicarse con el alcohol.
Ro recogió la manta que habían usado, llamó a Conan, que dormitaba junto a los parterres de flores, y los tres entraron en la casa. Acomodaron al perro junto a la chimenea, Ro le dejó agua en un recipiente y se quedó allí de pie sin saber muy bien a dónde se tenía que dirigir. De repente, la había invadido toda la timidez que había estado ausente desde que cogió algo de confianza con las amigas de la escritora.
—Y… y yo, ¿dónde voy a dormir?
—Pues conmigo. —Decidió con ligereza, pero, al ser consciente de sus palabras, se giró hacia ella y la miró con las cejas levantadas—. Bueno, si tú quieres, si no, tenemos más habitaciones, yo era más que nada por si te daba cosa dormir sola, o…
—Sí, contigo, contigo estará bien —asintió muy rápido para que la castaña no cambiara de opinión y la siguió cuando comenzó a subir las escaleras—. Así que autoboicot, ¿eh? —la picó para apartar sus pensamientos del trasero que le quedaba a la altura perfecta para ser mordido.
—¿Podemos dejar las conversaciones intensas para mañana? Ahora solo puedo pensar en lavarme los dientes y besarte hasta que nos durmamos.
—¿Me vas a besar? —De dos saltos se puso a su altura y la miró con cara de pilla.
—Solo si tú quieres.
—De follar ni hablamos, ¿no? —le preguntó, tropezando con el último escalón.
—¿Te ves en disposición de follar ahora mismo? —ironizó.
—No mucho. —Se llevó una mano a la frente y soltó una risita entre dientes—. Además, es la mansión familiar, no se debe mancillar la casa de tus abuelos.
—Tú por eso no te preocupes —dijo mirándola de lado, como si nada, pero con toda la intención—, si mis abuelos eran muy modernos.
—Ya, ya —escuchó grititos al final del pasillo y supo que allí era donde se alojaban las amigas de Paula—. ¿Se suelen quedar mucho como para tener una habitación?
—Cuando hacemos estas comidas, o cenas, sí, siempre se quedan. Hay camas de sobra y es absurdo tener que llamar a un taxi hasta aquí. Porque conducir ni se contempla.
—Qué maravilla tener una amiga con caserón en las afueras, realmente.
—Ahora tú también estás en el pack. Según me han informado, eres mi chica, ¿no? —Apagó la luz del pasillo y abrió una puerta de madera oscura, girándose a mirarla.
—Está en un punto medio muy inofensivo para las dos. —Paula encendió la luz y se apartó para dejarla entrar.
Ro abrió los ojos a todo lo que daban, maravillándole la cama con dosel, el baúl añejo a los pies de la misma, el escritorio de madera sin pulir, el ventanal de arco apuntado y forja, la alfombra en el suelo y el tapiz ocupando la pared de lado a lado.
Paula la observó sin decir una palabra. Jamás había entrado allí nadie que no fuera de su familia, quitando a alguna niña de la infancia que iba invitada por su abuela para jugar. La vio adentrarse en aquella habitación con la boca entreabierta, y brilló la estancia con una luz nueva que no supo si venía de la presencia de Ro o de su propia ebriedad. El tapiz se le hizo más tangible, los colores más terrosos, los nudos de hilo más perceptibles a sus ojos. Quedó más descarnado, más impuro, pero eso lo hizo, quizá, más humano.
—¿Te gusta? —preguntó con un hilo de voz que retumbó en todas las esquinas.
—Parece sacada de un sueño. —Se volteó y Paula vio en su mirada una inocencia desconocida—. ¿De qué trata el tapiz? —Pasó las yemas de los dedos por la tela, como si, a través del tacto, pudiera leer en braille lo que allí no se veía.
—Del mito del minotauro.
—Es precioso, se puede notar la ansiedad del animal —dijo como embelesada con su figura.
—Es un monstruo terrible, no debería tener tanto miedo, ¿no crees?
—Que se lo digan a Goliat. —Se encogió de hombros y continuó con la inspección de la habitación. Paula abrió el armario y sacó un par de pijamas viejos.
