El descanso del minotauro
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RO
¿Qué pasa contigo?
¿Que como ya no quieres conquistarme, pasas de venir a desayunar todos los días o qué?
La camarera sonrió y dejó el teléfono bajo la barra, imaginándose a Paula boqueando como un pez fuera del agua al leer aquello. Le encantaba sacarla de su zona de confort, era su deporte favorito, y la escritora caía siempre en sus tontas trampas. Era refrescante que una mujer que parecía tenerlo todo bajo control, tan imponente, que irradiaba tanta seguridad, siempre con la respuesta perfecta, fuera también tan genuinamente ingenua.
Sentía que era Paula la que la llevaba en cada momento donde le daba la gana, sin despeinarse y a veces diría que hasta sin querer, pero, en esas ocasiones en las que jugaba con ella, tenía la sensación de que los papeles se intercambiaban con naturalidad. Quizá era ese uno de los cientos de motivos por los que estaba enganchada a la escritora: cada una mandaba hasta que la otra quería.
Tras la conversación del día anterior, no tuvo muy claro cómo sentirse. Por un lado, el sentido común le pedía distancia, alejarse de una persona que era, por definición, demasiado para su cuerpo, con tantos pájaros en la cabeza y tanta niebla intangible a su alrededor. Pero no era Ro una mujer que le hiciera caso al sentido menos divertido de todos, y estaba dispuesta a llegar hasta donde su relación las llevara, guiada por los otros cinco, aunque no fuera tan lejos como Paula hubiera deseado.
Estaba segura, sin embargo, de que cuando la escritora profundizara en su personalidad, vería cada vez más claro que no era la mujer para ella, se resignaría a la realidad de haberla idealizado y que eso que decía sentir se iría difuminando de manera orgánica para las dos, dejándolas en el lugar apacible de quien se acompaña y se atrae con insistencia y sin preguntas mientras esperan que el tiempo pase.
De ese modo, tras la agitación que invadió su espíritu después de despedirse de la escritora en su portal, sin beso en esa ocasión, encontró la calma al saber que habían dejado todo dicho y la luz clarividente del día, sin escondrijos ni rincones oscuros. Tú me gustas, yo a ti también, no vamos a pasar de ahí, pero puedes quedarte conmigo.
Se acostó con una sonrisa estúpida en la cara, con la almohada todavía oliendo al acondicionador frutal que Paula solía utilizar, y se durmió imaginando cómo sería volver a dormir con ella, si quisiera.
Dos horas después, y sin haber recibido aún respuesta por su parte, Ro frunció el ceño con preocupación. Esperaba, de corazón deseaba, que no hubiera vuelto a desaparecer. La conversación, aunque dura en algunos momentos, había terminado bien, con una Paula un poco perdida, pero dispuesta a encontrarse y detener esa búsqueda infausta que le estaba consumiendo la vida. Quedaron en mantener la relación como hasta el momento, sin pasos hacia adelante, pero tampoco hacia atrás, a pesar de que les costaría volver a esa rutina de cercanía que habían empezado a establecer, si es que eran capaces.
Quizá Paula prefería dejar ese aspecto de su relación al margen, más centrada en conseguir una nueva amiga que una amante, pues, aunque hubiera decidido descansar, iba a ser difícil sacar de su carácter esa forma suya de estar siempre predispuesta al amor.
Se empezó a agobiar sin motivo y, cuando decidió llamarla nada más salir del trabajo, la pantalla de su teléfono se iluminó.
PAULA
No me regañes, jo, que estoy malita
RO
QUÉ DICES
¿QUÉ TE PASA?
PAULA
No grites, Ro, por favor…
La semana pasada debí de coger frío en la mansión
Mucho tiempo a la intemperie y mucha lluvia
RO
¿Tan millonetis y no tienes un triste paraguas?
Yo te regalo uno
PAULA
¿¿¿Sí???
Transparente, porfa
Siempre he querido uno
RO
¿Y por qué nunca te lo has comprado?
PAULA
No sé
Mi mamá decía que si no me hacía falta, no gastara dinero tontamente
RO
Ay, que le dice mamá a su madre
Te pones blandísima cuando estás malita, ¿a que sí?
PAULA
Chi
RO
Me muero, Paula, ya basta
¿Cómo te encuentras?
¿Necesitas algo?
PAULA
Un paraguas transparente para que me llueva encima pero sin calarme
RO
¿Nada más?
