El descanso del minotauro
14
Hasta el viernes, Paula no tuvo salud para salir de casa. Podría parecer un simple catarro, una exposición de su cuerpo debilitado a la lluvia, pero más bien fue una precipitación interna la que había dejado su cuerpo extenuado. La tormenta había sucedido de puertas para adentro, arrastrando deidades y templos, casas y campos, dejando, únicamente, la figura del minotauro en toda su enormidad en mitad del pantano fanganoso en el que había quedado reducido todo. Y allí se había ido a refugiar cuando su mundo, el real y el imaginario, pues ambos se retroalimentaban, se vino abajo.
Se sentía más liviana tras aquella catástrofe natural privada, tanto que tuvo miedo de que, sin el peso de todo lo arrastrado durante años, echara a volar, perdiéndose entre las nubes como el Ícaro de su mito, sin alas en su caso y directa al sol de lo que una no puede tener por mucho que lo desee. Sin embargo, y a pesar de su recién estrenada ligereza, permanecieron sus pies en el suelo, enterrada en el barro hasta las rodillas, y ya sabemos lo costoso que es caminar sobre arenas movedizas.
A pesar de todo, pensó que era mejor ponerse en marcha antes de que el lodo se secara y la dejara plantada en medio de ese páramo yermo en el que no crecía la vida, como una estatua de sal. Si ya no podía habitar en el lugar que había sido refugio y hogar, tendría que buscar otra tierra más amable donde sentarse a esperar que lo peor pasara.
De este modo, se dio una ducha, se peinó, se puso bella y se alejó del lodazal en el que se había convertido la soledad y el silencio de su piso y de sus pensamientos. Caminó, como ya digo, más ligera, aunque más triste, los escasos metros que la separaban del único brote verde que podía vislumbrar en mil kilómetros a la redonda: una chica sin futuro, pero con un presente arrollador.
—Buenos días, camarera —la saludó nada más plantarse frente a la barra, donde Ro, de espaldas a ella, preparaba un café.
—Buenos días, escritorita —devolvió sin girarse, pero con una sonrisa de las que se miden en campos de fútbol—. Benditos los oídos que te oyen, desaparecida.
—Tienes mi número de teléfono, podrías haberme llamado si tantas ganas tenías de escuchar el dulce sonido de mi voz.
—Prefiero el cara a cara. —Se volteó hacia ella y suspiró de satisfacción. La había echado de menos—. ¿Cómo te encuentras?
Paula abrió los brazos y dio una vuelta sobre sí misma, mostrándole su aspecto mejorado con respecto a la última vez que se habían visto.
—Ya veo que estás que te rompes. Nada nuevo bajo el sol.
—Hala. —Se ruborizó, bajó un segundo la mirada para recomponerse y carraspeó—. Pues estoy mucho mejor. Yo creo que ha sido por la cantidad ingente de crema de verduras que quedó del martes. Aún me queda un tupper. —Hizo reír a Ro y ella sonrió de manera automática.
—¿Solo has comido eso?
—Y un montón de drogas. —Agitó las cejas arriba y abajo.
—¡Di no a las drogas, Paula! —bromeó y se fijó en la soltura que veía palpable en su escritora—. Imagino que ya no querrás desayunar, porque vaya horas traes.
—No, solo me he pasado a saludar y a tomarme un café rápido, que he quedado con unas amigas para comer.
—¿Soy tu primer contacto con el exterior tras tu casi muerte?
—Pues claro. Después de la tabarra que me has dado toda la semana preguntando cómo estaba, qué menos que pasarme a que lo veas con tus propios ojos.
—La salud no sé cómo la tendrás, pero el ego ya veo que está totalmente recuperado. ¿Un café, entonces?
—Sí, por favor.
Ro se dio la vuelta y empezó a preparar su bebida. Paula sintió su ánimo mejorar al instante. Aunque la camarera no fuera a ser portadora de su inmenso amor, parecía que, con sus conversaciones refrescantes y ese humor que compartían, tenía el poder de, al menos, relajarle el corazón. Siempre había sentido las emociones románticas de manera extrema, todo o nada, el impulso rebosante producto de la ilusión, o el desgarro más descarnado cuando no funcionaba lo que apenas había comenzado. Sin embargo, en su relación con Ro, después del desastre todo parecía navegar en las aguas tranquilas de quien nada espera y se deja llevar por la corriente. Era nuevo, era desconocido, pero era sano para ella, por una vez.