—Te dejo que sigas cotilleando, yo voy a cambiarme al baño y a lavarme los dientes.
—Vale.
Salió de la estancia, un poco abrumada por las sensaciones que le producía dejar allí sola, en sus dominios más íntimos, a una mujer que apenas conocía. Se apresuró en volver, intranquila con la idea de que Ro penetrara a través del mobiliario hasta un lugar recóndito de sí misma, y pensó que quizá Elisa tenía razón en algo: no veía aptas las manos de cualquiera para depositar en ellas todo lo que era y todo en lo que creía.
Caminó pasillo adelante y, justo antes de llamar para entrar, escuchó perfectamente el sonido de la caja de música a través de la puerta, esa caja tallada por su abuelo en la que iba contenido lo que se esperaba de ella, que había sido regalo, pero también veneno, uno que no estaba segura de poder seguir soportando en sus venas.
Apoyó la frente en la madera que la separaba de Ro y la caja que no le había dado permiso de tocar, pero que podía vislumbrar en su cabeza abierta de par en par para sus ojos curiosos y hambrientos de saber. Tuvo la impresión de estar siendo observada también su alma, y no creyó que fuera lo suficientemente hermosa como para que la camarera la mirara demasiado seguido. Fue por esto por lo que llamó.
—¿Estás visible?
—Sí, perdona, me he quedado embobada con esta caja tan bonita. —La miró con una sonrisa radiante, como si hubiera sido espectadora de algo maravilloso, y Paula no cayó en la cuenta de lo que podía haber sido.
—La talló mi abuelo cuando conoció a mi nana, y en ella le entregó su amor. —Se aproximó y cerró la tapa con un golpe seco, cesando, de ese modo, su música.
—¿En tu familia sois todos unos locos del amor? —Viendo su rictus más bien serio, se colocó a su espalda y la abrazó, poniéndose de puntillas para colocar la barbilla sobre su hombro.
—Algunos más que otros.
—Tú te llevas la palma, escritorita. —Dejó un beso en su mejilla, cogió el pijama y se alejó de ella hacia la puerta.
—De eso no estoy tan segura —masculló sin girarse—. Te he dejado un cepillo de dientes nuevo en el lavabo. Es la segunda puerta de la derecha.
—Ahora vengo.
Paula acarició la rosa tallada y ganas le dieron de tirar por la ventana esa caja, a priori llena de promesas, que había terminado por albergar su maldición privada. Se contuvo, sin embargo, y luchó contra la melancolía, que parecía querer cubrirla con su oscuro manto. No era el momento, tenía una invitada y la boca llena de besos para ella. La necesitó por primera vez, para que le sacara de dentro la sensación de engaño, de pérdida, que estaba envolviendo todos y cada uno de sus pensamientos, y casi se lanzó hacia ella como un salvavidas cuando se metió entre las sábanas. Era urgente que Ro la trajera de vuelta y la alejara del mundo de las cosas que no se podían tocar.
—¿Estás bien? —preguntó la camarera, sorprendida por su agarre suplicante.
—Es esta casa, que a veces me pone triste. —A pesar de ser la más corpulenta de las dos, se hizo un ovillo en su costado y dejó que fuera la morena quien la cuidara de los sueños que flotaban fuera de ese dosel.
—Tiene un poco esa aura, ¿verdad? —Le acarició la espalda, repasó sus vértebras, se enredó en su pelo, calmando, sin saberlo, a la fiera asustada que rugía en el interior de Paula—. Le da a una por pensar en cosas intensas.
—Mi abuela decía que la casa suspira y que, cuando lo hace, suspiramos también quienes estamos en ella.
—Pues esta noche ha debido soltar un suspiro brutal. Me siento filosófica. —Se separó de su abrazo para ponerse de lado y poder mirarla con la pobre luz que entraba del jardín—. Pareces una niña pequeña cuando te pones tristona.
—Me siento pequeña a veces en este lugar. Como si no fuera a estar nunca a la altura —reconoció en un murmullo.