PAULA
A lo mejor…
RO
¿Sí?
PAULA
Se me ocurre…
RO
Ajá…
PAULA
Así de repente…
RO
¡Pau!
PAULA
JAJAJAJAJAJAJAJA
No me hagas reír, que me duele la tripa de toser
Pues que a lo mejor unos mimos me harían encontrarme un poco mejor
RO
¿Unos mimos cualquiera?
PAULA
Unos mimos de una camarera enana
RO
A ver si la camarera enana pasa de tu cara, por lista
PAULA
JAJAJAJAJAJAJA
Es enana, pero muy guapa
RO
¿Ah, sí?
Cuéntame más
PAULA
Es muy guapa y tiene unas manos…
RO
Paula…
PAULA
Unas manos bien robustas de hacer escalada para hacerme un masaje, malpensada
RO
Ya, malpensada
PAULA
También es dura por fuera, pero blandita por dentro
Como una sandía
RO
Madre mía, la metáfora que se le ha ocurrido a la escritora
Qué desilusión
PAULA
No estoy en mi mejor momento, ¿vale?
Pero lo puedo arreglar
RO
No se puede arreglar que me hayas comparado con una sandía, Paula
PAULA
No me infravalores
Porque la sandía que tú eres suena como una rotura de placas tectónicas cuando la abro
RO
Qué cochina eres
PAULA
Y, cuando mira algo que le gusta, su sonrisa parece justo una raja de sandía
RO
¿Cuando miro algo como qué?
PAULA
Algo como a mí, por ejemplo
RO
Zalamera y creída a la vez
Lo que me faltaba por ver
PAULA
Tienes la sonrisa de raja de sandía ahora mismo
RO
¿Cómo lo sabes?
PAULA
Porque te conozco
RO
No me conoces
PAULA
Bueno, vale, qué pesada
Sé cosas de ti, ¿contenta?
RO
Mucho
Me encanta que sepas cosas de mí
PAULA
Pues menos quejarse y más mimos
RO
¿No te preocupa que me contagie?
PAULA
Ya lo estás, querida
Ro negó con la cabeza, se despidió de ella y continuó con su jornada laboral, pensando que quizá su escritora acatarrada sí había arreglado un poco la catástrofe de la sandía. Se mordió el labio mientras tiraba un par de cañas, feliz de haber vuelto con ella, tras su desaparición del mundo, a aquel tonteo efervescente que tanto le gustaba y al que Paula jugaba tan bien. No quería perder lo que tenían porque, aunque supiera que no iba a ser eterno, algo le decía que podía aprender muchas cosas de una persona que miraba el mundo de una manera tan diferente a la que lo hacía ella y cualquiera que conociera.
Salió del trabajo y se encaminó hacia su casa para darse una merecida ducha. El calor de mediados de abril empezaba a apretar y se notaba en el bullicio de las calles a casi cualquier hora mientras paseaba a su perro. Tres canciones después, se desenredaba el pelo frente al espejo del baño con una sonrisa tontamente ilusionada. Tenía ganas de volver a verla y comprobar que habían dejado atrás aquella incomodidad inherente que comparte quien rechaza y quien es rechazada.
Por su parte estaba todo olvidado, había sido una incompatibilidad superflua sobre sus diferentes formas de ver el romance y el amor, nada que una relación sana y con una fluida comunicación no pudiera arreglar.
Salió de casa y entró a una tienda para buscar el maldito paraguas que se le había antojado a la escritora y, cuando lo tuvo en sus manos, cayó en la cuenta de que no tenía ni idea de dónde vivía Paula. Le pareció increíble haber hablado con ella del amor y de la muerte y no del lugar en el que habitaba.
RO
¿Me mandas ubicación, porfa?
PAULA
¿De verdad vas a venir?
RO
Pues claro
¿No habíamos quedado en eso?
PAULA
PERO QUE YO PENSABA QUE ERA UNA BROMA
DIOS
SOY UNA FÁBRICA DE MOCOS, TENGO UN ASPECTO LAMENTABLE, RO
RO
Pues como siempre
Pero si no quieres que vaya, no pasa nada
PAULA
Claro que quiero que vengas
Llevo dos días sin ver a nadie
Necesito un poco de calor humano
RO
Pues manda ubicación y deja de dar la murga
PAULA
VALE
<Ubicación>
Pero no tengas prisa, que me tengo que duchar
Vale que no vayamos a casarnos, pero tampoco quiero espantarte
RO
No lo harías ni aunque te esforzaras
PAULA
¡Auch!