—¿Te quedas en la barra? —preguntó, transportando la taza sobre el plato.
—Sí, he venido a verte, y desde aquí te veo de fábula.
—Te encanta sonrojarme, ¿verdad?
—Te pones muy guapa, Ro, y a mí me gusta admirar la belleza. —Le tendió el sobre de azúcar que venía en el plato y Ro, como hacía siempre, aunque ella nunca había estado presente para verlo, lo dejó en una caja aparte. Paula la miró con extrañeza—. ¿No lo metes donde los demás?
—No, es que estos… Estos son los que tú me devuelves.
—¿En serio?
—Sí. Y, bueno, luego, cuando yo me tomo mi café, cojo el sobre que me falta de ahí. Por lo del equilibrio cósmico ese que te gusta tanto.
—Para despreciar las cosas «especiales» —hizo el gesto de comillas con los dedos—, se te dan estupendamente bien.
—No las desprecio, solo que no les doy la relevancia que les das tú.
—Con lo de los azucarillos, lo haces —la picó, dando un sorbo a su taza.
—Me parece bonito, yo qué sé. ¡Deja de mirarme como si fueras la más lista del barrio!
—Te gustan las tonterías —dijo en tono cantarín.
—No me vaciles.
—Te encantan las tonterías —repitió, extendiendo su sonrisa mayor.
—Bah, cállate.
Paula guardó silencio mientras apuraba el café. Le hacía una ilusión terrible que, alguien como ella, entrara en esos juegos de absurdeces que no tenían ninguna importancia, nada más que la que ella misma le daba. Que Ro, por contagio, también se la diera, simplemente le calentaba el alma.
—Me voy, que no me merezco este trato. —Se levantó del taburete, se apoyó en la barra y dejó un besito de nada en su mejilla—. Nos vemos.
—No si yo te veo antes —contestó a trompicones por la sorpresa, con las orejas coloradas.
—Tienes que entrenar eso de las frases lapidarias, estás perdiendo el toque. —Se fue alejando de ella, camino a la puerta.
—¡Es que me pones de los nervios!
—Tú también a mí. ¡Chao!
Y se largó de allí con la sonrisa más grande del universo. Caminó casi a saltitos, recuperada, ahora sí, de una semana y media para olvidar. O no. Igual debería detenerse, un ratito cada día, a pensar en todo lo que había mutado en su interior desde que la conversación con Ro, ayudada por lo que ya llevaba un tiempo rumiando y los consejos siempre estériles de su gente cercana, le había hecho ver que algo estaba mal en su manera de esperar.
Se empeña una a veces en huir del dolor, en compactarlo hasta hacerlo tan minúsculo que pueda ser escondido en cualquier rincón, y a lo mejor la clave está en mirarlo de frente, acariciarlo con dedos heridos, reconocer su forma y su color y, quizá, aprender de él.
En esas cosas andaba pensando cuando chocó contra una mujer y, al ir a disculparse, se dio cuenta de que sus pasos la habían llevado hasta el restaurante en el que había quedado con sus amigas. Laura la miró con altanería y una sonrisa de suficiencia.
—Cada vez que te veo, tienes peor cara.
—Y tú cualquier día vas a quedarte calva con tanto tinte. ¿Blanco, en serio?
—Es fácil acordarse de la del pelo blanco en un casting —contestó Laura, echándose el cabello hacia atrás con un gesto teatral.
—Tu lógica no tiene fisuras. ¿Me das un abrazo o esperamos a que llegue Elisa y me ayude a burlarme de ti?
—Tienes pinta de necesitarlo.
—¿El abrazo o la mofa? —Entornó los ojos y se aguantó la risa.
—Ambos. Ven aquí, anda.
Se abrazaron y, en el agarre de náufrago de Paula, supo Laura que algo no iba bien. La estrechó más fuerte para sacarle de dentro a empujones la desazón y, al separarse, fue consciente de que su amiga no se parecía apenas a su amiga.
Se sentaron en la mesa reservada y pidieron una botella de vino. La escritora no esperó a la pregunta que estaba quemándole en los labios a Laura.
—Pues al final esta tampoco era. —Laura la miró con lástima y soltó el aire por la nariz.
—Veo que eso es algo que te sigue sorprendiendo. ¿Cómo se llamaba?
—Ro. Rocío, no Rosa.
—Ah, sí, Romualda. Eso lo explica todo. —Laura la observó con precaución, intentando descifrar qué era lo que había cambiado en Paula. Muchas veces habían tenido esa conversación, pero jamás la había visto tan derrotada como entonces—. ¿Y cómo estás?