—¿A la altura de qué? —Deslizó los dedos por su rostro, destensando los músculos de su cara.
—No sé, de las expectativas. Tienes razón, en mi familia todos estamos un poco locos por el amor, y yo…
—Tú estás aquí con una chica insoportablemente guapa —dijo con una sonrisa de suficiencia, buscando sacarla de la cueva tenebrosa en la que parecía haber entrado su mente.
—Venga, Ro, no estoy bromeando. —Se ofuscó, dándole la espalda. La camarera se aproximó a su cuerpo sin disimulo y la abrazó por la cintura.
—Vale, perdón, no sabía que este tema era tan importante para ti. —Fue soltando besitos minúsculos aquí y allá, volviendo a deshacer los muros que tan poco le duraban levantados a la escritora con ella—. ¿Me hablas de esas expectativas que crees que no puedes cumplir?
—Te lo he explicado muchas veces.
—No es verdad, me has hablado de tus expectativas con respecto al amor, no de las de tu familia con respecto a ti.
Paula suspiró, y suspiró la casa con ella. Se volvió a girar para mirarla, olvidada ya su molestia, deseosa y necesitada de compartir con alguien esa angustia terrible que llevaba unos meses sin dejarla respirar.
—Mi abuela siempre me contaba historias de amor para dormir, ¿sabes? Pero la historia que más me contaba era la suya con mi abuelo. No tiene gran cosa, pero ella le metía inventiva. —Sonrió y agachó la mirada, infectada de recuerdos. Ro le alzó la cara tirando de su barbilla y le dejó un besito en la punta de la nariz, animándola a seguir—. Mi madre me dijo que se conocieron, simplemente, en un invernadero. Él trabajaba allí y ella era la niña rica a quien se le había antojado colorear el jardín aburrido de su vida aburrida. Pero en el cuento que ella me narraba cada vez que yo se lo pedía, que eran muchas veces, había magia, caminos de luces misteriosas y hasta una planta que le susurraba el lugar en el que mi abuelo le escondía cartas.
—Tiene que ser muy bonito crecer con esas historias —musitó Ro, con cierta envidia.
—Lo era. Con los años me di cuenta de que las plantas no hablan, que el suelo no se abre hasta el centro de la Tierra con una escalera de caracol hasta el lugar en el que mi abuelo había dejado la caja llena de su amor para ella. Pero me dio igual. Prefería la vida hermosa que me había imaginado, de la misma manera que la prefería mi nana, y también mi padre. Nosotros le damos la espalda a la realidad porque no siempre es a nuestro gusto, y nos quedamos con lo que trasciende, con los recuerdos modificados unas veces, con las mentiras piadosas otras.
—No me parece una mala manera de vivir, Pau, siempre que no duela.
—Pues duele, porque puedes esquivar la realidad, pero si te pones a girarle la cara, llega un momento, trescientos sesenta grados después, en el que vuelves a tenerla de frente. Y yo estoy en ese punto, y no tendría que estarlo. —Se le fue diluyendo la voz hasta terminar en un susurro dolorido.
—¿Y dónde tenías que haberte quedado?
—En el medio, en el amor, en la fe férrea. Pero no, yo, que me he criado rodeada de un mundo imaginario, yo, precisamente yo, he terminado la vuelta y le he dado la espalda al universo en el que crecí. Y me siento indigna por no haber sido capaz de encontrar algo que me hubiera hecho ser tan tontamente feliz como ellos.
—Paula, solo tienes treinta años, te puede venir en cualquier momento.
—No, porque ya he completado esos trescientos sesenta grados y nunca lo viviré con la pureza con la que lo hicieron ellos. He despertado de un sueño y no estoy segura de poder volver a dormirme.
—Yo creo que sí, que volverás a creer en ese amor. No —rectificó, negando vehementemente con la cabeza—, en un amor todavía mejor, más crudo, más sucio, vale, pero más real.
—Ese amor no es en el que…
—Ese amor es el que te va a devolver la ilusión, porque es el único que es de verdad.
—¿Tú crees? —suplicó, con las pupilas temblorosas.