RO
¿Qué pasa?
PAULA
Esa ficha, me ha dado en el ojo
RO
Que te peines
Hasta ahora, quejica
Media hora después, recorría la calle donde estaba su trabajo hasta la esquina del final, en la cual se encontraba el piso de Paula. Llamó al timbre que le había indicado y, al entrar en el hall del edificio, fue consciente, por primera vez, del nivel económico de la persona con la que había compartido más que fluidos. Una decoración minimalista de líneas sobrias, negros, grises y blancos y pinta de mírame y no me toques. Llamó al ascensor, que más parecía una nave espacial, y se metió dentro con miedo de ser abducida por alienígenas deseosos de trepanarle el cerebro.
Cuando llegó a la planta indicada, una Paula con los ojos entrecerrados de cansancio, la nariz como un pimiento y el pelo aún húmedo esperaba en calcetines y pijama, apoyada contra el marco de la puerta, más como una necesidad que como una pose casual.
—Hola, nena —saludó, intentando sonar sexi, pero el tono congestionado de su voz le quitó todo el efecto.
—Hola, floja —le devolvió, haciendo una inspección minuciosa de su aspecto, desaliñado por primera vez desde que la conocía. No se lo podía explicar, pero así, hecha un desastre, le gustó más.
—¿Contraseña? —pidió, colocándose en medio de la puerta sin ninguna autoridad.
—Alohomora —susurró justo antes de dejar un beso en su mejilla.
—¡Hala! ¿Cómo lo sabías? —Se hizo la sorprendida entre risas y se apartó para dejarla pasar.
—Intuición. —Sacó el paraguas de su espalda y se lo tendió cuando cerraba la puerta—. Toma, caprichosa.
—¿Me lo has comprado de verdad? —Parecía una niña y Ro tragó saliva ante sus insistentes ganas de quitarle ese puchero a besos.
—A mí me parece muy real.
Paula lo cogió entre las manos como si fuera la obra de arte más delicada de la historia y lo abrió.
—¡Es enorme! ¡Me encanta, Ro!
—¡Pero no lo abras dentro de casa, que da mala suerte!
—La mala suerte me tiene ya muy vista. Muchísimas gracias, jo.
La estrechó en un abrazo de oso que se quedó en nada por su escasez de fuerzas y Ro, intentando mantener la compostura, se adentró en la entradilla con sus ojos analíticos, un poco sorprendida por la sensación de haber estado allí antes. Apenas escuchó las explicaciones que Paula le daba sobre la distribución del inmueble, pues sentía que ella ya sabía que la cocina no tenía pared que la separara del comedor antes de verla, que todo estaría lleno de plantas y que la última habitación del pasillo era la de su dormitorio.
Salieron a la terraza, amplia y perfectamente equipada para tomar el sol, leer y pasar las horas allí tirada escuchando música. Creyó sentir los rayos en su rostro y recordar con precisión la suavidad de una hamaca en la que no se había sentado jamás.
Se me está yendo la cabeza a mí también de tanto juntarme con esta.
Paula la invitó al sofá y, sin saberlo, porque era imposible, se sentó en el lado que no era el de la escritora. Esta la miró con curiosidad, pero no dijo nada.
—Tienes el pelo chorreando, Pau. —Se lo acarició con ternura y esta dejó caer la cara contra su mano. Ro estaba segura de que si aguantaba un minuto en esa postura, se dormiría.
—No tengo energía para secármelo. —Puso una mueca lastimera y Ro se levantó de un salto.
—Pues vamos, que te lo seco yo. Te vas a poner peor si dejas que se seque al aire.
Paula rezongó, pero la siguió hasta el baño, sin terminar de entender que se moviera por su piso como si fuera el suyo propio. No tuvo que explicarle dónde estaba el secador, pues la camarera fue directa al segundo cajón del mueble, obligándola a sentarse en un taburete que había por allí.
Encendió el aparato, lo puso bien caliente y comenzó a airearle el pelo con parsimonia, con exquisita dulzura. Veía el reflejo de Paula en el enorme espejo y casi se ahoga de risa al verla dar cabezadas de puro sueño mientras ella deslizaba sus dedos entre los mechones castaños para que no se enredara. Era suave, y no tuvo muy claro quién de las dos estaba disfrutando más con aquel intercambio.