—Bien —dijo con simpleza y una sinceridad que impactó en la rubia—. Bien de verdad.
—Te creo, te creo, pero no lo parece.
—Me lo esperaba, porque somos como el agua y el aceite —suspiró, pensativa—, pero estaba empeñada en que sí, que tenía que serlo. Ya sabes que me había propuesto parar un poco después de ella.
—Ya. Era «La última oportunidad» —dijo como si fuera el título grandilocuente de una película mala de sábado por la tarde, entendiendo, de las explicaciones de Paula, que era eso lo que la tenía tan apagada—. ¿Por eso estás… así?
—Así, ¿cómo?
—No sé… Como vacía.
—Pues un poco —musitó la escritora—. Vivía con una meta muy definida que se me ha difuminado y estoy como perdida. Es una sensación rarísima, porque…
—¡Perdón, perdón, soy un desastre!
Elisa hizo su entrada habitual, llamando la atención de todo el mundo, chocándose con las sillas y deshaciéndose del pañuelo que casi siempre llevaba al cuello mientras intentaba que no se le cayeran las gafas.
Llevaba tanto tiempo siendo la editora de Paula que había terminado por convertirse en su amiga, a pesar de que la escritora, cuando la conoció, creyó ver en ella todo lo que siempre había buscado. Un alma como la suya, etérea y soñadora, con la mente siempre en las historias de otras y la vista cansada de tanto leer.
Elisa, sin embargo, cortó aquel enamoramiento precoz de raíz, contuvo con maestría al monstruo del romance imaginario y le presentó a su novio de toda la vida. No tardó ni media hora en poner cada cosa en su lugar. No hubo reproches ni corazones rotos, pues la editora no lo permitió, y la escritora encontró en ella lo que no creía que podía existir, siendo como era: un alma gemela sin amor.
—Tranquila, que acabamos de sentarnos —contestó Paula, intentando beber de su copa sin verterla mientras la muchacha repartía besos, haciendo tambalearse la mesa.
—¿Qué me he perdido?
Se sentó de una maldita vez, resoplando como un animal agonizante por la carrera, pidieron la comida y dejó que las chicas, por turnos, le fueran contando los últimos acontecimientos.
—Me dijo que la había idealizado, que no estaba enamorada de ella y que no la conocía.
—Joder, para llevar solo un mes en tu vida, te ha calado a la primera. —Elisa estaba impresionada.
—Y creo que tiene razón. —Se miró las manos, avergonzada—. Le he estado dando muchas vueltas, y la verdad es que me siento… ridícula. Como si hubiera perdido tanto la perspectiva por una obsesión que estaba dispuesta a enamorarme de una piedra si me hubiera puesto ojitos.
—No quiero reírme, pero… —Laura se mordió los labios.
—Ríete. Soy un puto chiste. —Soltó un suspiro asqueado y se deshizo del nudo en la garganta con un trago de vino.
—No digas eso, Pau —intentó consolarla Eli—. Es verdad que a veces parecía que no había nadie al volante, así que me alegro de que hayas decidido detenerte para poner en orden tus ideas.
—Pero sin eso, ¿qué me queda? —Las miró con pupilas temblorosas, con la súplica implícita de quien necesita un poco de luz en medio de la oscuridad.
—Te queda la vida, tía, disfrutar de las personas, no tirarlas al contenedor de la basura en cuanto te das cuenta de que no cumplen unas expectativas inalcanzables.
—Ya, Lau, si eso lo tengo claro, pero… Un momento.
Se disculpó y sacó el teléfono del bolsillo, que había vibrado. Ro le acababa de mandar una foto de su café y el azucarillo que había cogido de su caja. Sonrió como una imbécil, contestó y lo volvió a guardar, encontrándose con las miradas suspicaces de sus amigas.
—Madre mía, la Romualda al hoyo y la Paula al bollo —dijo Elisa con fingida admiración.
—¿Qué dices?
—Que acabas de soltarnos un discurso muy emotivo sobre la necesidad de detener la barbarie en la que se ha convertido tu vida y resulta que no has tardado ni un cuarto de hora en buscarte a otra. —Laura asintió, dándole la razón.
—Estaba hablando con Ro, listas, que sois unas listas —se defendió, y las dos rubias se miraron a la vez con los ojos como platos.
—Ah, ¿que sigues hablando con ella? —preguntó la actriz, incrédula.
