Cazar el caos
Capítulo 37 – Dos palabras
Finalmente zarpamos. Remontamos las olas que se ensanchaban en gris hasta romper en blanco contra la proa; estuvieron a punto de volcarnos en varias ocasiones. Cuando salté al muelle, un guardaespaldas me informó de que Emma me esperaba en su yate, La Marquesa de Lerroux, la mítica embarcación en la que habíamos huido tantos años antes. Salté a la popa y dejé las escaleras atrás mientras una canción empezaba a sonar. No le temo a que te entregues le temo a que te arrepientas Dijiste: puedes cavar por años en estas arenas y no estar ni cerca de encontrar mis rencores Pero si tuve que cavar por años fue para encontrarte a ti… Entonces, después de un breve intercambio de palabras, tomándola por las mejillas, juntando nuestras frentes, aceptando que, más que una diosa, era una humana y que había sido de la Emma humana de la que me había enamorado perdidamente y a la que amaba, le dije las tres palabras que lo cambiaron todo: Gota a gota, la verdad, como la tormenta, comenzó a empaparnos. Era la clase de tormenta que hace florecer los prados en cuestión de horas, la que llevábamos una eternidad esperando; el final de un invierno que había durado por años; el anuncio de paz que finaliza una larga guerra; el inicio de la primavera de nuestras vidas. Y nos reímos, lloramos, nos besamos y desprendimos de nuestros cuerpos, con las yemas de los dedos —como si se tratase de piel muerta—, miles de letras. Las palabras que nos habían definido y separado cayeron a nuestros pies como hojas secas, obsoletas, como las páginas de un libro que ha perdido la esencia que lo mantenía junto. Y, a pesar de que estábamos tan cerca que no cabía un alfiler entre nosotras, no se sentía lo suficientemente cerca. Nunca lo sería. *** Alguna vez escribí «saboreé la eternidad en aquellos días turbulentos» y no había frase que encajase mejor en lo que estábamos viviendo en la isla. Pero no era una reiteración del pasado, habíamos dejado atrás los bucles, ya no vivíamos atrapadas en un círculo ominoso, las sombras de nuestras madres ya no amenazaban con obligarnos a vivir lo que ellas. No era una maldición la que cargábamos en nuestras espaldas, pero habíamos estado a punto de hacerla realidad tan solo por creer que estábamos atadas a la fatalidad del destino como en una tragedia griega. Nos pusimos máscaras y representamos papeles impuestos por terceros. Pero eso había terminado. Mientras disfrutábamos de la playa y enterrábamos las últimas esquirlas de nuestros miedos en la arena blanca, nos limitamos a amarnos y evitamos preguntas que, si bien eran necesarias, resultaban irrelevantes dentro de la pequeña burbuja donde nos habíamos encerrado. El mundo podía esperar lo suficiente para que gozáramos de unos días en que lo único que me importaba era despertar por la mañana y encontrarme con aquellos ojos grises que me miraban como si mis ojos dorados fuesen más brillantes que el sol que traspasaba las cortinas. *** Hicimos dos visitas a finales del verano. Ambas difíciles, ambas riesgosas. Comenzamos por la más rápida, la que tardaría menos de una semana. Barcelona nos recibió con sus calles recalentadas y Mediterráneo azul brillante. Fue el día que se dictaba la sentencia a Joana. Cinco meses había durado el proceso, tiempo en el cual la acusada había permanecido en un centro penitenciario sin derecho a más visitas que las de sus abogados. Gracias a ellos estábamos al tanto de ciertas cosas, por ejemplo, la forma discreta al extremo con la que habían irrumpido en del piso de Elena y Joana. Nada que ver con la violencia retratada en las películas cuando arrestan a un sospechoso, en donde los agentes suelen entrar por las ventanas, romper puertas, apuntar luces y armas a gente asustada, provocar que los inquilinos se enteren de que ese o aquel vecino ha incurrido en una falta grave. La policía española, por el contrario, se había colado en silencio. Ellas los notaron cuando se vieron rodeadas. De hecho, la teoría manejada por los abogados —y aceptada por Emma y yo— era que los policías no tenían intenciones de que nadie se enterase de que estaban arrestando a Joana Arnau. Fue Elena quien frustró esos planes. También habían querido llevársela a pesar de que nada tenía que ver con el caso, pero ella les recordó que era una cantante famosa de ópera y que arrestarla