Observó cómo el cabello se le iba ondulando, cómo tomaba destellos claros a medida que se secaba. Masajeó su cuero cabelludo con las yemas, lentamente, sacando del fondo de las tripas de la escritora un gemido de placer. Se permitió acariciarla sin disimulo, detallarla centímetro a centímetro, perderse en los cambios de expresión que sufría su cara con cada toque de sus manos.
—Esto es más íntimo que hacer el amor —murmuró Paula con la voz tomada por la relajación. Ro tuvo que apagar el secador para escucharla.
—¿Tú crees?
—Estoy segura. Nunca me han dado tanto las relaciones como para llegar a este tipo de intimidad.
—A mí tampoco —dijo con una voz de nada.
—¿Te asusta?
—Sorprendentemente, no.
—Eso es porque sabes que estás a salvo conmigo. —Se vanaglorió, con los ojos aún cerrados.
—Sí que lo estoy…
Encendió el secador de nuevo, atragantada con algo que no tenía nombre y que se le había quedado atravesado en mitad de alguna parte. Nunca había querido ese tipo de intimidad al que había hecho alusión la escritora, pero ahí, viéndola cabecear y sonreír como una lela de labios y ojos cerrados, sin una gota de maquillaje y unas ojeras terribles, tuvo conciencia de que era lo que más deseaba en ese momento.
No le extrañó aquel anhelo nuevo en su repertorio, pues, como bien había dicho Paula, no tenía ningún tipo de temor a dejarse caer por el abismo de su proximidad. Nada malo había que pudiera hacerle, no había lugar para el peligro dejándose atrapar por ella. La escritora era una mujer que no hacía daño.
Cuando todo el cabello quedó seco y el secador guardado en su sitio, tiró de su mentón hacia arriba y dejó un beso pausado en su frente, que Paula recibió con el ronroneo de un gato. Tenía los brazos caídos a los lados, pero se esforzó en mover una mano y acariciarle la rodilla como gesto extenuante de cariño. Deslizó los labios un poco más, hasta la punta de su nariz, y la besó mientras seguía acariciándole el cuello con los dedos, apartándose en seguida y dejando a Paula con un picor de ausencia en los labios. Quizá era demasiado pronto, o quizá ya era cosa de otro tiempo aquello de besarse, a pesar de que sus ganas seguían intactas.
Tenía que habituarse a ese nuevo escenario, completamente desconocido para ella, en el que ni estaba excavando como una loca para alcanzar un corazón, ni estaba caminando con paso rápido para alejarse de él. Nunca había estado en esa tierra de nadie en la que una persona te atrae aunque sepas que no va a ser un amor, ignoraba cómo había que vivir en la zona de grises que siempre había esquivado por sistema, pero estaba segura de que Ro, toda una experta en los términos medios, le enseñaría que allí también podía encontrar algo de paz.
Se dejó conducir por la camarera hasta el sofá, donde la depositó en su sitio de siempre mientras estiraba las piernas y se dejaba envolver por el rincón del chaise longue.
—¿Necesitas algo?
—Que le des al play. —Le brillaban los ojos de fiebre, o de ternura, o qué sé yo.
—¿Ibas a ver una película? —Se sentó junto a ella, a una distancia prudencial, y tomó el mando de la mesita de centro para iniciar el vídeo que había elegido la escritora.
—Una tontería para dejarme morir.
Tiritó un poco y Ro le tendió una manta que había tirada por ahí. Cuando fue a incorporarse, y poniendo una mirada traviesa, Paula tiró de su cuerpo y la hizo caer sobre el suyo, entre quejas falsas y risas sinceras.
—A tomar por culo, ya me has contagiado. —Se arrebujó contra su lateral y trasladó su atención a la televisión.
—Mientras no nos besemos, estarás bien.
—Eso lo puedo cumplir.
—Vaya, qué rápido te has olvidado de tu escritorita —protestó, acariciándole la espalda con delicadeza.
—No quiero confundirte, ni hacerte daño. Yo con esto —señaló sus cuerpos en su punto óptimo de fusión— me conformo.
—Pero estoy intentando adaptarme a eso de que me guste alguien sin que vaya a ser la mujer de mi vida, Ro. Y tú me tienes que ayudar.
—¿Y cómo se supone que te tengo que ayudar, a ver?