—Sí.
—Eso sí que es nuevo.
—Os acabo de decir que tenéis razón, que voy a dejar las expectativas a un lado y, simplemente, hacer lo que me apetezca sin agobiarme por sentir que estoy perdiendo el tiempo.
—¿Y Romualda es la elegida?
—Es que… Me gusta. —Se encogió de hombros, casi disculpándose consigo misma—. ¿Por qué no pasar tiempo con ella si me hace sentirme bien?
—¡Me cago en la hostia, Paula, llevamos años diciéndote que hagas justo eso! —Se indignó la editora.
—Vale, vale. —Extendió las manos, pidiendo paz—. Ya sé que me lo habéis dicho mil veces, pero esta era una conclusión a la que tenía que llegar yo solita.
—¿Y en qué has quedado con esa muchacha?
—Hemos quedado en quedarnos, de momento.
—Mírala ella, qué poeta.
—Mírala ella, qué gilipollas. —Le echó una mirada terrible a Laura—. No sé, chicas, sé que lo que busco existe, porque lo he visto, pero a lo mejor no es para mí. —Sus amigas se dieron un golpe por debajo de la mesa. Era la primera vez que escuchaban a Paula decir algo así, y era triste—. Un baño de realidad me puede venir bien, y os aseguro que de realidad, con Ro, voy servida. Menudo rapapolvo me dio cuando me declaré.
—¿Qué te dijo?
—Que estoy loca y que me tome un tranquilizante.
—La quiero conocer. —Asintió Laura, echándose hacia atrás para facilitarle el trabajo al camarero, que traía la comida.
—Pues a esta igual os la presento.
—¡Alabado sea Jesucristo nuestro señor!
Las dos idiotas que tenía por amigas alzaron las manos hacia el techo, llevándolas de lado a lado como un coro góspel, y a Paula no le quedó otra que echarse a reír. Dejaron la intensidad de los asuntos del corazón de la escritora y se dedicaron a levantarle el ánimo a base de bromas y planes para la comida que estaban organizando.
RO
Tengo dos noticias
Una buena y una mala
¿Con cuál empiezo?
PAULA
Con la mala, siempre
RO
Se ha cancelado la barbacoa de mañana
A mí me toca doblar y Elvira parece la niña del exorcista
Vomitando por todas partes
PAULA
Demasiada información, Ro
¿Y la buena?
RO
Que voy a querer verte el domingo
Y puede que el lunes
Lola me lo ha dado libre por trabajar mañana todo el día
PAULA
Esas son dos buenas noticias
Pues yo también tengo una buena y una mala
¿Cuál te digo primero?
RO
La buena
PAULA
No, tiene que ser la mala
RO
Entonces, ¿para qué preguntas?
PAULA
Porque todo el mundo elige la mala, aguafiestas
RO
Ya deberías saber que yo funciono al revés
Venga, al grano, que me impaciento
PAULA
La mala es que el domingo he quedado con mis amigas para comer
RO
Jo
PAULA
En la mansión
RO
Mecachis
PAULA
Para estrenar la piscina
RO
¡Maldita sea!
Dime la buena, porque te estoy odiando muy fuerte ahora mismo
PAULA
Después de trabajar dos turnos seguidos, te vendría muy bien un baño refrescante, ¿no?
RO
Me vendría de lujo
Y si una escritorita ricachona me va sirviendo mojitos cada poco tiempo, sería un sueño
PAULA
¿Aunque la escritorita ricachona le sirva mojitos también a sus amigas?
RO
Aunque se los sirva al diablo
¿De cuántas amigas estamos hablando?
—De dos —dijo Paula al recogerla la mañana del domingo.
Cuando Ro vio a la escritora aparecer con su coche impecable, quiso morirse allí mismo, pero Paula no le dio la más mínima importancia al hecho de que su perro se tumbara en los asientos de atrás con su correa reglamentaria y lo llenara todo de pelos y de babas. «Se limpia», había sido su contestación despreocupada y Ro tuvo que hacer su máximo esfuerzo para no comérsela a besos ahí mismo.
—¿Cómo se llaman? —le preguntó, una vez se pusieron en marcha.
—Elisa es mi editora y Laura mi amiga de toda la vida. No tienes que preocuparte por ellas.
—No me preocupo. —Extendió el brazo sobre los dos asientos y empezó a acariciar la nuca de Paula, que entornó los ojos de gusto—. Solo somos amigas, ¿no?