sin pruebas echaría a andar un escándalo mediático. Elena se había excedido al ponderar su fama y los agentes le leyeron la cartilla con muecas irónicas. Le hicieron notar que llevaba años sin hablar con su familia debido a la pareja que había elegido y que la temporada de ópera acababa de terminar, así que nadie estaba tan pendiente de ella. Sin embargo, después de intercambiar miradas y murmullos, decidieron que no querían correr riesgos. Hicieron algunas llamadas y dejaron que Elena se quedase en el departamento, recordándole que de su discreción dependía el bienestar de su esposa. Le aconsejaron que se abstuviera de ir a los medios y esperase la resolución del interrogatorio; pero en cuanto los hombres pusieron un pie fuera de su departamento, con su esposa maniatada y con cara de terror, Elena llamó a Emma con la ayuda del teléfono de un vecino, y los abogados entraron en escena. Estábamos nerviosas a pesar de que los abogados nos habían asegurado que la liberación de nuestra amiga era un hecho. Emma tomaba un café, yo sabía que, si bebía algo de cafeína, me explotaría el corazón por la angustia. Íbamos disfrazadas y nadie reparaba en nosotras más allá del grupo de guardaespaldas que, camuflados entre los comensales, también tomaban algo y vigilaban movimientos extraños. La Marquesa recibió una llamada. Contestó con naturalidad, aunque ambas sabíamos de qué se trataba. Tomé su mano a través de la mesa y la miré expectante. Sus respuestas fueron parcas y concisas, hizo preguntas igual de austeras y colgó. —La liberaron —me dijo con una pequeña sonrisa. —¿Podremos hablar con ella? Asentí abatida. Emma me acarició la mejilla, terminó el resto de su café y se levantó. El auto recorrió calles que se me antojaron inacabables. Cuando tocamos la puerta del departamento, tragué saliva y apreté la mano de la Marquesa, entrelazada a la mía. Nos recibió una mujer que no conocíamos y nos guio hasta el salón, donde Joana y Elena nos esperaban, también tomadas de la mano, solo que sentadas en el sofá. Supongo que Elena pensó algo semejante, que la Marquesa y yo nos veíamos demasiado felices y saludables al lado de su esposa, y lo injusto que era comparado con lo que ambas habían atravesado. Arrugó la nariz como si fuéramos entes apestosos que acabasen de entrar a su hogar y sostuvo a Joana con más fuerza. Quizá creía que se la arrebataríamos de un momento a otro. —Sean breves —nos instó sin mediar saludo. Nos sentamos en las butacas adyacentes y fue Emma quien comenzó la construcción de una disculpa a la que parecía haberle dado mil vueltas. Recalcó que estaba consciente del daño que sus peticiones causaron, que se pasaría la vida entera intentando resarcirlas. La cara que puso Elena nos dejó en claro que nada de lo que dijéramos o hiciésemos sería suficiente para borrar el dolor que habíamos perpetrado. La Marquesa debió de intuirlo, porque se interrumpió de pronto, se pasó la mano por el cabello y se dirigió a Joana. —¿Cómo estás? —le preguntó. Pero Joana no dio señales de darse por enterada, siguió con la mirada fija en un punto entre dos ventanas, perdida en quién sabe qué pensamientos. Entonces, con mucha dificultad, ayudándose de su esposa para ponerse de pie y rengueando mientras se alejaba de nosotras, se perdió de vista por el pasillo. Dudamos de si seguirla o no, pero nos tomó más tiempo decidirnos que lo que ella tardó en volver. Nos ofreció un plástico pequeño y mojado que tenía dentro una memoria externa de teléfono. —Gracias —dije, tomando el pequeño rectángulo. Mi garganta tenía un nudo enorme, me costaba articular—. Gracias por todo, Joana. —¿Qué fue lo que encontraste? —le preguntó entonces Emma en un susurro apremiante—. ¿De qué hablaban esos documentos? ¿Tenían algo que ver con Hugo? —Tiene algo que ver con todos, pero mi sentencia no me permite hablar de eso. Lo único que puedo decirles es que confiéis en vuestro instinto, pero no tardéis demasiado, porque el mundo va a cambiar muy pronto. —¿El mundo? ¿Qué significa? Joana la tranquilizó con una mirada y luego se dirigió a nosotras. —Os deseo lo mejor —dijo monocorde—. Espero que encontréis lo que buscáis, pero está de más decir que no contéis conmigo. —Lo lamento, Joana, en verdad lo lamento —dijo Emma en un tono que dejaba entrever todo lo que le dolía que su amiga hubiese atravesado tantas penurias