—Dándome muchos besitos de amor, pero sin amor. —Abrió los ojos de golpe al darse cuenta de lo que acababa de decir—. Nada del amor, puaj, amor caca. —Hacía muecas de asco y Ro soltó una carcajada.
—Menudo cuento tienes. —Dejó un beso en su clavícula y aspiró su olor, que olía como a casa, pero sin serlo—. ¿Quieres que estemos de rollo como unas quinceañeras?
—No sé cómo es eso.
—¿Nunca has estado de rollo con nadie?
—No, yo he estado enamorada y desenamorada. Mis dos caras de la moneda.
—Yo creo que no has estado enamorada jamás. —La miró con intensidad, segura de su punto y viendo cómo esa idea iba haciéndose hueco en su cerebro.
—Cuando me enamore de verdad, te lo cuento.
—¿Y mientras tanto?
—Mientras tanto, la vida.
Suspiró Paula y la acompañó Ro, embebida en sus palabras, que, aunque no parecían decir nada del otro mundo, siempre guardaba en un rincón especial de su mente para recordarlas cuando quisiera. Era el cajón de Paula, donde metía aquellas divagaciones, las sentencias que revelaba como verdades inmutables, las frases poéticas que le brotaban de los labios como si nada en cuanto profundizaban un poco en sus conversaciones. Todo lo que salía por su boca valía oro, aunque fueran cosas en las que no creyera, pues eran tan bellas y estaban dichas con tanta pasión que no podía hacer otra cosa que valorarlas y quedárselas para sí.
Ni cinco minutos tardó Paula en quedarse dormida, aferrada a su cuerpo como si, de esa manera, pudiera al fin descansar. Roncaba un poco, como el motor de un coche encendido en la calle, y ese runrún cadencioso terminó por hacer que Ro se durmiera también.
Despertó al terminar la película, con la tarde ya consumida y las tripas hambrientas. Levantó la cara de su pecho, un poco húmedo por las babas de quien duerme a gusto, y la observó de cerca. La palidez de su rostro hacía que las pecas resaltaran más y las ojeras parecieran más profundas de lo que en realidad eran. Introdujo la nariz en su cuello para tomarle la temperatura, pues tenía el vago recuerdo de alguien haciendo eso con ella cuando era pequeña, pero ni siquiera recordaba quién podría haber sido. Demasiada gente sin cara a sus espaldas.
Depositó un beso minúsculo en su mandíbula, al que Paula reaccionó con una sonrisa satisfecha y un apretón en su abrazo. Parecía ser consciente, a pesar de estar en sus sueños, de a quién estaba estrechando en la realidad. Se escabulló Ro como pudo de su agarre, retorciéndose como una serpiente sigilosa para no despertarla y, una vez en pie, le sacó una foto.
No entendía qué demonios le pasaba con esa loca, pero acababa de alejarse de un abrazo inocente y ya estaba sintiendo el frío en sus huesos.
Te habrá pegado el resfriado, que pareces tonta.
Su parte racional, siempre al rescate. Se marchó a la cocina y fue cogiendo verduras como si las hubiera colocado en la nevera ella misma. Fue directa al mueble donde tenía las ollas y ya dejó de sorprenderse cuando alcanzó una jarra de plástico de un estante alto sin ni siquiera mirar.
¿Cómo podía una estar en una casa por primera vez como si hubiera estado siempre? Es por la escritorita, que me pega la intensidad más que el catarro.
El olor de la sopa sacó a la enferma de su sopor, anunciando su despertar con gruñidos gatunos y resoplidos de disconformidad.
—¿Ro? —escuchó cómo la llamaba al no encontrarla al lado. La morena se asomó a la barra americana para que la viera. Paula la recibió con una sonrisa de oreja a oreja. Qué pequeña es.
—Buenos días.
—¿Ya es de día? —Se giró de golpe para mirar por el balcón, pero se encontró con la casi oscuridad de la casi noche.
—No, marmota, es hora de cenar.
—¿Me has hecho la cena? —Abrió los ojos con ilusión y se llevó una mano al pecho, incrédula. Ninguna mujer había cocinado nunca para ella cuando estaba enferma.
—Pues claro y, con lo que sobre, te hago una crema para que comas mañana.
—¿Por qué? —Arrugó tanto la frente que Ro tuvo miedo de que se pusiera a llorar. Por favor, si solo es una sopa y una crema de verduras.
—Pues porque necesitas muchas vitaminas para ponerte buenorra, que este fin de semana tenemos una barbacoa.