—Amigas que se acuestan.
—Solo ha pasado una vez y ni siquiera nos hemos vuelto a besar desde entonces, Pau.
—Tienes razón.
Dio un frenazo y se apartó en la cuneta de la carretera que habían tomado para salir de la ciudad. Se quitó el cinturón con parsimonia para que Ro fuera consciente de lo que se disponía a hacer. La sonrisa y la mordida de labio de la camarera fue la luz verde que Paula necesitó para avanzar lentamente hacia ella, dándole tiempo más que de sobra para que se apartara si quisiera. Pero no lo hizo, y sus labios, cortados de haberse echado de menos, volvieron a encontrarse en casa. No era una vivienda en propiedad, vale, pero nada tenían de malo las casas de alquiler.
—¿Ves como estás loca de remate?
—Ahora dilo sin llorar.
—No estoy llorando.
—Por los ojos no.
—¡Paula! —La empujó por los hombros y la escritora se colocó el cinturón entre risas y se incorporó de nuevo a la circulación—. Espero que no beses así a tus amigas.
—¿Tenemos algún contrato de exclusividad? —preguntó sin apartar la vista de la carretera, elevando una ceja, divertida.
—Me gusta llamarlo respeto. Si estoy contigo, no estoy con nadie más.
—¿Estás conmigo?
—Hoy sí.
Paula, que en cualquier otro momento de su vida hubiera entrado en pánico con aquella nula capacidad de compromiso, agrandó la sonrisa hasta darle un par de vueltas a la cara. Hoy iba a presentarle una chica a sus amigas, algo que no había sucedido jamás. Hoy llevaba un perro gigante en el asiento trasero de su coche que le había lamido la cara para saludarla, dándole su visto bueno. Hoy iba a pasar el día con una mujer que le ponía el cerebro del revés y, a veces, también el corazón. Hoy no era un para siempre, pero empezaba a gustarle el vértigo de no saber qué sucedería mañana.
Ro no dejó de acariciarle la nuca en todo el trayecto, escuchando sus explicaciones sobre la casa que iban a visitar.
—¿Hay fantasmas? —quiso saber, emocionada.
—Sí. Mi abuela podaba los rosales con mi abuelo después de muerto, y mi nana se pasa el día cantando y bailando en el laberinto.
La risa de la camarera le hizo ver que se había tomado aquel comentario a broma y Paula, de momento, no quiso sacarla de su error.
Entraron en sus dominios y Ro detuvo el movimiento de sus dedos, aunque no retiró la mano. Estaba francamente impactada. Aunque siempre se metía con Paula por su evidente estatus social, lo cierto era que se imaginaba la mansión más bien como una casita de campo con algo de terreno, nada que ver con lo que se estaba abriendo paso ante sus ojos.
—Paula, ¿seguro que es aquí?
—Pues claro. —Rio entre dientes, mirándola de reojo para apreciar su expresión asombrada.
—Me cago en la puta, Paula, ¡que eres una burguesa de verdad!
—Tengo antepasados indianos, qué te puedo decir.
—¡La madre que me parió, si tienes un lago!
—Es una charca, no exageres.
Aparcaron en la puerta y Manoli salió a recibirlas. Cuando Ro vio cómo Paula le daba un abrazo tan fuerte que hizo que la mujer levantara los pies del suelo y saliera en carcajadas quejicosas, se dio cuenta de que podía ser burguesa, pero no imbécil.
—Manoli es el ama de la casa —empezó a presentarlas.
—El ama de llaves —la corrigió con una sonrisa maternal.
—La dueña y señora, Ro, no le hagas caso. Y Ro es… —La miró con la boca abierta, sin saber qué tenía que decir.
—Soy su chica, más o menos. —Se acercó a la mujer y le dio dos besos—. Encantada, Manoli. Este lugar es espectacular.
—Lo dice como si fuera mío.
—Paula ha dicho que lo es. —Se encogió de hombros y rieron las tres—. No me hable de usted, por favor.
—Haré lo que pueda. ¿Qué llevas en el coche, niña? —le preguntó a Paula, que se dirigió a paso rápido hacia el automóvil y se giró hacia ella con la cara a rebosar de ilusión mientras abría la puerta.
—¡Mira, Manoli, un perro! —exclamó la escritora, más ilusionada que una cría, metiendo medio cuerpo dentro para liberar al animal—. Es de Ro y se llama Conan. Conan el Bárbaro —dijo hinchando el pecho, con una sonrisa sin dientes, plantándose delante de ellas sin apartar la mirada del peludo.