por su causa—. Ojalá pudiera… Hizo un ademán con la mano, una despedida lánguida como la de una embarcación que iza sus velas, y se apoyó en Elena antes de abandonar el salón. Caminando vacilante la una, a paso firme y determinado la otra, ninguna regresó la mirada antes de desaparecer por un pasillo. Nos lo merecíamos, pero no por eso dolía menos. Y en la expresión destrozada de Emma noté lo mucho que le dolía perder a la que alguna vez había sido su mejor amiga. *** Así me veo a mí misma. En mi juventud fui una selva y los monzones llegaban sin avisar. En mi juventud fui exuberante, tan verde como mis ojos. Pero ahora soy desierto. Debo rezar para que, una vez cada tanto, haya tormenta. Los seres que habitan en mí van siguiendo el curso del líquido cada vez más escaso y beben del mísero oasis. Esos monstruos, reflejados en el agua, conviven en paz solo en ese instante antes de intentar matarse entre sí. Así es mi memoria. Los recuerdos luchan para no desvanecerse, se mordisquean unos a otros, se quitan pedazos de carne, de esencia, se unen y forman una masa. Recuerdos que se resisten a desaparecer por más que yo lo anhele; el que me atormenta no se irá nunca, porque así de crueles somos con nosotras mismas; porque, al igual que me privo de la morfina, la mente también se priva del sosiego por decisión propia. ¿Dónde abandoné esta historia? ¿En mi cárcel externa o en la interna? De mi liberación de casa no hay mucho que contar. Stella me ayudó, mintió por mí, inventó un viaje a Suiza, pero nos quedamos a las afueras de Florencia. Si Hugo lo hubiera sabido con antelación, se habrían evitado varias tragedias. Me paseé por las calles de Florencia con un vestido y un velo negro, como tantas otras que se habían enterado de la muerte del ilustre Fabrizio Barozzi y que se acercaron a la iglesia donde lo estaban velando para ofrecerle sus respetos. Me mimeticé en el río de tela negra que discurría por la ciudad y esperé a que mi hermano y el resto de la comitiva salieran de la iglesia cargando el féretro. Nació prematura. Su primer hogar fue el hospital. Hugo y yo nos turnábamos para estar junto a ella la mayor parte del día. Nos llenaba de angustia el mínimo cambio en sus constantes vitales. Nadie que no haya visto a un ser tan pequeño conectado a aparatos enormes sabe el dolor y la impotencia que esto causa. La huella de una angustia que nunca se irá. Para nosotros, apenas unos niños, fue demasiado. Nos quebramos. Pero el amor hacia nuestra pequeña hija nos obligaba a seguir adelante aun si teníamos que ir arrastrando los pedazos. Liliam sobrevivió y recuerdo lo felices que fuimos cuando al fin dejaron que nos la llevásemos a casa. Yo ya no producía leche, así que tuvimos que alimentarla con una fórmula especial. Los gastos habían corrido por cuenta de mi tía, a modo de una deuda que caería en nuestros hombros en el futuro. A Hugo no le gustaba nada que debiésemos tanto dinero. Todos los días repasaba las facturas como si en el contorno de los números hubiese una salida. Se marchó en silencio. No lo noté hasta que terminé de calificar unos ensayos. Había estado entre mis brazos todo ese tiempo, dormida, pero cuando bajé la mirada después de llenar una hoja con tachones rojos y comentarios, la noté pálida y los pequeños labios amoratados. La agité para que despertara y entonces me di cuenta, pero realmente no. Una fuerza superior a mí se negaba a aceptarlo. Me levanté, la llevé conmigo hasta la guardería que funcionaba en la academia a modo de obra caritativa. Por un precio irrisorio, mujeres de bajos recursos nos dejaban el cuidado de sus hijas mientras trabajaban. Mi tía era devota y pensaba que esa era su forma de servir a Dios. Una enorme cruz de madera tallada vigilaba el gran salón de cunas. La cuidadora estaba leyendo una revista cuando me vio llegar. Se envaró asustada. Tal vez pensó que le diría a mi tía que la había encontrado distraída, pero ya teníamos informes de su negligencia en el trabajo. Lo que salió de su boca fue una excusa sobre que estaba cubriendo el turno de la otra cuidadora y llevaba horas sin tomar un descanso ni para comer. La mandé a casa y le aseguré que me quedaría a cargo. Se marchó feliz, no sin antes elogiar lo tranquila que siempre era Liliam. Hugo me encontró en ese trance. Noté su dolor y me pregunté por qué estaba llorando. Fue ese