—Sí, Pau. Te mereces un amor a tu medida, no a la de los demás.
Paula estiró el cuello y la besó, sellando de ese modo sus palabras últimas, queriendo creerlas con todas sus fuerzas, no dejando que otra sentencia menos amable desdibujara el color de esperanza que Ro le había pintado con su seguridad. Esa chica no sabía nada del amor, pero ella misma no estaba segura de saber mucho más que ella, por lo que se quedó suspendida en su boca hasta que el sueño inhumano se la llevó de allí, dejándola, de nuevo, navegando en sus tribulaciones.
Antes de dejarse ir, le llegó nítida la música de la caja que descansaba sobre el escritorio, cerrada.
***
Se despertó Ro en primer lugar y la miró largamente, con algo de compasión. Había pasado mala noche, con un dormitar inquieto en el que la buscaba para amarrarse a ella, como si su cuerpo de nada fuera ancla inamovible. Cabeceó, incrédula. Ella, que siempre había vivido a la deriva, sin un hogar ni un lugar al que volver, convertida en casa por un rato para alguien que lo tenía todo.
Se levantó, se puso la ropa del día anterior y se dejó guiar por los canturreos a media voz del ama de llaves, que trasteaba en la cocina mientras preparaba el desayuno.
—Buenos días, Manoli —saludó con timidez.
—Buenos días, niña. ¿Has descansado bien?
—Muy bien. Pensé que esta casa daría miedo, pero para nada.
—Ya te dije que las apariencias engañan. ¿Quieres café?
—Por favor. —Se aproximó a ella con una sonrisa agradecida y tomó la taza que le sirvió. Añadió el azúcar, echando de menos el sobre de más de la escritora.
—Hace una mañana radiante, vamos al porche de atrás. Conan está intentando cazar mariposas.
—Con lo torpe que es…
Salió tras el ama de llaves, saludó a Conan, que parecía querer enseñarle todo el jardín que ya había explorado sin ella, y se sentaron en una mesa. El aire de la mañana era frío, y Ro se llenó los pulmones de él, observando el terreno que se extendía ante sus ojos.
—Allí al final hay un río. Dile a la niña que te lo enseñe luego.
—Sí, se lo diré. —Dio un sorbo a su café, caliente por una vez—. ¿Llevas mucho tiempo trabajando en este sitio?
—Paula no había nacido cuando vine a parar aquí.
—Toda tu vida, entonces.
—La mía no, pero la suya sí. —Sonrió la mujer, tomando una galleta del cuenco—. Es buena chica, pero imagino que ya te habrás dado cuenta de eso.
—Sí. Es una mujer… muy especial.
—Es rara, lo puedes decir. —Rieron ambas y compartieron una mirada de complicidad—. Es por su abuela, que le metió demasiadas ideas locas en la cabeza. Yo se lo decía. «Andrea, que es muy chiquita para esas historias», pero estaba decidida a darle lo que a ella le había faltado con su edad.
—No entiendo…
—Andrea se crio en unas circunstancias muy diferentes a las de Paula. Gente de dinero, tú sabes, y estaba resignada a llevar la vida que le había tocado vivir. Entonces conoció a Ernesto y su mundo se puso patas arriba. Encontró algo que no esperaba, y quiso que su hijo y la niña Paula crecieran sabiendo que la felicidad y el amor eran posibles, para que no sintieran la angustia que sintió ella en su juventud.
—Pero se fue al extremo —concluyó Ro, comprendiendo, de golpe, muchas cosas.
—Eso parece. Paula sufre igual que sufrió su abuela, pero por algo completamente opuesto. Qué curioso, ¿verdad? Por evitarle su propio trauma, le creó uno nuevo sin querer.
—Por lo que me cuentas, si su abuela lo supiera, se tiraría de los pelos.
—Eso hace la pobre mujer. —Miró hacia el laberinto, que quedaba justo delante, y soltó el aire por la nariz—. Paula solo necesita olvidarse de todas esas historias y relajarse. Le hace falta una mujer que la traiga de nuevo al suelo, o se perderá entre las nubes.