—Conan a secas.
—Déjala, ella es feliz con poco. —Las dos mujeres miraban cómo Paula, ajena a la conversación, luchaba con el enganche del arnés para soltarlo y que corriera libre por la finca.
—Cualquiera lo diría. —Miró, aún impresionada, la enorme construcción.
—Lo que una parece no siempre tiene mucho que ver con lo que es. Esto solo es una casa grande.
—Vamos, Conan, ¡a correr! —Lo miró con cariño y, tras unos segundos ensimismada en las potentes zancadas del animal, se giró hacia Ro, inquieta—. ¿Lo puedo soltar?
—Eso parece. Vamos, anda, no quiero perderlo de vista, que es un liante.
—Ahora venimos, Manoli, y te ayudamos con las cosas. Si vienen estas, abre el vino, eso las tendrá entretenidas.
—Anda, tira, y quítate la camisa, que hace un calor que te vas a asar.
Paula obedeció sin rechistar, le entregó la prenda, le dio un beso en la mejilla y se fue detrás del perro, que olisqueaba las plantas que rodeaban el edificio.
—A Conan parece que le gusta —rompió el silencio con cierta timidez.
—Y a mí me gustas tú —contestó Ro, dejando a Paula en babia.
—¿Y… y esto tan gratuito? —Tragó saliva tan grueso que la camarera lo oyó.
—Viendo todo este despliegue —abrió los brazos, abarcando el terreno—, me doy cuenta del tremendo braguetazo que puedo dar. Tengo que camelarte.
—Ya me tienes camelada.
—Qué raro que no entre. —Señaló a Conan, que olisqueaba la entrada del laberinto, sin atreverse a explorar más allá—. Con lo cotilla que es.
—Hay un animal más grande que él ahí dentro, normal que le dé miedo.
—¿Yo también debería tenerlo?
—Yo se lo tengo, pero tú no me pareces una mujer miedosa.
—No lo soy.
No preguntó si iban a entrar, algo le decía que ese no era el momento, por lo que continuaron con el paseo, rodeando la construcción mientras Paula le señalaba los distintos espacios y le explicaba qué era cada cosa.
Antes de doblar la esquina, la escritora miró por encima de su hombro, hacia los altos setos, que parecían más silenciosos que nunca. Vio a su nana asomada allí con una sonrisa radiante y un asentimiento diminuto. Nunca una mujer había estado allí con su niña, y Paula se encogió de hombros en su dirección a modo de disculpa, sintiéndose mal por llevar por primera vez a alguien que no creía que fuera a durar para siempre. Sentía que le había fallado a lo que ambas con tanta fe creían, a las enseñanzas que se había esforzado en depositar en ella desde bien pequeña, pero su abuela parecía, igualmente, feliz por ella.
Un peso que no sabía que cargaba cayó a plomo contra el suelo justo antes de perderla de vista.
Regresaron a la entrada, donde las amigas de la escritora ya estaban haciendo reír al ama de llaves.
—¡No os pienso dejar bajar a la bodega, borrachas!
—Venga, Manolita, que tu jefa es una agarrada —suplicaba Laura, oculta tras una pamela veraniega desproporcionada.
—¡La bodega ni de coña! —gritó Paula, aún un poco lejos de ellas, y se volvió hacia Ro para tantear sus nervios. Le gustó percibir que estaba más inquieta de lo que quería demostrar—. Si dices que yo estoy loca, vas a flipar con estas dos.
—Son locuras diferentes. —Cogió todo el aire que cabía en sus pulmones y se esforzó en esbozar una sonrisa trémula.
—Estás muy guapa cuando quieres esforzarte en agradar —le susurró al oído, ya muy cerca de las invitadas, que las miraban con ojos analíticos.
—No… no me esfuerzo en agradar. —Se colocó el pelo compulsivamente y Paula soltó una risotada, recibiendo un empujón como respuesta.
—No conozco a esta persona que te acaba de agredir, pero estoy segura de que te lo mereces. —Se adelantó Laura para darle dos besos a la camarera—. Soy Laura, la amiga actriz.
—Ro, encantada. —Le dio dos besos a la editora, alternando la mirada entre las dos mujeres que acababa de conocer.
—Y yo Eli, un placer.
—Bueno, Paula —cortó Laura el momento incómodo de las presentaciones, alejando a la escritora con una mano en dirección a la casa—, es momento de que vayas a ayudar a Manolita, que nosotras tenemos que hablarle mal de ti a Ro.