profundo sufrimiento el que lo empujó a revivir el plan, a revivirla a ella. No íbamos a perder a nuestra hija, no podíamos perderla. Habíamos luchado por meses para no perderla. Había otra niña, a la que habíamos descuidado tal vez, pero que estaba ahí mismo, en la guardería, la hija de Stella. Mi amiga la había dejado a nuestro cargo, pero sabíamos que en realidad solo quería deshacerse de ella. Cambiamos a las niñas. Dejé a Liliam en la cuna de la hija de Stella. Tendría un funeral de fuego como en la antigua Roma. Culparíamos al calefactor eléctrico, a las viejas instalaciones de luz y los tomacorrientes desgastados. Pero en realidad, fuimos nosotros quienes, con un poco de gasolina y una cerilla dentro del aparato, originamos el incendio. Le echamos la culpa a la cuidadora. Nunca admití que yo le había dado permiso para marcharse. Durante la investigación sostuve que yo había estado con mi hija —la que requería de cuidados especiales— al otro lado de la academia, que cuando llegué al incendio fue demasiado tarde. La mujer fue a parar a la cárcel por negligencia, pero mi tía se salvó de pagar daños a terceros porque la guardería se manejaba mediante la fundación y había vacíos legales al respecto. Sin embargo, no se salvó de que la dilapidaran los medios. Se sentía culpable y estuvo a punto de vender la academia con tal de resarcir económicamente a las madres de las víctimas. Un infarto la detuvo para siempre. Sus bienes pasaron a mi nombre. Me convertí en la directora de la academia y luché con uñas y dientes para que el horror de lo sucedido con las niñas se desligara de la familia Barozzi. Soy una asesina. Ese es el secreto más grande de mi vida. Soy una asesina y cuando mi hijo cometió aquellas atrocidades con ustedes, en lo único que pensé fue que de una u otra forma lo entendía. Me han juzgado por protegerlo, pero ¿cómo podía culparlo? ¿Cómo entregarlo a la justicia sin entregarme a mí misma? Soy la mujer tras el velo, egoísta y desalmada. La que le ocultó esta verdad a Liliam con tal de no verla junto a Ylari Amaru. .
Emocionada ando
🤧🤧
Fan de este párrafo ❤️
Como amo cuando usan de referencia los títulos
Cuando más rápido quieres llegar, mil trabas se ponen en tu camino, ley de vida, que emoción
No sé porqué mierda me dieron ganas de llorar:c
NAOOOO, YA ESTOY LLORANDO.
Por cosas cómo estás no acepto menos de las personas en el amor
Très palabras que son capaces de crear un huracán, lloro a moco tendido
Que le hiciste a mi Joana, escritora?!
Joana, mi amoooor;(
AHHHHHHHHH ,al fin 🙊🙊🙊
NAOOOOOO, ME DUELEEEE.
Este párrafo, AHHHHHH que nadie me quite de aquí, de aquí soy y aquí me quiero quedar 🤧
Sufriendo 😭😭
OMG, Emma todo bella🛐🕉️🕉️
Han pasado 85 años 🥺😭😭😭😭😭
Joa e Yza ❤️
Ahhhhh 🥺🥺🥺🥺
Ahora caigo en cuenta que Liliam e Ylari tampoco son familia:0
Maldita vieja.
No se se si sea cierto o he visto muchas películas, pero hay veces que la información la guardan hasta el caso y no presentan más que nada lo que les conviene
Joana, aviso para la escritora, que si le hizo algo, se va a enfrentar a muchos líos
🥺🥺🥺🥺❤️
¿¡Por qué esto me duele?!
Esto si que me dolió, DUELE ¿¡POR QUEEEEE?! llorar y llorar, no sirve de nada ahora que te perdí
Joana!!!!😭😭😭😭🥺🥺🥺🥺
Ahora temo que la envenenaran
Uyyy se viene una conversación fea😬😬
😭😭😭😭😭😭💔💔💔💔😭😭😭😭😭
Me quema!! Me lastima! 😭🥺
Estoy sin palabras…
Aunque ya me lo esperaba.
Mi vida 🥺🥺🥺😭🥺🥺
NOOOOOOO ,xq me haces esto!?!!!!😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭💔💔💔😭😭
Noooooooooo💔
A qué costo mantener alguien con vida, dos generaciones las que sufrieron por un suceso
Noooooooo😭😭💔😭😭😭😭💔💔
Todo es tristeza y sufrimiento 🥺💔😭
¿Y los informes forenses? Ahí se podría apreciar si fallece alguien antes o después de un evento
👀👀
Nose,pero todo esto suena a muerte ah(?
Seguro lo mató.
😳😳😳👀
Destruyó a dos personas en un inicio, y una de ellas pagó las consecuencias de una manera que no debía, mientras que otras personas sufrieron por muchos años y se culparon por las cosas
👁️👄👁️
Ay dios😰😰
Ah re turbio el Hugo esté 🤨🤨🤨
PEROOOOOO, MATABA A LAS OTRAS , WTFFF?!!!!
Mal,re fría contándoles esto 😳😰
OMGGGG,SE LO IBA DECIR ESE DIA !!!
🥺🥺🥺🥺
Igual no se si Stella querrá saber esto.
Wey nooooo. Al fin pueden estar juntas y felices, y las mandas directo a la boca del lobo.
Mis teorías se confirman y aún así no dejo de sorprenderme cada vez que leo.