—¿Tú crees que Paula aceptará a un amor así? —preguntó con una ceja alzada.
—Ya ha consumido todas las opciones. Solo le queda esa.
—Bueno, no seas tan negativa. La esperanza es lo penúltimo que se pierde.
—Claro.
Ro se estiró en la silla, esperando, como siempre, la pregunta que nunca llegaba. Sonrió al ver los pájaros levantar el vuelo de entre los setos del laberinto, y casi se muere del susto cuando una mano tibia se colocó sobre su hombro.
—Buenos días, fugitiva.
—Joder. —Se llevó una mano el pecho para calibrar el infarto, pero, al volverse a mirarla, sus ojos ilusionados de verla ahí se llevaron de un plumazo cualquier otro sentimiento que no fuera el calor que le hizo sentir—. Buenos días, marmota.
—Te he escuchado levantarte, pero se estaba tan a gustito… —Se acercó a Manoli y le dejó un beso en la mejilla—. Buenos días a ti también, reina mora.
—Buenos días, niña. Yo os dejo, que tengo cosas que hacer. —Le guiñó un ojo a la camarera y se perdió en el interior de la casa.
—Esta mujer nunca para, qué barbaridad. ¿Cómo has dormido? —Le besó la frente y se sentó a su lado.
—Mejor que tú, koala.
—Hoy pertenezco al mundo animal, por lo visto —intentó bromear, pero el escaneo al que estaba siendo sometida por parte de Ro le cortó las alas—. Estoy pasando por una etapa… complicada. De mutación de la piel, como las serpientes.
—Cambiar es bueno. —Le acarició el cuello.
—Pero se duerme regular. —Se perdieron sus ojos también en el laberinto, que parecía tener un imán para cualquiera que lo tuviera delante—. Buenos días, Conan el Bárbaro. —El animal se acercó para que lo acariciara, con la lengua fuera y una sonrisa perruna.
—Conan a secas.
—Deja a la gente disfrutar de las cosas, Ro. —Dio un sorbo al café—. ¿Qué tal con Manoli? ¿Te ha contado mis más oscuros secretos?
—¿Que te meabas en la cama hasta los doce? No, nada de nada.
—¡Eso es mentira! —Se indignó, abriendo mucho la boca.
—Ya lo sé, pava. Está preocupada por ti, como todo el mundo, al parecer.
—Yo es que brillo con luz propia y la gente no está acostumbrada a verme apagada, nena. —Sacó los labios hacia afuera con chulería, se bebió el café que le quedaba y se puso en pie.
—Y volvió la escritorita egocéntrica. —Se levantó ella también y apuró su taza—. ¿Me enseñas el río?
—¿Tú cómo sabes que aquí hay un río?
—Oscuros secretos que me cuenta Manoli.
—Pues vamos.
La cogió de la mano y echaron a andar, con Conan merodeando a su alrededor, corriendo lejos y volviendo para asegurarse de no perderlas de vista. No se soltaron al salir del porche, y continuaron agarradas de esa forma lo que duró el paseo.
—Oye, por cierto, me he levantado pensando en una cosa. Estás convencida de que encontraré ese amor con el que sueño, ¿no?
—Al cien por cien. Soy team Paula a tope.
—Entonces, el día que lo encuentre, ¿vas a llorar por tu tremenda pérdida?
—¿Qué pérdida? —Se hizo la tonta.
—Yo. —Señaló su propio cuerpo con un gesto grandilocuente.
—Creo que podré soportarlo.
—Auch. No dejas de herir mi orgullo, Ro, muy mal.
—¿Y tú, que ya me estás cambiando por otra?
—No me hagas el lío, camarerita. Tú no quieres ser portadora de mi amor, no me eches la culpa a mí. Cada palo que aguante su vela.
—En el fondo no confías en mí para dármelo. El papel de enamorada dolida ya no te va, guapa.
—¿Sabes una cosa? Nunca había pensado así, pero creo que Eli dio en el clavo. Tengo en tan alta estima lo que me han inculcado que creo que nadie es merecedora de ello, porque ninguna lo va a valorar como debe. ¿Qué te parece la ironía en la que se ha convertido mi vida?