Sin esperar respuesta, tiró del brazo de la camarera y de Eli y juntas se dirigieron a la piscina, tomando asiento bajo una sombrilla gigantesca, debajo de la cual había una mesa y sillas de mimbre a juego.
Ro se hacía la indiferente, pero lo cierto era que necesitaba a Paula cerca para pasar ese trago. Había estado muchas veces en la situación de conocer a amigos de sus parejas esporádicas, pero tenía la sensación de que aquello era otra cosa completamente diferente. Quizá el carácter de Paula, más sensible y reservado, o sus estúpidas ideas sobre el amor, le daban a aquel acto natural para ella una dimensión de relevancia que le estaba encogiendo el estómago.
—Bueno, Ro, dinos cómo has tenido el valor de salir con nuestra amiga más desequilibrada —rompió el hielo la editora.
—Pues… no sé… —Miró a una y a otra sin saber bien qué decir—. Está como una regadera, pero me lo paso muy bien con ella. —Tragó saliva. Para el estado ansioso en el que se encontraba, aquella había sido una frase muy larga.
—Es una mujer interesante, eso no lo puedo negar. Eres la primera chica que nos presenta, espero que este dato te haga sentir especial.
—¿En serio?
—Oh, ya lo creo. Y ha habido muchas.
—Infinitas. —Rio Laura por lo bajo.
—Quién lo diría —murmuró Ro.
—Que no te engañe con esa aura soñadora y romántica. Para encontrar el amor, ha estado practicándolo mucho.
—Eso es lo que me molesta de ella. —Se incorporó Laura en su silla, indignada—. Tiene cara de santa, pero de santa solo tiene eso, la cara.
—¿Ya me estáis poniendo a parir? —Apareció la mencionada con aperitivos, seguida por Manoli.
—Me estaban comentando que eres una golfa disfrazada de romántica.
—Al corazón de una mujer también se llega a través de su vagina. —Les guiñó un ojo, se llevó un golpe del ama de llaves por ese comentario tan soez y las hizo reír.
—No me esperaba esto de ti, escritorita. —Ro la miró con los ojos entornados, mucho más relajada con su presencia por allí.
—Mis intenciones son siempre puras, pero la química también forma parte de la magia.
—Yo creo que es la parte más mágica de todas —le dio la razón Elisa, cogiendo una aceituna del cuenco—. Eso sí que es algo que no se puede aprender ni fingir. Está o no está.
—La única que me entiende. —Paula le dejó un beso en la frente y se acercó a su camarera, posando una mano en su hombro y acariciándole subrepticiamente el cuello—. ¿Qué quieres de beber?
—Una cerveza.
—¿No eran mojitos?
—Eso después de comer.
—Lo que usted mande. —Quiso acercarse a darle un beso, pero delante de sus amigas, en una situación completamente nueva para ella, no supo si era lo correcto, por lo que se marchó dejándose las ganas intactas.
—Bueno, yo me estoy cociendo aquí. —Se levantó Laura de su asiento y se deshizo de la camiseta en un movimiento maestro—. Y esta piscina no va a estrenarse sola.
Eli la siguió y juntas se zambulleron entre gritos. A pesar del clima veraniego, solo acababan de estrenar el mes de mayo y el agua estaba aún helada. Ro las vio jugar y reír, y no supo que Paula había vuelto con su cerveza hasta que sintió el cristal frío contra su cuello.
—¡Joder, Pau!
—Toma, quejica. —Se sentó a su lado y le acarició la rodilla desnuda—. ¿Qué te están pareciendo?
—No entiendo qué hace una chica como tú siendo amiga de Laura. Es tu antagonista.
—Nos complementamos bien.
Ro se quedó pensativa. Era, quizá, lo mismo que les pasaba a ellas. Aprovechando un descuido de las bañistas, Paula dejó un beso breve en su mejilla y volvió hacia adentro, animando a Ro a que se bañara también. Se metió en el agua y las dos rubias la recibieron con naturalidad, contándole anécdotas de juventud y haciéndola partícipe de las bromas privadas del grupo para que se uniera a ellas cuando se metieran con Paula.
La castaña salió de nuevo con lo último que quedaba de picoteo, ya sin pantalón, y Ro sintió que se le secaba la garganta cuando, tras dejar los platos en la mesa, se deshizo de la camiseta y su cuerpo contundente quedó expuesto a la luz del día. La había tenido desnuda bajo su cuerpo, y sobre él, pero verla despreocupada en el borde de la piscina, tan imponente, tan amazónica, tan aparentemente inalcanzable, la hizo temblar.
