Dos hijas para la muerte
Segunda Parte
Designios
—
Diez
(Parte 1)
Pero el aspecto de Dacia no le permitía pensar que todo era un error. Solo había dos seres capaces de hacer que alguien fuera de repente un anciano, y uno de ellos estaba clausurado en su interior cuando había ocurrido. La profecta sacudió la cabeza cuando la volvió a mirar con la pena aferrada a su garganta: no debía llorar.
—No iba a matarme —le repitió Dacia.
Maira les dio un toque encima de las manos. Tenía un gesto serio poco habitual y alrededor de los ojos se le habían formado nuevas arrugas, del largo contacto que había establecido con la Fortuna desde que estaban en la sala. No sabía qué le habría mostrado en ese futuro al que accedía, pero no parecía bueno.
—¿Eran colosos?
Soltó por fin la mano de Dacia y se frotó los ojos. Apretó después el puente de la nariz hasta reducir la tensión que notaba en la cara. Movió el cuello, chasqueó la espalda, estalló las rodillas. La diosa de la Muerte y la Destrucción la había dejado agotada; no podía permitírselo. Se puso en pie mientras cogía aire.
—Eso te dice a ti —replicó Quinta, en un enfado mal contenido.
—Pero… —Titiana dudó cuando las profectas la volvieron a mirar. Intentó estirarse más en el diván; el resultado era poco imponente con ese disfraz de sirvienta absurdo por mucho que se notara la daga en el muslo—. ¿Cómo?
—¿Cómo hablo con la Fortuna? —contestó Maira.
—¿Cómo es que a mí me dice otra cosa? —siguió Quinta.
—¿Cómo puede ser que la Fortuna tenga tantas caras? —concluyó Dacia.
—La Fortuna tiene muchas formas y expresiones. Hay algunas hijas que aseguraban que ni siquiera era el mismo dios. O a la misma diosa. Ni para eso hay consenso —explicó, despacio. Titiana hizo una mueca—. Ya lo sabías, claro.
—Las profectas hablan mucho.
—¿Me estás…?
—Quinta —le pidió. Levantó una mano para sumar al ruego. Su amiga chasqueó la lengua y volvió a caminar—. La Fortuna es traicionera. Lo siento, Maira.
—No pasa nada —contestó la aludida. Se encogió de hombros—. No me ofendes. Es verdad.
—No podemos fiarnos de sus respuestas a veces —prosiguió. Volvió a mirar a Titiana—. La Fortuna ha jugado a favor de la diosa de la Vida en ocasiones, y otras tantas a favor de la Muerte. Por lo que sabemos, desde el fin de Crea no había tomado partido. O eso dicen los mitos.
—Ya…
—Ya —repitió Titiana. Carraspeó, en un intento por suavizar la respuesta—. Lo había deducido por lo que acaba de pasar. Aunque ya lo tenía presente.
Giró el cuello de nuevo por si acaso, el chasquido reverberó en la sala como si se hubiera partido los huesos. Quinta suspiró, detuvo sus pasos y la miró, claramente preocupada.
—¿Estás bien?
—Sí —respondió automáticamente—. Centrémonos en lo que ha pasado. ¿Qué es lo que sabemos? —Miró a Titiana—. Vamos a necesitar un punto de vista objetivo, para ver los hilos que nos faltan, por eso estás aquí. Así que empieza tú.
La guardia dudó un momento. Cuando Helda no retiró la mirada, la firmeza pareció resultarle familiar y se recompuso.
—Los colosos son capaces de consagrarse con los dioses —empezó. Esperó a la primera queja; continuó cuando todas siguieron en silencio—. Algunos colosos han entrado e intentaron destruir a la Emperatriz… lo que no me cuadra, porque para eso luego no pides una audiencia.
—Solo si estás llamando la atención y en realidad no querías matar a nadie —expuso Maira—. Una demostración de hasta dónde llegan.
—Bien, vale —aceptó Titiana. Frunció el ceño—. Pero las Segundas Hijas son las únicas que pueden ser las venas de un dios, ¿no? Eso es lo que se enseña. Se necesita el ritual… o lo que hagáis. Y el trato de los Rosa deja claro que tiene que ser así.
—E incluso así —contestó Dacia— existe la posibilidad de que sean realmente hijas del Imperio. Nacieron en Numia y se marcharon.
—¿Eso es posible? —dudó Titiana.
Las profectas intercambiaron una mirada entre sí. Helda suspiró.
No creía que su madre hubiera estado dispuesta a hacer eso, pero a veces tenía dudas. La vieja Emperatriz no habría podido esconderla para siempre y, si su voluntad era que ella no fuera parte de la congregación, no había muchas más opciones. Podría haber terminado en mano de un pirata en las costas, en el carro de algún traficante o, quizá, entre colosos. Entendía por qué lo habría hecho su madre, entendía por qué lo hacían otras familias: nadie quería enviar a su hija a un lugar donde tal vez moriría, por una consagración que demandaba demasiado; la recompensa de continuar con un trato antiguo no parecía suficiente, y quizá así tenían otra oportunidad.
—Hay que encontrar a todos los que estén sacando al segundo de una progenie —decidió. Ese era un buen punto por el que empezar—. Cuento con que puedas mover los hilos todavía, ¿no, Dacia? —La profecta había asumido esa carga con el título. Asintió—. Bien. No quiero que sigan saliendo venas al Valma fuera de Numia, ni en Numia, que no tengamos controladas. —Se volvió hacia Titiana, que había seguido frunciendo el ceño—. Sigue.