—Me parece muy irónico. —Soltó una carcajada ante la mirada de reproche de Paula—. ¿Crees que es miedo?
—Sé que es miedo. Ayer dijiste una cosa que me dejó a cuadros, porque acertaste sin saberlo. En mi familia estamos locos por el amor. Literalmente. Se nos va la olla.
—¿A qué te refieres?
—Cuando mis padres se separaron, mi padre, que también fue educado como yo, aunque no de una manera tan perfeccionada —rio entre dientes—, no volvió a ser el mismo. No levanta cabeza desde entonces y no tiene ninguna intención de hacerlo. Perdió a su amor y ya no le queda nada más, solo esperar la muerte sumido en una depresión de caballo. Mira, otro animal.
—Le quedas tú, la familia…
—Da igual. Él ya nunca más va a ser feliz porque lo encontró, de verdad que encontró el suyo, y lo perdió. Y a mi nana le pasó lo mismo cuando mi abuelo murió. Su mente no pudo soportar la pérdida y se inventó un mundo en el que mi abuelo no había muerto. Seguía hablando con él, viéndolo en todas partes… Pero fue una demente feliz.
—¿Eso es lo que te da miedo? ¿Volverte loca tú también?
—Sí. Lo vivimos tan intensamente que es posible que sí, que me autoboicotee, porque lo deseo, joder, ya ves que sí lo deseo, pero me acojono al pensar que puedo perderlo y, con ello, la cabeza. Como mi familia. Maldita Elisa, me conoce mejor que mi madre.
—¿Tanto te ha costado darte cuenta? Ahora que tengo algo más de información, es evidente. —Soltó una risita por la nariz.
—Es por el cambio de piel, Ro. Es algo que estaba debajo, pero hasta ahora no había salido a la superficie. Como un monstruo, un animal sanguinario que llevo dentro y que no me deja ser feliz. Una parte que tira de mí hacia el no, y otra que tira de mí hacia el sí. Y ¿sabes quién queda en medio?
—Tú —susurró, perdida en sus palabras.
—Yo, partida a la mitad. ¡Mira, Ro, el río!
Correteó alegremente los metros que quedaban hasta la maleza que lo hacía invisible a la vista y la camarera se quedó allí, observándola, asimilando todo lo que había sido dicho, que no era más que la punta del iceberg que deambulaba oculto por debajo del nivel del mar.
Una mujer, una dualidad y una curiosidad in crescendo con cada palabra que salía de su boca, con cada pedazo de ella que le dejaba ver.
Cada vez me gusta más la historia, el personaje de Paula me parece tan rico y lleno de matices..ojalá poder tenerlo en físico!
Doloroso saber que las ilusiones tan putas y complejas de Pau se hayan roto. Espero que pueda vivirlo.
Otro capítulo sensacional! Gracias a la escritora y la a editorial.
No sé bien que decir, solo sentir.
Es buenísima la historia. La profundidad e intensidad de Paula y la curiosidad y gran corazón de Ro.
Me cuesta mucho esperar hasta el próximo viernes, ayyyyyyy
Cris, gracias por todo lo que escribes. Tienes una mente maravillosa, naciste para esto y deseo mucho tener un libro tuyo en físico. Que la musa siempre te acompañe, GRACIAS!
Me gustan mucho las 2 pero Paula es mi debilidad, me causa tanta ternura que me dan ganas de abrazarla y protegerla para que no sufra🥺
Es todo magia en esta historia.. y me encanta. Otro capitulo hermoso.
Me encanta conocer cada vez más a cada una 😍😍😍, gracias Cris por regalarnos estos momentos 💗
Paula te amo
Capítulo muy interesante ya nos has permitido profundizar en la mente y los miedos de Paula.
Cómo siempre tu forma de contar sentimientos, sensaciones y emociones me flipa y me fascina.
Ahora a esperar hasta el viernes que viene para poder continuar leyendo está maravillosa historia