—Nena, la baba, que nos rebosas la piscina. —Se mofó Laura, tirándole agua a la cara.
—Alrededor de Ro hay aguas termales, Pau, ven, corre.
—La madre que os parió. —La camarera, roja como un tomate, dejó brotar la risa que le salía a borbotones del puro bochorno de haber sido pillada en semejante escaneo.
La aludida, en un salto grácil, se tiró de cabeza y apareció junto a ellas con una sonrisa de postal, el pelo hacia atrás y los músculos del cuello tensos como las cuerdas de una guitarra. Miró a Ro, que ni parpadeaba, y sus amigas, entre risas, se alejaron de allí con la excusa de probar el vino.
—¿Estás bien?
—La que está bien eres tú. Paula, joder. —Se enfurruñó, desconcertada por el bulle bulle de sus tripas.
—¿Qué? —Se acercó con una sonrisa seductora que estaba segura de no haberle visto nunca.
—Que la próxima vez que nos bañemos sea solas, por favor. —Acarició sus muslos con las manos y la cogió, haciendo que enrollara las piernas en su cintura.
—Pero eso no será hoy, y solo nos centramos en el hoy, camarerita.
—Bueno, vale, podemos alargar el futuro hasta dentro de una semana.
—¿Vas a aguantar tanto tiempo? —ronroneó en su cuello, dejando allí besitos como pisadas de duende—. La semana que viene da lluvia.
—No solo podemos bañarnos en una piscina, escritorita. —Mordió el lóbulo de su oreja y el suspiro de Paula le supo a gloria.
—¿Es esto una proposición indecente?
—Indecentísima.
—Oye… —La timidez en su tono de voz hizo que Ro se deshiciera todavía más. No podía soportar tanta ternura y tanto calor a la vez—. ¿Puedo besarte?
—Debes besarme. —La miró a los ojos, enredando los dedos en su espalda, empujándola hacia ella.
—Es que nunca he estado así con nadie, ¿sabes? —le confesó, escondiéndose en su cuello, sin saber que ya se le habían adelantado.
—¿Y qué te parece?
—Que me he estado perdiendo cosas increíbles por una estúpida estatua de piedra.
Se aproximó a su boca lentamente, disfrutando de aquella primera vez, soportando las risas de rata de sus amigas a su espalda y los vítores y aplausos cuando al fin la besó. Les sacó el dedo corazón sin separarse de la boca de Ro, que sonreía en mitad del beso, entre la vergüenza y la paz.
Laura y Elisa se miraron con un puchero emocionado. Cien mujeres habían pasado por la vida de su amiga, cien mujeres sin rostro para ellas, y había ido a llevar a su casa de sueños a la que menos posibilidades tenía de quedarse de todas. Sin embargo, viéndolas juntas y escuchando sus carcajadas ruidosas, ninguna diría que no había algo de magia en lo que no parecía que fuera a durar.
Ojalá que lleguen a un punto de estar enamoradas las dos sin darse cuenta jajajaja que capítulo lindo como siempre.
Cada capítulo me gusta más. Gracias por dar la oportunidad de poder leer esta historia
es difícil y tan fácil entender a paula cuando tenemos casi la misma personalidad, ojalá ver esta relación prosperar
Cómo me he reído! Entre la alabanza a Jesús y las aguas termales jajajaja.
Me encantó.
POR FAVOR SHIPPO MUCHISIMO LAS AMO LES DOY MI VIDA.
JAJAJAJAJAA AIS.
Imposible no encontrarme en algún rincón de ésta historia hasta ahora. Gracias Cris por la magia siempre…
Me ha encantado este capítulo🥰
Adoro a Paula, me causa ternura la relación que tiene con Manoli, lo monísima que es con Conan.
Me causa gracia ver como Ro se resiste a lo evidente, es un gran: amiga date cuenta.
Las amigas de Paula me representan, voy leyendo la historia con cara de boba viendo como realmente hay magia entre ellas.
Las estoy chispeando mucho ahora mismo ❤️
Capitulazo. Ro date cuenta flacaaaaaa… necesito que se puedan comentar los párrafos jajajajajajajajaja
Me he chutado los 14 capítulos en una sentada, que maravilla de escritora y de historia, a la espera de más, ¡claro que si! 🙂