—¿Eh…? Sí, bueno. Esa era la duda principal… ¿Lo del ritual?
—¿De verdad?
—O algún dios —propuso Maira. Se encogió de hombros cuando la miró—. No he sido yo la que ha sacado el tema de que la Fortuna cambia de bandos. Y la Vida habló de que había otros dioses de su parte. Seguro que alguno del Ciclo Alto ha querido jugar con los del Bajo después de tanto tiempo.
Resultaba evidente que no sabía de cuáles se trataba.
—Y el dios del Fuego. Nunca han sido muy amigos —añadió Dacia—. Tuvieron discusiones sobre cómo repartirse el Ciclo Medio después del trato con los Rosa.
—Así que muchas posibilidades —concluyó Titiana—. Cualquier dios puede estar de parte de la Vida o dentro de un coloso o con alguna segunda hija que no forme parte de la congregación. Eso es… una pelea muy grande.
—Gracias, coronel —le espetó Quinta.
Helda le lanzó una mirada de súplica a la profecta. No estaba ayudando. El resumen, además, era bueno y ayudaba lo bastante para tomar perspectiva: ni ellas mismas, que manejaban la información de los templos y conocían las historias, podían hacer una estimación clara. La Vida tampoco le había permitido muchas pistas.
—Titiana tiene razón —resolvió—. El ejército y las guardias no pueden enfrentarse a lo que esté por llegar, no sin una estimación, y aun así… Debemos ir a Rotas. En el fondo, para esto nos estábamos preparando.
Maira fue la primera en ponerse en marcha tras la decisión: se levantó del diván al lado de Dacia y, tras darle un beso en la frente, abandonó la sala de la Emperatriz. Sin duda Dacia quería hacer lo mismo. Hacía mucho que quería dejarlo todo en manos de Rotas; hacía mucho que se lo había dicho. Igual que si la punzada de culpabilidad de Helda la retuviera, se quedó sentada, agotada. También estaba el detalle de la persona ajena a esa operación.
Titiana buscaba su mirada con poco disimulo.
—Vendrás con nosotras —expuso.
—¿Al templo de Rotas?
—Sí. —Era un lugar secreto, nadie salvo algunas de las Segundas Hijas sabía llegar—. El resto de las guardias no puede venir, pero supongo que esto le valdrá a Silva. ¿Verdad, Quinta?
—No —respondió la mujer, tan tajante que mordía—. No pienso ayudarte con esto. No. De ninguna manera. No la llevaremos.
—¿Y cómo quieres que salga durante días? ¿Qué baza uso con Silva después de la visita de una reina bárbara?
—La que quieras. Como, por ejemplo, que eres la puta Emperatriz y viajarás sola.
—Quinta…
La profecta soltó el aire por la nariz con rabia. Era imposible convencer así a la coronel de su marcha; no podían irse con un séquito, era demasiado riesgo. Sobre todo cuando no sabían hasta qué punto se filtraba información fuera de la congregación. Helda alzó las cejas en una súplica muda.
—No voy a…
—Cristalina.
Grácil, Quinta dio un paso hacia atrás. Parecía que jamás había amenazado a nadie como acababa de hacerlo. Helda dejó de contener el aliento; tenía las mejillas rojas, quería ofrecerle un agradecimiento. Se limitó a asentir con sobriedad cuando la profecta la miró de nuevo.
—Iré con De Nero a explicarle a la coronel Silva que nos vamos de excursión.
—Gracias.
Notó el bullicio en el pecho de un montón de carcajadas que querían salir. Se llevó la mano al centro del esternón y presionó y presionó y presionó y presionó. Ese dolor era suyo. Tenía atrapada a la diosa, no podía destrozarla para escapar.
No podía.
Bajó las manos. Dacia la observaba todavía en el diván, recostada y tranquila, igual que una preciosa estatua. El pelo blanco era un buen mármol, las arrugas una muestra de la pericia del escultor. Helda volvió a colocarse a su lado.
—Tenías razón —murmuró, por simple cansancio—. Una mala idea que entraran en la villa imperial.
—¿Lo crees?
Se quedó muy quieta, a la espera de que las palabras rebotaran en toda la sala y se mantuvieran durante unos instantes, poder tocarlas. Atesorarlas. Apoyó los brazos sobre los muslos cuando el tiempo se alargó demasiado. Repasó todo lo que habían dicho, cada una de las respuestas y de los pasos. La expresión de Titiana al hacer las preguntas.
«Venga, mi dama. Deja que lo solucione. Estoy aquí para vencer en esta guerra».
Cerró los ojos y luego se giró con rapidez. Si pudiera ser ella quien llenara de grietas todo el suelo de la sala de la Emperatriz, lo haría. Pero tenía mucho de lo que ocuparse primero.
***
¡TÚ ELIGES!
En la segunda parte del capítulo 10, en un momento dado a Titiana le surge un dilema, ¿la ayudas a decidir?:
- OPCIÓN 1: Titiana sigue a León Rosa
- OPCIÓN 2: Titiana sigue a Helda Rosa
*Tomaremos en cuenta las respuestas con fecha hasta el domingo (15/01/2023).