—¿Tú… tú y yo? —Las señaló, como si estuviera hablando con mímica.
—Y mis amigas, que la semana pasada con tu huida del país las dejaste tiradas.
—No sabía ni en qué día estaba viviendo —se disculpó, mirándose las manos en el regazo. Ro apagó la vitrocerámica, apartó dos platos de sopa y se fue a sentar con ella mientras se enfriaba un poco.
—¿Me vas a contar qué te pasó toda esa semana? ¿Te drogaste, te emborrachaste e hiciste eso tan absurdo de la autodestrucción?
—No, solo estuve con mi minotauro viendo las horas pasar, pensando en las cosas en las que creo y la manera tan fea que he tenido de creer en ellas. Fue una semana complicada.
—¿Por qué?
—No es sencillo mirarse una sin paños calientes y descubrirse alguien a quien no reconoce.
—Ah… —No supo ni qué decir. Tenía tanta facilidad para poner en palabras simples las emociones más complejas que la dejaba de piedra—. Perdona, ¿tienes un minotauro?
—Te has quedado con la parte más importante, la madre que te parió. —Estalló en carcajadas infantiles, recostándose contra el sofá, agitando los pies y subiéndose la manta hasta la barbilla—. Sí, tengo un minotauro auténtico, porque las millonetis no solo tienen animales exóticos, sino también mitológicos.
—No te burles de mí. —Le dio un golpe en el brazo.
—Hay un minotauro en el laberinto del jardín de la mansión.
—Ah, que tenéis un laberinto en el jardín.
—Sí. Y yo me sé el camino desde que era así. —Estiró el brazo para que Ro entendiera que se refería a cuando era pequeña y la morena sonrió de imaginarse una Paula en miniatura—. Si quieres te lo puedo enseñar.
—¿Me enseñarías tu minotauro?
Paula la miró con los ojos entornados, evaluándola. Debió pensar que sí, porque asintió con los labios cerrados y cara de ilusión.
—Pero, antes de llegar a él, tengo que enseñarte el camino correcto.
—¿Es que es muy difícil de adivinar?
—Solo puedes entrar si vas conmigo. Ya no queda nadie más que lo conozca.
—Y si decides quedarte ahí dentro con tu minotauro, ¿cómo salgo?
—No podrías, y esa es la finalidad del laberinto. Entrar, pero no salir, ya sea por la terrible bestia que vive en su interior o por la imposibilidad de encontrar el camino de vuelta.
—No me sé el mito del minotauro. —Tiró el anzuelo, apetitoso para alguien tan deseosa de picar como Paula.
—Cuando te lleve a conocerlo, te lo cuento.
—¿Me vas a invitar a tu mansión?
—Si quieres conocerme, tienes que entrar al laberinto conmigo.
Se encogió de hombros, como si no hubiera discusión posible sobre ese punto. Y no la había. El minotauro y su laberinto eran partes intrínsecas de la personalidad de Paula, se habían entrelazado con su carácter al mismo tiempo que este se iba formando, primero con historias de valientes héroes y ciudades en apuros, y ahondando más en la historia y en los matices que tenía a medida que se iba haciendo mayor, comprendiendo la simbología, los detalles que pesaban más que la historia en sí, las imágenes dibujadas en su mente y la manera en la que podía llevarse todo aquello, sin dificultad, hacia ella misma y sus circunstancias.
Empatizó con el minotauro casi sin querer, con la ciudad que lo albergaba, deseosa de que lo aniquilaran y temerosa a un tiempo. Era monstruo y era damisela asustada y, aunque ya le había mostrado su mejor cara a la camarera, si quería incluirla en su vida de la manera que fuera, o que ella la dejara, sentía que también debería conocer su cara peor.
Y nadie tiene peor cara que cuando está mirando de frente al miedo.
—Suena a que vas a matarme con tu hacha dentro de ese laberinto, Paula.
—Es un plan sin fisuras, ¿no te parece?
—Pues sí, porque ni siquiera tengo una familia que me fuera a reclamar —dijo con ligereza. Ya no dolía.
—Yo lo haría. Yo iría a la policía y pondría una denuncia. Y… y también iría a programas de la tele a poner tu caso ante los medios de masas.
—Pau, si me has matado tú…
—Pero es que yo jamás te mataría. —Se puso en pie, como una heroína en pijama, dejando caer la manta de pelito a sus pies y con el cabello como un nido de pájaros después de tremenda siesta.
—Me vas a matar de amor. —Se mordió el labio y se abrazó a su cuerpo.
—Ugh, amor, caca, puaj —fue diciendo mientras la empujaba de espaldas hacia la cocina.
Cenaron tranquilas, con la voz reposada de la escritora, que había recuperado un poco el ánimo gracias al sueño reparador que había compartido con su camarera.
—Está superrica, Ro. —Se relamía, la muy teatrera.
—¿Te gusta en serio o solo quieres hacerme la pelota?
—La mejor sopa de estar enferma del muuuundo. —Elevó los brazos y se limpió la nariz, por la que caía un churrete líquido de ya sabemos qué—. Aunque, bueno, mi abuela hacía una sopa deliciosa. Le gustaba mucho la jardinería y en la mansión tenemos un huerto pequeño. Así que yo me iba con ella cuando mi abuelo estaba malito y recogíamos verduras. Cuando la que estaba malita era yo no iba, claro —rio, como si fuera muy gracioso. Ro estaba a punto de sufrir una subida de azúcar con tanta adorabilidad—, porque no podía salir de la cama y ponerme peor, pero esa sopa, Ro… Con verduras recién cogidas… Buah.
—Entonces, ¿mi sopa es la segunda mejor del mundo?
—La de mi mamá también está muy rica. En casa no teníamos huerto, pero es que tiene una mano con la cocina… Se te va la olla, Ro, en serio.
—¿He pasado al tercer lugar? —Se cruzó de brazos, haciéndose la ofendida.
—¿A ver? —Se llevó otra cucharada a la boca y la paladeó con lentitud—. No, no, en absoluto, la tuya la primera…
—¡Eres una zalamera de cuidado! —Le tiró el trapo de cocina a la cara y las dos echaron a reír.
Qué sencilla podía ser a veces la vida. Una jamás había cocinado para nadie y la otra nunca había sido cocinada por alguien ajeno a su familia, y allí estaban, sin ser lo que hubieran esperado, pero compartiendo una sopa y un momento nuevo para cada una de ellas. Una por el placer de su compañía, y la otra por el valor que le daba la otra sin pretenderlo para adentrarse en lo desconocido.
Le enseñaría su peor cara, la del miedo, porque, desde luego, con ella solo estaba mostrando la del valor, aunque Ro no lo supiera.
Por favor no puedo shippeae mas es que por favor ayuda son monisimas y me encanta todo lo que estan aprendiendo la una de la otra🥺🥺🥺 quiero llorar.
Que bonito jo.
Ais que ganas de que Ro vea ese minotauro🥺🥺🥺🥺🥺
Solo quiero llorar.
Que monas son, qué ternurita me causan
Paula es maravillosa pero soy team Ro, qué natural le ha salido lo de cuidar a Paula.
Me ha dado curiosidad eso de que conociera el piso, me ha gustado ese puntito de magia
Joder Cris!! Me estoy muriendo de amor con estas dos.. 🥺🥺🥺
Más, quiero más. Gracias.
Yo si que tengo una raja de sandía como sonrisa cuando leo esta historia🥰
Sigo siendo team Paula hay veces en que siento que Ro no quiere perder pan ni pedazo y eso daña un montón. Espero que se dé cuenta pronto de que Pau le gusta mucho.
Cuando esa chica ya cocina para vos cuando estás engripada y deplorable ya se empiezan a adentrar de la manito al berenjenal… Me encanta todo.
Cuanta conexión 💗💗💗 ganitas de que entren juntas al laberinto 😊
creo que lomas irónico es que Paula, esta vez sin intentarlo, podría llegar a enamorar a Ro. hermoso.
Que capítulo más bonito y más guay 🥰🤗🥰.
Después de leer este capítulo tan doméstico y tan adorable se me ha quedado una sonrisa más grande que la raja de una sandía. 😊😊😊.
Muchas muchísimas gracias por esta historia 🥰🥰🥰
Que capítulo más bonito y más guay 🥰🤗🥰.
Después de leer este capítulo tan doméstico y ellas siendo tan monas y adorables de me ha quedado una sonrisa más grande que la raja de una sandía. 😊😛😊.
Muchas muchísimas gracias Cris por esta historia 🥰🥰🥰
No se me desbloquea el capítulo 🙁
«Amor, caca, puaj» jajajaja, me encantó.